—Dodie Hodge —dijo Benton—. La que supuestamente ha llamado de Detroit. Puedo decirte que conozco su nombre porque nos ha enviado una felicitación navideña anónima. A Kay y a mí.
—Si eso es lo que puedes decirme, entonces es que hay otras cosas que no puedes. Deja que lo adivine. De la nave de los locos. Bellevue, Kirby, McLean's. Una de tus pacientes, lo que explica que leyese algún artículo tuyo sobre el índice de mierda de homicidios resueltos. Aunque todo es verdad. Dentro de veinte años, no se resolverá nada. Todo el mundo vivirá en fuertes con ametralladoras.
—No he publicado ningún artículo de ese tema en concreto.
No añadió que Warner Agee sí lo había hecho. Algún editorial manido y trillado, Benton no recordaba en qué periódico. Tenía a Agee en su alerta Google. Por defensa propia, después de toda la mierda que había empezado a aparecer en Wikipedia. El doctor Clark no había dicho a Benton nada que él no supiese.
—Es paciente tuya. ¿Verdadero o falso? —La voz de Marino. Joder, era potente.
—No puedo decirte si lo era o no.
—En pasado. Está fuera, entonces, libre como un pájaro. Dime qué quieres que haga.
—Creo que sería una buena idea investigarla en el RTCC.
Benton sólo alcanzó a imaginar lo que diría el doctor Clark.
—Tenía que pasarme por allí de todos modos, seguramente me pasaré allí todo el día de mañana.
—Me refería a esta noche. Ahora —puntualizó Benton—. Para ver si esa bestia de sistema informático sale con algo que debamos saber. ¿Ahora te dejan acceder a distancia o tienes que ir a One Police Plaza?
—No puedo acceder a la base de datos a distancia.
—Lo siento. Odio obligarte a salir.
—Tendré que trabajar con los analistas, lo que no está mal. No soy Lucy, todavía tecleo con dos dedos y no sé un carajo de fuentes dispares de datos ni conexiones directas. Lo que llaman la caza. Me estoy poniendo las botas mientras hablamos y saldré a cazar sólo por ti, Benton.
Benton estaba harto de que Marino intentara apaciguarle, que intentara ganárselo como si nada hubiese sucedido. Benton no era cordial, apenas era educado; él lo sabía y había empeorado las últimas semanas. Quizá sería mejor que Marino lo mandase a la mierda. Quizás entonces podrían superarlo.
—Si no te importa que lo pregunte, ¿cómo has conseguido relacionar una felicitación navideña con esta Dodie que ha llamado desde Detroit? ¿La doctora sabe lo de la felicitación?
—No.
—¿No a qué pregunta?
—A todas.
—¿Esta tal Dodie conoce a la doctora?
—No, que yo sepa. No tiene que ver con Kay, sino conmigo. Llamó a la CNN por mí.
—Sí, lo sé, Benton. Todo es por ti, pero no es eso lo que te he preguntado.
Agresión, como un dedo clavado en el pecho de Benton. «Bien. Adelante, enfádate. Contraataca.»
—He reconocido la voz —respondió Benton.
En un siglo anterior, quizás hubieran salido a la calle a darse unos puñetazos. Había algo que decir a favor de la conducta primitiva. Era purgante.
—¿En una felicitación navideña? No comprendo.
—Era una felicitación con voz. De las que abres y se oye una grabación. Una grabación de Dodie Hodge cantando un villancico bastante inapropiado.
—¿La conservas?
—Claro. Es una prueba.
—¿Prueba de qué? —quiso saber Marino.
—Mira a ver qué encuentras en el ordenador.
—Lo preguntaré otra vez. ¿La doctora no sabe nada de Dodie Hodge o de la felicitación?
—Nada. Ponme al corriente de lo que encuentres en el RTCC.
Benton no podía ir allí a encargarse en persona, no tenía autoridad, lo que le molestaba sobremanera.
—Lo que significa que algo encontraré. Por eso lo has sugerido. Ya sabes lo que voy a encontrar. ¿Te das cuenta del tiempo que §e pierde con esa mierda tuya de la confidencialidad?
—No sé lo que encontrarás. Sólo tenemos que cerciorarnos de que Dodie no es peligrosa, de que no la han arrestado por algo —dijo Benton.
Marino encontraría un arresto de Dodie en Detroit. Tal vez hubiese más. Benton volvía a ser un poli, sólo que por poderes, y la impotencia que sentía se estaba volviendo intolerable.
—Me preocupan los individuos inestables que se interesan agresivamente por personas conocidas —añadió Benton.
—¿Quién más, aparte de la doctora? Aunque lo que Dodie ha hecho sea por ti... ¿Quién más? ¿Tienes otras personas conocidas en mente?
—Estrellas de cine, por ejemplo. Hipotéticamente, una estrella de cine como Hap Judd.
Silencio, después Marino dijo:
—Es interesante que lo menciones.
—¿Por qué?
¿Qué sabía Marino?
—Quizá tú deberías decirme por qué lo has mencionado.
—Como he sugerido, a ver qué encuentras en el RTCC. —Benton había dicho demasiado—. Como sabes, no estoy en posición de investigar.
Ni siquiera podía pedir el permiso de conducir cuando se sentaba en una sala con un paciente. No podía cachearlo, por si llevaba un arma. No podía investigar sus antecedentes. No podía hacer nada.
—Echaré un vistazo a Dodie Hodge. Echaré un vistazo a Hap Judd. Si estás interesado en algo más, házmelo saber. Puedo investigar lo que me dé la gana. Me alegra no ser un elaborador de perfiles con todas esas gilipolleces de limitaciones. Me volvería loco.
—Si aún me dedicase a eso no tendría limitaciones ni te necesitaría para investigar nada —replicó Benton con irritación.
—¿Y si consigo hablar con la doctora antes que tú? ¿Le cuento lo de Dodie?
La idea de que Marino hablase con Scarpetta antes que él le resultó más que irritante.
—Si, por alguna razón, hablas con ella antes de que lo haga yo, te agradecería mucho que le dijeras que he intentado localizarla.
—Te he entendido y ya salgo. Me extraña que no esté en casa. Puedo mandar un par de unidades, a que echen un vistazo.
—No lo haría en este momento, a menos que quieras que salga en todas las noticias. Recuerda con quien está. Ha salido de la CNN con Carley Crispin. Si se les acerca la poli, ¿de qué crees que tratará el programa de Carley de mañana?
—Voto por «El taxi que aterroriza Manhattan».
—¿Ahora inventas titulares? —preguntó Benton.
—No he sido yo. Ya lo dicen. Por cierto, respecto al taxi amarillo, seguramente no oiremos hablar de otra cosa estas fiestas. Puede que la doctora y Carley hayan parado a tomar un café, o algo así.
—No imagino por qué Kay iba a querer tomar café con ella, después de lo que le ha hecho.
—Si necesitas algo más, házmelo saber. —Marino colgó.
Benton llamó de nuevo a Scarpetta y saltó directamente el buzón de voz. Tal vez Alex estuviera en lo cierto, Kay había olvidado conectar el móvil y nadie se lo había recordado. O igual se había quedado sin batería. No era típico de ella, fuese cual fuese la explicación. Debía de estar preocupada. No era habitual que estuviera ilocalizable cuando iba de camino y sabía que él la esperaba en una franja horaria determinada. Alex tampoco respondía. Benton empezó a estudiar su grabación de la aparición de Scarpetta en
El informe Crispin
una hora antes, mientras abría un archivo de vídeo del pequeño portátil que tenía en las rodillas, grabado en McLean a mediados de noviembre.
«... La otra mañana leía un artículo del doctor Benton Wesley, el muy respetado psicólogo forense y marido de Kay...»
La voz entrecortada, incorpórea, de Dodie, saliendo de la pantalla plana del televisor.
Benton avanzó el archivo de vídeo mientras miraba a Scarpetta en el televisor que había sobre la chimenea que no funcionaba en su piso de preguerra cié Central Park West. Estaba deslumbrante, el rostro de rasgos finos joven para su edad, el cabello rubio peinado de forma natural, rozándole el cuello de la chaqueta con la falda a juego, azul marino con un toque de color ciruela. Le resultaba incongruente y desconcertante mirarla y ver después la grabación de Dodie Hodge en el portátil que tenía en las rodillas:
—Tenemos un poquito en común, ¿no es así? Casi estamos en el mismo barco, ¿verdad, Benton? —Una mujer robusta, poco agraciada, vestida de forma anticuada. El cabello cano recogido en un moño, el Libro de Magia, con sus tapas negras y las estrellas amarillas, ante ella—. Claro que no es como tener a una estrella de cine en la familia, pero tienes a Kay. Espero que le digas que nunca me la pierdo cuando sale en la CNN. ¿Por qué no te ponen a ti, en lugar de a ese engreído de Warner Agee, con esos audífonos que parecen sanguijuelas color carne detrás de las orejas?
—Parece que no te cae bien.
Porque antes Dodie había hecho comentarios similares.
Benton observó la imagen grabada de sí mismo, sentado muy tieso, inescrutable, con un adecuado traje oscuro y corbata. Estaba tenso y Dodie lo notaba. Disfrutaba de su malestar y parecía intuir que el tema de Agee incomodaba a Benton.
—Tuvo su oportunidad. —Dodie sonrió, pero sus ojos eran inexpresivos.
—¿Qué oportunidad fue ésa?
—Tenemos conocidos comunes, y debería haberse sentido orgulloso...
A la sazón, Benton no había dado importancia a aquel comentario, se sentía demasiado consumido por el deseo de largarse de la sala de entrevistas. Ahora que había recibido una felicitación musical y Dodie había llamado a la CNN, Benton se preguntó a qué se había referido con su comentario de Agee. ¿Quién podían tener en común Benton y Dodie, salvo Warner Agee, y por qué iba ella a conocerle? A menos que no lo conociera. Quizá fuese un conocido del abogado de Dodie en Detroit. La absurda petición de que fuera Agee el experto que la evaluase en McLean fue cosa de su asesor, alguien llamado Lafourche, que hablaba despacio, que parecía cajún y que se traía algo entre manos. Benton no lo conocía personalmente y no sabía nada de él, pero habían hablado varias veces cuando Lafourche lo llamaba para preguntarle cómo iba «nuestra chica», y bromeaba sobre una paciente «capaz de contar cuentos chinos del estilo "Las habichuelas mágicas"».
—... Es una lástima que seas tan banal y maleducada... —La voz de Dodie en el televisor encima de la chimenea.
La cámara enfocó a Scarpetta, que se tocó distraídamente el auricular mientras escuchaba, y luego devolvió las manos a la mesa, y las unió con placidez. Para reconocer ese gesto, había que conocerla tan bien como la conocía Benton. Kay hacía grandes esfuerzos para controlarse. Tendría que haberla advertido. Al diablo con la privacidad y confidencialidad obligadas por la HIPAA. Resistió el impulso de salir a la gélida noche de diciembre en busca de su esposa. Observó y escuchó, y sintió cuánto la amaba.
L
as luces de Columbus Circle contenían la oscuridad de Central Park. Junto a la entrada del parque, la fuente del monumento al Maine y su escultura dorada de Columbia triunfante estaban desiertas.
Los puestos rojos del mercado estaban cerrados, sus clientes dramáticamente menguados en esta época del año, y no había ni un alma cerca del quiosco, ni siquiera los policías habituales, sólo un anciano que parecía un indigente envuelto en capas de ropa, durmiendo en un banco de madera. Los taxis que pasaban veloces no anunciaban nada en sus iluminados techos y no había largas colas de limusinas ante los edificios y hoteles. Mirase donde mirase, Scarpetta veía señales de tiempos aciagos, de los peores tiempos que alcanzaba a recordar. Se había criado pobre en una zona marginal de Miami, pero eso había sido distinto porque no todos estaban igual. Eran sólo ellos, los Scarpetta, inmigrantes italianos en apuros.
—¿No te sientes afortunada de vivir precisamente aquí? —preguntó Carley, asomándose por el cuello alzado de su abrigo mientras ella y Scarpetta avanzaban por la acera, bajo la irregular luz de una farola—. Alguien te paga bien. O quizá sea el piso de Lucy. Ella sería perfecta para hablar en mi programa de investigaciones informáticas forenses. ¿Sigue siendo buena amiga de Jaime Berger? Las vi una noche en el Monkey Bar. No sé si te lo mencionaron. Jaime se niega a aparecer en el programa y no pienso pedírselo de nuevo. No es justo, yo no le he hecho nada..
Carley no parecía sospechar que no habría futuros programas, al menos no con ella como anfitriona. O quizás andaba a la caza de información sobre lo que sucedía entre bastidores en la CNN. A Scarpetta le incomodaba que cuando ella y Alex salían de la sala de maquillaje, habían descubierto a Carley esperando en el pasillo, a menos de dos metros de la puerta. Aparentemente se iba en aquel preciso instante y ella y Scarpetta salieron juntas, lo que carecía de sentido. Carley no vivía cerca, sino en Stamford, Connecticut. No se iba andando, ni en tren, ni en taxi; siempre utilizaba un servicio de automóviles de la cadena.
—Después de que Berger apareciera en el programa
American Morning
el año pasado, no sé si lo viste. —Carley esquivó unos charcos de hielo sucio—. Ese caso de maltrato animal, la cadena de tiendas de mascotas. La CNN la llevó al programa para que hablase de aquello, en realidad como un favor. Y ella se molestó porque le hicieron preguntas comprometidas. Y adivina quién sale perdiendo. Yo. Si tú se lo pidieras, seguramente aparecería. Seguro que puedes convencer a cualquiera, con los contactos que tienes.
—¿Paramos un taxi para ti? Te estás apartando de tu camino y no me importa andar sola, vivo ahí mismo.
Scarpetta quería llamar a Benton para que supiera el motivo de su tardanza y no se preocupara, pero no tenía el BlackBerry. Lo habría dejado en el piso, probablemente junto al lavabo del baño. Ya se le había pasado varias veces por la cabeza pedirle el teléfono a Carley; pero eso implicaría utilizarlo para llamar a un número particular que no constaba en las guías y, si Scarpetta había aprendido algo esa noche, era que Carley no era de fiar.
—Me alegro de que Lucy no invirtiese su fortuna con Madoff, aunque no es que él sea el único ladrón —dijo Carley entonces.
El metro traqueteó bajo sus pies y salió aire caliente de la rejilla. Scarpetta no iba a morder el anzuelo. Carley estaba pescando.
—No salí del mercado cuando debía, esperé hasta que el Dow cayó por debajo de ocho mil —continuó Carley—. Y aquí estoy, a veces coincido con Suze Orman en algunas galas, y ¿le pedí consejo? ¿Cuánto ha perdido Lucy?
Como si Scarpetta fuera a decírselo, en caso de que lo supiera.
—Sé que ganó una fortuna con la informática y las inversiones, siempre aparecía en la lista de
Forbes
, entre los cien primeros. Salvo ahora. He notado que ya no está en la lista. ¿No era antes, bueno, no hace mucho, billonaria por todas las tecnologías de alta velocidad y todo el software que inventó desde que iba en pañales? Además, estoy segura de que tiene un buen asesor financiero. O lo tenía.