El discípulo de la Fuerza Oscura (31 page)

BOOK: El discípulo de la Fuerza Oscura
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Han golpeó su escalera de sabacc con la palma de la mano.

—¡El
Halcón
vuelve a ser mío!

Lando sonrió, como si el haber perdido la nave no fuera algo tan terrible después de todo y aquella derrota también tuviera su parte buena.

—Al menos lo recuperas en mejor estado —dijo.

Han le dio una palmada en la espalda, fue a la cabina casi bailando y se dejó caer lentamente en el asiento de pilotaje mientras exhalaba un suspiro de satisfacción.

«Ahora sólo me falta llegar a tiempo para salvar a Leia, y podré decir que ha sido un día perfecto», pensó.

20

Kyp Durron estaba avanzando a través de la exuberante selva de Yavin 4, intentando encontrar senderos ocultos por donde la frondosa vegetación estuviese lo bastante separada para permitirle pasar. Sabía con toda exactitud dónde tenía que ir. El espíritu oscuro de Exar Kun se lo había mostrado.

El movimiento de la espesura hizo que una bandada de avesreptiles depredadores emprendieran el vuelo lanzando estridentes chillidos y abandonando los restos ensangrentados de una presa a la que habían arrastrado por entre la maleza.

Dorsk 81, el compañero que le había tocado en suerte, avanzaba con paso torpe y tambaleante detrás de él. El delgado alienígena de piel sin vello parecía tolerar mucho peor que Kyp aquel aire saturado de humedad y las pendientes que debían escalar.

Una salamandra lanuda que parecía una bola de pelaje purpúreo se escabulló a lo largo del amasijo de ramas y copas de los árboles massassi que se extendía por encima de sus cabezas. Dorsk 81 alzó la mirada y pareció sobresaltarse, pero Kyp ya había detectado la presencia del animal hacía varios minutos y había percibido su pánico irracional y el progresivo aumento de la indecisión que había acabado obligándole a huir.

Kyp se limpió el sudor de los ojos y meneó la cabeza esparciendo un pequeño diluvio de gotitas de transpiración. Después entrecerró los ojos y siguió avanzando todavía más deprisa que antes, sabiendo que ya casi habían llegado a su destino a pesar de que Dorsk 81 aún no tenía ni idea de que estuvieran tan cerca.

Insectos y pequeñas criaturas siempre dispuestas a picar o morder zumbaban y se agitaban a su alrededor, pero ninguno molestaba a Kyp. Estaba emitiendo una sombra consciente de miedo y nerviosismo que rodeaba todo su cuerpo, con el resultado de que las formas de vida inferiores no tenían ningún deseo de aproximarse a él. Exar Kun también le había enseñado aquel pequeño truco.

Dorsk 81 abrió su boca sin labios, jadeando mientras intentaba seguir el vigoroso avance de Kyp y no quedarse rezagado. Su piel entre amarillenta y verde aceituna no mostraba la más mínima señal o irregularidad, su nariz era achatada y sus orejas estaban tan pegadas al cráneo como si alguien hubiera diseñado su raza dentro de un túnel de viento. El alienígena parecía estarlo pasando bastante mal. Sus ojos, mucho más separados que los de un humano, no paraban de parpadear, y su rostro brillaba a causa de la película de transpiración que lo cubría.

—No fui criado para esto —dijo Dorsk 81.

Kyp aflojó el paso, pero no lo suficiente como para que eso supusiera un auténtico alivio para su compañero. Aun así, cuando habló procuró suavizar el tono de la réplica que había acudido a sus labios de una manera casi instintiva.

—No fuiste criado para nada aparte de la burocracia y una vida cómoda —dijo—. No entiendo cómo se las ha arreglado el planeta Khomm para poder sobrevivir sin cambios durante mil años, o qué razón pudieron tener sus habitantes para querer que así fuese.

Dorsk 81 no pareció ofenderse y siguió a Kyp.

—Nuestra sociedad y nuestro nivel genético alcanzaron la perfección hace un milenio, o por lo menos eso es lo que decidimos en aquel momento —dijo—. Queríamos evitar que se produjeran cambios indeseables, por lo que detuvimos el progreso de nuestra cultura en ese estadio. Tomamos nuestra raza perfecta, y empezamos a clonar a los individuos para no correr el riesgo de que surgieran anomalías genéticas.

»Yo soy el clon número ochenta y uno de Dorsk. Las ochenta generaciones que me han precedido fueron idénticas, desempeñaron los mismos trabajos con el mismo nivel de habilidad y mantuvieron nuestro nivel de perfección sin que se produjera ningún retroceso. —Dorsk 81 frunció el ceño y rebasó a Kyp con un repentino y sorprendente derroche de energías, concentrando todas las fuerzas que poseía en la tarea de abrirse paso a través de la densa vegetación—. Pero yo fui un fracaso —añadió—. Era distinto.

Kyp movió una mano señalando un macizo de espinos negros cuyo aspecto no lo distinguía en nada de los otros macizos, detectando un camino relativamente fácil de recorrer en el laberinto invisible.

—Posees el potencial de llegar a convertirte en un Caballero Jedi —dijo—. ¿Cómo puedes considerar que eso es un fracaso?

Dorsk 81 logró salir de la maraña de tallos y hojas en la que había quedado atrapado. Los jugos de las bayas y los pétalos de flores que había aplastado al debatirse le habían manchado el uniforme.

—Ser distinto resulta... inquietante —dijo.

—Sí, pero a veces es maravilloso saber que puedes alzarte por encima de los que están atrapados debajo de ti —replicó Kyp, hablando en parte para sí mismo y en parte para su compañero.

Se agachó para meterse por el túnel de follaje y masas de musgo colgante. Insectos diminutos revolotearon por la penumbra alejándose de su rostro, y de repente todas aquellas sombras le hicieron pensar en la negrura de las minas de especia de Kessel en las que se había visto obligado a trabajar como esclavo.

»El Imperio destrozó mi vida —dijo—. Mis padres eran disidentes políticos. Conmemoraron el aniversario de la Masacre de Ghorman, y protestaron cuando Alderaan fue destruido... pero por aquel entonces el Emperador ya estaba harto de objeciones políticas y había decidido no seguir tolerándolas.

»Un grupo de soldados de las tropas de asalto llegó en plena noche, y echó abajo la puerta de nuestra casa en la colonia de Deyer. Detuvieron a mis padres... Dispararon sus haces aturdidores contra ellos delante de nuestros ojos, dejándolos paralizados para que cayeran al suelo retorciéndose. Mi padre ni siquiera pudo cerrar los ojos... Las lágrimas bajaban por sus mejillas, pero sus brazos y sus piernas seguían temblando. No podía levantarse. Los soldados de las tropas de asalto se lo llevaron a rastras, y después se llevaron a mi madre.

»Mi hermano Zeth era cinco años mayor que yo. Se lo llevaron. Creo que por aquel entonces sólo tenía catorce años... Le pusieron esposas aturdidoras. Lo sacaron de la casa a patadas, y después me dispararon con sus pistolas paralizantes.

»Algún tiempo después me enteré de que Zeth había sido llevado a la Academia Militar Imperial de Carida. Mis padres y yo fuimos internados en la Institución Penitenciaria de Kessel, donde tuvimos que trabajar en las minas de especia. Pasaba casi todos mis días sumido en una oscuridad prácticamente absoluta porque cualquier rayo de luz que entre en los pozos de las minas echa a perder los cristales de especia. Mis padres murieron pocos años después.

»Tuve que cuidar de mí mismo incluso cuando los prisioneros se amotinaron y tomaron el control de la Institución Penitenciaria. El señor del crimen de Kessel, Moruth Doole, arrojó a los imperiales capturados a las profundidades de las minas de especia. Doole dejó en libertad a algunos prisioneros..., pero no fueron muchos y yo no estaba entre ellos. El cambio de amos no impidió que siguiéramos siendo esclavos.

Dorsk 81 le contempló con sus relucientes pupilas de alienígena extrañamente separadas.

—¿Cómo escapaste? —preguntó.

—Han Solo me rescató —respondió Kyp, y el recuerdo dulcificó su voz—. Robamos una lanzadera y huimos hacia el cúmulo de agujeros negros. Nos metimos en él y una vez dentro nos tropezamos con una instalación de investigación imperial secreta, y allí fuimos capturados de nuevo..., esta vez por la almirante Daala y su flota de Destructores Estelares. Han logró sacarnos de allí después de que Daala me hubiera sentenciado a muerte.

La ira se adueñó de él, llenando su cabeza con un zumbido ensordecedor y haciéndole sentirse más fuerte. Kyp sintió esa nueva fuerza y empezó a alimentarse con ella.

—Supongo que ahora podrás comprender por qué odio tanto a los imperiales —siguió diciendo—. Parece como si en cada nueva fase de mi existencia tuviera que encontrarme con el Imperio, que siempre ha intentado esclavizarme y arrebatarme esos derechos y placeres de los que pueden disfrutar otras formas de vida.

—No puedes luchar contra el Imperio tú solo —dijo Dorsk 81.

Kyp tardó unos momentos en responder.

—Quizá todavía no —dijo por fin.

Kyp apartó un macizo de ramas de hoja azul antes de que Dorsk 81 pudiera decir nada. La Fuerza le dijo que por fin habían llegado, y Kyp sintió cómo su electrizante escalofrío de excitación recorría su columna vertebral.

—Éste es nuestro destino —murmuró.

La jungla se abría ante ellos para ser sustituida por una laguna circular que brillaba con una claridad tan intensa como si fuese un enorme espejo de mercurio y se hallaba totalmente libre de ondulaciones. En el centro del lago había una pequeña isla dominada por una pirámide de obsidiana, una estructura gigantesca con una hendidura central y ángulos que parecían tan afilados como navajas y que no habían sido afectados en lo más mínimo por el paso del tiempo y la intemperie, y sobre la que se veían las inconfundibles señales y adornos típicos de la arquitectura massassi. Era otro templo, el mismo que Gantoris y Streen habían encontrado hacía varias semanas, pero Luke Skywalker todavía no lo había explorado. Exar Kun le había contado todo lo que Kyp necesitaba saber sobre el templo.

El hueco central de la gran pirámide estaba ocupado por un coloso, una estatua de lisa piedra negra que representaba a un hombre oscuro con su larga cabellera recogida a la espalda, el tatuaje de un sol negro en su frente y las prendas acolchadas de un antiguo señor... el Señor Oscuro del Sith.

Kyp tragó saliva al ver la imagen de Exar Kun.

—¿Quién crees que era? —preguntó Dorsk 81, entrecerrando los ojos en un intento de ver lo que había al otro lado de las aguas.

—Alguien muy poderoso —respondió Kyp en voz baja y enronquecida.

La gran esfera anaranjada de Yavin parecía acechar en el horizonte, con sólo una curva ondulante asomando por encima de las copas de la jungla. El pequeño sol del sistema también se ocultaría pronto. Las luces gemelas que brillaban en el cielo proyectaban dos senderos iridiscentes que se entrecruzaban sobre las tranquilas aguas del lago.

Kyp movió una mano señalando el templo.

—Si quieres podemos pasar la noche ahí —dijo.

Dorsk 81 asintió mucho más deprisa de lo que Kyp había imaginado que lo haría.

—Prefiero volver a dormir a cubierto —dijo— antes que tener que hacerlo envuelto en lianas sobre la copa de un árbol. Pero ¿cómo vamos a llegar hasta allí? ¿Qué profundidad tiene este lago?

Kyp fue hasta la orilla. El agua era tan transparente como un diamante y el lago era tan profundo que reflejaba el fondo como si fuese una lente, haciendo imposible averiguar a qué distancia se encontraba éste. Kyp vio columnas de roca que brotaban del fondo como piedras de paso sumergidas, y se dio cuenta de que terminaban cuando estaban a punto de rozar la superficie del lago.

Kyp puso un pie sobre una columna. Las límpidas aguas ondularon alrededor de la suela de su bota, pero no se hundió. Dio otro paso que lo llevó hasta una segunda piedra.

Dorsk 81 no apartaba los ojos de él. Kyp sabía que el alienígena debía de tener la impresión de que estaba caminando sobre la superficie de las aguas.

—¿Estás utilizando la Fuerza? —preguntó Dorsk 81.

Kyp se echó a reír.

—No, estoy utilizando unas piedras de paso que permiten atravesar el lago.

Saltó sin ninguna vacilación a la piedra siguiente y luego a la otra, ardiendo en deseos de llegar hasta aquel templo que era una fuente de nuevos conocimientos y técnicas secretas. Cuando llegó a la isla avanzó sobre montículos de porosa roca volcánica salpicada por líquenes verdes y anaranjados que parecían gotitas de sangre alienígena. Ya podía sentir el poder.

Kyp se volvió para ver cómo su compañero iba atravesando el lago. Parecía como si Dorsk 81 se estuviera manteniendo en equilibrio sobre la frágil membrana de la superficie. La ilusión resultaba muy convincente. El silencio reinaba en toda la isla alrededor de Kyp, como si ninguna criatura o insecto de la jungla se atreviera a acercarse al templo vacío.

—Qué frío hace aquí —dijo Dorsk 81 mientras se sacudía el agua de los pies y miraba a su alrededor.

El alienígena de piel lisa y sin vello encogió el cuello como si intentara hacer desaparecer la cabeza entre los hombros.

—Antes te estabas quejando de que hacía mucho calor —replicó Kyp—. Deberías estar agradecido.

Dorsk 81 cerró su boca carente de labios y asintió, pero no dijo nada más.

Kyp caminó alrededor del templo contemplando los ángulos perfectos del cristal negro de la pirámide y la punta en que terminaba. La arquitectura había sido diseñada con aquella forma de embudo angular para que concentrase la Fuerza, y había sido erigida con el único objetivo de aumentar los poderes de los rituales Sith.

Alzó la mirada hacia la estatua de Exar Kun. El imponente señor oscuro le parecía tan real y tan impresionante que Kyp casi esperaba ver cómo la estatua se inclinaba sobre él para agarrarle con sus manos.

Kyp ya sabía que el Gran Templo había sido el punto focal de toda la civilización massassi que Exar Kun había creado partiendo de la decadencia primitiva. El Gran Templo había sido el cuartel general y el foco básico durante todas las batallas que Kun había librado en la Guerra Sith. Pero aquel templo pequeño y aislado era una especie de retiro particular, y Exar Kun siempre había vuelto a él cuando se concentraba para mejorar sus capacidades y hacerse más fuerte.

Una corriente de aire frío surgía de la abertura en forma de cuña, como si el templo sumido en el silencio fuese un gigantesco monstruo dormido.

—Entremos —dijo Kyp.

Agachó la cabeza y dio un paso hacia la negrura. Pero cuando parpadeó pudo ver que el interior se iba iluminando poco a poco, como si una multitud de pequeños relámpagos atrapados dentro de las negras losas de cristal siguieran despidiendo débiles chispas que sólo podían ser vistas por el rabillo del ojo. Si se detenía ante las lisas paredes de cristal no veía nada en ellas, únicamente los surcos casi imperceptibles de los jeroglíficos tallados en un lenguaje olvidado hacía mucho tiempo. Kyp no podía leerlos.

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