El discípulo de la Fuerza Oscura (9 page)

BOOK: El discípulo de la Fuerza Oscura
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Se volvió hacia el puesto de navegación.

—Quiero que trace un curso que nos lleve a las rutas comerciales más recientes que figuren en nuestros bancos de datos y que estén más próximas a nuestra situación actual, teniente.

—Sí, almirante —dijo el teniente, y fue hacia su puesto casi a la carrera.

—Informe a todo el personal de las otras tres naves —dijo Daala.

Una sonrisa llena de osadía y seguridad en sí misma iluminó todo su rostro. Se sentía como si su sangre se hubiera convertido en cobre fundido. Sus verdes pupilas parecían arder con el centelleo de haces láser listos para ser disparados contra presas que no sospechaban lo que iba a ser de ellas.

El combate estaba a punto de empezar.

—Vamos a ir de caza —dijo Daala, y una ovación espontánea brotó de las gargantas de todos los miembros de la dotación del puente de mando.

La flotilla de Destructores Estelares aguardaba en el espacio con los sensores en estado de alerta máxima y escrutando el vacío para detectar las ondulaciones provocadas por la aproximación de una nave. Se encontraban en un nódulo hiperespacial situado en el extremo más alejado de la Columna Vertebral de Comercio Corelliana, donde todas las naves que iban a Bespin, Anoat y los planetas situados a lo largo de la ruta emergían del hiperespacio para recalibrar su curso y reemprender su viaje siguiendo un nuevo vector.

Daala iba y venía por el puente de mando del
Gorgona
, manteniendo su mirada en continuo movimiento y observando a la dotación mientras esperaban. Tenían que esperar, y el escrutinio de Daala servía para que todos siguieran nerviosos y alerta y se mantuvieran decididos a desempeñar sus funciones sin ningún error. Daala se sentía orgullosa de su dotación, y estaba segura de que conseguirían vencer a la escoria rebelde obteniendo una victoria de la que todos podrían sentirse muy orgullosos.

Un teniente se irguió delante de su consola sensora.

—¡Almirante! Las fluctuaciones indican la aproximación de una nave por el hiperespacio. La estoy siguiendo... Está a punto de emerger.

Daala empezó a dar órdenes.

—¡Alerta máxima! Comuniquen al
Basilisco
y al
Mantícora
que deben activar los sistemas de energía de sus baterías turboláser.

El comandante Kratas se levantó a toda prisa de su puesto para ir delegando las tareas a cumplir. La sirena de alerta retumbó en todas las cubiertas del Destructor Estelar. Los soldados de las tropas de asalto corrieron a sus puestos de combate envueltos en el repiqueteo de su armadura y sus armas.

—¡Quiero que dejen incapacitada esa nave, artilleros, no que la destruyan! —gritó Daala por el intercomunicador—. Debemos hacernos con ella.

—¡Aquí viene! —exclamó el teniente.

Daala giró sobre sí misma y clavó la mirada en la negrura vacía del espacio y en las estrellas suspendidas en la más absoluta inmovilidad que formaban complejos dibujos. Primero apareció una ondulación, como un arañazo en un cristal pintado de negro, y un instante después una nave de dimensiones medias entró en el espacio normal y se detuvo con la maniobra de frenado preprogramada necesaria para llevar a cabo una recalibración de navegación.

Daala sonrió e intentó imaginarse la expresión que habría aparecido en el rostro del capitán al ver su curso repentinamente bloqueado por tres Destructores Estelares de la clase Imperial.

—Es una corbeta corelliana, almirante —dijo Kratas, como si Daala no fuera capaz de identificar la nave sin su ayuda. Daala contempló la inconfundible forma de cabeza de martillo de la sección del puente y la hilera de doce enormes motores hiperespaciales y cohetes sublumínicos envuelta por el resplandor blanco azulado de las emanaciones que brotaban de las toberas—. Son los transportes más comunes en la galaxia... Quizá sean comerciantes.

—¿Qué importa eso? —replicó Daala—. Prepárense para hacer fuego. Vamos a averiguar qué tal funcionan las baterías turboláser que repararon en el
Basilisco
.

—La corbeta nos está haciendo señales, almirante —dijo el oficial de comunicaciones.

—Ignórelas. Abra fuego,
Basilisco
. Dos disparos quirúrgicos... Destruya las unidades hiperimpulsores traseras.

Daala clavó la mirada en el visor, experimentando la sensación electrizante del mando. Dos haces de un verde tan intenso que resultaba casi cegador salieron disparados hacia el vacío. El primer impacto se esparció sobre los escudos de la corbeta, que estaban funcionando a plena potencia, pero el segundo haz se abrió paso a través de la zona debilitada y destruyó los motores. La corbeta se bamboleó en el espacio, y después empezó a girar lentamente sobre sí misma como un roedor muerto colgado de un cable. Un débil resplandor rojo amarillento brotó de un núcleo motriz que había sido hecho pedazos por el impacto.

Los tres Destructores Estelares se colocaron sobre la nave incapacitada.

—La corbeta está enviando la señal de rendición —dijo el oficial de comunicaciones.

Daala sintió una fugaz punzada de desilusión, pero la reprimió casi al instante. No podía permitirse el lujo de cometer más errores estúpidos. Ya se había dejado dominar por el entusiasmo cuando se lanzó en persecución de Han Solo y del
Triturador de Soles
robado... y ese exceso de celo había hecho que perdiera el
Hidra
.

El comandante Kratas acababa de aparecer detrás de ella.

—¿Y si esta nave no forma parte de la Alianza Rebelde? —preguntó en voz baja—. Muchos contrabandistas también utilizan corbetas corellianas.

—Una observación interesante —dijo Daala. Tarkin le había hecho comprender hacía ya mucho tiempo que un buen oficial superior siempre escuchaba las opiniones y las sugerencias de los subordinados en los que tenía confianza—. Si el capitán de la nave tiene conexiones con una red de contrabandistas en vez de con la Rebelión, entonces quizá podamos conseguir que trabaje para nosotros. No nos iría mal contar con unos cuantos espías y saboteadores.

Kratas acogió la sugerencia de Daala con un asentimiento de cabeza.

—Preparen un rayo tractor —ordenó Daala—. Abran las puertas de la bodega inferior, y meteremos a la corbeta dentro de nuestro hangar.

Daala activó el sistema de comunicaciones de banda estrecha que había junto a su puesto de mando, y una imagen de un general del ejército imperial surgió de la plataforma de proyección. Su silueta temblaba con un resplandor azulado en los bordes debido a las distorsiones de la transmisión. Daala se inclinó sobre la imagen como un gigante que contemplara un juguete.

—Prepare su grupo de abordaje, general Odosk. ¿Ha dado instrucciones a sus hombres?

—Sí, almirante —respondió la voz filtrada por el circuito—. Sabemos qué debemos hacer.

Daala pulsó un botón que disolvió la imagen en pequeñas chispas de estática, diciéndose que había hecho bien al permitir que el grupo de abordaje que subiría a su primera nave capturada estuviera formado por supervivientes del
Hidra
.

La corbeta incapacitada, que aún estaba envuelta en las emisiones térmicas que se escapaban del núcleo motriz destrozado, tembló al sentir el tirón de los hilos invisibles del rayo tractor del
Gorgona
y empezó a subir hacia él. Las puertas de la bodega inferior del Destructor Estelar se abrieron como las fauces de un gigantesco carnívoro.

El oficial de comunicaciones volvió a hablar.

—La capitana de la corbeta sigue solicitando instrucciones, almirante —dijo—. Parece bastante nerviosa.

Daala giró sobre sí misma.

—¿Nerviosa? ¿La corbeta está al mando de una capitana?

—Es una voz de mujer, almirante.

Daala tabaleó con los dedos sobre un panel mientras evaluaba la nueva información. Las mujeres parecían tener muchas menos dificultades a la hora de ocupar puestos de mando en la Alianza Rebelde que en el Imperio, pero tener que cargar con el peso extra de una lucha brutal había hecho que Daala fuese más fuerte. —Deje que siga sufriendo.

—La captura ha sido completada, almirante —dijo el comandante Kratas—. La corbeta no ha ofrecido ninguna resistencia. El grupo de abordaje ya está preparado.

—Cierren las puertas del hangar —dijo Daala—. Envíen un equipo de sondeo para que examine el núcleo del ordenador de la nave prisionera y extraiga toda la información posible de él. Necesitamos mapas, cintas de historia... Hay demasiadas preguntas a las que debemos encontrar respuesta.

—Pero ¿no acaba de ordenar al general Odosk y su grupo especial que suban a la nave? —preguntó Kratas.

Daala le miró con el ceño fruncido.

—Ellos tienen otras órdenes. Obedezca las suyas, comandante.

—Sí, almirante —dijo Kratas con un hilo de voz.

—Lleve a la capitana de la corbeta a una de las salas de interrogatorio. Quizá tengamos que ejercer un poco de presión para obtener respuestas sinceras...

Kratas asintió y salió rápidamente del puente de mando.

La puerta de la sala de interrogatorio se abrió con un nada amenazador suspiro de aire comprimido. Daala entró y quedó considerablemente desilusionada al ver que habían capturado a un ser alienígena procedente de Sullusta. La criatura era bastante baja, y tenía un rostro ratonil y gruesas mejillas de aspecto gomoso que colgaban alrededor de un mentón redondeado. Sus grandes ojos vidriosos de relucientes pupilas negras como la pez le recordaron los agujeros negros del cúmulo de las Fauces.

El terror estaba haciendo que parloteara a toda velocidad, y la saliva que brotaba de su boca le había humedecido los labios haciéndolos brillar. A su lado había un androide de protocolo plateado de un modelo bastante antiguo que le servía como traductor. El androide movía los brazos y las piernas con estridentes chirridos de sus motivadores, como si su ordenador cerebral estuviera tan confuso que ya no era capaz de controlar todos los sistemas al mismo tiempo.

El androide se volvió hacia Daala y le habló. Tenía voz de mujer, y Daala enseguida comprendió que la nave no estaba al mando de una capitana después de todo.

—¡Almirante! No sabe lo mucho que me alegra conocer a la persona que está al mando de todo esto... ¿Podemos aclarar este malentendido? No hemos hecho nada malo.

El sullustano se había quedado inmóvil junto al androide, y estaba tirando del bonete que cubría la pronunciada curva de su cabeza. Sus labios se movían sin cesar emitiendo un monótono blub-blub-blub.

El androide se encargó de traducirlo.

—El capitán T'Nun Bdu exige una explicación... —El sullustano lanzó un balbuceo alarmado y agarró al androide por un brazo plateado—. Corrección: el capitán le suplica con todos los respetos que tenga la bondad de explicar sus acciones. Le ruega que nos diga si puede hacer algo para evitar que se produzca un incidente diplomático, ya que no tiene el más mínimo deseo de iniciar cualquier clase de conflicto.

El sullustano asintió vigorosamente. Una fina capa de saliva se había acumulado sobre sus labios y estaba empezando a desbordarse, bajando en forma de hilillos por las arrugas de sus gruesas mejillas colgantes.

—Límpiese el mentón —dijo Daala.

Volvió la mirada hacia la horripilante silla de interrogatorio medio oculta entre las sombras de la habitación. Las paredes estaban cubiertas con placas de hierro sin pulir sostenidas mediante grandes remaches. Las manchas indicaban los lugares que no habían sido limpiados después de interrogatorios anteriores. La silla contaba con tuberías y conductos dispuestos en complejos ángulos y curvas, tiras de sujeción, cadenas, protuberancias metálicas y pinchos, pero la gran mayoría de aquellos objetos sólo eran adornos cuya única función era incrementar el terror de la víctima.

—Lo que nos gustaría obtener del capitán en estos momentos es un poco de información —dijo Daala, volviéndose de espaldas a la silla como si hubiera decidido ignorar su presencia—. Quizá pueda proporcionárnosla sin que nos sea necesario recurrir a ningún método de interrogatorio... desagradable.

El capitán se encogió sobre sí mismo, visiblemente aterrorizado.

El androide de color plateado se removió apoyando su peso primero en un pie y luego en otro, y después pareció tomar una decisión. El androide contempló con aparente adoración al capitán sullustano y después se irguió.

—Yo puedo proporcionarle esa información, almirante —dijo con una voz límpida y nada estridente—. No es necesario que torture a mi capitán.

El sullustano volvió a emitir su monótono blub-blub-blub, pero el androide no pareció oírle.

—Se nos ha asignado la misión de entregar suministros y nuevas unidades de alojamiento a una pequeña colonia del planeta Dantooine —dijo—. Por el momento la colonia no mantiene relaciones formales con la Rebelión, y los colonos son refugiados totalmente inofensivos.

—¿Cuántas personas hay en esa colonia? —preguntó Daala.

—Aproximadamente cincuenta. Antes vivían en el viejo puesto avanzado minero de Eol Sha, y actualmente no están armadas.

—Comprendo —dijo Daala—. Bien, capitán, me temo que debemos quedarnos con su cargamento. Tengo entendido que lo habitual es que la bodega de carga de una corbeta corelliana contenga una gran cantidad de provisiones, y que en algunos casos ese cargamento es lo bastante grande como para que la tripulación pueda sobrevivir durante un año sin necesidad de reaprovisionarse... El Imperio necesita esas provisiones, y voy a confiscarlas. Esa colonia de Dantooine tendrá que obtener sus suministros de alguna otra forma.

El sullustano emitió un balbuceo consternado, y Daala le atravesó con la mirada.

—Quizá prefiera salir por la escotilla y presentar una queja, capitán...

El sullustano se calló al instante.

La puerta de la sala de interrogatorios volvió a abrirse con un suspiro, y reveló a dos guardias de las tropas de asalto y al comandante Kratas.

—Lleve al capitán y a este androide de vuelta a su nave —dijo Daala, y después inclinó la cabeza para contemplar al sullustano—. Nuestros hombres ya están vaciando sus bodegas de carga, pero el general Odosk ha ordenado a los técnicos de su grupo de abordaje que reparen el motor dañado y establezcan un cableado de emergencia. Eso bastará para que puedan llegar hasta otro sistema, aunque tardarán bastante en hacerlo.

El sullustano se inclinó sin dejar de parlotear ni un momento en su lengua, que recordaba mucho los chillidos y gruñidos de los roedores. El androide se apresuró a cuadrarse.

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