El discípulo de la Fuerza Oscura (11 page)

BOOK: El discípulo de la Fuerza Oscura
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—Debo deciros que la Gran Guerra Sith que tuvo lugar... —La imagen hizo una pausa mientras el Holocrón evaluaba la situación actual—. Que tuvo lugar hace cuatro mil años antes de vuestra época —siguió diciendo—, fue provocada por un estudiante mío llamado Exar Kun que descubrió enseñanzas prohibidas de los antiguos Sith. Imitó los actos de los Sith, que habían caído hacía ya mucho tiempo, y los utilizó para formar su propia filosofía del Código Jedi, una distorsión de todo aquello que sabemos es verdadero y justo. Exar Kun utilizó esos conocimientos para establecer una vasta y poderosa hermandad, y reclamó para sí el título de primer Señor Oscuro del Sith.

Luke se envaró.

—Otros han vuelto a reclamar ese título, y han seguido haciéndolo hasta esta época —dijo.

Incluido Darth Vader...

El Maestro Vodo-Siosk Baas pareció apoyarse más pesadamente en su báculo.

—Había albergado la esperanza de que Exar Kun y los suyos hubieran sido derrotados de una vez por todas —siguió diciendo—. Exar Kun se alió con Ulic Qel-Droma, otro Jedi muy poderoso que era un gran señor de la guerra. Exar Kun infiltró su trama de hilos invisibles por toda la textura de la Antigua República, y provocó su caída mediante la traición y las habilidades distorsionadas para usar la Fuerza que había adquirido.

El Maestro Vodo contempló a los estudiantes congregados a su alrededor. Gantoris parecía increíblemente impaciente por oír más cosas sobre aquellos acontecimientos tan alejados en el tiempo, pues se había inclinado hacia adelante y estaba contemplándole con sus oscuros ojos muy abiertos. La imagen del Maestro Jedi muerto hacía mucho se volvió hacia Luke.

—Debes advertir a tus estudiantes para que tengan mucho cuidado con las tentaciones de conquista. Eso es todo cuanto puedo decirte por ahora.

La imagen parpadeó y se esfumó. Luke desactivó el Holocrón sintiéndose profundamente inquieto. Las imágenes volvieron a su estado anterior de remolinos color perla dentro de sus paredes cúbicas.

—Creo que ya es suficiente por esta mañana —dijo Luke—. Todos sabemos que otros Jedi han seguido el camino equivocado, con un resultado final catastrófico y lleno de sufrimientos no sólo para ellos, sino también para millones de vidas inocentes; pero yo confío en vosotros. Un Jedi debe confiar en sí mismo, y un Maestro Jedi debe confiar en sus discípulos.

»Exploraos a vosotros mismos y explorad cuanto os rodea, en equipos o solos, como os sintáis más cómodos... Id a la jungla. Id a otras zonas de este templo, o sencillamente volved a vuestras cámaras. La elección es vuestra.

Luke se sentó en el borde de la plataforma y contempló cómo los estudiantes iban saliendo de la gran sala. El cubo traslúcido del Holocrón permanecía en silencio junto a él, un recipiente lleno de conocimientos tan valiosos como peligrosos.

Obi-Wan Kenobi había sido el maestro de Luke. Luke había escuchado con gran atención cada palabra salida de los labios del anciano y siempre las había creído y había confiado en él, pero posteriormente había descubierto con cuánta frecuencia había oscurecido los hechos y distorsionado la información.... o, tal como lo explicaba Obi-Wan, cómo se había limitado a ofrecerle la verdad «desde cierto punto de vista».

Luke siguió contemplando las siluetas envueltas en túnicas oscuras, y se preguntó si sus estudiantes serían capaces de asimilar y utilizar los conocimientos que llegaran a descubrir. ¿Y si, como le había ocurrido a Exar Kun en la historia que había contado el Maestro Vodo, sentían la tentación de buscar las enseñanzas prohibidas de los Sith, que se diferenciaban del Código Jedi de una manera muy sutil pero terriblemente crucial?

Luke temía lo que podía llegar a ocurrir si uno de sus estudiantes empezaba a avanzar por el camino equivocado. Pero también sabía que tenía que confiar en ellos..., pues de lo contrario jamás podrían llegar a convertirse en Caballeros Jedi.

La noche estaba muy avanzada, y Gantoris se hallaba encorvado sobre su mesa de trabajo construyendo su propia espada de luz en secreto.

Estaba envuelto por una capa de sombras que eliminaba cualquier distracción que pudiera apartarle de su tarea. Sus oscuras pupilas ya se habían adaptado al haz direccional de la lámpara, que arrojaba un charco de áspera claridad sobre la superficie de trabajo repleta de piezas y equipo, dejando el resto de la habitación sumida en la penumbra. Gantoris se movió para coger otra herramienta de precisión, y su sombra aleteó sobre los viejos muros de piedra como un ave de presa.

El Gran Templo estaba muy silencioso, como si fuera una antigua trampa concebida para ahogar todos los sonidos. Los otros estudiantes de la Academia Jedi del Maestro Skywalker —su praxeum, como la había llamado él— se habían retirado a sus cámaras privadas para caer en el profundo sopor del agotamiento o para meditar sobre las técnicas de relajación Jedi.

El cuello de Gantoris estaba dolorido, y las muchas horas que llevaba manteniendo la misma postura habían hecho que le ardieran todos los músculos. Tragó aire y lo expulsó, y su nariz captó los olores del humo antiguo y del musgo que se había esforzado durante milenios para abrirse paso a través de las grietas en los bloques que habían sido colocados con tanta exactitud por los alienígenas desaparecidos al erigir su templo.

El musgo se había marchitado poco después de que Gantoris se hubiera instalado en las cámaras...

La jungla de Yavin 4 hervía con la continua agitación de una vida nerviosa que se movía, parloteaba, cantaba y chillaba mientras las criaturas más fuertes se alimentaban y las criaturas más débiles morían.

Gantoris siguió trabajando. Ya no necesitaba dormir. Podía obtener la energía que necesitaba utilizando distintos métodos, secretos que le habían sido revelados y cuya existencia ni siquiera era sospechada por los otros estudiantes. Se había deshecho la trenza y su abundante melena negra era una masa de rizos y mechones desordenados, y un olor acre muy parecido al de la pólvora se había pegado a su capa y a su piel.

Concentró su atención en los componentes esparcidos sobre la mesa: metal mate, cristal resplandeciente, sistemas electrónicos plateados... Deslizó las yemas de sus dedos sobre los fríos trocitos de cable y alzó una caja de microcontrol de cantos afilados en sus manos temblorosas. Gantoris abrió los ojos con irritación, clavó la mirada en sus manos hasta que los temblores se desvanecieron, y después reanudó el trabajo.

Ya había comprendido cómo tenían que encajar todas las piezas. Le bastaba con acumular el conocimiento Jedi suficiente para conocer las respuestas que andaba buscando, y entonces todo le parecía obvio. Sí, todo era tan obvio...

La elegante hoja de energía cumplía la función de arma personal del Jedi, y era un símbolo de autoridad, capacidad y honor. Armas más toscas podían causar una mayor destrucción indiscriminada, pero no existía ningún otro artefacto capaz de invocar tanta leyenda y misterio como la espada de luz. Gantoris no estaba dispuesto a conformarse con ningún otro.

Cada Jedi construía su espada de luz. Era un rito que marcaba una nueva etapa en el adiestramiento de un nuevo estudiante. El Maestro Skywalker todavía no había empezado a enseñarle cómo hacerlo a pesar de que Gantoris había esperado pacientemente durante mucho tiempo. Sabía que era el mejor de todos sus estudiantes... y Gantoris había decidido que no seguiría esperando.

El Maestro Skywalker no sabía todo lo que un verdadero Maestro Jedi debía enseñar a sus discípulos. Había muchos huecos en sus conocimientos, espacios en blanco que o no comprendía o no deseaba enseñar. Pero el Maestro Skywalker no era la única fuente de conocimiento Jedi disponible...

En cuanto se hubo acostumbrado a prescindir del sueño. Gantoris se dedicó a vagar por los salones y pasadizos del Gran Templo, deslizándose en silencio con los pies descalzos sobre los fríos suelos de piedra, que parecían absorber el calor y mantenerse siempre igual de fríos sin importar lo muy caliente que hubiera podido llegar a estar la jungla durante el día.

A veces vagabundeaba por la selva durante la noche, rodeado por las hilachas de niebla y el canturreo de los insectos. El rocío le mojaba los pies y empapaba su túnica, creando dibujos de significado indescifrable sobre su cuerpo y cubriéndolo con pautas tan extrañas como otros tantos mensajes en código. Gantoris caminaba sin inmutarse mientras desafiaba en silencio a cualquier depredador a que le atacara, sabiendo que sus capacidades Jedi bastarían para imponerse a meras garras y colmillos. Pero nunca fue molestado, y sólo en una ocasión oyó el estrépito de un animal de grandes dimensiones que huía a toda velocidad por entre la espesura alejándose de él.

Pero la voz oscura y misteriosa que había llegado a él en sus pesadillas le había explicado cómo construir una espada de luz, y de repente Gantoris se había visto impulsado por un nuevo propósito. Un auténtico Jedi estaba lleno de recursos. Un auténtico Jedi siempre era capaz de arreglárselas sin ayuda. Un auténtico Jedi encontraba lo que necesitaba.

Gantoris se abrió paso a través de los cierres herméticos de las salas de control rebeldes que había en los niveles inferiores del templo utilizando su capacidad para manipular objetos simples. Encontró largas hileras de maquinaria, ordenadores, paneles de control de las pistas de descenso y sistemas defensivos automatizados cubiertos por el polvo acumulado durante una década de abandono. El Maestro Skywalker sólo había reparado una parte muy pequeña del equipo, ya que los discípulos Jedi no lo necesitaban prácticamente para nada.

Gantoris había trabajado a solas y en silencio. Había quitado paneles de acceso y había extraído microcomponentes, lentes de enfoque, diodos láser y una estructura cilíndrica hueca de veintisiete centímetros de longitud.

Había necesitado tres noches de trabajo para desmontar el equipo desactivado y silencioso, tres noches en las que sus manipulaciones habían creado nubes de polvo y esporas y habían hecho huir a roedores y arácnidos en busca de un lugar más seguro. Pero Gantoris había encontrado lo que necesitaba.

Unió las piezas.

Gantoris extendió las manos bajo la áspera claridad del haz direccional de la lámpara y alzó la estructura cilíndrica. Después utilizó una soldadora láser de micropunto para hacer las muescas de los controles.

Cada Jedi construía su espada de luz guiándose por sus preferencias personales y según un diseño determinado. Algunas tenían un interruptor de seguridad que desactivaba la hoja resplandeciente si se dejaba de sostener la empuñadura, y otras armas permitían bloquear la hoja energética dejándola activada permanentemente.

Gantoris tenía algunas ideas propias.

Instaló una célula de energía pequeña pero muy eficiente. La célula entró en su hueco con un leve chasquido, y las conexiones quedaron establecidas de una manera impecable. Gantoris suspiró, se concentró un momento para eliminar los temblores que habían vuelto a adueñarse de sus manos y cogió otro juego de finos alambres.

Y de repente se encogió sobre sí mismo y giró en redondo para escrutar las sombras que había detrás de él. Había creído oír una respiración, y el crujido casi imperceptible de una túnica oscura. Gantoris contempló las tinieblas con sus ojos ribeteados de ojeras rojizas, intentando discernir la borrosa silueta humana que había en el rincón.

—¡Habla si estás ahí! —gritó.

Su voz sonó tan áspera y enronquecida como si acabara de tragarse un puñado de ascuas al rojo vivo.

Las sombras no le respondieron, y Gantoris dejó escapar un suspiro de alivio. Tenía la boca reseca, y la sequedad se iba extendiendo poco a poco por su garganta hasta convertirse en dolor, pero eliminó las sensaciones con un esfuerzo de voluntad. Ya podría beber agua fresca por la mañana. Un auténtico Jedi era capaz de soportar todas las penalidades.

Construir la espada de luz era su prueba personal. Tenía que hacerlo él solo y sin ayuda de nadie.

Después cogió el componente más valioso e inapreciable del arma: tres joyas corusca sacadas del infierno de altas presiones que era el núcleo de Yavin, el gigante gaseoso. Gantoris había encontrado aquellas gemas en las paredes de obsidiana que se alzaban en un ángulo casi vertical hacia el cielo cuando él y Streen, su estúpido compañero, descubrieron el nuevo templo massassi en las profundidades de la jungla. Las gemas incrustadas en los pictogramas casi hipnóticos tallados en el oscuro cristal volcánico relucían bajo la vaporosa luz anaranjada.

Aquellas tres gemas no habían sido tocadas por nadie durante millares de años, pero se desprendieron de la pared mientras Gantoris las estaba contemplando. Cayeron a sus pies sobre los fragmentos de rocas volcánicas que rodeaban el templo perdido. Gantoris había recogido las gemas, y después había sostenido aquellos cristales suavemente cálidos en las palmas de sus manos mientras Streen iba y venía por entre los obeliscos hablando en voz baja consigo mismo.

Gantoris cogió las joyas. Una era de un rosa acuoso, otra rojo oscuro, y la tercera era increíblemente transparente y estaba iluminada por un fuego interior azul eléctrico que ardía a lo largo de las aristas. Aquellas joyas estaban destinadas a su espada de luz, y habían sido creadas para acabar en las manos de Gantoris. Por fin lo había comprendido. Gantoris había acabado entendiendo el significado de todas sus pesadillas y temores anteriores.

La gran mayoría de espadas de luz sólo tenían una joya que concentraba la energía pura de la célula convirtiéndola en un delgado haz. Al utilizar más de una joya, la hoja de Gantoris tendría capacidades inesperadas que sorprenderían considerablemente al Maestro Skywalker.

Gantoris se irguió por fin. Tenía los dedos despellejados y doloridos, y al moverse el dolor trazó líneas de fuego a lo largo de su cuello, sus hombros y su espalda, pero Gantoris lo eliminó con un sencillo ejercicio Jedi. Podía oír la sinfonía cambiante de ruidos de la jungla que resonaban fuera del Gran Templo a medida que las criaturas nocturnas iban a sus madrigueras y los animales diurnos empezaban a agitarse.

Gantoris sostuvo en la mano la empuñadura cilíndrica de su espada de luz y la inspeccionó bajo la implacable luz de la lámpara. En un arma como aquella la habilidad del artesano siempre era el factor más importante, ya que una variación apenas perceptible podía causar un error de consecuencias desastrosas. Pero Gantoris lo había hecho todo bien. No había intentado apresurarse, y no se había permitido el más mínimo error o improvisación. Su arma era perfecta.

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