El restaurante permaneció en silencio.
—¿Alguna pregunta? —dije.
Otro silencio. Finalmente, intervino un entrenador:
—¿Dice que va a haber una prueba para chicas en ese encuentro?
—Eso es. Los 3.000 metros. Nuestro equipo femenino es muy bueno y estamos deseando enfrentarnos a otros equipos.
—¿Está a favor de la liberación de la mujer? —terció alguien, con una voz áspera.
Las risas estallaron en todo el restaurante. En sus carcajadas había, o eso me pareció a mí, un trasfondo de malicia. Me dije que me estaba volviendo paranoico y que aquello no iba a salir bien. Cuando las risas se desvanecieron, sonreí con mi mejor y más discreta sonrisa de Parris Island y dije:
—Estoy a favor de la igualdad de derechos para todo el mundo. ¿Alguna otra pregunta?
El silencio se prolongó. Los cigarrillos, atrapados entre dedos gruesos y fuertes, despedían espirales de humo. Finalmente, desde el fondo de la sala, se oyó la voz del periodista del
Daily News
.
—¿Qué puede decirnos de Billy Sive?
Se hizo el silencio de nuevo. Varias personas volvieron la cabeza hacia el periodista y luego otra vez hacia mí. En cierta manera, y por la forma en que la pregunta había sido formulada, podía significar cualquier cosa. Sabía que lo había hecho deliberadamente, puesto que en circunstancias normales un buen periodista jamás formula una pregunta tan condenadamente ambigua.
—¿Qué es lo que quiere saber? —dije.
—Bueno, ¿qué hay de su evolución?
—Billy lo está haciendo muy bien —me hizo falta todo mi autocontrol para conseguir que mi voz sonara firme—. Sigue el mismo tipo de programa que ha estado siguiendo desde que llegó a Prescott. Pensé que esa idea suya de correr tantos kilómetros a la semana era una locura y ahora está entre los ciento setenta y los ciento setenta y cinco kilómetros semanales Ponemos mucho énfasis en hacer un buen trabajo que desarrolle su potencia y su éxito en Europa se debe a ese programa. Si mantiene la misma evolución que hasta ahora, creemos que conseguirá formar parte del equipo olímpico.
Se oyó otra voz.
—¿Qué puede decirnos de Vince Matti y Jacques LaFont? —¿qué era aquello? ¿Una conspiración?
—Los dos han sufrido contratiempos —dije—. Vince, como ustedes ya saben, es propenso a las lesiones. Hace una semana, volvió a lesionarse la rodilla. Jacques tiene problemas en los tendones. Si puedo conseguir que Vince llegue entero a los Juegos Olímpicos, tendremos a un serio aspirante en los 1.500 y lo mismo digo de Jacques en los 800 metros.
Cuando regresé a mi asiento, me di cuenta de que me temblaban un poco las piernas. Los hombres empezaban a abandonar el restaurante: las mesas estaban cubiertas de ceniza de cigarrillos, publicaciones mimeografiadas, platos con restos de salsa de tomate, vasos con cubitos de hielo medio derretidos y tazas de café medio vacías. Bruce y Aldo tenían un aspecto muy lúgubre.
Me terminé mi Seven-Up, que se había calentado mientras yo estaba frente al micro.
—Me han parecido un poco hostiles —dije.
Bruce y Aldo intercambiaron una mirada. Finalmente, Aldo dijo:
—Oye, Harlan, eres muy inocente, ¿no?
—Mira —dijo Aldo—, sé que eres un tío valiente. Hacían falta agallas para subir ahí y enfrentarse a ellos, pero deberías saber que no te permitirán llegar más lejos.
Yo empezaba a enfadarme.
—No sé de qué coño estás hablando. Tarde o temprano tendré que llevar una vida normal. Si no puedo subir ahí y hablar de mi equipo, más vale que lo mande todo a la mierda y me largue a una isla desierta.
—Tú eres un ingenuo —dijo Aldo—. ¿Quieres que te abra los ojos? ¿Puedo hablarte con toda sinceridad?
—Claro —respondí.
—Si te largas a esa isla desierta —dijo Aldo, mirándome ¿rectamente a los ojos—, te llevarás a Billy Sive, ¿verdad?
Lo dijo tal cual, de una forma brutal. Bruce soltó un largo y lastimero suspiro. Por un momento, pensé que estaba a punto de perder el control y de partirle la calva a Aldo con uno de aquellos bustos de mármol.
—¿Y qué, si lo hago? —inquirí—. No creo que sea asunto de nadie.
—Te equivocas —dijo Aldo—. Te guste o no, es asunto de todo el mundo, porque ellos lo están
convirtiendo
en asunto suyo. Ahora mismo, no hay nada en el mundo del atletismo que indigne tanto a la gente. Se les ponen los pelos de punta sólo de pensarlo.
—Vale, es asunto suyo. ¿Y qué? ¿Qué tiene eso que ver con el atletismo?
—Tiene mucho que ver —dijo Aldo, con vehemencia—. Harlan, tú y Billy sois unos estúpidos. Lamento decírtelo así, pero es la verdad. Os admiro a los dos, así que creo que debéis saber la verdad. Has destruido las oportunidades que tenía Billy de ir a Montreal —hizo un gesto tajante con las manos, muy italiano—.
Finito
.
—¿Quién se lo va a impedir? —pregunté.
—En la última reunión de la comisión directiva del USOC
[22]
, no se habló de otra cosa. Lo llaman el caso Billy Sive. Y en la última reunión del comité metropolitano de la AAU, lo mismo. Puedo asegurarte que se lo he oído comentar a ciertas personas, ese chico no irá a Montreal de ninguna manera, como tampoco irán Vince Matti ni Jacques LaFont. Esta gente hará todo lo que esté en sus manos para impedirlo.
—Están demasiado ávidos de medallas —dije yo— Venderían a su propia abuela por una medalla de oro.
—No cuando se trata de algo así. Están dispuestos a tirar piedras contra su propio tejado.
Permanecimos en silencio. Bruce jugueteaba distraídamente con unas cuantas migajas de pan italiano reseco que habían caído sobre el mantel. Casi todo el mundo se había marchado ya y los camareros estaban recogiendo el micrófono. Algunos de los periodistas se habían entretenido en la barra de fuera: nos llegaron sus risas escandalosas.
—Harlan —dijo Aldo—, no me gusta tener que preguntarte esto, pero… Lo tuyo con Billy ¿es cierto?
—Claro que es cierto —estaba tan enfadado que, por fin, fui capaz de decirlo.
Bruce y Aldo estudiaron mi expresión.
—Te has vuelto loco —dijo Aldo en voz baja.
—Lo estuve, durante un tiempo. Durante cuatro meses, luché contra lo que sentía por él, pero eso no era bueno ni para él ni para mí. Y finalmente decidí que la sociedad no tiene ningún derecho a negarme una pareja. Todos ésos tienen pareja. Vosotros tenéis pareja, los animales tienen pareja…, hasta las condenadas bacterias tienen pareja. ¿Por qué yo me he de quedar solo?
—¿Habéis pensado en ir al psiquiatra? —preguntó Bruce.
—Vosotros no leéis la prensa, ¿verdad? Los psiquiatras lo están empezando a entender. Muchos ya no lo ven como una enfermedad mental, sino que lo contemplan como una alternativa.
Aldo resopló.
—Cuéntale eso al aficionado al atletismo, que paga cinco pavos para ver al auténtico macho americano correr la milla. No paga para ver mariquitas.
—¿Cómo han reaccionado los padres de Billy? —preguntó Bruce—. Deben de estar furiosos.
—El padre del chico es gay —dijo Aldo—. Todo el mundo lo sabe.
—Dios mío —murmuró Bruce. Aquella noticia era completamente nueva para él.
—Y el padre de Billy lo aprueba, por si os interesa —dije.
Guardaron silencio durante unos instantes y, después, Aldo dijo:
—Entonces…, cuando lo de Penn State…, discúlpame por sacar el tema, pero… seguramente eras culpable.
—No, no lo era —repliqué.
—Bueno, ellos no lo saben —Aldo hizo un gesto con la mano que abarcaba el restaurante vacío y englobaba a los hombres que acababan de marcharse—. Su imaginación se ha
disparado
y se preguntan con cuántos equipos te has acostado a lo largo de los años.
—El único atleta con el que me he acostado es Billy, pero supongo que tampoco se creerán eso.
Me resultaba difícil creer que yo estuviera diciendo todas aquellas cosas en la mesa de un restaurante. Me resultaba difícil creer que aquellos tipos se atrevieran a sermonearme sobre mi derecho a amar a otra persona.
—No, la verdad es que no —dijo Aldo—. De hecho… —empezó a indignarse otra vez—, lo que realmente les dio pie fue que os largarais de viaje a Europa los cuatro juntos. Se limitaron a asumir que te entendías con los tres.
—¿Se les ha ocurrido pensar que Billy y yo no sólo nos acostamos juntos? ¿Se les ha ocurrido pensar que nos queremos? —me estaba enfadando de verdad—. ¿Que ninguno de los dos desea a otros hombres? ¿Tan poco conocen la naturaleza humana?
—Tú eres el bobo que no conoce la naturaleza humana —dijo Aldo—. Quieren pensar lo peor. Y luego, cuando volviste i aparece en el
Time
la noticia de aquella fiesta a la que fuisteis. Aquello ya fue el colmo para ellos. Conocen a Steve Goodnight saben que escribe libros pornográficos sobre chicos. El hecho de que Billy y tú tuvierais la
jeta
de aparecer en público acompañados por ese tío… fue demasiado para ellos.
—En aquella fiesta había un montón de famosos heterosexuales y un montón de gente popular.
—Ésa no es la cuestión y tú lo sabes.
—Y el libro de Steve no es pornográfico. Es una obra de arte.
—¿Y qué sabes tú de arte? —inquirió Aldo—. No distinguirías la Mona Lisa de un anuncio de Marlboro.
—No entiendo de arte, pero sí entiendo de amor. Y de eso habla Steve en su libro: de amor.
Aldo sacudió la cabeza, como si no comprendiera.
—Harlan, no te entiendo. Has cambiado mucho.
—Cierto —dije—. Te voy a decir otra cosa y, si quieres, se lo puedes contar a ellos: no podrán impedir que Billy, Vince y Jacques vayan a Montreal. Sobre todo, no podrán impedir que Billy vaya. Me enfrentaré a ellos en lo que haga falta. El padre del chico es uno de los mejores abogados de derechos civiles de este país, lo cual significa que, si tenemos que llegar hasta el Tribunal Supremo o algo así, lo haremos.
Nos habíamos quedado solos en el restaurante. Los camareros estaban recogiendo: hacían ruido con los platos, nos miraban y deseaban que nos marcháramos. Aldo me miraba inquisitivamente.
—Harlan, eres un irlandés valiente, encantador e idiota. Vas a salir en todos los periódicos. Se te van a comer vivo.
—Hablo en serio —dije—. Billy y yo estamos luchando por nuestras vidas. Nadie va a apartarlo de mí, porque es todo lo que tengo, Aldo.
—Dios mío —exclamó Aldo, apartando la mirada. La intensidad de mis sentimientos empezaba a impresionarle.
—Escucha —le dije—, ¿todos los del USOC son enemigos?
—No —respondió Aldo—, todos no, pero la
mayor parte
sí. Unos cuantos, como yo y como la mayoría de los siete representantes de los atletas, pensamos que la vida privada de un atleta no es asunto de la AAU ni del USOC. Yo lo pienso de verdad, Harlan.
—Lo único que puedo prometerte —le dije— es que Billy y yo nos vamos a comportar de una forma digna. Si alguien queda en ridículo, serán esos viejos chochos fundamentalistas.
—Escucha —dijo Bruce—, estaba pensando… En todo este asunto de… de esta clase de cosas en el deporte, tenemos una buena historia. Si soy capaz de encontrar la forma de enfocar la historia y si puedo encontrar a alguien que quiera publicarla, me gustaría escribir un reportaje. ¿Crees que podría entrevistar a Billy?
—Claro —repuse—, será una buena entrevista. Su mente es como un libro abierto.
—De acuerdo —dijo Bruce—, me pondré en contacto contigo cuando haya solucionado el tema.
—Si escribes un reportaje —dijo Aldo ferozmente—, intenta encontrar la manera de disipar también los otros rumores.
—¿Qué otros rumores? —pregunté yo.
—¿Seguro que quieres saberlo? —replicó Aldo. Destrozó rabiosamente un trozo de pan.
Empezó a contármelo. Cuando terminó, yo había tenido ya otra revelación sociológica. La sociedad había intentado hacerme creer que la mente gay era una alcantarilla abierta pero ahora tenía la certeza, más allá de cualquier duda, de que la única alcantarilla abierta era la mente heterosexual.
Billy guardó silencio mientras le contaba lo que me habían dicho Aldo y Bruce.
—Que montaba orgías con algunos estudiantes de primer año a los que previamente seducía —dije—. Que tú y yo nos vamos a Nueva York a buscar chaperos adolescentes. Que los estudiantes desaparecen del campus porque yo me los llevo a Nueva York drogados y atados, y se los vendo a los chulos.
Se lo conté aquella misma tarde: estábamos echados en mi enorme y espantosa cama victoriana de madera blanca de nogal. La lluvia azotaba los cristales de las ventanas. Ya empezaba a hacer frío, y la caldera de mi vieja casita no funcionaba del todo bien, así que nos habíamos tapado con la colcha. Aquella noche hacer el amor no tuvo el mismo efecto terapéutico de siempre.
—Y, por supuesto, que vosotros tres y yo montamos orgías. Y lo peor de todo, que tú, tu padre y yo… y que tú y tu padre siempre…
Billy sacudió la cabeza y suspiró.
—Vaya, ya decía yo que habías vuelto muy preocupado de la ciudad.
—Chaperos adolescentes —dije amargamente—. Si ni siquiera soporto a los chicos de esa edad. Tantos años sufriendo precisamente porque era demasiado remilgado para acostarme con corredores y resulta que ahora me follo a todo el condenado equipo.
—Y lo de los chulos —dijo Billy—. Todo un clásico. Eso lo habrán sacado de las películas de terror del sábado por la noche. Y todas esas gilipolleces sobre mi padre y yo… Pobre papá. Cuando pienso en lo prudente que ha sido siempre… Hay gente que nunca está contenta, ¿verdad?
Estaba apoyado en un codo, junto a mí, su cuerpo cálido en contacto con el mío. Intentaba consolarme y me acariciaba un costado. Me di cuenta, sin embargo, que no estaba demasiado preocupado por todo lo que le había contado y eso me enfureció. Sus caricias no me consolaban.
—Bueno, ¿y qué quieres hacerle? —dijo Billy—. Ya sabíamos que la gente reaccionaría así, ¿no?
—Pero es que realmente se lo creen —murmuré.
—No pienses en todo eso —dijo Billy—. Los rumores se van apagando y acaban por desaparecer.
—Y otro más —proseguí—, que tú me pones los cuernos con Vince y Jacques. Ese me dolió.
—¿Por qué te dolió? —dijo Billy—. No confías en mí —añadió, segundos después.
—Jacques no me preocupa en absoluto, pero Vince y tú estáis muy unidos. Vince se acuesta con todo el mundo. ¿Cómo sé que no se acostará también contigo?