—El ADN no va a decirte si alguien está muerto —repitió Scarpetta.
—Entonces, hipotéticamente, ¿qué podría decirnos un cabello, por ejemplo un cabello identificado como de Hannah, recuperado en una localización como podría ser un vehículo?
—Hablemos del examen microscópico del pelo en general, ya que es eso lo que acordamos hablar esta noche.
—En general, entonces. Díganos cómo podría determinar que el pelo es de una persona muerta. Encuentra un cabello en algún sitio, digamos que en el interior de un vehículo. ¿Cómo puede saber si la persona que lo perdió estaba viva o muerta en ese momento?
—El daño de la raíz post mórtem o la ausencia de éste puede decirnos si el cabello cayó de una persona viva o de un cadáver —respondió Scarpetta.
—A eso iba, precisamente. —Carley golpeaba el lápiz como si fuera un metrónomo—. Porque, según mis fuentes, en el caso de Hannah Starr se ha recuperado un cabello que muestra sin ninguna duda el daño que se asociaría con la muerte y la descomposición.
Scarpetta no tenía ni idea de lo que hablaba Carley y se preguntó, extrañada, si no estaría confundiendo los detalles del caso de Hannah Starr con los del niñito Caylee Anthony, cuyos cabellos recuperados del maletero del coche familiar mostraban signos de descomposición.
—Y bien, ¿cómo explicaría que un cabello esté dañado como sucede tras la muerte si la persona no está muerta? —Carley clavó en Scarpetta una mirada que parecía perpetuamente sobresaltada.
—No sé a qué te refieres con «dañado» —dijo Scarpetta, y se le pasó por la cabeza irse del plato.
—Dañado digamos que por insectos, por ejemplo. —Carley golpeó el lápiz sonoramente—. Ciertas fuentes me han informado de que el cabello hallado en el caso de Hannah Starr muestra evidencia de daño, el tipo de daño que se ve después de la muerte. —A la cámara—: Y esto aún no se ha hecho público. Lo discutimos aquí por primera vez, aquí y ahora, en mi programa.
—El daño ocasionado por los insectos no implica necesariamente que la persona a quien le cayó ese cabello esté muerta. —Scarpetta respondió a la pregunta, evitando el tema de Hannah Starr—. Si, de forma natural, se te caen cabellos en casa, en el coche, en el garaje, es muy probable que esos cabellos muestren daños ocasionados por insectos.
—Quizá pueda explicar a nuestros telespectadores cómo los insectos dañan el cabello.
—Se lo comen. Microscópicamente se aprecian las marcas de los mordiscos. Si el cabello muestra este tipo de daño, por lo general se asume que el cabello no cayó recientemente.
—Y se asume que la persona está muerta. —Carley la apuntó con el lápiz.
—Basándose únicamente en ese hallazgo, no, no puede llegarse a tal conclusión.
En los monitores: imágenes microscópicas de dos cabellos humanos con una ampliación de 50X.
—Bien, doctora Scarpetta, tenemos las imágenes que pidió que mostráramos a los telespectadores —anunció Carley—. Díganos exactamente qué estamos viendo.
—El ribeteado de la raíz post mórtem o, en palabras del eminente examinador de rastros Nick Petraco, una banda opaca elipsoidal que parece compuesta de una serie de espacios de aire alargados y paralelos a lo largo del cuerpo del pelo más próximo al cuero cabelludo.
—Guau, ¿qué le parece si lo traduce para los telespectadores?
—En las fotografías que estás mirando es la zona oscura de la raíz con forma de bulbo. ¿Ves las bandas oscuras? Basta con decir que este fenómeno no se da en las personas vivas.
—Y estos cabellos que estamos viendo son los de Hannah Starr —dijo Carley.
—No, no lo son. —Si se iba del plato, sólo empeoraría las cosas. «Aguanta», se dijo Scarpetta.
—¿No? —Una pausa dramática—. ¿De quién son, entonces?
—Simplemente muestro ejemplos de lo que el análisis microscópico del cabello puede decirnos —respondió Scarpetta, como si la pregunta fuese razonable, que no lo era en absoluto. Carley sabía muy bien que el cabello no estaba relacionado con el caso de Hannah Starr. Sabía pero que muy bien que la imagen era genérica, una presentación PowerPoint que Scarpetta proyectaba de forma rutinaria en las facultades de investigación forense.
—¿No es cabello de Hannah, y no está relacionado con su desaparición?
—Son un ejemplo.
—Bien, supongo que eso es el «factor Scarpetta». Se saca algo de la manga que apoye su teoría, que es claramente que Hannah está muerta, por lo que nos muestra cabello de una persona muerta. Pues bien, estoy de acuerdo, doctora Scarpetta —dijo Carley, lenta y categóricamente—: creo que Hannah Starr está muerta. Y creo posible que lo que le ha sucedido guarde relación con la corredora asesinada brutalmente en Central Park, Toni Darien.
En los monitores: una fotografía de Toni Darien con pantalón ceñido y blusa breve, con una bolera al fondo; otra fotograba, esta del cuerpo en la escena del crimen.
«¿De dónde demonios ha salido eso?» Scarpetta no mostró su conmoción. ¿Cómo había llegado a manos de Carley una fotografía de la escena?
—Como sabemos —dijo Carley Crispin a la cámara—, tengo mis fuentes y no siempre puedo entrar en detalles de quiénes son, pero sí puedo verificar la información. Y tengo información de que al menos un testigo ha declarado al Departamento de Policía de Nueva York que vio que sacaban el cuerpo de Toni Darien de un taxi esta mañana, que parece ser que un taxista sacaba el cuerpo de un taxi amarillo. ¿Está usted al corriente, doctora Scarpetta? —Al ritmo lento del golpeteo del lápiz.
—Tampoco voy a hablar de la investigación de Toni Darien.
Scarpetta intentó no alterarse con la fotografía de la escena del crimen. Se asemejaba a las fotografías tomadas esa mañana por un investigador médico-legal de la Oficina del jefe de Medicina Forense.
—Lo que está diciendo es que hay algo de lo que hablar.
—No estoy diciendo eso.
—Permítame que recuerde a todos que a Hannah Starr se la vio por última vez subiendo a un taxi, después de haber cenado con unos amigos en Greenwich Village la víspera de Acción de Gracias. Doctora Scarpetta, no va a hablar de ello, lo sé. Pero permita que le pregunte algo que debería ser capaz de responder. ¿No es la prevención una parte de la misión del forense? ¿No se supone que usted debe averiguar por qué alguien ha muerto, para evitar que le suceda lo mismo a otra persona?
—Prevención, sin duda. Y la prevención en ocasiones requiere que aquellos de nosotros responsables de la salud y la seguridad públicas sean extremadamente cautos con la información que dan a conocer.
—Bien, permita que le pregunte lo siguiente: ¿no sería de gran interés público saber que quizás haya un asesino en serie que conduce un taxi amarillo en la ciudad de Nueva York, en busca de su siguiente víctima? Si se tiene acceso a una información de este tipo, ¿no debería hacerse pública, doctora Scarpetta?
—Si la información es verificable y protege al público, sí, estoy de acuerdo contigo. Debería hacerse pública.
—¿Entonces por qué no ha sido así?
—No tengo por qué saber si lo ha sido o no, o si tal información es auténtica.
—¿Cómo no va a saberlo? Tiene un cadáver en su depósito, se entera, por la policía o por un testigo creíble, que un taxi quizás esté involucrado, ¿y no cree que es su responsabilidad transmitir esa información al público, para que otra pobre e inocente mujer no sea brutalmente violada y asesinada?
—Te has desviado a un campo que no pertenece ni a mi jurisdicción ni a mi conocimiento directo —replicó Scarpetta—. La función del forense es determinar la causa y la forma de la muerte, aportar información objetiva a aquellos cuyo trabajo es hacer que se cumpla la ley. No es de recibo que el forense actúe como un funcionario de tribunales o que dé a conocer supuestos datos basados en informaciones, o posiblemente rumores, reunidos y generados por otros.
El
autocue
hizo saber a Carley que había una llamada en espera. Scarpetta sospechó que el productor, Alex Bachta, quizás estuviera intentando frenar aquello, alertar a Carley de que parase. El contrato de Scarpetta se había incumplido en todas sus formas posibles.
—Bien, tenemos mucho de qué hablar —dijo Carley a sus telespectadores—, pero primero atendamos a Dottie, que llama desde Detroit. Dottie, estás en antena. ¿Cómo están las cosas en Michigan? ¿Os alegra que las elecciones hayan acabado y que os hayan informado de que estamos en recesión, por si no lo sabíais?
—He votado por McCain y a mi marido acaban de despedirlo de la Chrysler y no me llamo...
A Scarpetta le llegó una voz tranquila y entrecortada a través del auricular.
—¿Cuál es tu pregunta? —inquirió Carley.
—Es una pregunta para Kay. Sabes, Kay, me siento muy cercana a ti. Ojalá pudieras pasar por aquí a tomar un café, porque sé que nos haríamos buenas amigas y me encantaría ofrecerte la orientación espiritual que ningún laboratorio...
Carley la interrumpió:
—¿Cuál es tu pregunta?
—¿Qué tipo de pruebas hacen para ver si un cuerpo ha empezado a descomponerse? Creo que ahora pueden hacer pruebas con una especie de robot...
—No he oído nada de un robot —interrumpió Carley de nuevo.
—No te preguntaba a ti, Carley. Ya no sé qué creer, salvo que la ciencia forense no está resolviendo lo que va mal en el mundo. La otra mañana estaba leyendo un artículo del doctor Benton Wesley, el muy respetado psicólogo forense y marido de Kay y, según él, la proporción de homicidios resueltos ha bajado un treinta por ciento en los últimos veinte años, y sigue bajando. Entretanto, en este país uno de cada treinta adultos está en la cárcel, así que imagínate si atrapan a todo el que se lo merece. ¿Dónde iban a meterlos, y cómo nos lo íbamos a permitir? Quiero saber, Kay, si es verdad lo del robot.
—Te refieres a un detector al que llaman nariz electrónica o sabueso mecánico y, sí, dices bien. Ese robot existe y se utiliza en lugar de perros para localizar sepulturas clandestinas —respondió Scarpetta.
—Esta pregunta es para ti, Carley. Es una lástima que seas tan banal y maleducada. Fíjate cómo te desacreditas noche tras...
—No es una pregunta. —Carley desconectó la llamada—. Y me temo que se ha acabado el tiempo. —Miró fijamente la cámara y movió unos papeles de su mesa, papeles que no eran más que atrezo—. Espero verles mañana por la noche en
El informe Crispin
para conocer más detalles en exclusiva sobre la escalofriante desaparición de Hannah Starr. ¿Está relacionada con el brutal asesinato de Toni Dañen, cuyo cuerpo brutalmente maltratado se ha encontrado esta mañana en Central Park? ¿Es el eslabón que los une un taxi amarillo, y se debería alertar al público? De nuevo tendremos aquí al ex psiquiatra forense del FBI Warner Agee, que opina que ambas mujeres podrían haber sido asesinadas por un violento psicópata sexual, tal vez un taxista de la ciudad de Nueva York, y que es posible que las autoridades no hagan pública la información para proteger el turismo. Sí, lo han oído bien. El turismo.
—Carley, ya no estamos en antena. —La voz de un cámara.
—¿Ha entrado lo último, del turismo? Tendría que haberle colgado antes a esa mujer —dijo Carley al plato a oscuras—. Supongo que había muchas llamadas en espera.
Silencio. Y después:
—Ha entrado la parte del turismo. Ha sido un toque de suspense, Carley.
—Bien, eso hará que los teléfonos suenen por aquí. —Carley a Scarpetta—: Muchas gracias, ha estado genial. ¿No cree que ha sido genial?
Scarpetta se quitó el auricular.
—Creí que teníamos un acuerdo.
—No le he preguntado nada de Hannah o de Toni. He hecho afirmaciones. No puede esperar que pase por alto una información creíble. No tiene que responder a nada que la incomode y se ha manejado a la perfección. ¿Por qué no vuelve mañana por la noche? Tendría a Warner y a usted. Voy a pedirle que elabore un perfil del taxista.
—¿Basándose en qué? —replicó Scarpetta acaloradamente—. ¿En alguna anticuada teoría anecdótica sobre la creación de perfiles que no está basada en la investigación empírica? Si Warner Agee está relacionado con la información que acabas de hacer pública, tienes un problema. Pregúntate cómo puede haber llegado hasta él, que no está ni remotamente vinculado a los casos. Y, que conste, Agee nunca ha elaborado perfiles para el FBI.
Scarpetta se quitó la pinza del micro, se levantó y se marchó sola del estudio, esquivando cables. Salió a un largo pasillo bien iluminado, pasó fotografías tamaño póster de Wolf Blitzer, Nancy Grace, Anderson Cooper y Candy Crowley, y le sorprendió encontrar a Alex Bachta en la sala de maquillaje, sentado en una silla giratoria. Miraba inexpresivamente un televisor con el volumen bajo mientras hablaba por teléfono. Scarpetta cogió su abrigo, que colgaba de una percha en el armario.
—... No es que hubiera dudas al respecto, pero sí, hecho consumado. No podemos permitir esta clase de... Lo sé, lo sé. Tengo que colgar —dijo Alex a quienquiera que estuviera al teléfono.
Cuando colgó, la camisa y la corbata arrugadas, tenía un aspecto serio y cansado. Scarpetta notó cuánto habían aumentado las canas en la barba pulcramente recortada, las arrugas de la cara, las bolsas bajo los ojos. Carley producía ese efecto en la gente.
—No vuelvas a pedírmelo —le dijo Scarpetta.
Alex le indicó que cerrase la puerta, mientras las luces del teléfono empezaban a parpadear.
—Abandono —añadió la doctora.
—No tan rápido. Siéntate.
—Has quebrantado mi contrato. Más importante, has quebrantado mi confianza, Alex. Por Dios, ¿de dónde has sacado la fotografía de la escena del crimen?
—Carley investiga por su cuenta, yo no tengo nada que ver con eso. La CNN no tiene nada que ver con eso. No sabíamos que Carley fuera a mencionar nada de unos putos taxis ni de cabellos. Joder, espero que sea verdad. Grandes titulares, vale, eso está bien. Pero espero que sea verdad, joder.
—¿Esperas que sea verdad que un asesino en serie conduce un taxi por la ciudad?
—No me refiero a eso; joder, Kay. Esto es una locura, los teléfonos no paran de sonar. El subcomisario de información pública de la policía de Nueva York lo niega. Lo niega categóricamente. Dice que el detalle del cabello en descomposición do Hannah Starr es infundado, pura basura. ¿Tiene razón?
—No voy a ayudarte en esto.
—Maldita Carley. Es tan competitiva, está tan celosa de Nancy Grace, de Bill Kurtis, de Dominick Dunne. Será mejor que tenga algo que apoye lo que ha dicho, porque la gente se nos está echando encima. Ni me imagino cómo será mañana. Aunque el vínculo del taxi es interesante, ¿no? Ni confirmado ni negado por el Departamento de Policía. ¿Cómo interpretas eso?