El factor Scarpetta (50 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

BOOK: El factor Scarpetta
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—El tipo de bomba, según se ha descrito, es una amenaza implícita. Intimidación. Burla —decía Lanier a Berger—. E indica un conocimiento previo de la víctima, de sus hábitos, de lo que le es importante. Dodie Hodge podrá haber sido la reina consorte, pero quien hubiera sacado más tajada del asunto, y perdonad la expresión, habría sido Chandonne.

—Me gustaría desplazarme hasta ahí —Stockman miraba algo en su ordenador—, a la casa de Dodie Hodge en Edgewater. —Empezó a escribir un correo electrónico—. ¿Tenía problemas con la bebida? Hay botellas de vino por todas partes.

—Tenemos que entrar en esa casa. —O'Dell miró lo que mostraba el ordenador de Stockman—. Ver si encontramos notas, más pruebas que la relacionen con los atracos y quién sabe qué más. Me refiero a que estos agentes pueden registrarla, claro, pero ellos no saben lo que sabemos nosotros.

—Encontrar a Jean-Baptiste es un asunto más urgente —intervino Benton, porque la policía, el FBI, andaba detrás de Dodie, pero nadie buscaba a Chandonne.

—No se han encontrado notas, sólo un par de pistolas de juguete —dijo O'Dell a Stockman, mientras que agentes y policías del Equipo Conjunto Antiatracos registraban la casa de Dodie y enviaban electrónicamente la información en tiempo real.

—Bingo —exclamó Stockman mientras leía—. Drogas. Parece que a la Abuela le va la coca. Y además, fuma. Oye, Benton, ¿sabes si Dodie fuma cigarrillos franceses? ¿Gauloises? No sé si lo he pronunciado bien.

—Quizás hubiese alguien más con ella —dijo Stockman, mientras respondía a los colegas que llevaban a cabo el registro.

Benton dijo:

—No escucharé nada durante un minuto.

Era una frase que funcionaba casi sin excepción. Cuando la gente discutía, estaba distraída y sus prioridades rompían la superficie del mar y resoplaban como ballenas, si Benton anunciaba que iba a dejar de escuchar, todo el mundo dejaba de hablar.

—Voy a decir lo que pienso, y necesito que me escuchéis porque os ayudará a comprender lo que veréis cuando todos estos vínculos aparezcan en la pared. ¿Cómo va el diagrama? —preguntó con retintín.

—¿Alguien más necesita café? —dijo O'Dell, frustrado—. Demasiadas cosas al mismo tiempo, joder, y además tengo que ir al baño.

Capítulo 20

E
n la octava planta del edificio de biología forense y ADN perteneciente a la Oficina del jefe de Medicina Forense, Scarpetta, Lucy y Marino estaban en un laboratorio utilizado para la formación de los científicos. Los casos criminales no se analizaban allí, pero las normativas higiénicas de trabajo seguían vigentes.

Los tres eran difíciles de reconocer con las batas desechables, los protectores para el cabello y los zapatos, las máscaras, los guantes y las gafas de seguridad que se habían puesto en el vestíbulo antes de pasar por una cámara hermética y entrar en un espacio de trabajo esterilizado equipado con lo último en tecnología de laboratorio, que Marino llamaba cacharros: analizadores genéticos, amplificadores de genes, centrífugas, mezcladores vórtex, termocicladores en tiempo real y robots para manejar las extracciones de grandes volúmenes de líquidos, como sangre. Marino se movía inquieto, impaciente. Todo le rozaba, tiraba del Tyvek azul y toqueteaba las gafas de seguridad, la máscara y lo que él denominaba el gorro de ducha; se lo reajustaba constantemente mientras renegaba de su atuendo.

—¿Alguna vez le has puesto zapatos de papel a un gato? —La máscara se movió mientras hablaba—. El pobre corre como un loco, para intentar sacárselos. Yo me siento igual, joder.

—Yo de niña no torturaba animales, ni quemaba cosas ni mojaba la cama —replicó Lucy, mientras recuperaba un cable micro-USB que había esterilizado.

Ante ella, encima de una mesa forrada de papel marrón, había dos MacBook, que se habían limpiado con alcohol isopropílico y envuelto en polipropileno transparente, y un objeto similar a un reloj marca BioGraph, al que se habían realizado pruebas de ADN el día anterior en la sala de pruebas y ahora se podía manipular. Lucy enchufó el cable en el BioGraph y lo conectó a uno de los portátiles.

—Como conectarlo al iPod o al iPhone, para sincronizarlo —explicó Lucy—. A ver qué tenemos.

La pantalla se fundió en negro y pidió un nombre de usuario y la contraseña. En la parte superior había una larga tira de ceros y unos que Scarpetta reconoció como un código binario.

—Qué raro —dijo Scarpetta.

—Muy raro —coincidió Lucy—. No quiere que conozcamos el nombre. Tiene un código binario, un elemento de disuasión. Si navegas por Internet y te encuentras con este sitio, te costará bastante saber siquiera dónde has aterrizado. E, incluso así, no puedes acceder a menos que estés autorizado o tengas una llave maestra.

«Llave maestra»; un eufemismo de piratear.

—Seguro que esta dirección en código binario no se convierte en un texto que diga «BioGraph». —Lucy tecleó en otro MacBook y abrió un archivo—. En tal caso, mis buscadores lo hubieran encontrado, porque saben muy bien cómo encontrar mapas de bits y sus secuencias o palabras representadas.

—Joder. Ya no tengo ni puta idea de lo que dices —bufó Marino.

Había estado ligeramente desagradable desde el momento en que Scarpetta se había reunido con él abajo y lo había acompañado a la octava planta. Estaba preocupado por la bomba. No iba a decírselo a ella, pero después de veinte años de conocerse, no hacía falta. Scarpetta lo conocía mejor de lo que él se conocía a sí mismo. Marino estaba irritable porque estaba asustado.

—Empezaré de nuevo y esta vez intentaré mover los labios cuando hablo —replicó Lucy con brusquedad.

—Tienes la boca tapada. No puedo verte los labios. Voy a sacarme la gorra, por el pelo que me queda en la cabeza... Estoy empezando a sudar.

—Tu calva suelta células epiteliales, motivo probable de que tengas tanto polvo en tu apartamento —dijo Lucy—. Esto a lo que llamamos «reloj» se diseñó para que sincronizara con un portátil, puede conectarse a prácticamente cualquier dispositivo informático gracias al puerto micro USB. Probablemente porque muchas otras personas llevan esta especie de reloj y recogen datos como hacía Toni Darien. Pasemos el binario a ASCII.

Tecleó la secuencia de unos y ceros en un campo del otro MacBook y le dio a la tecla de
intro.
El texto se tradujo instantáneamente en una palabra que a Scarpetta le dio escalofríos.

«Calígula».

—¿No era el emperador romano que incendió Roma? —preguntó Marino.

—Ese fue Nerón —corrigió Scarpetta—. Calígula quizá fuera peor. Fue el emperador más demente, depravado y sádico de toda la historia del Imperio romano.

—Lo que ahora estoy esperando es sortear el nombre de usuario y la contraseña —dijo Lucy—. Simplificando, he secuestrado el sitio y lo que contiene el BioGraph para que los programas de mi servidor puedan ayudarnos.

—Creo que vi una película sobre él —recordó Marino—. Se acostaba con sus hermanas y vivía en palacio con su caballo, o algo así. Igual también se lo hacía con el caballo. Un cabrón de cuidado. Creo que era deforme.

—Un nombre escalofriante para un sitio web —dijo Scarpetta.

—Oh, vamos. —Lucy se impacientaba con el ordenador, con los programas que trabajaban invisiblemente para darle acceso a lo que ella quería.

—Ya te advertí que no fueras y volvieras andando tú sola —dijo Marino a Scarpetta; pensaba en la bomba, en lo que acababa de experimentar en Rodman's Neck—. Cuando apareces en directo por televisión, deberías ir con escolta. Supongo que ya no volverás a discutir al respecto.

Marino daba por sentado que, si la hubiese acompañado anoche, habría advertido que el paquete de FedEx era sospechoso y no habría dejado que lo tocara. Marino se sentía responsable de su seguridad, tenía la costumbre de obsesionarse al respecto, cuando lo irónico era que la vez que Scarpetta se había sentido más insegura era con él, no hacía tanto tiempo.

—Probablemente Calígula es la marca registrada de un proyecto; eso es lo que supongo —intervino Lucy, ocupada con el otro MacBook.

—La cuestión es, ¿qué vendrá a continuación? —preguntó Marino a Scarpetta—. Intuyo que alguien está preparando algo gordo. La felicitación musical que Benton recibió ayer en Bellevue; luego, ni siquiera doce horas después, la bomba FedEx con la muñeca de vudú. Joder, apestaba. Me muero por saber qué tiene que decir Geffner al respecto.

Geffner analizaba rastros en los laboratorios de criminalística de la policía, en Queens.

—Le he llamado de camino hacia aquí y le he dicho que se ponga al microscopio en cuanto lleguen los restos de la bomba. —Marino echó un vistazo a su manga de papel azul y se la subió con una mano enguantada en látex para consultar el reloj—. Ahora estará examinándolo. Hostia, deberíamos llamarle. Joder. Es casi mediodía. Como asfalto caliente, huevos podridos y mierda de perro, como la escena de un incendio realmente asquerosa, como alguien que usara acelerante para incendiar una puta letrina. Casi he vomitado, y eso que no es fácil hacerme potar. Además, pelo de perro. ¿La paciente de Benton? ¿La chalada que llamó a la CNN? Me cuesta imaginármela montando algo así. Lobo y Ann dicen que era un trabajo primoroso.

Como si elaborar una bomba que pudiese reventarle la mano a una persona, o algo peor, fuese digno de elogio.

—Y... estamos dentro —intervino Lucy.

La pantalla negra con la serie binaria se volvió de color negro azulado y CALIGULA apareció en el centro, en lo que parecían letras tridimensionales de metal plateado. Un tipo de letra que le era familiar. Scarpetta casi sintió náuseas.

—Gotham —dijo Lucy—. Es interesante. La fuente es Gotham.

La bata de papel de Marino crujió cuando éste se acercó a mirar, los ojos enrojecidos tras las gafas de seguridad:

—¿Gotham? Yo no veo a Batman por ninguna parte.

La pantalla decía a Lucy que pulsara cualquier tecla para continuar. Pero no lo hizo. Estaba intrigada por la fuente Gotham y por lo que podía significar.

—Autoritaria, práctica, conocida como el tipo de letra profesional de los espacios públicos —explicó Lucy—. La letra de palo que vemos en nombres y números en carteles, paredes, edificios, y en la primera piedra de la Torre de la Libertad del World Trade Center. Pero la razón de que la fuente Gotham haya recibido tanta atención últimamente es Obama.

—La primera vez que oigo hablar de una fuente que se llama Gotham. Pero claro, no me leo la revista mensual de fuentes ni voy a putas convenciones de fuentes —replicó Marino.

—Gotham es el tipo de fuente que los de Obama usaron durante su campaña. Y deberías prestar atención a las fuentes, como te he dicho muchas veces. Las fuentes son parte del examen de documentos siglo XX y no darles importancia es una irresponsabilidad. Qué son y por qué alguien las elige para comunicar específicamente algo puede ser revelador y significativo.

—¿Por qué la fuente Gotham en este sitio web? —Scarpetta imaginó el albarán de FedEx y su caligrafía inmaculada, casi perfecta.

—No lo sé, salvo que ese tipo de letra supuestamente sugiere credibilidad. Inspira confianza. Subliminalmente, debemos tomarnos este sitio web como algo serio —respondió Lucy.

—El nombre Calígula inspira cualquier cosa menos confianza —razonó Scarpetta.

—Gotham es popular, es
cool.
Sugiere todo lo correcto, si quieres influir para que alguien te tome en serio: a ti, a tu producto, a un candidato político o quizás algún tipo de proyecto de investigación.

—O que te tomes en serio un paquete peligroso —dijo Scarpetta, de pronto enojada—. Este tipo de letra se parece mucho, si no es idéntico, a la del paquete que recibí anoche. Supongo que no has visto la caja antes de que la desactivasen con el cañón de agua.

—Como te he dicho, las pilas que eran el blanco estaban justo debajo de la dirección —respondió Marino—. Dijiste que se refería a ti como la forense jefe de Gotham. Así que ahí está de nuevo la referencia a Gotham. ¿Le resulta curioso a alguien, además de a mí, que Hap Judd haya aparecido en una peli de Batman y que se folie a cadáveres?

—¿Por qué enviaría Hap Judd a mi tía lo que tú has descrito como una bomba fétida? —dijo Lucy, ocupada con el otro MacBook.

—¿Quizá porque ese capullo pervertido es el asesino de Hannah? ¿O porque está relacionado con Toni Darien, ya que ha estado en High Roller Lanes y como mínimo la habrá conocido? La doctora hizo la autopsia de Toni y es muy posible que acabe siendo también la forense del caso de Hannah.

—¿Y por eso le mandan una bomba? ¿Y eso va a evitar que atrapen a Hap Judd si aparece el cuerpo de Hannah? —cuestionó Lucy, como si Scarpetta ya no estuviese en el laboratorio con ellos—. No digo que ese gilipollas no le haya hecho nada a Hannah o no sepa dónde está.

—Sí, él y los cadáveres —apuntó Marino—. Interesante, ahora que sabemos que conservaron unos días el cadáver de Toni, antes de deshacerse de él. Me pregunto dónde estuvo el cuerpo y cómo alguien se divirtió con él. Probablemente le hizo lo mismo que a esa chica muerta en la cámara frigorífica del hospital. ¿Por qué, si no, iba a pasar quince minutos ahí dentro y salir con un solo guante?

—Pero no creo que le dejase una bomba a la tía Kay para asustarla y hacer que dejara el caso, o los dos casos, o cualquier caso. Eso es una idiotez. Y la fuente Gotham no tiene nada que ver con Batman.

—Quizá sí, si la persona está metida en algún juego perverso —objetó Marino.

El olor a quemado y a azufre, Scarpetta seguía pensando en la bomba. Una bomba fétida, una clase especial de bomba sucia, una bomba emocionalmente destructiva. Alguien que conocía a Scarpetta. Alguien que conocía a Benton. Alguien que conocía su historia casi con la misma intimidad que ellos. «Juegos. Juegos perversos», pensó Scarpetta.

Lucy dio a la tecla
intro
y CALIGULA desapareció, sustituido por:

Bienvenida, Toni

A continuación:

¿Quieres sincronizar datos? Sí No

Lucy respondió sí y el siguiente mensaje fue:

Toni, no actualizas tus escalas desde hace tres días. ¿Quieres completarlas ahora? Sí No

Lucy pulsó sí; la pantalla desapareció y la reemplazó otra:

Por favor, puntúa estos adjetivos según el grado en que describen tu estado el día de hoy.

A lo que seguían adjetivos como eufórica, confundida, contenta, feliz, irritable, enfadada, entusiasta, inspirada, cada una de las palabras listadas iba seguida de una escala de cinco puntos, del 1 para «muy poco» o «nada» al 5 para «extremo».

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