El discípulo de la Fuerza Oscura (26 page)

BOOK: El discípulo de la Fuerza Oscura
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Una alarma empezó a sonar de repente en el panel de control. Ackbar reaccionó rápidamente pero sin perder la calma, y fue reduciendo la velocidad del sumergible.

—Esto es bastante interesante —dijo después de haber echado un vistazo a las dos lecturas del sensor estereoscópico, que estaban bastante separadas para que sus ojos de calamariano pudieran verlas sin dificultad.

—¿De qué se trata? —preguntó Leia.

—Hay otra masa metálica de grandes dimensiones entre la vegetación por encima de nosotros.

—Quizá formara parte de esa nave —dijo Cilghal.

—Si algo cayó en el bosque de árboles marinos, podría pasarse toda la eternidad aquí —dijo Ackbar, y reanudó el avance.

Cuando distinguió el contorno de una gran estructura con muchas patas envuelta por los árboles marinos y medio recubierta de algas, Leia pensó que era alguna especie de forma de vida alienígena. Un instante después reconoció la cabeza elíptica achatada, el núcleo corporal segmentado del que brotaban los brazos mecánicos articulados y la superficie de un negro mate.

Había visto algo parecido en el planeta helado de Hoth cuando Han Solo y Chewbacca se habían encontrado con el androide de exploración imperial.

—Almirante... —empezó a decir.

—Ya lo veo —dijo Ackbar—. Es un Arakyd Víbora de la serie Probot de exploración... El Imperio envió millares a todos los rincones de la galaxia para descubrir las bases de los rebeldes.

—Debió de llegar a Calamari hace años —dijo Cilghal—. Los restos que encontramos más abajo eran su módulo de descenso.

Ackbar asintió.

—Pero el androide de exploración se enredó en la vegetación marina cuando intentó subir a la superficie —dijo—. Sus sistemas automáticos debieron de desactivarse.

Acercó el sumergible un poco más y deslizó el haz luminoso por encima del blindaje del androide.

Pero cuando el haz luminoso cayó sobre la cabeza redondeada del artefacto, toda la hilera de ojos redondos se encendió de repente.

—¡Se ha activado! —exclamó Leia.

Un instante después pudo oír el estridente zumbido de unos potentes generadores cuando el androide de exploración empezó a moverse de nuevo. La cabeza giró sobre su eje y dirigió su propio haz luminoso hacia el sumergible.

Ackbar invirtió la rotación de las hélices, pero el probot extendió sus patas de araña terminadas en garras antes de que el sumergible hubiera podido alejarse. Los brazos mecánicos aferraron una de las aletas redondeadas del sumergible. La cabeza del androide de exploración volvió a girar lentamente intentando centrar las miras de sus cañones láser, pero la vegetación de los árboles marinos se enredó en sus articulaciones.

Ackbar puso los motores a máxima potencia en un intento de huir, pero sólo consiguió llevarse consigo al androide de exploración, liberándolo de las tiras de algas que lo habían mantenido aprisionado durante años.

Ackbar metió sus manos-aleta en los guantes que controlaban los brazos articulados del sumergible. Alzó dos de las herramientas mecánicas segmentadas y empezó a luchar con las temibles garras negras del androide de exploración que se habían aferrado al casco.

Un chorro de parloteo subespacial envuelto en estática brotó de repente de los altavoces de la unidad de comunicaciones. El androide de exploración acababa de emitir alguna clase de potente señal codificada, y la larga cadena de datos salió disparada hacia el espacio mientras la máquina mortífera seguía enfrentándose al sumergible de Ackbar.

El androide negro por fin consiguió hacer girar su cabeza y fue moviendo sus cañones láser hacia el sumergible.

Ackbar disparó los chorros laterales, haciendo que el sumergible y el androide de exploración girasen bruscamente un instante antes de que una andanada de rayos láser pasara chirriando junto a ellos y abriera un repentino túnel de vapor entre las aguas. Después Ackbar tiró de los guantes de control y se dispuso a utilizar otro de sus brazos—herramienta, un pequeño láser de corte.

La punta del cortador láser se iluminó con un resplandor incandescente poniéndose al rojo blanco y Ackbar lo movió sobre la garra metálica del androide de exploración que estaba sujetando el casco, cortando el plastiacero y liberándoles. Ackbar hizo retroceder el sumergible y volvió a alzar el cortador láser justo cuando el androide de exploración giraba para lanzar una segunda andanada de disparos láser.

Leia sabía que estaban perdidos. No podían escapar. El cortador láser no podría hacer nada contra el armamento inmensamente superior del probot y, a diferencia de Luke, Leia había avanzado tan poco en su adiestramiento Jedi que ni siquiera era capaz de utilizar la Fuerza para crear una pequeña defensa. Pero Ackbar, que seguía impasible y no había perdido el control de sí mismo, disparó dos ráfagas de fuego láser contra la cabeza del androide de exploración intentando cegar sus sensores ópticos. Los haces de baja intensidad dieron en el blanco...

Y el probot estalló de repente. Cegadoras oleadas concéntricas de luz hicieron que el sumergible saliera despedido hacia atrás girando locamente sobre sí mismo. Aquella explosión totalmente inesperada hizo que todos se vieran arrojados contra los respaldos, y Leia sintió cómo las tiras de seguridad de su asiento se tensaban automáticamente alrededor de ella. La onda expansiva recorrió todo el casco, haciendo vibrar el interior del sumergible con un sonido muy parecido al de un gong. Una nube de burbujas, polvo y pequeños fragmentos hirvió a su alrededor durante unos momentos. Los grandes trozos de madera en que se habían convertido los árboles marinos destrozados por la detonación fueron descendiendo lentamente hacia el fondo del océano.

—¡El androide de exploración se ha autodestruido! —gritó Cilghal—. Pero si no teníamos ninguna posibilidad contra él...

Leia se acordó de la conjetura que Han había expuesto en Hoth.

—Los androides de exploración han sido programados para autodestruirse cuando exista el riesgo de que los datos que han recogido puedan caer en manos enemigas —explicó.

Ackbar por fin consiguió estabilizar el sumergible deteniendo su rotación. Cuatro de los brazos mecánicos que brotaban de la proa del sumergible habían sido arrancados, y lo único que quedaba de ellos era los bordes irregulares del metal desgarrado y los circuitos destrozados.

Ackbar expulsó el contenido de uno de los tanques de lastre y el sumergible fue subiendo hacia la superficie. Leia vio que había tres grietas delgadas como cabellos en la ventanilla de transpariacero, y comprendió lo cerca que habían estado de perecer aplastados por la onda expansiva.

—Pero el probot ya había enviado su señal —dijo Cilghal—. La oímos antes de que se autodestruyera.

Leia sintió cómo el puño helado del miedo se tensaba alrededor de su estómago, pero Ackbar no parecía considerar que hubiera ningún peligro.

—Ese androide de exploración llevaba allí diez años o más, y estoy casi seguro de que el código ya había quedado totalmente anticuado —dijo—. Aunque los imperiales siguieran siendo capaces de entender su mensaje, ¿quién puede estar ahí fuera para escucharlo?

17

Sus tres Destructores Estelares ya estaban a salvo ocultos entre las islas ionizadas de la Nebulosa del Caldero, y la almirante Daala se había retirado a sus aposentos para estudiar las tácticas que iba a emplear.

Se sentó rígidamente en un cómodo sillón, negándose a relajarse en aquel ambiente cálido y acogedor. Un exceso de comodidad siempre hacía que Daala se sintiera claramente incómoda.

La imagen holográfica del Gran Moff Tarkin compartía la penumbra de la habitación con ella, y todos los años transcurridos no la habían hecho cambiar en lo más mínimo. La delgada silueta de aquel hombre que había sido tan duro como el acero estaba presentando sus conferencias y sus comunicados en forma de grabaciones holográficas, y Daala ya las había visto docenas de veces.

Daala aprovechó la intimidad que le ofrecían sus aposentos para permitirse echar de menos a la única persona de la Academia Militar Imperial que había sido capaz de percibir su talento. Tarkin había elevado su rango al de almirante, convirtiéndola —al menos que ella supiese— en la mujer de más alta graduación de todas las fuerzas armadas imperiales.

Daala había repasado en muchas ocasiones las grabaciones de Tarkin durante sus años de exilio en la Instalación de las Fauces, pero en aquellos momentos las estaba estudiando con gran atención. Sus cejas se fruncieron hasta quedar unidas, y sus luminosos ojos verdes se entrecerraron mientras se concentraba en cada palabra que salía de los labios de Tarkin, buscando algún consejo indispensable para asegurar el éxito de su guerra privada contra la Rebelión.

«Eliminar una docena de pequeñas amenazas siempre resulta más sencillo que acabar con un centro de desafío bien sólidamente establecido —estaba diciendo la imagen holográfica en un discurso pronunciado durante una visita a Carida en la que había explicado la "Doctrina Tarkin"—. Gobernad mediante el miedo que inspira la fuerza en vez de mediante la misma fuerza. Si utilizamos nuestro poderío con prudencia y sabiduría, intimidaremos a millares de planetas con el ejemplo de unos cuantos seleccionados entre ellos.»

Daala rebobinó la holocinta para volver a escuchar las palabras de Tarkin mientras pensaba que a su mente le había faltado muy poco para comprender algo de una importancia crucial, pero el timbre de la puerta la interrumpió.

—Luces —dijo mientras alargaba la mano para desconectar el holoproyector.

La corpulenta silueta del comandante Kratas permanecía rígidamente inmóvil delante de su puerta con las manos unidas a la espalda. Kratas estaba intentando disimular una sonrisa de satisfacción, pero la expresión escapaba a su control y se revelaba en un pequeño tic facial y en la leve inclinación hacia arriba de sus labios, tan delgados que resultaban casi invisibles.

—¿Sí, comandante? —preguntó Daala—. ¿Qué ocurre?

—Hemos interceptado una señal —dijo Kratas——. Al parecer procede de un androide de exploración imperial que ha transmitido datos codificados recogidos en un importante planeta rebelde llamado Calamari en el que se encuentran algunos de los astilleros más importantes de la Alianza. No tenemos ninguna forma de averiguar la antigüedad de la información.

Daala enarcó las cejas y permitió que sus pálidos labios se curvaran en una sonrisa. Alzó las dos manos para recoger su cabellera del color del metal fundido detrás de los hombros y sintió el chisporroteo de la electricidad estática entre las yemas de sus dedos, como si la excitación que se había empezado a adueñar de ella fuese lo bastante intensa como para generar diminutas descargas de energía.

—¿Está seguro de que la transmisión es auténtica? —preguntó—. ¿Hacia dónde iba dirigida?

—Era una señal de amplio espectro, almirante. Mi hipótesis es que esos androides de exploración fueron dispersados con una gran amplitud y de manera aleatoria, por lo que nunca conocerían la situación de ningún Destructor Estelar determinado cuando transmitieran su información.

—¿Y no podría ser una falsificación enviada por los rebeldes? Quizá se trate de una trampa.

—No lo creo. El código era muy complicado. De hecho, no conseguimos descifrarlo hasta que no efectuamos una nueva comparación con uno de los códigos que nos entregó el Gran Moff Tarkin durante su última visita a la Instalación de las Fauces.

—Excelente, comandante —dijo Daala, y deslizó las palmas de las manos sobre la tela gris verdosa de los pantalones de su uniforme como queriendo alisar unas arrugas inexistentes—. Estábamos buscando un nuevo objetivo que atacar, y si esos astilleros son tan importantes como dice... Bueno, entonces Calamari parece un buen candidato. Supongo que es un objetivo tan bueno como cualquier otro. Quiero que usted y los capitanes de las otras dos naves se reunan conmigo en la sala de guerra. Preparen los Destructores Estelares para la partida inmediata, recarguen todas las baterías turboláser y aprovisionen a los cazas TIE.

—Esta vez seguiremos la estrategia del Gran Moff Tarkin al pie de la letra —añadió Daala, puntuando sus palabras con movimientos del dedo índice como si acuchillase el aire—. Que todo el mundo repase las grabaciones del Gran Moff Tarkin. No quiero errores, ¿entendido? El ataque debe ser impecable.

Daala salió al pasillo y atenuó las luces. Sus dos guardaespaldas de las tropas de asalto se colocaron inmediatamente detrás de ella, y los tacones de sus botas golpearon el suelo creando un mismo eco sin un solo segundo de diferencia.

—Se acabaron los entrenamientos —dijo Daala mirando a Kratas—. Después de nuestro ataque, el planeta Calamari no será más que un montón de escombros.

Leia estaba pilotando el deslizador acuático de cabina abierta de Ackbar, y el casco avanzaba velozmente sobre los océanos de Calamari. El cielo seguía pareciendo una sopa congelada de nubes oscuras, pero la tormenta del día anterior por fin había acabado disipando sus energías. El viento continuaba siendo bastante fresco y lanzaba gotitas de espumilla salada sobre sus rostros, pero Leia no pudo evitar sonreír con alivio al pensar que Ackbar había accedido a ir a Coruscant con ella, aunque sólo para hablar con Mon Mothma.

Leia y Cilghal estaban llevándole de vuelta a la Ciudad de la Espuma Vagabunda, donde Ackbar podría entregar sus datos sísmicos a los científicos calamarianos. Ackbar estaba sentado en el banco trasero del deslizador acuático y parecía muy inquieto e intranquilo, cono si no se sintiera nada seguro de sí mismo.

El hemisferio lleno de protuberancias de la ciudad calamariana era tan grande que parecía una isla de color gris metálico. Pequeños vehículos acuáticos entraban y salían de ella, recogiendo redes y volviendo rápidamente hacia las aberturas de acceso.

Ackbar se irguió en su asiento.

—¡Escucha! —exclamó.

Leia aguzó el oído, y de repente oyó el gemido estridente de una alarma imponiéndose al estrépito del viento y las olas. Cogió la unidad de comunicación y pulsó los botones que la pondrían en contacto con el centro de control de la Ciudad de la Espuma Vagabunda.

—Aquí el deslizador acuático diecisiete-cero-uno-siete —dijo—. ¿Cuál es la causa de la alarma?

Un telón de luz deslumbrante se abrió paso a través de las nubes antes de que Leia hubiera podido recibir una respuesta y hendió la superficie del océano muy cerca de la ciudad flotante. Géiseres de agua repentinamente vaporizada salieron disparados hacia el cielo con un siseo ahogado.

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