El discípulo de la Fuerza Oscura (20 page)

BOOK: El discípulo de la Fuerza Oscura
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Han pensó en volver a entrar, pero acabó decidiendo que iría a tomar una copa. Leia estaba ocupada en otra reunión del Consejo con Mon Mothma que se prolongaría hasta muy tarde y los gemelos ya estaban acostados, por lo que Han dio instrucciones a Cetrespeó de permanecer activado para que pudiera cuidar de ellos.

Un rato después se encontró en el salón donde él y Lando se habían jugado la posesión del
Halcón
al sabacc.

La ventana permitía contemplar el inmenso despliegue geométrico del horizonte urbano de la Ciudad Imperial reconstruida. Inmensas columnas de metal y transpariacero se alzaban hasta alturas en las que la atmósfera se rarificaba tanto que llegaba a ser casi irrespirable. Las luces de las balizas de advertencia y las torres de transmisión parpadearon creando un sinfín de pautas multicolores cuando una nave se deslizó velozmente a través de las corrientes de aire ascendente que subían por entre los colosales edificios.

Un embajador ithoriano estaba sentado a otra mesa con su cabeza en forma de martillo inclinada sobre un pequeño sintetizador musical, e iba canturreando un acompañamiento a los ruidos atonales mientras arrancaba hojitas de una especie de helecho que acababan de servirle. Un ugnaught bastante mayor con el rostro lleno de arrugas parloteaba incesantemente mientras jugaba a los dados electrónicos con un ranat de aspecto muy elegante. El androide camarero iba y venía por entre las mesas intentando atender lo más esmeradamente posible a toda la clientela.

Han no tardó en quedar absorto en sus pensamientos y se preguntó cómo había podido acabar allí. Después empezó a pensar en lo mucho que había cambiado su vida desde sus años como contrabandista de especia al servicio de Jabba el Hutt primero, y como general de la Alianza Rebelde después.

Seguía dedicando su vida a hacer cosas importantes, pero ya no le parecían reales. Han había disfrutado mucho de todo el tiempo que pasó junto al joven Kyp Durron. El chico le recordaba muchísimo a él mismo tal como había sido en el pasado... y de repente Kyp se había marchado para convertirse en un Jedi como Luke.

—Echarás de menos al chico, ¿verdad? —preguntó de repente una voz grave y musical.

Han alzó la mirada y vio a Lando Calrissian contemplándole con una gran sonrisa en los labios.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó en un tono bastante malhumorado.

—Invitarte a una copa, viejo amigo —contestó Lando.

Su mano empujó hacia adelante uno de aquellos cócteles de frutas con flor tropical de muchos colores incluida que Han había pedido para él durante la noche en que jugaron su partida de sabacc.

Han torció el gesto y lo aceptó.

—Muchísimas gracias.

Tomó un sorbo, volvió a torcer el gesto y acabó tomando un buen trago del cóctel. Lando cogió una silla y se sentó.

—No te he invitado a sentarte —dijo Han.

—Oye, Han, ¿acaso estuve varios años poniendo mala cara y negándome a hablarte después de que me ganaras el
Halcón
en una partida de sabacc? —preguntó Lando, adoptando un tono de voz un poco más seco.

Han se encogió de hombros y alzó la mirada.

—No lo sé —replicó—. Creo recordar que me mantuve alejado durante algunos años. —Hizo una pausa antes de seguir hablando—. Y cuando volvimos a vernos, nos traicionaste y nos pusiste en manos de Darth Vader —añadió.

—Eh, eso no fue culpa mía y creo que lo he compensado sobradamente desde entonces —dijo Lando—. Oye, quiero proponerte un trato... Cuando tengas algo de tiempo libre, ¿por qué no cogemos el
Halcón
y volvemos a lo que queda de Kessel? Quizá consigamos encontrar mi antigua nave. Si lo conseguimos, me encantará recuperar a mi querida
Dama Afortunada
y entonces tú podrás quedarte con el
Halcón
. —Lando extendió su robusta mano hacia Han—. ¿Trato hecho?

Han admitió de mala gana que era lo mejor que podía esperar dadas las circunstancias.

—De acuerdo, compañero —dijo, y le estrechó la mano.

—¡Ah, Solo! —exclamó de repente una voz femenina—. Me dijeron que te encontraría aquí...

—¿Es que no hay manera de disfrutar de un poco de paz? —dijo Han.

Se volvió para ver a una mujer esbelta y atractiva inmóvil en la entrada del salón. Llevaba el cabello largo hasta los hombros, y su melena tenía un peculiar color castaño rojizo que hacía pensar en una especia exótica. Sus rasgos estaban delicadamente modelados: tenía el mentón estrecho, y una boca que parecía haber pasado demasiados años fruncida en una mueca de disgusto y que por fin estaba aprendiendo a sonreír. Las astillas de hielo que eran los ojos de Mara Jade parecían haberse vuelto un poco menos gélidos desde la última vez en que Han la había visto.

Lando se puso en pie recogiendo su capa a la espalda y extendiendo la mano.

—Vaya, vaya... ¡Hola! Le ruego que se una a nosotros, señorita Jade. ¿Puedo traerle alguna cosa? Nos hemos visto antes, pero no sé si me recordará. Soy...

—Cierra el pico, Calrissian. Necesito hablar con Solo.

Lando se rió y fue a traerle una copa de todas maneras.

Los hombros y las mangas de la chaqueta de vuelo de Mara mostraban señales oscuras, como si en tiempos lejanos hubieran lucido las insignias del servicio militar. Mara Jade había sido la Mano del Emperador, una servidora especial del mismísimo Palpatine, y había visto cómo su vida se hacía añicos después de su muerte. Había culpado a Luke de ello, y se había embarcado en una venganza personal contra él a la que no había renunciado hasta hacía muy poco tiempo.

La decisión de abandonar sus negocios tomada por el gran contrabandista Talon Karrde había hecho que Mara pareciese abrirse un poco y estar más dispuesta a tomar parte en la vida de la galaxia. Había conseguido que una precaria coalición de contrabandistas prestara su ayuda en la lucha contra el Gran Almirante Thrawn, y seguía manteniendo su tenue alianza con la Nueva República a pesar de que algunos de los marginados que tenían un historial delictivo más largo, como Moruth Doole de Kessel, se negaban a tener nada que ver con la Nueva República y la alianza de contrabandistas.

—¿Qué te ha hecho venir a Coruscant, Mara? —preguntó Han.

Lando volvió con otro de sus cócteles de frutas para ella y uno para él. Mara le echó una mirada a la copa la ignoró con gélida indiferencia y siguió hablando con Han.

—He traído un mensaje que puedes transmitir a las personas adecuadas —dijo—. Tu amiga imperial la almirante Daala ha estado desplegando sus antenas y ha intentado contratar contrabandistas para que actúen como espías y saboteadores. Algunos han aceptado su oferta, pero dudo que muchos de ellos puedan llegar a confiar en Daala después de lo que le hizo a las fuerzas de Kessel. Moruth Doole no formaba parte de nuestra alianza, pero aun así seguía siendo un contrabandista y los contrabandistas tienden a ayudarse entre ellos..., especialmente contra los imperiales.

—Sí —dijo Han—. Nos hemos enterado de que atacó una de las naves de suministros y de que la destruyó antes de que pudiera llegar a Dantooine.

Mara le miró fijamente y sus ojos volvieron a endurecerse.

—¿Y no te has enterado de lo que le ha ocurrido a vuestra colonia de Dantooine? Daala ya ha estado allí, ¿sabes?

—¿Qué? —exclamó Han, y Lando reaccionó con idéntica sorpresa—. Un pequeño grupo de ingenieros de la Nueva República está instalando una base de comunicaciones allí —siguió diciendo Han—, pero no nos hemos puesto en contacto con ellos desde hace un par de semanas.

—Bueno, pues ya no hay ninguna necesidad de que lo intentéis —dijo Mara—. Dantooine ha sido arrasado. Toda la gente de vuestra colonia y todos vuestros ingenieros de la Nueva República murieron hace dos días. Daala atacó el planeta con sus tres Destructores Estelares y volvió a esfumarse inmediatamente para regresar a su escondite, dondequiera que esté.

—¿Y has venido aquí sólo para darnos esta información? —preguntó Han, intentando recuperarse de su estupor.

Mara tomó un largo y lento trago del dulzón brebaje que parecía estar gustando muchísimo a Lando, y después se encogió de hombros.

—Hice, un trato con la Nueva República, y siempre soy fiel a mis tratos.

Han sintió que la ira y la perplejidad empezaban a hervir dentro de él, pero Lando escogió ese momento para cambiar de tema.

—¿Y dónde irá ahora, señorita Jade? —preguntó.

Se había inclinado sobre la mesa y parecía estar intentando derretir a Mara Jade con sus grandes ojos castaños. Han le miró y acabó alzando los suyos hacia el techo.

—Podría quedarse aquí durante una temporada —siguió diciendo Lando—. Me encantaría mostrarle algunas de las bellezas de la ciudad. La cima de las Grandes Torres ofrece panoramas magníficos, ¿sabe?

Mara le miró como si estuviera intentando decidir qué cantidad de energía podía permitirse desperdiciar contestando a sus preguntas.

—Me iré de inmediato —dijo por fin—. Voy a pasar algún tiempo en el centro de adiestramiento Jedi de Luke Skywalker. Aprender a utilizar mis capacidades Jedi está empezando a parecerme una gran idea..., aunque sólo sea como sistema de autoprotección.

Han se irguió en su asiento y la contempló con cara de sorpresa.

—¿Vas a estudiar con Luke? ¡Creía que todavía odiabas a Luke! Bueno, por lo menos has intentado matarle en varias ocasiones y...

Los ojos de Mara le devolvieron la mirada con tanta dureza como si quisieran fulminarle, pero no tardaron en suavizarse y al final incluso se permitió sonreír.

—Hemos... Bueno, digamos que hemos logrado encontrar una manera de reconciliar nuestras diferencias. Se podría decir que hemos negociado una tregua. —Bajó la mirada hacia su copa, pero no la tocó—. Al menos de momento —añadió, y su sonrisa se hizo un poco más ancha—. Gracias por tu tiempo, Solo.

Después se puso en pie y salió sin prestar la más mínima atención a Lando.

Lando la siguió con los ojos, admirando la forma en que la tela satinada de sus pantalones grises y su ajustada chaqueta de vuelo revelaban los contornos de su cuerpo.

—Parece que cada día está más guapa, ¿eh?

—Sí —respondió Han—. He oído comentar que les ocurre a todos los profesionales del asesinato cuando se retiran. Lando no pareció oírle.

—¿Cómo es posible que se me pasara por alto en la sala del trono de Jabba el Hutt? —murmuró—. Ella estaba allí y yo también estaba allí, pero no me fijé en ella ni un solo instante.

—Yo también estaba allí y no la vi —dijo Han—. Por aquel entonces me encontraba congelado dentro de un bloque de carbonita, naturalmente.

—Creo que le gusto —dijo Lando—. Quizá me ofrezca voluntario para llevar el próximo envío de suministros a Yavin 4... Sólo para verla, ¿entiendes?

Han meneó la cabeza.

—Ella sólo quería que desaparecieses, Lando —dijo—. De hecho, se comportó como si no estuvieras aquí.

Lando se encogió de hombros.

—Bueno, a veces mi gran encanto personal tarda un poco más de lo habitual en surtir efecto —respondió, y obsequió a Han con una de sus mejores sonrisas de rompecorazones—. Pero cuando por fin surte efecto...

—Oh, amigo... —suspiró Han.

Acabó su copa, y dejó a Lando sentado a la mesa y totalmente absorto en sus fantasías románticas con su cóctel intacto delante.

13

La noche siguiente Leia acababa de sentarse para disfrutar de un rato de tranquilidad cenando con su esposo y sus hijos cuando recibió una llamada de Mon Mothma.

Como de costumbre, había pasado todo el día muy atareada con los problemas gubernamentales. No había tenido ni un momento de respiro desde la catástrofe de Vórtice, y la presión había ido aumentando a medida que Mon Mothma iba renunciando a una parte cada vez mayor de sus responsabilidades, dejando de asistir a las recepciones y reuniones de menos importancia y enviando a Leia como representante suya.

Vivir en el apacible mundo de Alderaan siendo la hija del poderoso senador Bail Organa había hecho que Leia creciera rodeada por la política. Estaba acostumbrada a las constantes exigencias, las emergencias repentinas, el que los comunicados llegaran a todas horas, las negociaciones en susurros y las sonrisas que no tenían nada de sinceras. Había escogido seguir los pasos del senador Bail Organa sabiendo lo mucho que eso exigiría de ella.

Pero los escasos ratos de paz que lograba robar a sus deberes políticos para estar a solas con Han y los niños eran como un tesoro para ella. Parecía como si hubiesen transcurrido siglos desde la última vez en que pudo visitar al pequeño Anakin, aunque Han había visitado a Winter en dos ocasiones durante los dos últimos meses.

Aquella noche Leia había llegado a casa tarde y sintiéndose muy cansada, pero Han le estaba esperando con Jacen y Jaina. Habían retrasado la cena aguardando su llegada, y Cetrespeó había preparado todos los platos como manera de poner a prueba su nueva y no muy fiable programación de alta gastronomía adaptada al manejo de los sintetizadores de alimentos.

Estaban sentados en el área de las comidas, donde tiras de iluminación bañaban la estancia con suaves matices rosados y amelocotonados. Han había programado una relajante selección de la música de uno de los compositores de Alderaan favoritos de Leia, y todos se habían sentado a una mesa cubierta con la más delicada porcelana imperial procedente de las colecciones del difunto Emperador.

La presencia de los gemelos de dos años y medio de edad que golpeaban la mesa con sus cubiertos de plata y exigían una atención constante impedía que la cena pudiera ser considerada como una velada romántica, pero a Leia no le importaba. Han había hecho cuanto estaba en sus manos para que pudieran disfrutar de aquel rato como una familia.

Leia sonrió mientras Cetrespeó traía la cena, que consistía en una roulade de herbívoro que tenía un aspecto muy pasable acompañada por pinchos de tubérculos sazonados con especias y bayas dulces fritas.

—Creo que quedará francamente impresionada, ama Leia —dijo el androide con una reverencia mientras colocaba platos más pequeños delante de Jacen y Jaina.

—Aaaaj, qué asco... —dijo Jacen.

Jaina miró a su hermano como solicitando una confirmación antes de hablar.

—No me gusta —dijo después.

Cetrespeó se irguió con indignación.

—Ni siquiera habéis probado las viandas, niños —dijo—. Insisto en que probéis vuestra cena.

Leia y Han se miraron el uno al otro y sonrieron. Jacen y Jaina tenían la mirada vivaz y los ojos brillantes, y unos rasgos enérgicos y armoniosos debajo de una abundante cabellera castaño oscuro, igual que sus padres. Los gemelos eran extremadamente precoces. Hablaban con frases cortas pero completas, y siempre lograban asombrar a sus padres con los conceptos que ya habían conseguido comprender y comunicar.

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