El laberinto de agua (43 page)

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Authors: Eric Frattini

BOOK: El laberinto de agua
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Varios agentes papales patearon y golpearon al magnicida turco antes de que fuera arrastrado hacia un camión celular, mientras el papamóvil se dirigía a toda velocidad hacia la Puerta de Bronce para que una ambulancia se hiciera cargo del Papa. Entre gritos, el vehículo se abría paso hacia la clínica Gemelli de Roma, la más próxima al Vaticano. Una vez en la zona quirúrgica de la novena planta, al Santo Padre se le cortó la sotana blanca dejando al descubierto una medalla de oro y una cruz manchadas de sangre. Curiosamente, la medalla estaba abollada debido al impacto de una de las balas. Según se dijo después, el proyectil le habría alcanzado el pecho de no ser por la medalla que desvió la bala y que en su recorrido afectó al dedo índice de la mano derecha del Papa.

Desde lo alto del Palacio Apostólico, el cardenal August Lienart observaba la escena impasible. Las primeras piezas del gran ajedrez habían sido movidas. Si aquel Papa campesino del Este moría en la mesa de operaciones, quizá habría llegado su momento de ocupar la Silla de Pedro. Desde ese mismo instante y como secretario de Estado Vaticano, Lienart sería el encargado de regir los destinos de la Santa Sede. El sonido del teléfono sacó a Lienart de sus pensamientos.

—Eminencia. Acaban de disparar contra Su Santidad —dijo la voz al otro lado de la línea.

—Todo está cumplido —respondió el secretario de Estado antes de colgar.

* * *

Venecia

Días después de los funerales por Sabine Hubert, Afdera decidió regresar a Venecia para reunirse con Max Kronauer y continuar con su investigación sobre el libro de Judas. Assal había conseguido localizar una valiosa información en los Archivos de Estado de la Serenísima.

—¿Cuándo van a dar de alta a Sampson en el hospital de Aspen? —preguntó Afdera.

—He hablado con él y espera que se la den en un par de días. Entonces podrá volver. Me hubiera gustado ir a buscarle a Aspen, pero se ha negado.

—Bueno, ya sabes cómo es Sam, hermanita. Es demasiado suizo-alemán para verte llorar junto a él.

—Puede que tengas razón, pero jamás te perdonaré que lo hayas puesto en peligro. Espero que lo que haya descubierto en Aspen sea lo suficientemente importante como para que haya valido la pena haber arriesgado su vida.

—Si lo han intentado matar, estoy segura de que para ti y para mí ha valido la pena. Cuando Sam regrese a descansar a casa, podrá contarnos lo que ha descubierto. Le llamé ayer al hospital Aspen Valley y no quiso decirme nada. Me dijo que cuando estuviese en Venecia de vuelta hablaría con nosotras.

—Está muy misterioso.

—Tal vez haya descubierto algo importante de nuestro pasado.

—¿A qué te refieres?

—Será mejor que esperemos a que vuelva Sam y nos lo cuente —dijo Afdera, dándole un beso en la cabeza a su hermana.

Las dos jóvenes se dirigieron, acompañadas de Max, a la biblioteca de la Ca' d'Oro, en la segunda planta del palacio. Assal se encaminó hacia una gran mesa en donde había extendido diversos documentos y fotografías.

—Acercaos, quiero enseñaros algo —les dijo Assal—. ¿Recuerdas que me pediste que buscase alguna pista del paso de soldados escandinavos por Venecia?

—Sí, ¿qué has descubierto?

—Pues descubrí una pista indirecta del paso de estas tropas. La verdad es que me tropecé con ella de una forma absolutamente casual. Cuando te lo cuente, vas a tener que agradecérmelo durante toda tu vida.

—¿Quieres decírmelo ya?

—Siéntate y no te pongas nerviosa —ordenó Assal antes de comenzar con el relato de su descubrimiento—. Estuve rebuscando en los Archivos de la Serenísima. Silvia, la archivera, me debe muchos favores. Al principio no encontré nada, pero revisando la sección del archivo referente al siglo XVII, descubrí que uno de los cuatro leones que escoltan la entrada del Arsenale mostraba unas extrañas inscripciones. Fui a ver el león y copié algunos de los símbolos que aparecían en su lomo. Realmente no eran símbolos, sino letras...

—¿En qué idioma estaba escrita esa inscripción?

—En rúnico, la escritura utilizada por los varegos. Después fui a la Biblioteca Marciana, al Palacio de los Dogos, y revisé la historia de ese león. Al parecer, esa figura protegía la entrada al puerto del Pireo, en Atenas. Fue traído a Venecia por Francesco Morosini, como trofeo de guerra, en 1692.

—¿Y qué relación tiene ese león con los varegos que escoltaban al caballero cruzado Fratens? —interrumpió Max.

—Eres igual que mi hermana. Déjame que te lo explique. El león estaba a la entrada del puerto desde el siglo XI. Según parece, esa escultura era un símbolo para las tropas escandinavas que luchaban en Bizancio. Para ellos, el león era un símbolo de poder, fortaleza y lealtad. Puede que vuestros varegos, al pasar por el Pireo, dejaran grabado algún mensaje en lo que para ellos era o representaba el honor, el león que ahora se encuentra en el Arsenale.

—¿Quieres decir que los soldados escandinavos del rey Luis de Francia que combatieron junto a él en la séptima cruzada dejaron un mensaje en ese león? —volvió a preguntar Kronauer.

—Así es. Lo que ellos no sabían es que ese león acabaría en Venecia siglos después. Lo más seguro es que grabasen un mensaje en el lomo de esa escultura para que quedase alguna pista sobre su paso y el del caballero cruzado por el Pireo.

—Kalamatiano me dijo que sus investigadores, Colaiani y Eolande, perdieron la pista histórica en Grecia, en el Pireo. ¡Puede que la clave siguiente fuese ese mensaje dejado por los varegos en el león del puerto del Pireo! —exclamó Afdera.

—¿Por qué crees que se les ocurriría dejar un mensaje así en un león? Si se les ordenó proteger el documento de Eliezer, tal vez deberían haber evitado ese tipo de pistas —dijo Max.

—O quizá no querían que el documento se perdiese en el tiempo y por eso dejaron una pista, para que las generaciones futuras pudieran encontrarlo algún día.

—Puede ser, pero aún no sabemos qué reza esa inscripción, si es una pista para llegar hasta el documento de Eliezer o sencillamente se trata de un grafiti dejado por un noruego borracho durante unas vacaciones en Atenas.

—Deberíamos intentar conseguir una copia lo más exacta posible de los símbolos que aparecen grabados en el león del Arsenale —propuso Assal.

—¿Y cómo quieres hacerlo? ¿Robando la escultura por la noche?

—No, tal vez pidiendo permiso a la Comuna de Venecia.

—¿Crees que nos dejarán ir hasta el Arsenale, poner un papel sobre él y dibujar los símbolos?

—También está la opción de las fotografías. Podemos sacar fotos de cada uno de los símbolos. Así no tendremos que pedir permiso.

—Ésa sería una buena opción. Y luego, ¿qué hacemos con las fotografías? —preguntó Max.

—Buscaremos a alguien que sea capaz de interpretar esas inscripciones. Yo me encargo de ello. Llamaré a la Universidad de Tel Aviv y también a Ylan, el director del Museo Rockefeller de Jerusalén. Seguro que podrá ayudarme. Conoce a mucha gente del mundo académico —aseguró Afdera, mirando su reloj—. Incluso podría llamarlo ahora.

—Inténtalo. Mientras, yo llamaré a un amigo mío aficionado a la fotografía. Tal vez pueda ayudarnos con las fotos.

—¿Cuánto puede tardar en tenerlas?

—Si las hace hoy, puede tenerlas esta misma tarde. Las revela él mismo.

—Bien, hermanita, dile a tu amigo que está contratado, pero que quiero las fotografías esta misma tarde a última hora. Voy a llamar a Ylan.

Unos minutos más tarde, Afdera conseguía hablar con Ylan Gershon.

—Hola, Ylan.

—Hola, preciosa. ¿Desde dónde me llamas?

—Desde Venecia. Necesito tu ayuda.

—Pídeme lo que quieras. Lo que quieras por tu abuela.

—Necesito que me recomiendes a alguien que pueda traducirme un texto en rúnico.

—¿En rúnico? Eso ya no se habla desde hace siglos...

—Sí, lo sé, pero en Venecia hay una escultura con extraños símbolos rúnicos y necesito conocer su significado.

—La única persona capaz de traducir un texto en rúnico está en Noruega. Se llama Gudrum Strømnes y es profesora de lenguas escandinavas en la Universidad de Rogaland, a unos trescientos kilómetros al oeste de Oslo. La conocí en una conferencia internacional sobre lenguas en Tel Aviv. Estoy seguro de que ella puede ayudarte. Llámala de mi parte a la universidad. Dile, por cierto, que aún guardo el pañuelo bordado que me envió.

—Muchas gracias, Ylan, no sabes cómo te lo agradezco.

—Agradécemelo regresando a Jerusalén para trabajar conmigo. Ya sabes que en la Autoridad Israelí de Antigüedades habrá siempre un puesto para ti.

—Lo sé, Ylan, un beso muy fuerte y muchas gracias por tu ayuda, como siempre —dijo antes de colgar.

La siguiente llamada fue para la profesora noruega de lenguas.

—¿Profesora Strømnes? —preguntó Afdera.

—Sí, soy yo. ¿Quién es usted?

—Soy Afdera Brooks, amiga de Ylan Gershon. La llamo desde Ve-necia.

—¿Qué tal está Ylan?

—Muy bien, aunque la verdad es que la última vez que le vi fue hace unos meses en Jerusalén. Me ha dicho que le diga que aún tiene el pañuelo bordado que le mandó.

—¿Sigue protestando por el poco dinero que recibe para investigar?

—Oh, está claro que conoce a Ylan perfectamente. Como siempre, se queja del poco dinero que gasta Israel en proteger sus antigüedades y en lo mucho que gasta en tanques y aviones.

—Bueno, así es Ylan y el país donde vive. Pero, por favor, llámame Gudrum —dijo la profesora Strømnes.

—Ylan me ha aconsejado que me pusiera en contacto contigo porque necesito traducir una inscripción en rúnico. Se trata de una inscripción grabada en el lomo de un león.

—¿En el lomo de un león en Venecia?

—Sí, así es. Mi hermana Assal ha descubierto que el león estaba protegiendo la entrada al puerto del Pireo y que algunos cruzados escandinavos dejaron grabado en el lomo un mensaje. El león fue trasladado como trofeo de guerra a Venecia en el siglo XVII. Mi hermana cree que esos símbolos son rúnicos. Necesitaría saber qué dice ese texto, si es que dice algo.

—Bueno, puedo intentarlo. ¿Cómo quieres que vea las inscripciones?

—He encargado a un fotógrafo que tome imágenes en color y blanco y negro de los símbolos que decoran el león del Arsenale. Tendré las copias esta misma tarde y te las enviaré por FedEx a la dirección que me indiques.

—Toma nota: Gudrum Strømnes, Departamento de Lenguas, Universidad de Rogaland, Noruega. Así me llega el sobre. ¿De cuánto tiempo dispongo para traducir el texto?

—Del que necesites, pero cuanto antes lo tengas, mejor. No podré seguir investigando hasta no saber el significado de esos símbolos rúnicos.

—En cuanto reciba el sobre, me pondré con ello.

—Muchas gracias, Gudrum. Espero tus noticias.

—Cuando tenga la traducción, ¿vendrás a Noruega a recogerla? —propuso la profesora.

—Si crees que es necesario, no tengo inconveniente. Sólo avísame con tiempo para preparar el viaje.

—Así lo haré. Buenos días, Afdera, y saluda a Ylan si hablas con él.

—Le saludaré de tu parte. Gracias por todo.

Al caer la tarde, un empleado de FedEx recogía un grueso sobre amarillo en el palacio de los Brooks en Venecia con destino a la Universidad de Rogaland, en Noruega. Ahora sólo quedaba esperar.

* * *

Berna

Esa misma noche, un desconocido penetraba sigilosamente en la sede central de la Fundación Helsing sorteando hábilmente las estrictas medidas de seguridad. Vestido de negro, el intruso corría hasta la parte trasera del edificio, cargando con una especie de maletín de herramientas también negro y una larga soga con un garfio en el extremo.

Antes de lanzar el garfio al tejado, el hombre se detuvo para comprobar que no se oía ningún ruido. Los perros habían dejado de ladrar. La carne con los somníferos había actuado a la perfección.

El intruso balanceó el garfio y lo lanzó hacia arriba quedando encajado en una cornisa. Subió por la soga con habilidad hasta alcanzar una claraboya y, a través de ella, se introdujo en el edificio.

El desconocido corrió por un largo pasillo hasta alcanzar una puerta con una placa de bronce: «Renard Aguilar. Director». Con sigilo, entró en el despacho y comenzó a examinar lo que le rodeaba.

Sus ojos se fijaron en el frasco de caramelos de menta que había sobre la mesa del despacho. Se colocó de rodillas en la alfombra y abrió el maletín negro. Al retirar la bandeja, dejó a la vista un magnífico ejemplar de taipán del interior o
Oxyuranus microlepidotus,
considerada la serpiente más venenosa del mundo. Su veneno era cincuenta veces más activo que el de la cobra india, y ochocientas veces más potente que el de la cascabel. Una mordedura corriente de este crótalo contenía unos ciento diez miligramos de veneno, suficiente como para matar a un centenar de personas adultas. El crótalo estaba somnoliento.

Con habilidad, el intruso agarró a la serpiente por la cabeza y se la presionó para obligarla a sacar los colmillos. A continuación los apoyó en el borde de un frasco de cristal dejando que el líquido se deslizase hasta el fondo.

Una vez finalizada la operación, el hombre volvió a meter el ejemplar en la caja metálica, cogió el jarrón de cristal con los caramelos de menta y un pequeño pincel que iba sumergiendo en el líquido transparente dejado por la taipán.

Con la punta de los dedos fue cogiendo los caramelos uno a uno y untándoles en el papel la cantidad justa de veneno hasta que todos los caramelos quedaron embadurnados con la mortal sustancia. Ahora sólo quedaba esperar en la oscuridad de la noche la llegada de su víctima.

Pocas horas después, un Mercedes-Benz atravesaba el camino de grava que conducía hasta el edificio principal de la fundación. Como cada mañana, Aguilar llegaba a su despacho a las cinco para hablar con coleccionistas de todo el mundo. Debido a las diferencias horarias, ésa era la mejor hora para negociar.

Aguilar dejó el maletín sobre una mesa de su despacho y se sentó para realizar la primera llamada a un millonario coleccionista de Seúl. Mientras esperaba la comunicación, cogió uno de los caramelos del jarrón y con habilidad desenrolló un lado del papel, agarrándolo con los dientes para tirar de él hacia fuera e introducir el caramelo en su boca.

La acción del veneno no se hizo esperar. Los impulsos nerviosos comenzaron a provocar dificultades respiratorias a Aguilar.

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