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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (22 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Laetitia pensó que, llegado el momento, la teoría podría servirle un día de tema para un artículo.

Satisfecho con su demostración, Méliés volvió junto a la cama. Con la ayuda de su lupa luminosa, terminó por descubrir un minúsculo agujero completamente cuadrado en un bajo del pantalón del pijama del cadáver. La periodista también estaba allí. Él dudó, y finalmente dijo:

—¿Ve usted ese pequeño agujero? He visto el mismo tipo de corte en la chaqueta de uno de los Salta. De la misma forma, exactamente…

ZZZZZzzzzzz…

Ese ruido característico cantó en las orejas del comisario. Levantó la cabeza y descubrió una mosca en el techo. El insecto dio algunos pasos, despegó y revoloteó encima de su cráneo. Un policía, molesto por el ruido, quiso echarla, pero el comisario le disuadió de ello. Seguía su trayectoria y quería saber dónde iba a posarse.

—¡Mire!

Tras varios círculos que tuvieron por efecto cansar la paciencia de todos los policías y de la periodista, la mosca se dignó aterrizar sobre el cuello del cadáver. Luego se deslizó bajo su barbilla. Y desapareció bajo el profesor MacHarious.

Jacques Méliés, intrigado, se acercó y dio la vuelta al cuerpo para descubrir dónde iba la mosca.

Fue entonces cuando vio la inscripción.

El profesor MacHarious había empleado sus últimas energías en mojar su índice en la sangre que fluía de sus orejas y escribir una palabra en la sábana. Nada más hacerlo se había desmoronado encima, tal vez para evitar que el asesino descubriese el mensaje, tal vez porque había muerto en ese momento.

Todos los presentes se acercaron para leer las ocho letras.

La mosca estaba absorbiendo con su trompa la sangre que formaba la primera letra: «H». Luego, cuando hubo terminado esos entremeses, se bebió la «O», la «R», la «M», la «I», la «G», la «A» y la «S».

68. Carta a Laetitia

«Laetitia, querida hija:

»No me juzgues.

»No he podido soportar quedarme a tu lado tras la muerte de tu madre porque cada vez que te miraba la veía a ella, y eso era como si un cuchillo ardiente se clavase en mi cerebro.

»No soy de esos hombres sólidos a los que nada afecta y que aprietan las mandíbulas cuando se levanta la tempestad. En esos momentos, tiendo a abandonarme y a dejarme arrastrar como una hoja seca.

»Sé que he elegido lo que generalmente se considera el comportamiento más cobarde: la fuga. Pero ninguna otra decisión podía salvarnos a ti y a mí.

«Crecerás por lo tanto sola, te educarás sola, deberás encontrar en ti la fuerza y las protecciones que te llevarán hacia delante. No es la peor de las escuelas, todo lo contrario. En la vida uno está siempre solo, y, cuanto antes se comprende, mejor.

»Encuentra tu camino.

»En mi familia, todo el mundo ignora tu existencia. Siempre he sabido guardar en secreto lo que yo más quería. En el momento en que recibas esta carta, probablemente ya estaré muerto. Por lo tanto, será inútil que me busques. He legado mi piso a mi sobrino Jonathan. No vayas a verle, no le hables, no reivindiques nada.

»Te dejo una herencia completamente distinta. Un regalo que podría parecer carente de valor al común de los mortales. Sin embargo, es extremadamente precioso para un espíritu curioso y emprendedor. Y, en este punto, confío en ti.

»Se trata de los planos de una máquina que permitirá descifrar el lenguaje olfativo de las hormigas. Lo he bautizado “Piedra Rosetta”, porque supone una posibilidad única de tender un puente entre dos especies, entre dos civilizaciones, ambas muy desarrolladas.

»En resumen, esa máquina es un traductor. Por medio de ella podremos no sólo comprender a las hormigas sino, además, hablar con ellas. ¡Dialogar con las hormigas! ¿Te das cuenta?

»Yo apenas he empezado a utilizarla y ya me ha abierto tantas perspectivas maravillosas que no bastará lo que me queda de vida para caminar por ellas.

«Prosigue tú mi obra. Toma el relevo. Más tarde, deberás pasárselo a otra persona que elijas, para que ese dispositivo no desaparezca nunca. Pero actúa siempre con la mayor discreción: todavía es demasiado pronto para que la inteligencia de las hormigas aparezca ante los hombres a plena luz. Deberás hablar de todo esto únicamente con aquellos o aquellas que te sean útiles para progresar.

»Tal vez ese día mi sobrino Jonathan haya conseguido utilizar el prototipo que he dejado en la bodega. A decir verdad, lo dudo, pero poco importa.

»En cuanto a ti, si ese camino te atrae y te llama, creo que ha de reservarte pasmosas sorpresas.

«Hija mía, te quiero.

»Edmond Wells

»P.D. 1.
Te adjunto los planos de la Piedra Rosetta.

»P.D. 2.
Te adjunto también el segundo volumen de mi “Enciclopedia del saber relativo y absoluto”. Existe una copia en el fondo de la bodega de mi piso. Esta obra pretende abarcar todos los sectores del conocimiento con una predilección, evidentemente, por la entomología. “La Enciclopedia del saber relativo y absoluto” es como un bazar, en el que cada cual encuentra lo que va a buscar. Cada lectura tiene un sentido diferente, porque entra en consonancia con la vida del lector y armoniza con su propia visión del mundo.

«Piensa que es un guía, un amigo que te envío.

»P.D. 3
. ¿Te acuerdas de que, cuando eras pequeña, ya te gustaban los enigmas y te planteé uno? Te preguntaba cómo se podían hacer cuatro triángulos equiláteros mediante seis cerillas. Te di una frase para ayudarte en la búsqueda: “Hay que pensar de otra manera”. Tardaste pero terminaste por descubrir la solución. Abrirse a la tercera dimensión. Pensar de modo distinto a lo habitual. Hacer una pirámide en relieve. Era un primer paso. Ahora quiero proponerte otro enigma, que pertenece al segundo estadio. También con seis cerillas, ¿puedes formar no cuatro sino seis triángulos equiláteros? La frase que te ayudará a buscar puede parecerte a priori lo contrario de la anterior. Es ésta: “Hay que pensar de la misma manera que el otro”».

69. Veinte mil leguas sobre tierra

La cruzada avanza, el bosque cambia. A trozos, la erosión de la caliza ha permitido al gres salir como dientes de leche. Brezos, musgos y junglas de helechos se suceden.

Drogadas por el calor tórrido del mes de agosto, las hormigas alcanzan en un tiempo récord las aldeas orientales de la Federación: Liviu-kan, Zubi-zubi-kan, Zedi-bei-nakán… En todas partes les ofrecen capullos llenos de melazo, jamones de saltamontes, cabezas de grillos rellenas de cereales. En Zubi-zubi-kan les ruegan que acepten un rebaño de ciento sesenta pulgones para ordeñarlos durante el viaje.

Y luego se habla de los Dedos. Todo el mundo habla de ellos. ¿Quién no ha sufrido ya accidentes con los Dedos? Se han encontrado expediciones enteras aplastadas.

La ciudad de Zubi-zubi-kan nunca ha tenido que enfrentarse a ellos directamente. A las zubizubikanianas les gustaría mucho reforzar con su presencia la cruzada, pero la temporada de caza de las mariquitas empezará pronto, y, además, necesitan de todas sus mandíbulas para proteger sus grandes riquezas ganaderas.

En Zedi-bei-nakán, la etapa siguiente, soberbia ciudad construida en las raíces de un haya, son menos avaros. ¡Se suma a la cruzada una legión de artilleras equipadas con el nuevo ácido hiperconcentrado al 60%! Y ofrecen además una reserva de veinte capullos ánfora llenos de esa munición.

También aquí los Dedos han causado destrozos. Con un aguijón gigante han grabado signos en la corteza de su árbol. El haya lo pasó muy mal y empezó a secretar una savia tóxica que a punto estuvo de envenenarlas a todas. Las zedibeinakanianas se vieron obligadas a mudarse mientras cicatrizaba la corteza.

¿Y si los Dedos fueran entidades benéficas cuyos actos somos incapaces de comprender?

La ingenua intervención de 24 es acogida con asombrosa estupefacción. ¿Cómo se puede emitir semejante observación durante una cruzada anti-Dedos?

103.683 vuela en ayuda de la atolondrada. Le explica que en Bel-o-kan no se vacila en considerar todos los casos, ejercicio cuyo objetivo consiste en no dejarse sorprender por la adversidad.

Una belokaniana enseña a las zedibeinakanianas el último canto evolucionario compuesto por Madre Chli-pu-ni con motivo de esta cruzada:

La elección de tu adversario define tu valor.

Quien combate a un lagarto se vuelve lagarto,

Quien combate a un pájaro se vuelve pájaro,

Quien combate a un ácaro se vuelve ácaro.

¿Y se vuelve un dios quien combate a un dios?, se pregunta 103.683.

En cualquier caso, el estribillo encanta a las zedibeinakanianas. Muchas preguntan a las cruzadas sobre las tecnologías evolucionarías puestas a punto por su reina. Las belokanianas no se hacen de rogar para referir la forma en que la Ciudad ha sabido domar a los coleópteros rinoceronte que, de pronto, se convierten en las estrellas festejadas. Hablan de canales de circulación interna, de nuevas armas, de nuevas técnicas agrícolas y de modificaciones arquitectónicas en la Ciudad central.

No sabíamos que el movimiento evolucionario hubiera tomado semejante amplitud, dice la reina Zedi-bei-nikiuni.

Nadie dice una palabra, por supuesto, de los estragos provocados por el reciente chaparrón, ni de la existencia de rebeldes pro-Dedos en el seno mismo de la Ciudad.

Las zedibeinakanianas están realmente impresionadas. ¡Y pensar que no hace un año las tecnologías mirmeceanas más avanzadas se reducían a la cría de pulgones, el cultivo de hongos y la fermentación del melazo!

Las hormigas discuten, por último, sobre la cruzada propiamente dicha. 103.683 explica que el ejército atravesará el río, franqueará el confín del mundo y, a partir de ahí, rastrillará la mayor extensión posible a fin de no dar tiempo a ningún Dedo para que escape.

La reina Zedi-bei-nikiuni se pregunta si las tres mil soldados de la Ciudad central bastarán para exterminar a todos los Dedos del mundo. 103.683 confiesa que también ella siente algunas dudas al respecto, y eso, pese a la ayuda de la legión volante.

La reina Zedi-bei-nikiuni medita y luego consiente en prestar a las cruzadas una legión de caballería ligera. Son soldados de patas muy altas, extremadamente veloces y aptas, a buen seguro, para cazar a los Dedos en su huida.

Luego la reina habla de otra cosa. De las extravagancias de una nueva ciudad. ¿Una ciudad hormiga? No, una ciudad abeja, la colmena de Askolein, llamada a veces la Colmena de oro. Está situada cerca de allí, en el cuarto árbol a la derecha del gran roble velludo. Desde allí recolectan su polen, cosa que es normal. Pero no lo es tanto que no vacilen en atacar, si pueden, los convoyes de hormigas. Este comportamiento pirata no sorprendería nada en las avispas. Pero, en el caso de las abejas, parece más bien preocupante.

Zedi-bei-nikiuni llega a pensar incluso que esas abejas alimentan proyectos expansionistas. Acosan a los convoyes cada vez más cerca de su ciudad madre. A las hormigas les cuesta mucho rechazarlas. La mayoría de las veces, por miedo a recibir un dardo venenoso, prefieren abandonar sus presas.

¿Es cierto que las abejas mueren después de haber picado?, pregunta un escarabajo rinoceronte.

Todo el mundo queda sorprendido al ver a un coleóptero dirigirse directamente a hormigas, pero, como después de todo también él participa en la cruzada, una zeidibeinakaniana condesciende a contestarle:

No, no siempre. Sólo mueren si hunden su dardo a mucha profundidad.

Otro mito que se desmorona.

Han intercambiado un montón de informaciones útiles, pero la noche está cayendo. Las belokanianas agradecen a la ciudad de Zedi-bei-nakán los refuerzos generosamente concedidos. Ambas poblaciones intercambian numerosas trofalaxias. Se lavan las antenas unas a otras antes de que el frío invite a todo el mundo a un sueño obligado.

70. Enciclopedia

ORDEN:
El orden genera el desorden, el desorden genera el orden. En teoría, si se bate un huevo para hacer una tortilla, existe una probabilidad ínfima de que la tortilla pueda volver a tomar la forma del huevo del que ha salido. Pero esa probabilidad existe. Y cuando más desorden haya en esa tortilla, más se multiplican las posibilidades de recuperar el orden del huevo inicial.

Por lo tanto, el orden no es más que una combinación de desórdenes. Cuanto más se expande nuestro universo ordenado, más entra en desorden. Desorden que, difundiéndose a su vez, genera órdenes nuevos en los que nada excluye que uno de ellos pueda ser idéntico al orden primitivo. Delante de nosotros, en el espacio y en el tiempo, en el confín de nuestro universo caótico se halla, ¿quién sabe?, el Big Bang original.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

71. El flautista

¡Ding, dong!

Laetitia Wells abrió rápidamente.

—Buenos días, comisario. ¿Viene otra vez a ver la televisión?

—Quiero discutir, poner en claro mis ideas. Escúcheme, eso me bastará, no le estoy pidiendo que me descubra sus elementos de reflexión.

Ella le dejó pasar.

—Muy bien, comisario, soy toda oídos.

Le indicó un sillón y luego se sentó frente a él cruzando sus largas piernas.

Él admiró primero el drapeado a la griega de su vestido y las incrustaciones de jade en sus finos cabellos antes de empezar:

—Permítame que resuma. El asesino es alguien capaz de entrar y actuar en un espacio cerrado; alguien que suscita terror, que no deja huellas tras de sí y que sólo parece atacar a químicos especializados en insecticidas.

—Y que da miedo a las moscas —añadió Laetitia, sirviendo dos copas de hidromiel y mirándole fijamente con sus grandes ojos violeta.

—Sí —continuó el comisario—. Pero ese MacHarious nos ha aportado un elemento nuevo: la palabra «hormigas». Podríamos pensar entonces que nos hallamos frente a hormigas que atacan a los fabricantes de insecticidas. La idea resulta divertida, desde luego, pero…

—Pero es poco realista.

—Exactamente.

—Las hormigas habrían dejado huellas —dice la periodista—. Por ejemplo, se habrían interesado en los alimentos que había por la casa. Ninguna hormiga resiste el cebo de una manzana fresca, y había una intacta sobre la mesilla de noche de MacHarious.

—Bien observado.

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