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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (26 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Estando en equilibrio precario, la hormiga no resistirá mucho. El pájaro va a aniquilarla, es desmesuradamente mayor, más fuerte y más veloz. El abdomen de 103.683 se ve dominado por un temblor incontrolable, no puede siquiera apuntar.

Entonces piensa en los Dedos. El miedo a los Dedos supera todos los demás miedos. No flaqueará: cuando una se ha acercado a los Dedos, no se deja impresionar por un pájaro cazador.

Se yergue y suelta de una sola vez el contenido de su bolsa de veneno. ¡Fuego! El pájaro no ha tenido tiempo de tomar altura. Cegado, pierde su trayectoria, se golpea contra el tronco de un árbol, rebota y cae a tierra. Sin embargo, consigue despegar antes de que los equipos de matarifes le hayan puesto las patas encima.

103.683 consigue, con este episodio, un prestigio considerable. Nadie sabe que ha logrado vencer al miedo mediante un miedo todavía mucho mayor.

Las cruzadas adoptan desde ese momento la costumbre de hablar del valor de 103.683, de su experiencia, de su destreza en el tiro. ¿Quién habría conseguido parar en seco, en pleno vuelo, a un gran depredador salvo ella?

Esta popularidad aumentada tiene otra consecuencia: en señal de familiaridad afectuosa, abrevian su nombre. En adelante las cruzadas no la llaman sino 103.

Antes de proseguir camino, se recomienda a las que han recibido la hez del pájaro abstenerse de hacer trofalaxias para no contaminar a las demás soldados.

Las filas se alteran cuando 23 se acerca a 103. ¿Qué ocurre? 24 ha desaparecido. La buscan largo rato, pero no la encuentran. Sin embargo, el carpintero no ha devorado a nadie. La desaparición de 24 es muy fastidiosa, porque, junto con ella, ha desaparecido el capullo de mariposa de la misión Mercurio.

Imposible informar de lo que ocurre a las otras. Imposible seguir esperando. Peor para 24. La Manada prima sobre el individuo.

85. Investigación

Méliés llegó solo al piso del matrimonio Odergin. La sabia etíope estaba recostada en una bañera sin agua. Un espeso champú verde distribuido sobre la cabeza presentaba los estigmas ya bien conocidos: carne de gallina, expresión de espanto y sangre coagulada junto a las orejas. El mismo esquema en el lavabo vecino, salvo que, por lo que se refiere al esposo, estaba encaramado en la taza, con la parte superior del cuerpo echada hacia delante y el pantalón caído sobre los calcetines.

En realidad, Jacques Méliés apenas si echó una ojeada a los dos cadáveres. Ahora ya sabía de qué se trataba e inmediatamente se dirigió al domicilio privado de Émile Cahuzacq.

El inspector quedó sorprendido al ver a su jefe aterrizar en su casa a hora tan temprana, vestido tan sólo con un pijama bajo su trenca. En qué mal momento Llegaba. Cahuzacq estaba entregado a su pasatiempo favorito: la taxidermia de mariposas.

Sin preocuparse por ello, el comisario anunció de sopetón:

—¡Amigo mío, ya lo tenemos! ¡Esta vez hemos cogido al asesino!

El inspector pareció escéptico.

Méliés se fijó entonces en el desorden que había sobre la mesa de su subalterno:

—Pero, ¿qué estás haciendo?

—¿Yo? Colecciono mariposas. ¿Qué pasa? ¿No te lo había dicho?

Cahuzacq cerró la botella de ácido fórmico, terminó de untar con un pincel las alas de un bómbice y luego lo manipuló con una pinza de puntas planas.

—Es bonito, ¿no? Mira…, éste es un bómbice del pino. Lo encontré hace unos días en el bosque de Fontainebleau. Es curioso, una de sus alas tiene un agujero perfectamente redondo y la otra está cortada. Tal vez haya descubierto una nueva especie.

Méliés se inclinó e hizo una mueca de repugnancia.

—¡Pero si esas mariposas están muertas! Pegas los cadáveres unos junto a otros. ¿Te gustaría que te metieran bajo un cristal con una etiqueta,
Homo sapiens
?

El viejo inspector se enfurruñó:

—Tú te interesas por las moscas y yo por las mariposas. Cada uno tiene sus manías.

Méliés le dio una palmada en el hombro:

—Vamos, no te enfades. No hay tiempo que perder, he dado con el asesino. Sígueme, vamos a cazar una especie muy distinta de mariposa.

86 Extraviada

Bueno, tendrá que haber una razón, no es por allí, tampoco es por allá, ni por acá, ni por el otro lado.

Tampoco el menor olor a hormiga en la esquina. ¿Cómo ha podido perderse tan deprisa, qué ha pasado? Cuando el pájaro se ha lanzado sobre ellas, una soldado ha dicho que había que escapar, que tenían que esconderse. Le ha hecho tanto caso que se ha extraviado en el Gran Exterior, sola. Es joven, no tiene experiencia y está lejos de las suyas. Y también lejos de los dioses.

Pero ¿cómo ha podido perderse tan deprisa? Ése es su gran defecto, la falta de sentido de la orientación.

Lo sabe, y por eso las otras no creían que tuviera agallas para partir con la cruzada.

Todo el mundo la llamaba 24-la-extraviada-de-nacimiento.

Aprieta contra sí la preciosa carga. El capullo de mariposa. Esta vez su extravío puede tener consecuencias inimaginables.

No sólo para ellos sino para todo el nido, quizás incluso para toda la especie. Debe encontrar a cualquier precio una feromona pista. Empieza a hacer vibrar sus antenas a 25.000 movimientos por segundo y no descubre nada significativo. Está completamente perdida.

Su carga se vuelve a cada paso más pesada y le estorba cada vez más.

Deja en el suelo el capullo, se lava frenéticamente las antenas y sorbe con virulencia el aire ambiente. Percibe un aroma de nido de avispas. Nido de avispas, nido de avispas… ¡siempre acaba topando con un nido de avispas rojas! Es hacia el Norte. Por lo tanto no es ésa la buena dirección. Además, sus órganos de Johnston sensibles a los campos magnéticos terrestres le confirman que se ha equivocado.

Durante un instante le parece que la espía un moscardón. Debe ser una ilusión. Vuelve a cargar con el capullo, y camina todo recto.

Bueno, esta vez está definitivamente perdida.

Desde que era muy joven, 24 no para de perderse. Se perdía ya por los corredores de las asexuadas cuando apenas tenía unos días de vida, más tarde se perdía en la Ciudad, y, cuando pudo salir del hormiguero, empezó a perderse en la Naturaleza.

Al final de cada una de sus expediciones, siempre había un momento de duda en que una hormiga decía:

Pero ¿qué ha pasado con 24?

La pobre soldado cazadora también se hacía la misma pregunta.

¿Dónde estoy?

Cierto que le parecía que ya había visto aquella flor, aquel trozo de madera, aquella roca, aquel bosquecillo, aunque… tal vez la flor fuera de otro color. Entonces, la mayoría de las veces empezaba a girar en redondo en busca de las feromonas pistas de su expedición.

A pesar de todo seguían enviándola a los caminos del Gran Exterior, porque, debido a un accidente genético extraño, 24 tenía una excelente vista para una asexuada. Sus glóbulos oculares estaban casi tan desarrollados como los de las sexuadas. Y aunque repitiera una y otra vez que no por gozar de tan buena vista tenía buenas antenas, todas las misiones deseaban tenerla en sus filas para que 24 pudiera asegurar un control visual de su buen desarrollo. Y ella se perdía.

Hasta ese momento siempre había conseguido, mejor o peor, volver al nido. Pero en esta ocasión era diferente, porque el objetivo no consistía en volver al nido, sino en llegar al confín del mundo. ¿Sería capaz de conseguirlo?

En la Ciudad formas parte de las otras, sola formas parte de la nada, se dice una y otra vez.

Rumbo al Este. Camina desesperada, abandonada, ofrecida al primer depredador que pase. Lleva mucho tiempo caminando cuando, de pronto, se ve detenida por una depresión radical en el suelo, a un buen paso de profundidad. Explora el borde y termina por constatar que, de hecho, hay dos depresiones, una junto a otra, dos hondonadas llanas; la mayor dibuja la mitad de un óvalo; la otra, más profunda, forma un semicírculo. Los diámetros de esos dos extraños recintos son paralelos, y distan entre sí cinco pasos aproximadamente.

24 resopla, palpa, prueba, sorbe. El olor es tan poco habitual como todo lo demás. Desconocido, nuevo… Perpleja al principio, 24 se ve dominada luego por una viva excitación. Ya no siente ningún miedo. A intervalos de unos sesenta pasos se suceden otras huellas gigantes. 24 está completamente segura de haber dado con huellas de Dedos. ¡Sus ruegos han sido atendidos! ¡Los Dedos la guían, le muestran el camino!

Corre sobre la huella de los dioses. Por fin va a encontrarlos.

87. Los dioses están furiosos

Temed a vuestros dioses.

Sabed que vuestras ofrendas son demasiado pobres,

demasiado escasas para nuestro tamaño.

La lluvia ha destruido los graneros, nos decís.

Era el castigo merecido,

porque ya no hacéis suficientes ofrendas.

La lluvia ha aniquilado el movimiento rebelde, nos decís.

Hacedlo renacer con mayor fuerza.

¡Mostrad a todos la fuerza de los Dedos!

Lanzad comandos suicidas,

y vaciad los graneros de la Ciudad prohibida.

¡Temed a vuestros dioses!

Los Dedos lo pueden todo porque los Dedos son dioses. Los Dedos lo pueden todo porque los Dedos son grandes. Los Dedos lo pueden todo porque los Dedos son poderosos.

Ésa es la verdad.

Los Dedos apagan la máquina y se sienten orgullosos de ser dioses.

Nicolás vuelve a meterse en la cama con sigilo. Con los ojos abiertos, sonríe mientras sueña despierto. Si algún día consigue salir vivo de aquel agujero, tendrá muchas cosas que contar. ¡A sus compañeros de escuela, al mundo entero! Explicará la necesidad de las religiones. ¡Y será célebre demostrando que ha conseguido implantar la fe religiosa entre las hormigas!

88. Primeras escaramuzas

Sólo en los territorios bajo control belokaniano son ya considerables el número de víctimas y la extensión de los destrozos ocasionados por el paso de la primera cruzada.

Y es que las soldados rojas no tienen miedo a nada.

Una topo que pretendía excavar en aquella masa de hormigas sólo ha tenido tiempo de tragarse catorce víctimas. Las hormigas la invaden inmediatamente y la despedazan. Una capa de silencio se abate sobre el largo cortejo. Ante él todo desaparece. Hasta el punto de que a la eufórica cazadora de los inicios le sucede la penuria y, sin tardar, el hambre.

En la estela de desolación que tras ella deja la cruzada también hay ahora hormigas muertas de hambre.

Ante semejante situación catastrófica, 9 y 103 se ponen de acuerdo. Proponen que las exploradoras se desplieguen en grupos de veinticinco unidades. Semejante abanico en cabeza debería ser lógicamente más discreto y, por lo tanto, menos pavoroso para los habitantes del bosque.

A las que empiezan a murmurar y hablan de retirada, se les responde con acritud que el hambre debe impulsarlas, por el contrario, a acelerar el paso, a seguir adelante. En dirección al Oriente. Su próxima presa será un Dedo.

89. La culpable es detenida por fin

Tumbada en su baño y entregada a su ejercicio favorito, la zambullida en apnea, Laetitia Wells dejaba vagar sus pensamientos. Se le ocurrió que llevaba ya días sin tener amantes, ella que tenía tantos y que siempre se cansaba de ellos en seguida. Consideró incluso la posibilidad de meter en su cama a Jacques Méliés. A veces la molestaba un poco, pero ofrecía la ventaja de estar allí, al alcance de la mano, en el momento en que sintiese la necesidad de un macho.

¡Ay! Había tantos hombres por el mundo… Pero ninguno de la clase de su padre. Ling-mi, su madre, había tenido la suerte de compartir su vida. Un hombre abierto a todo, inesperado y raro, al que le gustaba bromear. ¡Y amante, tan amante!

Nadie podía ganar a Edmond. Su ingenio era un espacio sin límites. Edmond funcionaba como un sismógrafo, registraba todas las sacudidas intelectuales de su época, todas las ideas-fuerza, las asimilaba, las sintetizaba… y las regurgitaba convertidas en otras, en ideas propias. Las hormigas no habían sido más que un pretexto. Lo mismo habría podido estudiar las estrellas, la medicina o la resistencia de los metales: habría sobresalido igual. Había sido un espíritu realmente universal, un aventurero de una especie peculiar, tan modesto como genial.

¿Existía quizás en algún lado otro hombre de psicología lo bastante móvil para sorprenderla sin cesar y no cansarla nunca? Por el momento, no había encontrado ninguno de esa especie…

Se imaginó poniendo un anuncio por palabras: «Se busca aventurero…» Las respuestas la desanimaban por adelantado.

Sacó la cabeza del agua, respiró con fuerza y volvió a hundirla en el líquido. El curso de sus pensamientos había cambiado, Su madre, el cáncer…

Como de pronto le faltó aire, sacó de nuevo la cabeza. Su corazón latía con fuerza. Salió de la bañera y se puso el albornoz.

Llamaban a la puerta.

Se tomó algún tiempo para tranquilizarse un poco, tres expiraciones largas, y fue a abrir.

Era Méliés una vez más. Empezaba a acostumbrarse a sus incursiones, pero le costó reconocerle. El comisario llevaba un traje de apicultor, su rostro estaba oculto por un sombrero de paja con un velo de muselina, y llevaba guantes de caucho. Ella frunció el ceño al ver, detrás del comisario, a tres hombres vestidos del mismo tenor. En una de las siluetas reconoció al inspector Cahuzacq. Estuvo a punto de soltar una carcajada.

—¡Comisario! ¿Qué significa esta visita disfrazada?

No hubo respuesta. Méliés se echó a un lado, los dos enmascarados sin identificar —probablemente dos polis— avanzaron y el más forzudo le puso una esposa en la muñeca derecha. Laetitia Wells creía estar soñando. El colmo fue cuando Cahuzacq, con la voz deformada y amortiguada por la máscara, le recitó: «Queda usted detenida por asesinatos y tentativa de asesinato. A partir de este momento, cuanto diga podrá ser empleado contra usted. Tiene, por supuesto, derecho a negarse a hablar en caso de no estar presente su abogado.»

Luego los policías, arrastrando a Laetitia, se plantaron delante de la puerta negra. Méliés hizo una rápida y brillante demostración de sus talentos de atracador: la cerradura no se le resistió.

—¡Podía haberme pedido la llave en vez de romper la cerradura! —protestó la interpelada.

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