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Authors: Ambrose Bierce

Tags: #Humor, Política, Otros

El diccionario del Diablo (3 page)

BOOK: El diccionario del Diablo
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C
Caaba

s
. Piedra de gran tamaño ofrecida
por el arcángel Gabriel al patriarca Abraham, que se conserva en La
Meca. Es posible que el patriarca le haya pedido al arcángel un
pedazo de pan.

Cabezas Redondas

s
. Miembros del partido
parlamentario en la guerra civil inglesa, llamados así por su
costumbre de usar el cabello corto, mientras que sus enemigos, los
Caballeros, los llevaban largos. Había otras diferencias entre
ellos, pero la moda en el peinado constituía la causa fundamental
de sus reyertas. Los Caballeros eran realistas porque su rey, un
individuo indolente, prefería dejarse crecer el pelo antes que
lavarse el cuello. Los Cabezas Redondas, en su mayoría barberos y
fabricantes de jabón, consideraban eso como un insulto a su
profesión; es natural que el cuello del monarca fuese el objeto de
su particular indignación. Hoy, los descendientes de los
beligerantes se peinan todos igual, pero las brasas del odio
encendido en aquel antiguo conflicto siguen ardiendo bajo las
cenizas de la cortesía británica.

Cabo

s
. Hombre que ocupa el último
peldaño de la escalera militar; cuando un cabo cae en combate, el
golpe es menor.

Cagada de mosca

s
. Prototipo de la
puntuación. Observa Garvinus que los sistemas de puntuación usados
por los distintos pueblos que cultivan una literatura, dependían
originalmente de los hábitos sociales y la alimentación general de
las moscas que infestaban los diversos países. Estos animalitos,
que siempre se han caracterizado por su amistosa familiaridad con
los autores, embellecen con mayor o menor generosidad, según los
hábitos corporales, los manuscritos que crecen bajo la pluma,
haciendo surgir el sentido de la obra por una especie de
interpretación superior a, e independiente de, los poderes del
escritor. Los «viejos maestros» de la literatura, —es decir los
escritores primitivos cuya obra es tan estimada por los escribas y
críticos que usan luego el mismo idioma— jamás puntuaban, sino que
escribían a vuelapluma sin esa interrupción del pensamiento que
produce la puntuación. (Lo mismo observamos en los niños de hoy, lo
que constituye una notable y hermosa aplicación de la ley según la
cual la infancia de los individuos reproduce los métodos y estadios
de desarrollo que caracterizan a la infancia de las razas.). Los
modernos investigadores, con sus instrumentos ópticos y ensayos
químicos, han descubierto que toda la puntuación de esos antiguos
escritos, ha sido insertada por la ingeniosa y servicial
colaboradora de los escritores, la mosca doméstica o «Musca
maledicta». Al transcribir esos viejos manuscritos, ya sea para
apropiarse de las obras o para preservar lo que naturalmente
consideraban como revelaciones divinas, los literatos posteriores
copian reverente y minuciosamente todas las marcas que encuentran
en los papiros y pergaminos, y de ese modo la lucidez del
pensamiento y el valor general de la obra se ven milagrosamente
realzados. Los autores contemporáneos de los copistas, por
supuesto, aprovechan esas marcas para su propia creación, y con la
ayuda que les prestan las moscas de su propia casa, a menudo
rivalizan y hasta sobrepasan las viejas composiciones, por lo menos
en lo que atañe a la puntuación, que no es una gloria desdeñable.
Para comprender plenamente los importantes servicios que la mosca
presta a la literatura, basta dejar una página de cualquier
novelista popular junto a un platillo con crema y melaza, en una
habitación soleada, y observar cómo el ingenio se hace más
brillante y el estilo más refinado, en proporción directa al tiempo
de exposición.

Cagatintas

s
. Funcionario útil que con
frecuencia dirige un periódico. En esta función está estrechamente
ligado al chantajista por el vínculo de la ocasional identidad; en
realidad el cagatintas no es más que el chantajista bajo otro
aspecto, aunque este último aparece a menudo como una especie
independiente. El cagatintismo es más despreciable que el chantaje,
así como el estafador es más despreciable que el asaltante de
caminos.

Caimán

s
. Cocodrilo de América,
superior, en todo, al cocodrilo de las decadentes monarquías del
Viejo Mundo. Herodoto dice que, el Indus es, con una excepción, el
único río que produce cocodrilos; estos, sin embargo, parecen
haberse trasladado al Oeste, y haber crecido con los otros
ríos.

Calamidad

s
. Recordatorio evidente e
inconfundible de que las cosas de esta vida no obedecen a nuestra
voluntad. Hay dos clases de calamidades: las desgracias propias y
la buena suerte ajena.

Camello

s
. Cuadrúpedo («Palmipes
Jorobidorsus») muy apreciado en el negocio circense. Hay dos clases
de camellos: el camello propiamente dicho y el camello
impropiamente dicho. Este último es el que siempre se
exhibe.

Camino

s
. Faja de tierra que permite ir
de donde uno está cansado a donde es inútil ir.

Candidatear

s
. Someter a alguien al más
elevado impuesto político. Proponer una persona adecuada para que
sea enlodada y abucheada por la oposición.

Candidato

s
. Caballero modesto que
renuncia a la distinción de la vida privada y busca afanosamente la
honorable oscuridad de la función pública.

Cangrejo

s
. Pequeño crustáceo parecido a
la langosta, aunque menos indigerible. En este animalito está
admirablemente figurada y simbolizada la sabiduría humana; porque
así como el cangrejo se mueve sólo hacia atrás, y sólo puede tener
una mirada retrospectiva, no viendo otra cosa que los peligros ya
pasados, así la sabiduría del hombre no le permite eludir las
locuras que asedian su marcha, sino únicamente aprender su
naturaleza con posterioridad.

Caníbal

s
. Gastrónomo de la vieja
escuela, que conserva los gustos simples y la dieta natural de la
época preporcina.

Cáñamo

s
. Planta con cuya corteza
fibrosa se hacen collares, que suelen usarse al aire libre en una
ceremonia precedida de oratoria; el que se pone uno de esos
collares, deja de tener frío.

Cañón

s
. Instrumento usado en la
rectificación de las fronteras.

Capacidad

s
. Conjunto de dotes naturales
que permiten realizar una pequeña parte de las ambiciones más
mezquinas que distinguen a los hombres capaces de los muertos. En
último análisis, la capacidad consiste, por lo general, en un alto
grado de solemnidad. Es posible, sin embargo, que esta notable
cualidad sea apreciada a justo título; ser solemne, no es tarea
fácil.

Capital

s
. Sede del desgobierno. Lo que
provee el fuego, la olla, la cena, la mesa, el cuchillo y el
tenedor al anarquista, quien sólo contribuye con la desgracia antes
de la comida.

Carcaj

s
. Vaina portátil en que el
antiguo estadista y el abnegado aborigen transportaban su argumento
más liviano.

Carnada

s
. Preparado que hace más
apetitoso el anzuelo. La belleza es la mejor de las
carnadas.

Carne

s
. Segunda Persona de la Trinidad
secular.

Carne de gusano

s
. Producto terminado
del que somos la materia prima. Contenido del Taj Mahal, el
Monumento a Napoleón y el Grantarium. La estructura que la alberga
suele sobrevivirle, aunque también ella «ha de irse con el tiempo».
Probablemente la tarea más necia que puede ocupar a un ser humano
es la construcción de su propia tumba; el propósito solemne que lo
anima en tales casos acentúa por contraste la previsible futilidad
de su empresa.

Carnívoro

adj
. Dícese del que cruelmente
acostumbra devorar al tímido vegetariano, a sus herederos y
derechohabientes.

Carro fúnebre

s
. Cochecito de niños de
la muerte.

Cartesiano

adj
. Relativo a Descartes,
famoso filósofo, autor de la célebre sentencia «Cogito, ergo sum»,
con la que pretende demostrar la realidad de la existencia humana.
Esa máxima podría ser perfeccionada en la siguiente forma: «Cogito,
cogito, ergo cogito sum» («Pienso que pienso, luego pienso que
existo»), con lo que se estaría más cerca de la verdad que ningún
filósofo hasta ahora.

Casa

s
. Estructura hueca construida para
habitación del hombre, la rata, el escarabajo, la cucaracha, la
mosca, el mosquito, la pulga, el bacilo y el microbio. «Casa de
corrección»: lugar de recompensa por servicios políticos o
personales. «Casa de Dios»: edificio coronado por un campanario y
una hipoteca. «Perro Guardián de la Casa»: bestia pestilente
encargada de insultar a los transeúntes y aterrar a los visitantes.
«Sirvienta de la Casa»: persona joven, del sexo opuesto, a quien se
emplea para que se muestre variadamente desagradable e
ingeniosamente desalineada en la situación que el bondadoso Dios le
ha dado.

Castigo

s
. Lluvia de fuego y azufre que
cae sobre los justos e igualmente sobre los injustos que no se han
protegido expulsando a los primeros.

Celo

s
. Cierto desorden nervioso que
afecta a los jóvenes e inexpertos. Pasión que precede a una
prosternación.

Celoso

adj
. Indebidamente preocupado por
conservar lo que sólo se puede perder cuando no vale la pena
conservarlo.

Cementerio

s
. Terreno suburbano aislado
donde los deudos conciertan mentiras, los poetas escriben contra
una víctima indefensa y los lapidarios apuestan sobre la
ortografía. Los siguientes epitafios demuestran el éxito alcanzado
por estos juegos olímpicos: «Sus virtudes eran tan notorias que sus
enemigos, incapaces de pasarlas por alto, las negaron, y sus
amigos, refutados por ellas en sus vidas insensatas, las arguyeron
por vicios. Esas virtudes son aquí conmemoradas por su familia, que
las compartió.» «Aquí en la tierra nuestro amor prepara. Un
lugarcito a la pequeña Clara. Que todos compadezcan nuestro duelo Y
el arcángel Gabriel la lleve al cielo.»

Cenobita

s
. Hombre que piadosamente se
encierra para meditar en el pecado; y que para mantenerlo fresco en
la memoria, se une a una comunidad de atroces pecadores.

Centauro

s
. Miembro de una raza de
personas que existió antes que la división del trabajo alcanzara su
grado actual de diferenciación, y que obedecían la primitiva máxima
económica. «A cada hombre su propio caballo». El mejor fue Quirón,
que unía la sabiduría y las virtudes del caballo a la rapidez del
hombre.

Cerbero

s
. El perro guardián del Hades,
que custodiaba su entrada, no se sabe contra quién, puesto que todo
el mundo, tarde o temprano, debía franquearla, y nadie deseaba
forzarla. Es sabido que Cerbero tuvo tres cabezas, pero algunos
poetas le atribuyeron hasta un centenar. El profesor Graybill, cuyo
erudito y profundo conocimiento del griego da a su opinión un peso
enorme, ha promediado todas esas cifras, llegando a la conclusión
de que Cerbero tuvo veintisiete cabezas; juicio que sería decisivo
si el profesor Graybill hubiera sabido: a) algo de perros y b) algo
de aritmética.

Cerdo

s
. Ave notable por la
uníversalidad de su apetito, y que sirve para ilustrar la
universalidad del nuestro. Los mahometanos y judíos no favorecen al
cerdo como producto alimenticio, pero lo respetan por la delicadeza
de sus costumbres, la belleza de su plumaje y la melodía de su voz.
Esta ave es particularmente apreciada como cantante: una jaula
llena, puede hacer llorar a más de cuatro. El nombre científico de
este pajarito es Porcus Rockefelleri. El señor Rockefeller no
descubrió el cerdo, pero se lo considera suyo por derecho de
semejanza.

Cerebro

s
. Aparato con que pensamos que
pensamos. Lo que distingue al hombre contento, con «ser» algo del
que quiere «hacer» algo. Un hombre de mucho dinero, o de posición
prominente, tiene por 32 lo común tanto cerebro en la cabeza que
sus vecinos no pueden conservar el sombrero puesto. En nuestra
civilización y bajo nuestra forma republicana de gobierno, el
cerebro es tan apreciado que se recompensa a quien lo posee
eximiéndolo de las preocupaciones del poder.

Cerradura

s
. Divisa de la civilización y
el progreso.

Cetro

s
. Bastón de mando de un rey,
signo y símbolo de su autoridad. Originariamente era una maza con
que el soberano reprendía a su bufón y vetaba las medidas
ministeriales, rompiendo los huesos a sus proponentes.

Cimitarra

s
. Espada curva de extremado
filo en cuyo manejo ciertos orientales alcanzan extraordinario
virtuosismo, como ilustra el incidente que narraremos, traducido
del japonés de Shushi Itama, famoso escritor del siglo trece:

Cuando el gran GichiKuktai era Mikado, condenó a la decapitación a
Jijiji Ri, alto funcionario de la Corte. Poco después del momento
señalado para la ceremonia, ¡cuál no sería la sorpresa de Su
Majestad al ver que el hombre que debió morir diez minutos antes,
se acercaba tranquilamente al trono!

—¡Mil setecientos dragones!—
exclamó el enfurecido monarca— ¿No te condené a presentarte en la
plaza del mercado, para que el verdugo público te cortara la cabeza
a las tres? ¿Y no son ahora las tres y diez?—

—Hijo de mil ilustres
deidades— respondió el ministro condenado, —todo lo que dices es
tan cierto, que en comparación la verdad es mentira—. Pero los
soleados y vivificantes deseos de Vuestra Majestad han sido
pestilentemente descuidados. Con alegría corrí y coloqué mi cuerpo
indigno en la plaza del mercado. Apareció el verdugo con su desnuda
cimitarra, ostentosamente la floreó en el aire y luego, dándome un
suave toquecito en el cuello, se marchó, apedreado por la plebe, de
quien siempre he sido un favorito. Vengo a reclamar que caiga la
justicia sobre su deshonorable y traicionera cabeza.—

—¿A qué
regimiento de verdugos pertenece ese miserable de negras
entrañas?—

—Al gallardo Nueve mil Ochocientos Treinta y Siete. Lo
conozco. Se llama SakkoSamshi.—

—Que lo traigan ante mí —dijo el
Mikado a un ayudante, y media hora después el culpable estaba en su
Presencia.

—¡Oh, bastardo, hijo de un jorobado de tres patas sin
pulgares! —rugió el soberano —¿Por qué has dado un suave toquecito
al cuello que debiste tener el placer de cercenar?—

—Señor de las Cigüeñas y de los Cerezos—respondió, inmutable, el verdugo—,
ordénale que se suene las narices con los dedos.— Ordenólo el rey.

Jijiji Ri sujetóse la nariz y resopló como un elefante. Todos
esperaban ver cómo la cabeza cercenada saltaba con violencia, pero
nada ocurrió.

La ceremonia prosperó pacíficamente hasta su fin.
Todos los ojos se volvieron entonces al verdugo, quien se había
puesto tan blanco como las nieves que coronan el Fujiyama. Le
temblaban las piernas y respiraba con un jadeo de terror.

—¡Por mil
leones de colas de bronce!— gritó — ¡Soy un espadachín arruinado y
deshonrado! ¡Golpeé sin fuerza al villano, porque al florear la
cimitarra la hice atravesar por accidente mi propio cuello! Padre
de la Luna, renuncio a mi cargo—. Dicho esto, agarró su coleta,
levantó su cabeza y avanzando hacia el trono, la depositó
humildemente a los pies del Mikado.

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