Dentro de las conductas de ingestión de los gatos, no debemos olvidar que existen conductas totalmente inadecuadas o aberrantes, pero que también muchas de las que pueden parecernos «anormales», son, sin embargo, absolutamente normales:
En otros casos, el estrés de la madre, un incorrecto estado de nutrición o algún problema hormonal también pueden conducir al canibalismo.
Otros argumentos indican una posible deficiencia nutricional que provocaría dicha ingestión de plantas, un cierto interés por el sabor de los vegetales para compensar la deficiencia de ácido fólico en los gatos que consumen carne de forma exclusiva.
Los veterinarios sabemos que no hay pacientes más «herméticos» que los gatos. Aquí vuelve a aflorar aquel
Felis silvestris lybica
solitario, al que le gusta estar tranquilo y que se siente mejor cuando se esconde y nadie le molesta.
El perro enfermo suele buscar «apoyo» en su manada, y el ser humano lo pide a gritos. El gato en estos casos se esconde o se queda quieto, sin más.
Si conocemos un poco a nuestro gato, observaremos esos cambios de conducta indicativos de que algo «no va bien». Un gato enfermo reduce sus actividades más típicas: deja de comer o come mucho menos (con lo que adelgaza en pocos días), deja de asearse (con lo que su pelo presenta un aspecto «sucio» y desaliñado), deja de jugar y cambia de lugar de reposo, es frecuente que se recueste en la bandeja sanitaria.
Hay trastornos de conducta que pueden sugerir que el gato se siente mal. Hay ocasiones en que orina o defeca fuera de la bandeja: tal vez padezca dolor que a su vez produce rechazo al sitio donde más le duele. En ocasiones puede tornarse agresivo y la causa, a veces, es un dolor difuso que le encoleriza.
El comentario lógico es que si vemos cualquier cambio de actitud a peor, consultemos con su veterinario. Cuando el gato manifiesta estos cambios posiblemente lleve ya varios días mal, aunque no lo hayamos notado.
Además, la presencia del gato en la clínica puede llegar a ser desesperante, no sólo para el profesional, sino para el propietario, que tras largas horas de persecución y algún que otro arañazo, consigue introducir al animal en su caja de transporte.
El gato asocia la caja con el coche, con su destino a la clínica, con los olores de ese especial entorno, con el veterinario, con sus procedimientos…
El comentario habitual del propietario, tras el comportamiento «satánico» de su gato en la consulta, suele ser el mismo: «No puedo entenderlo, si en casa es un bendito…».
La explicación es tan sencilla como volver a leer el apartado del miedo, del miedo a las personas… El gato está manifestando un comportamiento de «puro y duro» miedo.
Pero, afortunadamente, la mayoría de los felinos aceptan de buen grado el manejo del veterinario, por su adecuada socialización, por el trato del profesional, por experiencias «no del todo negativas»…
El veterinario es el valedor final de la salud del felino… como propietarios responsables intentemos que el animal se socialice de forma adecuada con la clínica y con el profesional y colaboremos de la forma que nos indiquen… así será mucho más sencillo para todos.
En demasiadas ocasiones solemos escuchar que a los gatos no se les puede educar, que sus conductas no deseadas no pueden ser manejadas… ¡¡Nada más lejos de la realidad!!
Un gato reaccionará adecuadamente a las pautas educativas pensadas para su especie; lo que sin duda nunca funcionará en el intento educativo de un felino, es la utilización de las pautas empleadas habitualmente en el caso de los perros.
Como en cualquier animal doméstico al que estemos educando, debemos tener presente el correcto asesoramiento del profesional, así como grandes dosis de paciencia; el uso de los castigos y de los refuerzos como medios de apoyo para conseguir el fin deseado, completarán el núcleo de medidas necesarias para lograr los resultados esperados.
Tenemos un problema con el gato… ¿Cuáles son los principales datos que hay que tener en cuenta?
Y tener claro todo lo comentado.
Un castigo supone la aplicación de un estímulo molesto para el animal (aversivo) en el preciso momento o inmediatamente después (entre uno y tres segundos) de que haya mostrado una conducta no deseada.
Para que este castigo sea eficaz, el estímulo aplicado debe ser inmediato tras la acción y lo suficientemente intenso como para provocar molestia pero sin producir daño o miedo.
Ante lo dicho debemos plantearnos no aplicar castigos que no sean recomendados por un profesional, ni hacerlo fuera de los momentos adecuados: en el preciso instante que se desarrolla la acción o justo después, ya que si no el castigo carecerá totalmente de eficacia e incluso será contraproducente (puede generar otros problemas de conducta).
Otro de los puntos a tener muy en cuenta es la adecuación del castigo a cada especie animal; un castigo aplicado a un perro en determinada situación no tiene por qué ser útil o eficaz para un gato ante un comportamiento no deseado; por otra parte, un castigo de insuficiente intensidad puede causar una habituación del animal al mismo sin conseguir el más mínimo efecto; por el contrario, si el castigo es excesivamente severo no suele solucionar el problema y «de regalo» puede provocar otras alteraciones de la conducta.
Por desgracia seguimos escuchando de boca de muchos propietarios el uso de castigos físicos de «variado tipo»; debemos tener
siempre
presente que los castigos físicos no se deberían utilizar
nunca
.
El castigo físico puede agravar un sencillo problema inicial, y que éste derive en miedo del animal hacia el propietario o que desencadene agresiones del animal al hombre…
Entre las formas de castigo utilizadas habitualmente podemos comentar:
Pero antes de entrar a explicar las distintas técnicas de castigo debemos tener presente la importancia del «castigados»; un propietario adecuadamente asesorado por el profesional debe ser capaz de valorar si la forma de castigo seleccionada por el veterinario como la más adecuada es realmente eficaz para el animal problema; en muchos casos será el propietario el que valore si la técnica aplicada supera los ámbitos de sensibilidad de sus mascota hacia uno u otro castigo. En el fondo, es el que mejor conoce a su amigo.
No todos los animales reaccionan igual ante un mismo castigo, por eso remarcamos la importancia de que el «castigador» esté correctamente asesorado y sea capaz de valorar las reacciones del animal ante el castigo propuesto.
También es importante tener claro cuándo el animal puede realizar la acción no deseada; si por ejemplo el gato se dirige hacia el lateral del sillón en el que suele afilarse las uñas, el propietario puede intentar evitar la posible conducta desviando al animal con algo que reclame su interés: decir su nombre, ofrecerle algún premio, o directamente cogerlo y variar su camino (proporcionándole además una caricia).
Esta manipulación del animal sólo debe realizarse si no provoca miedo, ansiedad o intento de agresión y si además consigue el cese inmediato de la supuesta acción inadecuada (afilado de uñas en el sillón).
Existen algunos productos en el mercado que emiten sonidos audibles, o no, para el propietario, como los aparatos de sonidos ultrasónicos, audibles por la mayoría de los perros y de los gatos, las bocinas, las sirenas… que son útiles para realizar el castigo directo interactivo; también existen posibilidades más sencillas, como una lata llena de piedras o monedas, las pistolas y los
sprays
de agua…
Tras la visualización «disimulada» de la acción inadecuada del animal, sería ideal aplicar el castigo sin que él relacionara su procedencia con su propietario; esto se intenta para que el animal asocie el castigo con su conducta y no con el propietario.
El castigo puede tener forma de sonidos emitidos a distancia, chorros de agua, luces…, cualesquiera de los castigos empleados deben interrumpirse en el mismo momento que cesa la conducta anómala.
En el caso de los gatos es de gran importancia que no asocie el castigo al propietario, ya que tras varios castigos el animal los relaciona con su dueño, aprende a evitarlo y el comportamiento inadecuado se mantiene.
En este caso se aplican cambios en el entorno del animal, dificultando su acceso a zonas, evitando su «ataque» a muebles, plantas… Para ello existen actualmente en el mercado un gran número de artilugios remotos que producen sonidos cuando el animal entra en una zona, esterillas que emiten suaves descargas… incluso existe un collar que consigue evitar que un gato se alimente de la comida de otro gato… el sistema se dispara cuando el animal pretende comer fuera de su recipiente.
Pero no sólo los métodos modernos son capaces de proporcionarnos sistemas para el castigo ambiental, los métodos «de toda la vida», como cinta adhesiva de doble cara, papel aluminio, sabores y olores molestos para el animal, consiguen los efectos deseados siempre y cuando hayan sido correctamente prescritos por el profesional.