El discípulo de la Fuerza Oscura (17 page)

BOOK: El discípulo de la Fuerza Oscura
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—¿Qué ocurre? —preguntó Glena, su esposa.

Warton vio que acababa de salir de la unidad y estaba junto a él. La miró y meneó la cabeza, sintiéndose incapaz de responder.

Un instante después un diluvio de rayos mortíferos empezó a bajar del cielo.

El canturreo de los enormes moscardones de Dantooine cesó al instante. Haces cegadores de verde fuego láser descendieron a toda velocidad para caer sobre la base abandonada, creando enormes nubes formadas por restos de edificios pulverizados y fragmentos de roca sintética.

Los haces volvieron a surgir de las baterías turboláser en órbita y se deslizaron por segunda vez sobre su objetivo, resiguiendo el camino que habían trazado antes. Unos cuantos segundos les bastaron para hacer desaparecer toda la base abandonada, y cuando se esfumaron sólo había una cicatriz humeante cubierta de cascotes.

Los colonos ya habían salido de sus unidades. Algunos gritaban, y otros se limitaban a contemplar la destrucción con el rostro estupefacto, enmudecidos por el terror. Luke Skywalker les había prometido que encontraría un lugar seguro donde alojar a los habitantes de Eol Sha... pero al parecer el Jedi había cometido un terrible error.

Las ruinas de la base seguían chisporroteando y expulsando nubes de humo y los incendios ya habían empezado a desplegarse por las sabanas, y un instante después Warton oyó un sonido muy extraño, una especie de vibración temblorosa: era el zumbido de gigantescos motores acompañado por el atronador estruendo de unas colosales pisadas metálicas.

Entrecerró los ojos para protegerlos de la creciente claridad del amanecer, todavía deslumbrado por los haces verdosos de los láseres, y escrutó el horizonte hasta que consiguió distinguir las monstruosas siluetas de unas máquinas gigantescas que avanzaban rápidamente hacia el pequeño campamento. Los walkers imperiales, enormes estructuras metálicas de cuatro patas cuya forma recordaba vagamente a los camellos, se apartaron de las columnas de humo emitidas por la tierra calcinada que indicaban sus puntos de descenso y atravesaron la sabana en una impresionante formación.

Las cabinas que formaban las «cabezas» de los AT-AT
[1]
se inclinaron para apuntar sus baterías de cañones láser. Haces de fuego rojo y verde salieron disparados hacia el suelo con una increíble precisión. Los enormes troncos de los árboles blba, que habían crecido durante siglos hasta alcanzar su tamaño actual, se convirtieron en bolas de fuego que se fueron desplegando y formaron círculos concéntricos sobre los tallos de hierba seca. Anillos de humo grasiento brotaron de los pastizales y subieron en lentas volutas hacia el cielo, llevando consigo la pestilencia de la vegetación quemada y los pequeños animales reducidos a cenizas.

—¡Corred! —gritó, Warton—. Alejaos de las unidades de alojamiento... Serán su primer objetivo.

Los refugiados de Eol Sha empezaron a abrirse pasó por entre los enormes tallos de hierba mientras los walkers imperiales avanzaban hacia ellos. Un solo paso de los AT-AT les permitía recorrer más distancia de la que un ser humano podía correr en medio minuto. Los walkers centraron sus sistemas de puntería en los colonos que intentaban huir, y descargaron sobre cada individuo una potencia de fuego lo bastante grande para destruir un caza espacial.

Glena sacó bruscamente la mano de entre los dedos de Warton.

—¡Espera un momento! —gritó.

Warton vio cómo giraba sobre sí misma y echaba a correr hacia su pequeña morada.

—¡No! —aulló, incapaz de imaginarse nada que pudiese impulsarla a correr hacia la zona que estaba siendo atacada con tal salvajismo.

Un deslumbrante haz de fuego turboláser se desparramó sobre el pecho de su esposa antes de que Glena hubiera podido pronunciar una sola palabra más, y Warton contempló con los ojos llenos de horror cómo Glena se esfumaba convirtiéndose en una nube de vapores rojizos que siseaban y chisporroteaban.

Los seis walkers siguieron avanzando sin dejar de disparar ni un momento contra los árboles blba, las unidades de alojamiento de la pequeña colonia y cualquier cosa que se moviera. Las enormes máquinas se desplegaron formando un círculo alrededor de la aglomeración de unidades.

Los ingenieros de la Nueva República habían conseguido montar un cañón iónico en su campamento. Warton, que seguía paralizado por el horror, vio cómo sus diminutas siluetas se afanaban desesperadamente para conectar el generador en forma de plato. Sabía que las personas que intentaban hacer funcionar el cañón iónico eran simples ingenieros de construcción sin ningún adiestramiento de cómbate.

—¿Por qué? —logró preguntar por fin al cielo.

Había tantas preguntas zumbando locamente dentro de su cabeza que Warton no pudo ser más preciso, y sus labios sólo fueron capaces de articular aquellas dos palabras.

Los ingenieros de la Nueva República activaron el cañón iónico y lanzaron una descarga contra la sección inferior del walker imperial más próximo. El disparo dio en el blanco y dejó inutilizada la articulación de la rodilla de una pata delantera del AT-AT, derritiendo los mecanismos de los servomotores. El walker se detuvo y trató de retroceder, cojeando en una lenta y torpe retirada.

Los otros cinco AT-AT hicieron girar sus cabezas al unísono, y descargaron un río de haces láser sobre el cañón iónico. Los chorros de energía se fundieron en una sola y gigantesca gota de fuego verde que hizo desaparecer el equipo de comunicaciones y el cañón iónico en un destello cegador.

Los walkers reanudaron su avance y siguieron haciendo fuego a discreción contra todo lo que les rodeaba. Las unidades prefabricadas de la colonia fueron estallando una a una. Cortinas de llamas hambrientas se deslizaron velozmente a través de los secos pastizales de la sabana.

Los colonos gritaban mientras corrían, y tropezaban, caían y morían. El rugido de la destrucción vibraba en los oídos de Warton, y seguía siendo incapaz de moverse. Permanecía inmóvil con las manos colgando flácidamente a los lados, y todo su cuerpo estaba temblando.

La vida en Eol Sha había sido difícil y peligrosa, pero incluso los peores momentos de la existencia en aquel mundo estaban muy lejos de ser tan terribles como el infierno en que se había convertido Dantooine.

El comandante Kratas estaba sentado en la cabina del AT-AT, dirigiendo el movimiento de las seis máquinas gigantescas que tenía a sus órdenes y sintiéndose un poco incómodo en aquel recinto con el que no estaba familiarizado. Los walkers disparaban contra cualquiera que intentase escapar, incendiando islas de hierba y desintegrando a los colonos que habían intentando refugiarse en ellas y que desaparecían envueltos en llamas. Kratas estaba decidido a no dejarles ningún lugar en el que pudieran ocultarse.

Comprobó que todas las unidades habían sido destruidas y que todos los colonos que corrían de un lado a otro habían sido eliminados mientras huían. Los ingenieros rebeldes y su cañón iónico habían sido desintegrados con una sola ráfaga, y los daños de escasa importancia que habían infligido a un walker podrían ser reparados sin ninguna dificultad en los talleres del
Gorgona
.

—Preferiría que se moviese... —dijo el artillero.

Kratas bajó la mirada y vio a un hombre inmóvil entre los restos de la destrucción, una silueta que permanecía tan quieta como una estatua y que mantenía los ojos clavados en la nada.

—Acertar a un blanco estacionario no tiene mucho mérito —dijo el artillero mientras alzaba el visor de su casco negro—. Si echara a correr, al menos podría ejercitar mi puntería.

Kratas contempló la devastación y los anillos negros de las humaredas que iban subiendo hacia el cielo desde un millar de incendios. Estaba claro que ya no tenían nada más que hacer allí.

—Acabe con él aunque no se mueva —dijo—. No podemos perder el tiempo con jueguecitos.

El artillero presionó sus botones de disparo, y el único superviviente de la colonia desapareció en un estallido de fuego verde.

El comandante Kratas se puso en contacto con el navío insignia, y saludó con una inclinación de cabeza a la imagen en miniatura de la almirante Daala que apareció sobre la plataforma del transmisor envuelta en una nube iridiscente.

—La misión ha sido cumplida con un éxito total, almirante —dijo—. Un AT-AT ha sufrido averías menores, y no hemos tenido bajas.

—¿Está seguro de que no queda nadie con vida ahí abajo? —preguntó Daala.

—Estoy seguro, almirante. No hemos dejado ni una sola estructura en pie, y todo ha quedado destruido.

—Excelente —dijo Daala con un leve asentimiento de cabeza—. Pueden volver a las naves. Creo que hemos alcanzado nuestro objetivo de hacer un poco de ejercicio. —Daala sonrió—. La próxima vez escogeremos un mundo más importante que atacar.

10

El descanso de un Jedi rara vez se veía turbado por los sueños. Las técnicas de concentración y meditación permitían obtener un estado de reposo casi perfecto que dejaba muy poco lugar a los pensamientos inquietantes o las ilusiones y sombras de la mente. Pero aquella noche las pesadillas surgieron de la nada y cayeron sobre Luke Skywalker.

Todo empezó con una voz que llegaba hasta él a través de un vacío lleno de niebla.

—Luke... Luke, hijo mío... ¡Tienes que oírme!

Una silueta oscura empezó a emerger de las sombras mientras todo lo que rodeaba a Luke iba adquiriendo más nitidez. Luke se vio a sí mismo vestido con su mono de vuelo gris manchado por el sudor, el aceite y el dolor. Era el aspecto que tenía cuando había sacado el cuerpo de su padre de la segunda
Estrella de la Muerte
.

Los rasgos de la silueta espectral brillaban con una débil aura iridiscente. Luke vio el rostro de rasgos enérgicos de Anakin Skywalker, intacto y tal y como había sido antes de que sufriera los daños que el mal de Darth Vader había producido en su cuerpo.

—¡Padre! —gritó Luke.

Su voz había adquirido una extraña cualidad de eco, como si rebotara en los muros de neblina.

—Luke... —dijo la imagen de Anakin.

Luke sintió cómo un cosquilleo de asombro recorría todo su cuerpo. Era otro mensaje enviado a través de la mente, al igual que lo había sido el último contacto que tuvo con Obi-Wan Kenobi. Pero Obi-Wan se había despedido de Luke, y había afirmado que nunca volvería a ponerse en contacto con él.

Anakin se irguió y los pliegues de su túnica ondularon impulsados por un viento cada vez más fuerte que fue disipando las neblinas. De repente el mundo que les rodeaba dejó de ser una masa borrosa y carente de rasgos, y Luke se dio cuenta de que él y la imagen de su padre se encontraban en la cima del Gran Templo de Yavin 4. El gigante gaseoso anaranjado flotaba sobre sus cabezas, y las junglas intemporales que se extendían debajo de ellos parecían no haber cambiado en lo más mínimo. Pero las piedras del templo eran nuevas y de un brillante color blanco, y mostraban las cicatrices producidas hacía muy poco tiempo al extraerlas de la cantera. Un muro de la pirámide estaba cubierto por una complicada y frágil estructura de andamios. Luke oyó voces ahogadas y cánticos muy por debajo de él, y sus oídos captaron los encantamientos mágicos de los esclavos que trabajaban y sufrían.

Vio a los massassi desaparecidos afanándose para transportar inmensos bloques de piedra a lo largo de caminos que habían abierto a través de la jungla. Los massassi eran humanoides de lisa piel verde grisácea y ojos tan grandes que parecían linternas. Anakin Skywalker permanecía inmóvil en el ápice del templo, como si estuviera dirigiendo el trabajo de las cuadrillas que se movían lentamente debajo de él.

—No te dejes engañar, Luke. No confíes en todo lo que crees es verdad. —Las palabras de Anakin le hicieron pensar en un canturreo extrañamente lejano, como si estuvieran teñidas por el acento casi imperceptible de una raza muy antigua—. Obi-Wan te mintió en más de una ocasión.

Luke sintió cómo la inquietud empezaba a adueñarse de él y se iba extendiendo por todo su cuerpo. Había querido muchísimo a Obi-Wan Kenobi, pero sabía que el anciano no siempre había sido totalmente franco con él.

—Sí, ya sé que me ocultó la verdad —replicó—. Me dijo que Darth Vader te había matado, cuando en realidad lo que ocurrió es que te convertiste en Vader.

Anakin dio la espalda a los massassi que sólo existían en el sueño y que seguían trabajando debajo de ellos, y sostuvo la mirada de Luke con ojos que parecían tan insondables como el universo.

—¿Y ésa fue la única mentira de Obi-Wan?

—No. También me ocultó otras cosas.

Luke volvió la cabeza hacia las junglas que se perdían en la lejanía, y contempló el horizonte extrañamente próximo de la luna para ver otro claro y otro inmenso templo que estaba siendo erigido en él.

—Y Obi-Wan lo justificó diciendo que mentía por tu bien y para protegerte. ¿Acaso le pediste esa protección, Luke?

—No.

Luke intentó reprimir su creciente inquietud.

—Obi-Wan quería que fueses su estudiante, pero no te permitió disponer de la libertad necesaria para tomar tus propias decisiones. ¿Tan poco confiaba en ti? ¿Siempre estabas de acuerdo con ese «cierto punto de vista» suyo?

—No —dijo Luke, sintiendo que la duna engullía su palabra.

Cuando volvió a hablar la voz de Anakin estaba llena de ira.

—Obi-Wan luchó contra las complejas enseñanzas de los Sith que había descubierto —dijo—. No las comprendía, pero me prohibió estudiarlas..., aunque siempre insistió en que debía aprender por mí mismo y elegir mi propio camino. Me rebelé contra él debido a su estrechez de miras, e insistí en sacar a la luz secretos para los que no estaba preparado. Al final eso me consumió... Sucumbí ante el lado oscuro, y me convertí en el Señor Oscuro del Sith.

Anakin contempló a Luke con el rostro lleno de angustia, y su expresión parecía estar pidiéndole disculpas.

—Pero si Obi-Wan me hubiera permitido ir asimilando todas esas enseñanzas poco a poco, entonces habría llegado a ser más fuerte. Habría seguido siendo puro, en vez de acabar corrompido. Obi-Wan nunca lo entendió.

La imagen de Anakin meneó la cabeza.

—Si vas a enseñar a otros Jedi, Luke, debes comprender las consecuencias de lo que pueden llegar a aprender —siguió diciendo—. Tú también debes estudiar la antigua herencia de los Sith. Es una parte más de tu adiestramiento Jedi.

Luke tragó saliva.

—No me atrevo a creerte, padre. Ya he sentido el inmenso poder del lado oscuro.

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