El laberinto de agua (40 page)

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Authors: Eric Frattini

BOOK: El laberinto de agua
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—Sí, pero en un almacén que pertenece a la alcaldía. Los accidentes eran controlados entonces por el Servicio de Parques de Estados Unidos, porque la mayor parte ocurría en sus zonas de control, como bosques o montañas. Si el accidente era en carretera, lo registraba e investigaba el Departamento de Policía de Aspen. Hasta hace diez años, los informes se hacían a mano y quedaban archivados en carpetas con un número de registro. Después de esa fecha, se hacían a máquina y se quedaba una copia en un registro que compartimos con el Departamento del Sheriff del condado de Pitkin.

—¿Podría acceder al informe del accidente de los padres de mi clienta?

—No pretenderá demandarnos.

—No, nada de eso. Necesito leer el informe del accidente de los padres de mi clienta. Nada más.

—Voy a almorzar en el Old Saybrook, en el número 2 de la calle principal. Si quiere, comemos juntos y le acompaño después a la comisaría —propuso Winkerton.

—Muy bien. Deme unos minutos y nos vemos allí.

El Old Saybrook era el típico restaurante de estación de esquí. Cabezas de alce colgadas y un gran oso grizzly disecado sobre las puertas de los lavabos, paredes decoradas con alfombras tejidas por alguna tribu de indios y un bar muy animado con jovencitas luciendo monos de vivos colores.

Nada más entrar, una mujer con un menú en la mano se acercó a Sampson.

—¿Desea una mesa?

—No, estoy buscando al detective Winkerton.

—Está en aquella mesa del fondo.

Tom Winkerton era un policía experto en robos y homicidios de la ciudad de Denver. Se había curtido en sus calles hasta que un incidente con su compañero le obligó a refugiarse en un lugar tranquilo como Aspen.

—Yo estaba en Denver en robo y homicidios cuando sucedió el accidente al que usted se refiere. ¿Por qué tiene tanto interés en un accidente ocurrido hace casi dos décadas?

—Porque mi clienta cree que pudo ser un crimen y no un accidente.

—El último asesinato que vivimos en Aspen fue hace nueve años. Unos jovencitos de buena familia decidieron violar y matar a una adolescente de diecisiete años de Ohio. Desde entonces no hemos vuelto a tener un asesinato en esta ciudad —dijo el oficial.

—Me alegra oír eso, pero no vengo a interrogarle a usted, ni nada semejante —respondió Sampson—. Sólo vengo a pedir información sobre el accidente que ya le he comentado. Murieron dos personas: John Huxley y Genoveva Brooks.

—¿Brooks? ¿De la millonaria familia Brooks?

—Exacto. Al parecer, el caso se cerró como un accidente.

—¿Y usted cree que no lo fue?

—Sólo deseo confirmarlo para la tranquilidad de mi clienta.

—De acuerdo, en cuanto nos comamos un buen filete y nos bebamos una cerveza bien fría, iremos a la comisaría a buscar el informe. En cualquier caso, le recomiendo que hable también con el sheriff Garrison, del Departamento del Sheriff del condado de Pitkin. Él trabajaba ya en el departamento en aquellos años.

—¿Por qué debería hablar con él?

—Sencillamente porque el accidente ocurrió en su jurisdicción y no en la del Departamento de Policía de Aspen. Aunque nosotros lo tengamos archivado como accidente, estoy seguro de que fueron ellos quienes lo investigaron.

—Muy bien. ¿Le importaría llamarle y preguntarle si me puedo reunir con él? Se lo agradecería mucho.

—No se preocupe. Lo haré en cuanto llegue a mi despacho.

Tras una buena comida, los dos hombres se dirigieron hacia el cuartel general de la policía de Aspen. El despacho de Winkerton estaba decorado con placas de honor, medallas enmarcadas y su retrato oficial con el uniforme del Cuerpo de Marines de Estados Unidos.

—Vietnam —explicó el detective—. Estuve seis años en las junglas de Asia matando a jodidos
charlies
.

—¿Por qué dejó Denver y se vino aquí?

—Mi compañero y yo estábamos patrullando en la zona norte de la ciudad cuando recibimos un aviso. Mi compañero entró en un callejón persiguiendo a un tipo, mientras yo me quedé en el coche patrulla pidiendo refuerzos. Sonó un disparo y mi compañero cayó abatido. Entré en el callejón y disparé contra un bulto que llevaba un arma en la mano. El tipo que mató a mi compañero era tan sólo un niño de trece años que le había robado el arma a su padre. Entonces decidí que lo único que deseaba investigar eran robos de esquís y por eso estoy en Aspen.

—Dios mío...

—Y ahora que yo le he contado mi vida, ¿puede usted decirme por qué tiene su clienta tanto interés en estudiar el accidente de sus padres veinte años después?

—Mi clienta tiene la sospecha de que la muerte de sus padres no fue accidental, sino que fueron asesinados. Me gustaría comprobarlo leyendo el informe. Ha habido varios casos de asesinato en Egipto y Suiza relacionados con un objeto y mi clienta cree que, tal vez, ese objeto y la muerte de sus padres pueden estar relacionados.

—Déjeme buscar el informe.

Winkerton comenzó a buscar en el grueso libro de registro que tenía sobre la mesa.

—¡Aquí está! —exclamó mientras cogía un papel y un lápiz para apuntar el número de caso—. El A-2013317/63. Ahora hay que localizar el informe.

—¿Cómo podría hacerlo?

—No se preocupe, le ayudaré a localizarlo.

Winkerton descubrió que el informe estaba guardado en la sección de archivos policiales en la alcaldía de la ciudad.

—Helen, necesito encontrar el informe número A-2013317/63. Debe de estar en alguna de las cajas que se trasladaron a vuestros archivos hace tiempo.

—¡Han pasado veinte años desde entonces! ¿Cómo quieres que lo localicemos? —protestó la funcionaría.

—Lo necesito para una investigación.

—Pues te recomiendo que si lo necesitas rápidamente, vengas aquí y lo busques tú mismo.

—De acuerdo, ahora mismo voy —respondió Winkerton.

Colgó el teléfono, agarró la chaqueta y salió del cuartel general junto a Sampson, rumbo al edificio municipal. Minutos después, el policía y el abogado se encontraban en un limpio sótano rebosante de cajas bien apiladas y etiquetadas.

—Usted busque por ese lado —ordenó Winkerton.

—Esta caja está etiquetada con la letra R.

—Eso son robos. Tiene que buscar en las cajas etiquetadas con la letra A, de accidente, con referencia del año 1963. Debe de estar por aquí...

Tras desmontar varias cajas, el detective Winkerton dio un grito de alegría para llamar la atención de Sampson.

—Aquí está la caja —dijo, depositándola en el suelo y rompiendo los precintos con la llave de su coche—. Déjeme buscar... Aquí está. Caso A-2013317/63. Huxley, John y Brooks, Genoveva. Accidente.

—Déjeme verlo —pidió el abogado.

—Espere, antes tenemos que volver a colocar todo en su sitio. Si no, Helen nos matará.

Ya en la calle, Sampson le pidió el informe a Winkerton.

—De acuerdo. Me fío de usted, pero devuélvamelo mañana. Es ilegal que le permita ver ese informe sin una orden judicial, así que no le diga a nadie que se lo he dejado.

—Muchas gracias, Winkerton. No sabe cómo le agradezco su ayuda.

—No me lo agradezca e invíteme a comer antes de irse de la ciudad.

—Se lo prometo —dijo el abogado.

En la soledad de su habitación, Sampson se quitó los zapatos y se dispuso a leer la documentación del accidente en el que habían perdido la vida los padres de Afdera y Assal.

En la primera página aparecía el informe realizado por los dos especialistas del servicio de rescate de montaña que recuperaron ambos cuerpos. Sampson tomó nota del lugar: cara norte de Clark Peak, diez kilómetros al oeste de Pitkin, y continuó leyendo. Las siguientes páginas eran partes del servicio de rescate y un informe del primer sanitario que llegó hasta el cuerpo de Genoveva Brooks.

En otra de las páginas aparecía un dibujo realizado a mano y dos cruces. Sampson supuso enseguida que sería la ubicación en la que fueron hallados los dos cuerpos. Tras dar un sorbo de bourbon, el abogado continuó leyendo.

En las siguientes cuatro páginas, de color verde y con el escudo del Aspen Valley Hospital, se detallaban las heridas encontradas en los cuerpos de John Huxley y Genoveva Brooks. El médico que firmaba el informe destacaba que Huxley tenía una profunda herida en el cuello, posiblemente provocada por la violenta caída. La madre de Afdera y Assal tenía las uñas rotas y algunas de ellas arrancadas. Posiblemente porque intentó agarrarse a la roca para evitar la caída.

Sampson buscó el informe policial para saber si se descubrió piel humana bajo las uñas, a causa de una posible lucha, pero el informe del forense no hacía ninguna referencia al respecto.

Mientras daba un gran sorbo a su vaso, vio a través del cristal un grueso sobre amarillo que estaba incluido dentro del informe y rodeado de una goma elástica. Lo abrió, extendiendo sobre la cama diversas fotografías en blanco y negro.

Eran fotos del lugar del suceso, de los dos cuerpos en la morgue de la ciudad, del extremo de una cuerda y de los objetos personales que llevaban John Huxley y Genoveva Brooks durante la escalada en la que perdieron la vida.

Al principio, Sampson miró las imágenes sin darles mayor importancia, hasta que una de ellas le llamó la atención.

La fotografía mostraba sobre una mesa blanca una mochila vacía, una cantimplora, varios mosquetones amontonados, un jersey de color rojo, un guante, un gorro, unas botas de clavos, unas llaves, una linterna, una pistola de señales, una cámara fotográfica abollada y un pequeño objeto de color blanco que Sampson no pudo distinguir a primera vista y que parecía un simple pañuelo bordado.

El abogado intentó identificarlo sin mucho resultado, así que cogió el vaso de bourbon, lo vació de un solo trago y tiró el hielo en la papelera. A continuación secó el vaso con una toalla del baño y lo colocó a modo de lupa sobre la fotografía. Allí estaba: un octógono de tela.

Deseaba revelar a Afdera lo que había descubierto, pero antes necesitaba confirmar varios detalles del cada vez más sospechoso accidente de sus padres. Aún debía decidir si compartiría aquel descubrimiento con Winkerton.

Después de beberse casi media botella de bourbon, el abogado llamó a Venecia para dejar su teléfono de contacto a Afdera. Después trató de dormir, dado que intentaría entrevistarse con el sheriff Garrison y tal vez obtuviera más información sobre el caso. Buscaría una buena tienda de fotografía para hacer unas copias y una ampliación de algunas una de las imágenes antes de devolver el informe al Departamento de Policía de Aspen.

El sonido del teléfono en la habitación interrumpió el sueño del abogado.

-¿Sí?

—Hola, Sam, soy Afdera. ¿Qué has averiguado?

—¿Cómo estás? —preguntó el abogado, intentando recomponerse.

—Muy bien. Esperando que me digas qué has descubierto.

—Por ahora no puedo decirte nada. Ayer pasé todo el día con un detective del Departamento de Policía de Aspen. Hoy tengo previsto visitar al sheriff del condado de Pitkin y, si puedo, el lugar donde ocurrió el accidente de tus padres. Creo que voy a tener que contratar un guía. Al parecer, el accidente sucedió en un lugar llamado Clark Peak. Espero poder llamarte esta misma noche y darte más información.

—¿Has tenido acceso al informe del accidente?

—Me imagino que hoy por la mañana podré verlo. Estate tranquila, te llamaré en cuanto tenga algo. No te preocupes —mintió Sampson, evitando dar alguna pista a Afdera sobre lo descubierto.

—¿No me preguntas por Assal?

—¡Oh, sí! ¿Qué tal está?

—Preocupada. Dice que haces viajes misteriosos cada vez que hablas conmigo. Te echa de menos.

—Lo sé, yo también la echo de menos. Dile que en pocos días estaré de regreso en Venecia.

—Muy bien, Sam. Cuídate mucho y tenme al tanto de lo que vayas descubriendo.

—Así lo haré, descuida. Adiós, Afdera, hasta esta noche —se despidió el abogado.

Tras un suculento desayuno, Sampson se dispuso a buscar una tienda de fotografía. En recepción le dieron la dirección de Aspen Photoshop, en la avenida Hopkins. Quería hacer unas copias y ampliaciones de las fotografías de los objetos antes de devolver el informe, y estaba seguro de que en pocas horas Winkerton se lo reclamaría.

La Aspen Photoshop era como cualquier otra tienda de revelados de cualquier lugar del mundo. Fotografías de gran tamaño de paisajes, esquiadores, pavos asados y jóvenes esculturales en bikini y con botas de esquiar decoraban las paredes.

—Buenos días, soy Tom. ¿En qué puedo ayudarle? —dijo el jovencito con acné al otro lado del mostrador.

—Buenos días. Tengo unas fotografías en blanco y negro y necesito hacer copias y una ampliación de una parte de una de las fotografías.

—No son de muy buena calidad, pero lo intentaré —dijo el encargado, mirando la foto con un cuentahílos—. Tendré las copias en una hora, la ampliación nos llevará un poco más de tiempo.

—De acuerdo. Me tomaré un café y esperaré. ¿Dónde podría contratar un guía por aquí?

—¿Adónde quiere ir?

—Quiero acercarme esta tarde a Clark Peak.

—Pregunte enfrente, en el bar de Johnsie. Allí suelen ir bastantes guías de la zona a beber y a buscar clientes. Estoy seguro de que a esta hora encontrará alguno.

El bar de Johnsie pertenecía a Johnson Clarkwood, antiguo campeón estadounidense de esquí. Tras la barra se mezclaban trofeos de esquí olímpico con publicidad de Budweisser y Coca-Cola y botellas de bourbon. Una fotografía de los años setenta mostraba a Clarkwood junto a un español que conquistó la medalla de oro en la Olimpiada de Sapporo.

Al entrar en el local, sus pasos hacían un extraño ruido al pisar las cáscaras de cacahuetes que inundaban el suelo.

—¿Tienen café? —preguntó Sampson.

—¿Cómo lo quiere?

—Negro y muy cargado —respondió, observando a la camarera—. ¿Conoce algún guía que pueda llevarme hasta Clark Peak?

—Hoy es un día complicado, hay muchos turistas. Si se pasa esta tarde a primera hora, tal vez alguno se deje caer por aquí y pueda contratarlo.

—¿Cuánto me costaría?

—Si es sólo guiarle hasta Clark Peak, calculo que unos doscientos dólares. Si quiere entrar en la zona de peñascos, échele otros doscientos o trescientos más.

Casi una hora después, tras tomarse varios cafés, Sampson se marchó del bar. Nada más salir se percató de que un hombre que había estado sentado en una mesa del fondo lo había seguido hasta la calle.

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