El discípulo de la Fuerza Oscura (25 page)

BOOK: El discípulo de la Fuerza Oscura
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—La entrada estará abajo —dijo.

Descendieron unos metros. El módulo de alojamiento estaba anclado mediante gruesos troncos de árbol marino que impedían el que se alejara a la deriva, aunque su peso no bastaba para evitar una leve oscilación. Había trampas y redes flotando en el agua, y algunas contenían diminutos peces verdosos que podían atravesar sin dificultad los agujeros de la malla. Los rayos de luz que brotaban del interior del módulo se perdían en las profundidades, hundiéndose velozmente como otras tantas lanzas acuosas.

Encontraron una abertura que parecía una gran boca en el fondo del módulo. Cilghal fue la primera en cruzar el campo de retención, y Leia la siguió sintiendo cómo sus hombros rozaban el reborde metálico. Su cabeza entró en el oscuro interior del módulo y Leia se quitó el simbionte, se sacudió y contempló el pequeño recinto que se había convertido en el hogar de Ackbar.

Ackbar se levantó del banco de piedra de flujo tallada en el que había estado sentado y contempló con expresión alarmada cómo Cilghal y Leia salían del océano. La sorpresa le había dejado sin habla. El cuerpo de Leia chorreó agua durante unos momentos hasta que la maravillosa tela del traje la absorbió y logró disiparla en sus finísimas capas de micro fibras.

Leia lanzó un suspiro de alivio al ver a Ackbar, pero captó la repentina incomodidad que le producía su presencia... y algo más. Todos los discursos que había ensayado tantas veces se le escaparon repentinamente como si fuesen chorros de agua de mar que caían al suelo. Leia y Ackbar permanecieron inmóviles y en silencio, y se miraron fijamente durante un momento que pareció hacerse muy largo hasta que Leia se recobró lo suficiente para hablar.

—Me alegra mucho que le hayamos encontrado, almirante Ackbar —dijo.

—Leia... —murmuró Ackbar. Extendió las manos delante de él, y después las retiró como si no supiera qué hacer—. Creo que nos hemos visto en dos ocasiones, embajadora —añadió volviéndose hacia Cilghal.

—Y en ambas me sentí muy honrada, almirante —replicó Cilghal.

—Le ruego que me llame Ackbar. Ya no ostento ese rango.

Su morada era como una gran burbuja sólida con protuberancias para sentarse, pedestales que servían de mesas y huecos para guardar objetos. Las posesiones de Ackbar se hallaban desperdigadas por todas partes, pero la parte de atrás del recinto estaba pulcramente ordenada y muy limpia, como si Ackbar hubiera empezado a reparar y organizar meticulosamente todo aquel caos concentrando sus esfuerzos en un metro cuadrado antes de ocuparse del siguiente.

Ackbar movió una mano-aleta señalando las luces del área que servía como cocina, donde un guiso que desprendía un olor delicioso burbujeaba encima de un calentador.

—¿Queréis compartir mi cena? —preguntó—. No voy a insultar a una Jedi en potencia preguntándote cómo me habéis encontrado..., pero sí me gustaría saber qué te ha hecho venir desde Coruscant.

Un rato después estaban terminando sus cuencos de pescado estofado, que había sido preparado de una manera sencilla pero deliciosa. Leia masticó la tierna carne, tragó otro bocado y se lamió los labios para saborear el cosquilleo entre dulce y abrasador de las especias calamarianas.

Había estado intentando hacer acopio de valor desde que se sentaron a cenar, pero fue Ackbar quien acabó sacando a relucir el tema que la había traído hasta allí.

—Todavía no me has explicado por qué estáis aquí, Leia —dijo.

Leia respiró hondo y se irguió en su asiento.

—Para hablar con usted, almi... Eh... Para hablar con usted, Ackbar, y para hacerle la misma pregunta. ¿Por qué está aquí?

Ackbar pareció no querer comprender su pregunta.

—Éste es mi hogar.

Leia sintió una punzada de frustración, pero aún no estaba dispuesta a rendirse.

—Ya sé que éste es su mundo natal, pero hay muchos otros que le necesitan. La Nueva República...

Ackbar se puso en pie, le dio la espalda y empezó a recoger los cuencos vacíos.

—Mi pueblo también me necesita —dijo—. La destrucción ha sido terrible. Ha habido tantas muertes...

Leia se preguntó si se estaría refiriendo a los ataques imperiales padecidos por Calamari o a su colisión con la Catedral de los Vientos.

—Mon Mothma se está muriendo —dijo de repente, siguiendo sus impulsos antes de que la cautela pudiera hacerla cambiar de parecer.

Cilghal se irguió en la reacción más brusca que Leia había presenciado hasta aquel momento en la siempre impasible embajadora.

Ackbar hizo girar sus ojos llenos de cansancio para mirarla y dejó los cuencos del estofado sobre la mesa.

—¿Cómo puedes estar segura de eso?

—Una enfermedad consuntiva la está royendo por dentro —respondió Leia—. Los androides médicos y los expertos no han encontrado nada que explique su estado, pero está agonizando. Su aspecto empeora a cada día que pasa. Ackbar... Usted la vio antes de irse, ¿no? Bien, pues Mon Mothma está ocultando los peores estragos de la enfermedad con maquillaje para disimular hasta qué punto se encuentra mal.

—Necesitamos que vuelva, almirante.

Leia había utilizado su rango deliberadamente. Se inclinó sobre la mesita de Ackbar y le miró fijamente, implorándole con sus grandes ojos oscuros.

—Lo siento, Leia —dijo Ackbar meneando la cabeza, y señaló su equipo y la parte del módulo impecablemente ordenada que servía como zona de trabajo—. Tengo cosas muy importantes que hacer aquí... Mi planeta sufrió daños muy graves durante los ataques imperiales, y se han producido muchas perturbaciones tectónicas. He decidido que debo averiguar si la corteza del planeta se ha vuelto inestable. Necesito acumular más datos. Mi gente podría estar en peligro... No se perderán más vidas por mi culpa.

Cilghal volvía la cabeza de un lado a otro, presenciando la discusión sin decir nada.

—No puede permitir que la Nueva República se desmorone meramente porque se siente culpable, almirante —dijo Leia—. Hay muchas vidas en juego en toda la galaxia.

Pero Ackbar se removió nerviosamente, como si estuviera intentando no escuchar las palabras de Leia y quisiera impedir que entraran en sus oídos.

—Hay tanto trabajo por hacer que no puedo perder ni un instante más —dijo—. Cuando llegasteis me estaba preparando para instalar unos cuantos sensores sísmicos. —Ackbar fue hacia un estante lleno de equipo electrónico—. Os ruego que me dejéis solo.

Leia se apresuró a ponerse en pie.

—Le ayudaremos a instalar sus sensores, almirante —dijo.

Ackbar vaciló, como si se sintiera solo, pero no se atreviera a aceptar la compañía que le estaba ofreciendo Leia. Después se volvió lentamente hacia ella, y su mirada se posó primero en Leia y luego en Cilghal.

—Me sentiría muy honrado si me ayudarais —dijo—. Mi sumergible puede llevarnos a los tres. —Sus enormes ojos llenos de tristeza parpadearon—. Vuestra compañía me resulta muy agradable... aunque me estás pidiendo algo a lo que quizá me sea imposible acceder.

Leia se instaló en el asiento de la pequeña cabina, se puso el arnés de seguridad y observó cómo el agua empezaba a agitarse alrededor de las mirillas superiores. El mar engulló al sumergible y fueron descendiendo hacia el bosque de árboles marinos, bajando poco a poco hasta que el océano pareció convertirse en gigantescos paneles de cristal ahumado verde oscuro que se alzaban a su alrededor. Leia contempló con respetuoso asombro cómo Ackbar pilotaba el sumergible por entre las colosales columnas rocosas y los gruesos amasijos de algas que parecían cables de amarre.

Las flores subacuáticas desplegaban toda una gama de rojos y azules iridiscentes para atraer a veloces criaturas que entraban y salían continuamente de la vegetación. Un pececillo se acercó demasiado a una flor de colores abigarrados y los pétalos se contrajeron de repente igual que un puño, atrapando a su presa y engulléndola de golpe.

—Apenas he empezado a instalar mi red detectora de sismos —dijo Ackbar como si quisiera desviar el curso de la conversación—. He colocado la parrilla de base debajo de mi módulo, pero he de extenderla hasta el bosque de árboles marinos para obtener mediciones sónicas de alta resolución.

—Está haciendo un trabajo que tiene una gran importancia para nuestro planeta, almirante, y le felicito por ello —dijo Cilghal.

A Leia le divirtió ver que la embajadora seguía utilizando el antiguo título militar de Ackbar, aunque no pudo decidir si lo hacía deliberadamente o era inconsciente de ello.

—Debemos dedicar nuestra vida a hacer cosas importantes —dijo Ackbar.

Después se quedó callado y pareció envolverse en un infranqueable muro de silencio. El equipo sísmico colocado al lado de las redes y los cestos para la cosecha marina vacíos, crujía y chirriaba de vez en cuando detrás de ellos.

Leia carraspeó para aclararse la garganta.

—Sé lo que debe de estar sintiendo en estos momentos, Ackbar —dijo, intentando que su voz sonara lo más suave posible—. Yo también estaba allí, ¿recuerda?

—Te agradezco tus palabras. Leia, pero no puedes comprender lo que siento. ¿Acaso estabas pilotando el caza B cuando se estrelló? ¿Eres responsable de centenares de muertes? —Ackbar meneó la cabeza con expresión entristecida—. ¿Oyes sus voces llamándote cada noche en tus sueños?

Ackbar encendió las luces de profundidad del sumergible y un haz en forma de cono hendió las aguas por delante de ellos. El embudo de iluminación parecía rebotar en los peces multicolores y los macizos de algas marinas.

—No puede esconderse en Calamari eternamente —dijo Leia, guiada más por su intuición que por un conocimiento racional. Ackbar seguía negándose a mirarla.

—No me estoy escondiendo —replicó—. Tengo un trabajo que hacer, y es un trabajo muy importante.

Siguieron descendiendo hacia el fondo arenoso del océano hasta encontrarse muy cerca de uno de los nudosos troncos de los árboles marinos. Promontorios redondeados de roca oscura surgían de la arena lechosa. Una capa de algas alisaba cada superficie haciendo que el fondo del océano pareciese blando y acogedor. Ackbar se inclinó hacia adelante para escrutar la penumbra, buscando un lugar estable en el que colocar otro sensor sísmico.

—Quizá sea un trabajo muy importante, pero no es su trabajo —siguió diciendo Leia—. Hay muchos calamarianos que estarían dispuestos a llevar a cabo esa investigación, almirante. ¿Está preparado para enfrentarse a una tarea semejante sin la ayuda de nadie? ¿Recuerda ese antiguo proverbio que usted solía citar cuando yo me quejaba de que las reuniones del Consejo no servían para nada? «Muchos ojos ven lo que uno solo no puede ver» ¿No cree que sería preferible que compartiese sus preocupaciones con un equipo de especialistas? Bien, pues...

Cilghal la interrumpió de repente al inclinarse hacia adelante para señalar unas placas curvas de metal medio enterradas en la arena que parecían pertenecer a la estructura interna de una especie de módulo de salvamento.

—¿Qué es eso? —preguntó.

Los bordes estaban corroídos, y había algas creciendo en las grietas y hendiduras más profundas.

—Quizá sean los restos de una nave que naufragó —dijo Ackbar. Cilghal asintió.

—Cuando los imperiales intentaron esclavizarnos nos resistimos, naturalmente —dijo—. Muchas naves nuestras yacen debajo de las aguas.

Ackbar metió las manos en los guantes de control remoto de las garras metálicas automatizadas que podían extenderse desde la proa del pequeño sumergible. Los movimientos bruscos y espasmódicos de los brazos mecánicos recordaron a Leia al temible monstruo llamado krakana que había visto en los alrededores del banco de conocimientos de los moluscos.

—Si esos restos llevan años estables aquí, debe de ser un buen sitio para colocar otro conjunto de sensores —dijo Ackbar.

Leia siguió contemplando los brazos externos y vio cómo Ackbar sacaba un recipiente del compartimento de almacenamiento exterior del casco del sumergible. Después Ackbar descendió un poco más hasta que el movimiento de los motores creó chorros de arena blanquecina que subieron poco a poco hacia ellos, como en una tempestad de polvo de Tatooine vista a cámara lenta. Las ágiles garras robóticas colocaron el cilindro en posición vertical sobre el fondo del océano.

Ackbar invirtió el sentido de giro de las hélices, alejó el sumergible del sensor y pulsó el botón activador mientras estiraba el cuello para poder ver mejor por la mirilla delantera. El recipiente sísmico hizo estallar su diminuta carga explosiva con un sonido casi inaudible acompañado por una vibración que Leia pudo sentir a través del casco del sumergible. Una varilla muy larga se hundió en el suelo del océano al mismo tiempo que el recipiente desplegaba una red de sensores secundarios, que se esparcieron alrededor del núcleo de una manera tan simétrica como las partículas de una estrella fugaz.

—Ahora enviaremos una señal de prueba —dijo Ackbar.

Hizo subir el sumergible a través de la densa vegetación del bosque de árboles marinos impulsándolo hacia arriba con un zumbido de los motores, y fue avanzando lo bastante despacio para que la proa pudiera ir apartando los tallos de apariencia plumosa y hacer que resbalaran sobre la superficie del casco.

Leia se estaba removiendo en su asiento, ensayando una frase detrás de otra y descartándolas rápidamente porque todas le parecían huecas y nada convincentes.

—Almirante, usted sabe mejor que nadie lo importante que es contar con el liderazgo adecuado y hacer que todo el mundo aporte sus esfuerzos dirigiéndolos hacia una meta común —dijo por fin—. Usted ayudó a organizar un grupo de rebeldes procedentes de cien planetas distintos, lo convirtió en una flota unida que fue capaz de derrotar al Imperio y guió a esos rebeldes mientras formaban un nuevo gobierno.

Ackbar permitió que el sumergible flotase a la deriva y se volvió hacia ella. Leia se apresuró a seguir hablando con la esperanza de poder convencerle antes de que Ackbar tuviera tiempo de oponerle nuevos argumentos.

—Al menos venga conmigo a Coruscant y hable con Mon Mothma —dijo—. Usted y yo llevamos muchos años formando parte del mismo equipo... No puede quedarse a un lado cruzado de brazos viendo cómo la Nueva República se desintegra.

Ackbar suspiró y volvió a coger los controles. Las ramas de los árboles marinos se agitaban lentamente de un lado a otro golpeando las ventanillas de observación.

—Bien, al parecer me conoces mejor de lo que pensaba —dijo por fin—. Yo...

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