Ella se encogió de hombros y se quitó la chaqueta del traje, por si él tenía dudas de lo que había debajo. Marino miró. Miró sin tapujos.
—En el de hombres hay una fotografía de Hap Judd —añadió Marino, porque a Berger le interesaría—. Evidentemente no ocupa un puesto de honor; está en la pared, encima de un urinario.
—¿Sabes cuándo tomaron la foto y si es cliente habitual? —La voz de Berger.
—Lo es él y muchos otros famosos que viven en la ciudad o ruedan aquí. El interior es como uno de esos restaurantes con las paredes plagadas de fotografías. La de Hap Judd quizá sea del verano pasado. Nadie con quien hablé lo recordaba con precisión. Ha estado ahí, pero no es un cliente habitual.
—¿Y qué tiene de especial? —preguntó Berger—. No sabía que los bolos fuesen tan populares entre los famosos.
—¿Nunca has oído hablar de las campañas de beneficencia con famosos que juegan a los bolos?
—No.
—Muchos famosos juegan a los bolos, pero además High Roller Lanes está de moda —dijo Marino, que se sentía aletargado, como si la sangre se le hubiese escurrido de la cabeza en dirección sur—. El dueño es un tipo que tiene restaurantes, salas de juego, establecimientos de ocio, en Atlantic City, Indiana, el sur de Florida, Detroit, Luisiana. Se llama Freddie Maestro, es más viejo que Matusalén. Aparece en todas las fotos con los famosos, así que debe de pasar mucho tiempo en la ciudad.
Apartó los ojos de Bonnell para poder concentrarse.
—La cosa es que ahí nunca sabes a quién vas a conocer, a eso voy —continuó Marino—. Para alguien como Toni Darien, tal vez fuese parte de lo que le gustaba del sitio. Ella quería hacer dinero y ahí dan buenas propinas, y quería contactos, relacionarse. Su turno era el que yo llamaría de máxima audiencia. Noches, por lo general empezaba a las seis hasta la hora de cierre, a las dos de la madrugada, de jueves a domingo. O iba al trabajo andando o en taxi, no tenía coche propio.
Tomó un sorbo de Coca-Cola
light
sin despegar los ojos de la pizarra blanca que colgaba de la pared, junto a la puerta. Berger y sus pizarras blancas, todo con un código de color, los casos listos para los tribunales en verde, los que no en azul, las fechas de los juicios en rojo, quién está de guardia en admisiones de delitos sexuales en negro. Era más seguro mirar la pizarra blanca. Así pensaba mejor.
—¿A qué tipo de contactos te refieres? —La voz de Berger.
—Supongo que en un sitio de categoría como ése puedes conseguir lo que te dé la gana. Así que quizá Toni se cruzó con la persona equivocada.
—O tal vez High Roller Lanes no tuvo nada que ver. Podría no guardar ninguna relación con lo sucedido. —Bonnell dijo lo que creía, motivo por el que, probablemente, no le habían interesado las fotografías, ni los que jugaban en las grandes pantallas de vídeo, ni los ricos y famosos del establecimiento.
Bonnell estaba convencida de que el asesinato de Toni Dañen era aleatorio, que la eligió un depredador, un asesino en serie al acecho. Quizá llevase ropa para correr, pero no era eso lo que hacía cuando acabó en el lugar y el momento equivocados. Bonnell dijo que Marino lo entendería cuando oyese la llamada del testigo al 911.
—Doy por supuesto que seguimos sin saber el paradero del móvil y el portátil. —La voz de Scarpetta.
—Y la cartera y el bolso —les recordó Marino—. Tampoco han aparecido. No estaban en el apartamento, tampoco en la escena del crimen. Y ahora me pregunto qué habrá sido del abrigo y los mitones.
—Los objetos perdidos concuerdan con la llamada al 911, la información que ha recibido la detective Bonnell —intervino Berger—. Lo que ha dicho un testigo. Posiblemente Toni subió a un taxi, llevaba esas cosas consigo por alguna razón, porque no iba a correr. Iba a hacer otra cosa, lo más probable pararse en algún sitio e ir a correr más tarde.
—¿Se han encontrado otros tipos de cargador, además de los del portátil y el móvil? ¿Algo más en el apartamento? —preguntó Scarpetta.
—Eso es todo lo que he visto —respondió Marino.
—¿Y un puerto USB, por ejemplo? ¿Cualquier cosa que indicase que tenía otro dispositivo que necesitaba recargarse, como el reloj que llevaba en la muñeca? Parece ser una especie de dispositivo para almacenar datos llamado BioGraph. Ni Lucy ni yo lo hemos encontrado en Internet.
—¿Cómo puede existir un reloj de ese nombre y que no esté en Internet? Alguien tiene que venderlo, ¿no? —dijo Marino.
—No necesariamente. —Cuando Benton le respondía, era siempre para mostrar su desacuerdo o dejarlo en mal lugar—. No si está en fase de investigación y desarrollo o es un proyecto clasificado.
—Así que quizá Toni Darien trabajaba para la puta CIA —espetó Marino.
S
i el asesinato de Toni Darien era obra de una agencia de inteligencia, quienquiera que fuese responsable no iba a dejar un dispositivo de almacenamiento de datos en su muñeca.
Benton lo señaló con el tono neutro que utilizaba al hablar con personas que no le gustaban. Un tono árido, desabrido, que a Scarpetta le evocó la tierra agostada, la piedra, mientras permanecía sentada en el sofá de una habitación de invitados que Benton había convertido en su despacho en la parte trasera del piso, un bonito espacio con vistas a la ciudad.
—Propaganda. Para hacernos creer algo. En otras palabras, amañado —dijo la voz de Marino por el terminal de audioconferencia próximo al ordenador de Benton—. Sólo respondo a tu sugerencia de que podría formar parte de algún proyecto clasificado.
Benton escuchó, impasible, desde su butaca de piel, a su espalda una pared de libros organizados por tema, de tapa dura, algunos de ellos primeras ediciones, varios muy antiguos. Marino se había molestado y finalmente había saltado porque Benton lo había hecho quedar como un tonto, y cuanto más hablaba Marino, más tonto parecía. Scarpetta deseó que ambos dejaran de actuar como adolescentes.
—Si vamos por ahí, quizás ellos quisieran que encontrásemos el reloj porque, sea lo que contenga, es información falsa —siguió Marino.
—¿Quiénes son «ellos»? —preguntó Benton en un tono decididamente desagradable.
Marino ya se había hartado de defenderse y Benton ya no fingía que lo había perdonado. Como si lo que había ocurrido en Charleston hacía un año y medio fuese algo entre ellos y ya no guardase relación con Scarpetta. Típico de las agresiones, ella ya no era la víctima. Lo eran todos los demás.
—No lo sé, pero, para ser sincero, no deberíamos descartar nada. —La gran voz de Marino invadió el pequeño espacio privado de Benton—. Cuanto más se trabaja en esto, más se aprende a mantener una actitud abierta. Y hay un montón de mierda en el país, terrorismo, contraterrorismo, espionaje, contraespionaje, los rusos, los norcoreanos, de todo.
—Me gustaría apartarme de la hipótesis de la CIA. —Berger era seria y directa, y el giro que había dado la conversación estaba acabando con su paciencia—. No hay pruebas de que estemos ante un trabajo organizado de motivación política, o relacionado con el terrorismo o el espionaje. De hecho, hay muchas evidencias de lo contrario.
—Querría preguntar por la posición del cadáver en la escena del crimen —dijo la detective Bonnell con voz suave pero segura, y en ocasiones irónica y difícil de interpretar—. Doctora Scarpetta, ¿ha encontrado alguna indicación de que la hubieran agarrado de los brazos o arrastrado? Porque la postura me pareció extraña. Casi un poco ridícula, como si estuviera bailando «Hava Naguila», las piernas dobladas como una rana y los brazos hacia arriba. Sé que os parecerá extraño, pero es lo que se me ha pasado por la cabeza cuando la he visto.
Benton observó las fotografías de la escena del crimen.
—La posición del cuerpo es degradante, una burla. —Abrió más fotografías—. Está expuesta de un modo sexualmente gráfico que pretende mostrar desprecio y escandalizar. No se ha hecho esfuerzo alguno para ocultar el cuerpo, sino exactamente lo contrario. La posición está amañada.
—Aparte de la posición que has descrito, no había evidencias de que la hubieran arrastrado. —Scarpetta respondió a la pregunta de Bonnell—. No hay abrasiones posteriores, ni magulladuras en las muñecas, pero hay que tener en cuenta que no iba a mostrar respuesta vital a las lesiones. Una vez muerta, no mostraría moretones aunque la arrastraran de las muñecas. En general, el cuerpo estaba relativamente libre de lesiones, salvo por la herida de la cabeza.
—Asumamos que estás en lo cierto respecto a que llevaba cierto tiempo muerta. —Era Berger la que hablaba convincentemente desde el sofisticado altavoz negro que Benton usaba para las conferencias—. Pienso que quizás haya una explicación para eso.
—La explicación es lo que sabemos que le sucede al cuerpo tras la muerte —dijo Scarpetta—. Lo rápidamente que se enfría, el modo en que la sangre que no circula se deposita por una cuestión de gravedad en las partes declives y el aspecto que toma, y la rigidez característica de los músculos debida a la disminución del trifosfato de adenosina.
—Puede haber excepciones, sin embargo —objetó Berger—. Se ha comprobado que estos artefactos asociados con el momento de la muerte varían en gran medida en función de lo que la persona hacía justo antes de morir, las condiciones climatológicas, el tamaño corporal y cómo iba vestida, y hasta los fármacos que estuviese tomando. ¿Estoy en lo cierto?
—El cálculo del momento de la muerte no es una ciencia exacta.
A Scarpetta no le sorprendió en absoluto que Berger debatiese con ella. Era una de esas situaciones en que la verdad lo ponía todo mucho más difícil.
—Entonces es posible que ciertas circunstancias pudiesen explicar por qué la rigidez y la lividez cadavéricas de Toni parecían tan avanzadas —dijo Berger—. Por ejemplo, si hacía un gran esfuerzo, si corría, quizá si huía de su agresor cuando la golpeó en la cabeza. ¿Eso no explicaría un inicio inusualmente rápido del rigor mortis? ¿O un rigor instantáneo incluso, lo que se conoce como espasmo cadavérico?
—No, porque no murió de inmediato, después del golpe en la cabeza —respondió Scarpetta—. Sobrevivió cierto tiempo, durante el cual no estuvo, en absoluto, físicamente activa. Habría estado incapacitada, básicamente en coma y agonizando.
—Pero si somos objetivos al respecto —como insinuando que quizá Scarpetta no lo era—, su livor mortis, por ejemplo, no puede decirte exactamente cuándo murió. Hay muchas variables que pueden afectar la lividez.
—Su lividez no me dice exactamente cuándo murió, pero sí da una estimación. No obstante, me dice inequívocamente que la trasladaron. —Scarpetta empezaba a sentirse como un testigo en el estrado—. Posiblemente cuando la llevaron al parque, y es muy probable que quienquiera que lo hiciese no advirtiera que, al colocar los brazos del modo en que lo hizo, ofrecía una inconsistencia obvia. Los brazos no estaban por encima de la cabeza cuando se formó la lividez, sino junto a los costados, con las palmas hacia abajo. Tampoco hay hendiduras ni marcas de la ropa, pero sí hay palidez bajo la correa del reloj, lo que indica que estaba en su muñeca después de que el livor se intensificara y fijase. Sospecho que durante al menos doce horas después de la muerte estuvo completamente desnuda, salvo por el reloj. Ni siquiera llevaba los calcetines, que eran de un material elástico que hubiese dejado marcas. Cuando el asesino la vistió, antes de trasladar el cadáver al parque, puso los calcetines en el pie equivocado.
Les habló de los calcetines anatómicos que Toni usaba para correr y añadió que cuando los agresores visten a sus víctimas después del ataque, suelen dejar indicios reveladores. Los errores son frecuentes. Por ejemplo, las ropas están torcidas o del revés. O, en este caso, las prendas de la derecha y la izquierda se han invertido inadvertidamente.
—¿Por qué dejar el reloj? —preguntó Bonnell.
—No era importante para quien la desnudó. —Benton miraba las fotografías de la escena en su pantalla y amplió el reloj BioGraph que Toni llevaba en la muñeca izquierda—. Quitar joyas, excepto si el propósito es llevarse recuerdos, no tiene tanta carga sexual como quitar la ropa, exponer la piel desnuda.
Pero todo depende de lo que sea simbólico y erótico para el agresor. Y quienquiera que estuviera con el cuerpo no tenía prisa. No si lo retuvo durante día y medio.
—Kay, me pregunto si alguna vez has tenido un caso en que alguien llevara sólo seis horas muerto, pero aparentase cinco veces más tiempo.
Berger había tomado una decisión y estaba haciendo todo lo posible por influir en el testigo.
—Sólo en los casos en que el inicio de la descomposición se intensifica espectacularmente, como en un entorno tropical o subtropical muy caluroso. Cuando fui forense en Florida, la descomposición acelerada no era algo inusual. La observé a menudo.
—En tu opinión, ¿Toni sufrió una agresión de tipo sexual en el parque, o quizás en un vehículo, y después la trasladaron y colocaron como ha descrito Benton? —preguntó Berger.
—Siento curiosidad. ¿Por qué un vehículo? —preguntó Benton, reclinándose en la butaca.
—Estoy planteando la posibilidad de que fuera agredida sexualmente y asesinada en el interior de un vehículo y que luego el cuerpo fuera abandonado y dispuesto del modo en que se encontró —dijo Berger.
—No he observado nada, ni durante el examen externo ni durante la autopsia, que indique que fue atacada en el interior de un vehículo —respondió Scarpetta.
—Pienso en las lesiones que presentaría si el agresor la hubiese atacado en el parque, en el suelo —insistió Berger—. Me pregunto si, según tu experiencia, cuando alguien sufre una agresión sexual en una superficie dura, como un suelo de tierra, lo habitual es que se observen magulladuras y escoriaciones.
—Lo veo a menudo.
—A diferencia de una violación, por ejemplo, en el asiento trasero de un coche, cuando la superficie que hay debajo de la víctima es más clemente que la tierra helada cubierta de piedras, palos y otros desechos —continuó Berger.
—Me es imposible saber si fue atacada en un vehículo —repitió Scarpetta.
—Es posible que subiera a un vehículo, la golpearan en la cabeza y luego la persona la agrediese sexualmente, y la conservara cierto tiempo antes de arrojar el cadáver donde lo encontramos. —Berger no preguntaba. Afirmaba—. Y la lividez, la rigidez, la temperatura corporal son en realidad engañosas y confunden porque el cuerpo apenas estaba vestido y estuvo expuesto a temperaturas próximas a la congelación. Y si es verdad que tuvo una agonía prolongada, quizá de horas, debido a la herida en la cabeza... quizá la lividez se anticipara debido a eso.