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Authors: John Katzenbach

El hombre equivocado (48 page)

BOOK: El hombre equivocado
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—De acuerdo —dijo él, percibiendo los enormes pantanos emocionales que los separaban y de los que nunca hablarían.

—Tengo un plan —informó Sally.

—Me alegro —respondió él tras inspirar profundamente. No estaba seguro de decirlo en serio.

—No sé si es bueno, ni si funcionará…

—Oigámoslo.

—No deberíamos hablarlo por teléfono. Al menos por esta línea.

—Por supuesto que no —asintió él sin estar seguro—. Salgo para ahí ahora mismo.

Colgó y pensó que había algo horrible en las rutinas de la vida. Al dictar clases, al vivir en soledad con todos los fantasmas de estadistas, militares y políticos que poblaban sus cursos, su propia existencia era completamente predecible. Comprendió que eso iba a cambiar.

Hope regresó a casa antes de que llegara Scott. Había salido a dar un paseo y reflexionar sobre lo que estaba pasando. Encontró a Sally en el salón, repasando unas hojas, bolígrafo en mano.

—Tengo un plan —dijo mirando a Hope—. No estoy segura de que funcione. Scott viene de camino y podemos repasarlo juntos.

—¿Dónde están Ashley y mi madre?

—Arriba, enfurruñadas. No les hace gracia ser excluidas de las sesiones.

—A mi madre no le hace gracia que la excluyan de nada, lo cual resulta curioso para tratarse de alguien que se ha pasado años viviendo sola en los bosques de Vermont, pero ahí la tienes. Así es como es… —Hope vaciló.

—¿Qué ocurre?

Hope meneó la cabeza.

—No lo sé exactamente. Ella está haciendo lo que le pedimos, ¿no? Pues ése no es su estilo. Siempre ha sido una especie de lobo solitario, la clase de persona a la que le importa un pimiento lo que piensen los demás. Y ahora esta aparente docilidad… bueno, no sé si podemos confiar en que haga exactamente lo que le pedimos. Es una mujer impredecible y testaruda. Es lo que mi padre amaba de ella, y yo también, excepto que en ocasiones, en mi adolescencia, me ponía las cosas muy difíciles.

Sally sonrió.

—No me parece que seáis tan diferentes.

Hope se encogió de hombros y soltó una risita.

—Supongo que no.

—¿Y no crees que yo también me sentí atraída por esas cualidades?

—No pensaba que «testaruda» e «impredecible» fueran mis mejores atributos.

—Bueno, eso demuestra lo que sabes —dijo Sally. Consiguió esbozar una sonrisita y se inclinó de nuevo sobre los papeles que tenía en el regazo.

Las dos mujeres guardaron silencio. Extrañamente, pensó Hope, era la primera cosa afectuosa que Sally decía desde hacía semanas.

Llamaron a la puerta.

—Debe de ser Scott —dijo Sally, y recogió los papeles mientras Hope iba a abrir. En esos segundos a solas, echó atrás la cabeza y tomó aire. «Cuando empieces a mover esto, no habrá marcha atrás», pensó.

Catherine rebullía por dentro. Miró a la joven, hasta que por fin Ashley dejó caer el libro al suelo después de leer la misma página por tercera vez.

—No sé si podré seguir soportando esto mucho más —protestó—. Me tratan como si tuviera seis años. Me envían a mi cuarto. Me dicen que me entretenga mientras deciden mi futuro. ¡Maldición, Catherine, no soy un bebé! Puedo luchar por mí misma.

—Estoy de acuerdo, querida.

—¿Sabes? Debería coger ese maldito revólver y resolver este problema de una vez por todas.

—Creo, querida Ashley, que eso es precisamente lo que tus padres tratan de evitar. Y no te conseguí esa arma para que vayas por ahí disparando al tuntún, sólo porque estás fastidiada. La conseguí para que te protejas si O'Connell viene por ti.

Ashley echó atrás la cabeza.

—Lo ha hecho, ¿sabes?

—¿El qué?

—Ha venido por mí. Probablemente está ahí fuera ahora mismo. Esperando.

—¿Esperando qué?

—El momento adecuado. Está loco, loco de amor, loco de obsesión, loco de no sé qué. ¡Pero está ahí! Sólo tiene algo importante en su vida, y ese algo soy yo.

La anciana asintió y se inclinó hacia delante.

—¿Podrás hacerlo? —preguntó.

Ashley abrió los ojos y miró al frente, primero fijándose en Catherine, luego en la mochila que contenía el arma.

—¿Podrás hacerlo? —repitió Catherine.

—Sí —respondió Ashley, envarada—. Podré. Sé que podré.

—Yo no pude. Debí dispararle cuando lo tenía justo delante, pero no pude. ¿Serás más fuerte que yo, querida? ¿Más decidida? ¿Eres más valiente?

—No lo sé, pero sí. Eso creo.

—Necesito saberlo…

—¿Cómo puede saberlo nadie antes de que llegue el momento? —replicó Ashley—. Quiero decir que estoy muy enfadada y muy asustada. Pero ¿conseguiré apretar el gatillo? Yo espero que sí.

—Supongo que lo harás —dijo Catherine—. Al menos lo intentarás. Está oscuro ahí fuera. ¿Estás segura de que está ahí?

—Sí.

—Pues podrías acabar con todo esto metiéndote la pistola en el bolsillo del abrigo y saliendo conmigo a dar un paseo a eso de medianoche. Y cuando él intente detenernos, ¡pum! Puede que diga que sólo quiere hablar contigo, es lo que siempre dice. Pero, en vez de hablar, le disparas. Allí mismo y en ese momento. La policía te detendrá y luego tu madre se encargará de sacarte. Arriésgate en un tribunal en lugar de en la calle. No puede decirse que esta comunidad, donde viven tu madre y Hope, esté demasiado predispuesta a darles a los hombres, sobre todo a hombres que han acosado a una joven, mucho crédito. Ni, ya puestos, el beneficio de la duda…

—¿Crees…?

—Puedes hacerlo si estás dispuesta a pagar el precio.

—¿La cárcel?

—Tal vez. Y también la fama. Serás la chica ideal de cada persona que tenga un problema similar al tuyo. Podría merecer la pena, ¿no crees?

Ashley echó la cabeza hacia atrás.

—No podré soportar esto mucho más. En un momento estoy aterrorizada y al siguiente furiosa. Me siento a salvo un segundo, y amenazada al siguiente.

—¿Por qué no podemos ser violentos antes de que sean violentos con nosotros? —dijo Catherine con determinación—. ¿Por qué todo es tan condenadamente injusto? ¿Por qué tenemos que esperar a ser víctimas?

—Yo no esperaré.

—Bien. Así pues, consideremos qué nos conviene hacer.

Ashley asintió.

Scott observó los montones de cosas apiladas en el salón.

—Has ido de compras.

—En efecto —dijo Sally.

—¿Quieres explicárnoslo? —pidió Scott. Cogió una caja de toallitas limpiadoras—. Esto, por ejemplo.

Sally explicó con voz tranquila:

—Si alguien teme haber dejado una muestra de ADN en un lugar comprometido, se puede borrar con estas toallitas de amoníaco, eliminando todo rastro.

Scott silbó. «Toallitas limpiadoras —pensó—. Parte del arma de un crimen.»

Sally miró a su ex marido y notó que vacilaba. Continuó con firmeza.

—Hemos acordado reunir a O'Connell con su padre y lo haremos. Scott, sin saberlo, nos ha allanado el camino. Luego debemos robar la pistola de O'Connell, usarla contra su padre y devolverla a su sitio antes de que la eche en falta…

—¿Por qué no dejarla en la escena del crimen? —propuso Scott.

—Lo he pensado. Pero será la prueba crucial. A la policía y la acusación les encantará buscar y encontrar el arma del asesinato. Diseñarán su acusación en torno a ella. Será la prueba incontrovertible que condenará a O'Connell. Para asegurarnos, debe ser descubierta oculta en su casa.

—¿Qué son estas otras cosas? —preguntó Hope.

Sally se volvió hacia la compra. Había varios teléfonos móviles, un tubo de pegamento instantáneo, un ordenador portátil, un mono de hombre de talla pequeña, dos cajas de guantes quirúrgicos, varios pares de zapatillas quirúrgicas para colocarse sobre los zapatos, dos pasamontañas negros y una navaja del ejército suizo.

—Son lo que necesitamos, según creo. Hay otras cosas que serán útiles también, como pelo recogido de un peine en el apartamento de O'Connell. Todavía estoy encajando las piezas.

—¿Para qué es el ordenador? —preguntó Scott.

Sally suspiró. Se volvió hacia Hope.

—Es el mismo modelo que viste en el apartamento de O'Connell, ¿verdad?

Hope examinó la máquina.

—Sí. Al menos así lo recuerdo.

—Bien —dijo Sally—. Dijiste que su ordenador contiene material encriptado sobre Ashley y nosotros. Éste no.

Hope asintió.

—Creo que comprendo…

—La policía le confiscará el ordenador. Prefiero que sea uno que hayamos preparado para la ocasión.

—¿Vamos a cambiarlos?

—Correcto. Borrará todo nexo entre nosotros y él. Probablemente tenga copias de seguridad en alguna parte, pero aun así… El tiempo será un factor crucial.

Les tendió a cada uno una hoja. En la parte superior había escrito una serie de horarios.

Hope contempló el papel. Sally había esbozado tareas, acontecimientos y acciones, y los había marcado A, B y C.

—No has asignado las funciones —dijo—. Tres personas haciendo cosas interrelacionadas, pero no has dicho aún quién hace qué.

Sally se arrellanó en su sillón.

—He intentado ponerme en la piel de un policía sagaz —dijo—. Hay que considerar lo que van a encontrar y cómo lo interpretarán. Los crímenes giran siempre en torno a cierta lógica. Una cosa debe guiarlos a la siguiente. Tienen técnicas modernas, como análisis de ADN, análisis balísticos, estudios forenses de armas y diversos adelantos que sólo conocemos por encima. He intentado hacerme una idea y recordar qué entorpece las investigaciones. El fuego, por ejemplo, lo emborrona todo, pero no necesariamente destruye las pruebas forenses. El agua estropea las heridas y el ADN, así como las huellas dactilares. Nuestro problema es que queremos cometer un crimen violento y dejar una pista. No una pista perfecta, pero sí suficiente para guiarlos en la dirección que queremos. Si somos astutos, la policía hará el resto y no será necesaria ninguna confesión por parte de O'Connell.

—¿Y si él guía a la policía en nuestra dirección?

—Tenemos que estar preparados para eso. Sobre todo, debemos hacer que parezca un crimen irracional, y eso es lo difícil. Pero debemos conseguir que la policía no crea nada de lo que O'Connell alegue. La policía querrá respuestas sencillas a preguntas sencillas. Y debemos proporcionárselas.

Sally hizo una pausa y los miró.

—Pero no creo que lo haga —dijo.

—¿Hacer qué?

—Guiar a la policía hacia nosotros. Si lo hacemos bien, O'Connell no sabrá que hemos organizado todo el tinglado.

Scott asintió.

—Pero yo estuve en su barrio haciendo preguntas. Es probable que alguien me recuerde…

—Por eso en cierto momento clave tendrás que estar a kilómetros de distancia y en presencia de alguien que luego corrobore tu coartada. Por ejemplo, usando una tarjeta de crédito y formulando una queja en un lugar donde haya una cámara de vídeo. Sin embargo, probablemente sea importante que estés también cerca.

Scott se reclinó en su asiento.

—Lo comprendo, pero…

—Lo mismo tienen que hacer Ashley y Catherine. Aunque tengan que interpretar un papel.

Los otros dos permanecieron en silencio.

Sally tomó aliento.

—Lo cual nos lleva a la cuestión crucial: el crimen en sí. He pensado al respecto, y creo que tendré que ocuparme yo.

—Yo conseguiré el arma —dijo Hope—. Soy la que sabe dónde está y tengo la llave.

—Sí, pero ya has estado allí antes. Tendrás el mismo problema que Scott. No; otra persona tendrá que coger el arma. Puedes decirme dónde está.

Hope asintió, pero Scott negó con la cabeza.

—Eso será, claro, suponiendo que sigue donde la viste. Lo cual es mucho suponer.

Sally se aclaró la garganta.

—Sí, pero en ese caso podemos esperar y elaborar un plan B para hacernos con el arma.

—De acuerdo. Si robamos la pistola y luego te la damos, ¿sabrás manejarla? ¿En estas circunstancias?

—Tendré que hacerlo. Es mi deber, creo.

Hope sacudió la cabeza.

—No sé, me parece que es demasiado peligroso… Al igual que tú, Sally, intento pensar como un policía. Si tú cometes el crimen, un poli podría hallarle mucho sentido: una madre protege a su hija. Pero dudo que ningún poli piense que lo hiciera la compañera de la madre. En otras palabras, el hecho de que Ashley no sea mi hija, no sea de mi sangre, me protege de las sospechas, ¿no crees? Y soy más joven, más rápida y más fuerte, por si hay que acabar corriendo.

Scott y Sally la miraron. Ambos adivinaron lo que estaba a punto de decir, pero ninguno fue capaz de impedirlo.

Hope trató de sonreír entre las nubes de sus propias dudas.

—Está claro —dijo lentamente—. Debo ser yo quien apriete el gatillo.

Esta vez oí la emoción en su voz.

—¿Te has preguntado alguna vez cuánto puede cambiar la vida en un segundo? Tantas cosas parecen pequeñas, y de repente se convierten en grandes…

Era casi medianoche y me había sorprendido con su llamada.

—¿Crees que tomamos mejores decisiones en la oscuridad, solos, cuando estamos acostados y tratamos de resolver nuestras preocupaciones? ¿O es más sabio esperar a la mañana, cuando hay luz y claridad? Me pregunto qué tipo de decisión tomaron —dijo lentamente—. ¿Decisiones nocturnas? ¿Decisiones diurnas? Dime.

No respondí. Pensé que en realidad no esperaba ninguna respuesta, pero insistió.

—Quiero decir, ¿cómo lo explicarías? Tú eres el escritor. ¿Fue inteligente? ¿Estaban dando pasos difíciles pero necesarios? ¿O actuaban impulsivamente? ¿Cuáles eran las posibilidades de éxito o de fracaso? Eran personas muy razonables dispuestas a embarcarse en la menos razonable de las travesías.

No dije nada, y ella contuvo un sollozo.

—Tengo un nombre para ti —dijo, sorprendiéndome—. Creo que te acercará un poco más al meollo.

Esperé, el bolígrafo preparado, sin decir nada, imaginándolo todo.

—El fin —dijo—. ¿Puedes verlo? Déjame expresarlo de esta forma: ¿crees que estaban preparados para lo inesperado?

—No. ¿Quién lo está?

Ella rió, pero el sonido pareció un sollozo. Era difícil distinguirlo a través del teléfono.

41 - Despliegue

Sally miró a Hope. Estaban en su dormitorio, y sólo la lámpara de la mesilla de noche proyectaba una tenue luz amarilla en la habitación.

—No puedo permitir que lo hagas —dijo Sally.

—No tienes elección —contestó Hope encogiéndose de hombros—. Creo que la decisión está tomada. De todas maneras, probablemente es lo menos peligroso de esta empresa. —Eso no era así, pero Hope no sabía hasta qué punto.

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