Read El Libro de los Hechizos Online
Authors: Katherine Howe
—¿Podría ver el menú, por favor? —dijo Connie, dirigiendo la pregunta a un espacio incierto entre Chilton y el camarero.
Una alta carpeta de cuero apareció de repente en sus manos y las floridas descripciones de los platos flotaban delante de sus ojos como un idioma extranjero. Miró más atentamente y descubrió que, de hecho,
estaba
en otro: francés.
—Sólo el pollo, supongo —respondió, esperando que efectivamente tuvieran algún plato de pollo, mientras el menú era retirado de sus manos y James desaparecía en los umbríos recovecos del club.
—Muy bien —comenzó Chilton, frotándose las manos anticipadamente —, hábleme de su gran descubrimiento.
Connie lo miró para ver si se estaba burlando de ella, pero luego decidió que hablaba en serio.
—He encontrado mi única y perfecta fuente primaria —comenzó a explicar —. Bueno, en realidad, eso no es exacto, hablando con propiedad. He encontrado pruebas de que mi única y perfecta fuente primaria
existe
.
Chilton se inclinó hacia adelante con los antebrazos apoyados sobre la mesa.
—Cuénteme —pidió.
Connie comenzó por describir sus andanzas a la búsqueda de Deliverance Dane en el archivo de la iglesia de Salem, dejando en su relato un vacío con la forma de Sam. Cuando empezó su historia mencionando nuevamente el extraño nombre que había descubierto en una Biblia de su abuela, Chilton frunció el ceño pero no dijo nada. Connie hablaba de prisa, eliminando cualquier posibilidad de interrupción por parte de Chilton. Lo llevó en su visita al Departamento de Validación de Testamentos de Salem y enumeró el inventario de los bienes de Deliverance en el momento de su muerte.
—Connie, estoy esperando ver adónde quiere llegar con esa letanía —la interrumpió Chilton —. Hasta ahora sólo me he enterado de que ha dedicado mucho tiempo a rebuscar en archivos, con escasos resultados.
La joven hizo a un lado su irritación por el comentario de Chilton, su propio entusiasmo pesando más que su deseo de obtener su aprobación.
—Pero es que esa lista me confundió —continuó, impertérrita —. No podía entender por qué los albaceas habían incluido un libro de recibos en la misma línea que la Biblia de Deliverance, en lugar de tratarlo como cualesquiera de los otros libros que ella tenía en su casa. ¿Por qué un libro mayor habría tenido el mismo valor, en términos económicos, que una valiosa reliquia familiar?
Connie hizo una pausa para beber un poco de agua helada.
En ese momento, James volvió a aparecer junto a ella. Dejó un plato humeante de pollo estofado sobre la mesa, entre sus cubiertos de plata, y una bandeja de salmón a la parrilla delante de Chilton.
—¿Alguna otra cosa, señor? —preguntó.
Chilton interrogó a Connie con la mirada y ella se encogió de hombros.
—Por ahora no, gracias, James —dijo Chilton, indicándole que podía retirarse.
Ella le sonrió al camarero a modo de disculpa y el hombre le respondió con un ligero indicio de poner los ojos en blanco antes de marcharse.
—Ahora bien, Deliverance se lo dejó todo a su hija Mercy —continuó diciendo Connie —. De modo que yo creo que, si ese libro era tan importante, quizá se mencionara también en el registro testamentario de Mercy.
Connie gesticuló con el tenedor y una sombra de desaprobación cruzó el rostro de Chilton.
—Por supuesto —asintió él, jugando con su pescado.
—Pero escuche esto —dijo Connie —. No pude encontrar a Mercy en ninguna parte. Sé que, a veces, los registros de ese período pueden estar incompletos, pero me parece muy extraño que ella se desvaneciera sin dejar rastro. Sin embargo, entonces me di cuenta de que estaba siendo demasiado limitada.
—¿En qué sentido? —repuso Chilton, observándola.
—Diga «Mercy» —dijo Connie.
—¿Perdón? —preguntó el profesor, sorprendido.
—Usted tiene acento brahmán
[7]
antiguo, profesor Chilton —dijo Connie, preguntándose si no estaría pasándose de la raya. ¿La gente con acento sabe que tiene acento? «Esperemos que Chilton tenga sentido del humor», pensó, sabiendo que, en sus años de estudiante, no había habido ninguna prueba que apoyase esa expectativa. Ah, en fin —. Por favor, complázcame.
—Mehcy —dijo él con cara de palo.
—Correcto —asintió Connie —. La «r» descartada, la vocal aplanada. Ahora pronuncie el nombre que se deletrea «M-a-r-c-y».
—Mehcy —dijo Chilton otra vez.
—¡Exacto! —exclamó Connie, gesticulando nuevamente con el tenedor —. En ortografía fonética, que era como se escribía antes de que los diccionarios y la impresión normalizaran el lenguaje, ¡«Mercy» y «Marcy» son el mismo nombre!
Connie pinchó con el tenedor un gran trozo de pollo y lo masticó con expresión de triunfo. Chilton sonrió ante su entusiasmo. Ella se sintió complacida al comprobar que estaba comenzando a convencerlo.
—Cuando empecé a buscar por «Marcy Dane» —añadió —, encontré toda clase de material. De hecho, resultó que incluso ya me había tropezado con varios de sus archivos en la Primera Iglesia sin saber que ella era importante.
—¿Por ejemplo? —preguntó Chilton.
—No pude averiguar exactamente cuándo nació, pero perteneció a la Primera Iglesia en Marblehead durante toda su vida adulta, y disfrutó de una buena posición todo ese tiempo. Se casó con un tío llamado Lamson en Salem, pero aún no he podido encontrar su nombre de pila. Ella estuvo implicada en alguna clase de litigio en 1715, y murió en 1763, dejando un registro testamentario.
Hizo una pausa para beber un trago de agua y vio que en esos momentos Chilton estaba muy concentrado, aunque sospechaba que podía no tener ni idea de adónde se dirigía ella realmente.
—¿Y…? —preguntó.
—Y en la lista de su propio registro testamentario, junto con la misma casa que Deliverance le había legado, había algo descrito como «libro: recibos de remedios».
—¿Otro libro mayor? —preguntó Chilton.
—Eso fue lo que me pregunté al principio. Pero en el curso de mis incursiones por la ciudad encontré algunos vestigios interesantes de cultura material.
Le describió a Chilton el marcador de límites con sus grabados y su extraño amuleto. Volvió a dejar a Sam fuera del relato. No estaba segura de si esa omisión se debía a que quería impresionar a Chilton con su perspicacia para investigar, o bien si era porque quería conservar en secreto la cálida sensación que experimentaba cada vez que pensaba en él, sólo para sí. Incluso ahora, sentada delante del profesor al otro lado de la mesa, el hecho de pensar en Sam hizo que Connie se sintiese más alta, más viva. Un agradable hormigueo la recorrió desde la coronilla hasta la nuca, y esbozó una sonrisa breve, privada.
—Connie, no la sigo —dijo Chilton —. ¿Qué tiene que ver ese marcador de límites con un libro mayor?
—Espere —repuso ella, acabando de comer su pollo —. El marcador de límites representa un ejemplo vernáculo de pensamiento mágico en acción en el mundo real. Ahora, pensemos en lo que sabemos con seguridad acerca de Deliverance Dane. Ella fue excomulgada en 1692. En Salem.
—La excomunión no era un hecho raro en la estructura religiosa de los puritanos —señaló Chilton.
—Pero ¡era también lo primero que ocurría después de que alguien fuese juzgado y condenado por brujería!
Ella, excitada, golpeó el plato con el tenedor. La boca de Chilton comenzó a estirarse en una sonrisa.
Connie prosiguió:
—Empecé a pensar que si la cultura puritana podía producir un supuesto objeto mágico como el marcador de límites, entonces quizá esa cultura habría dejado también otras pruebas de pensamiento mágico. ¿Y si un libro de recibos no es en absoluto un libro de recibos?
Connie hizo una pausa.
Chilton esperó sin decir nada.
—«Recibo» es una variante ortográfica de «receta» —aclaró Connie.
—¿Receta? —repitió Chilton con el ceño fruncido.
—Cuando encontré el registro testamentario de Mercy estuve finalmente segura. ¿Qué clase de libro sería lo bastante valioso como para que lo incluyeran en un registro testamentario, pasara de madre a hija, contuviese recetas de «remedios», conocidos también como «medicinas», y estuviese en poder de una mujer que probablemente fue condenada por practicar la brujería?
La sorpresa y el placer comenzaron a asomar en el rostro de Chilton; sus labios se estiraron lentamente hacia atrás, formando una amplia sonrisa. La joven reflexionó que nunca antes había visto cómo su tutor sonreía mostrando los dientes.
—¡Un libro de hechizos! —anunció Connie.
Chilton la miró a través de la mesa, los ojos brillantes con una luz fría y dura.
Marblehead, Massachusetts
Finales de junio
1991
¿
Dónde lo quiere? —preguntó el hombre, al tiempo que dejaba caer su caja de herramientas sobre las lajas con un sonido sordo.
Connie sonrió desde la puerta de entrada.
—Bueno, en realidad no lo sé. ¿Qué es lo habitual?
—¿Sólo uno? —preguntó el hombre, alzando la gorra de béisbol para volver a calzársela en la cabeza, ofreciéndole a Connie un fugaz vistazo a su brillante calva —. En el salón del frente.
—Suena bien —dijo ella, haciéndole pasar —. ¿Quiere un café o alguna otra cosa?
—Me tomaría una cerveza —respondió él.
Connie dudó un momento, pero luego se encogió de hombros. «¿Por qué no? —pensó —. De todos modos, fuera hace mucho calor.»
—Un segundo —dijo.
—Esperaré fuera —repuso el hombre.
Una vez en la cocina, Connie levantó la tapa de la antigua nevera de madera y metió la mano en el aguanieve que había dentro. En lo que llevaban de verano, había consumido una cantidad asombrosa de hielo. Hizo una pausa, disfrutando del frío aliento del hielo derretido sobre su rostro húmedo antes de volver a colocar la tapa de la vieja nevera. «El hielo duraría más si hicieras eso con menos frecuencia», se dijo mientras llevaba la cerveza fuera.
Encontró al hombre agachado en el pequeño huerto que había cerca de la puerta principal, con la caja de herramientas abierta. Había levantado una tablilla suelta haciendo palanca y estaba desenrollando una pieza de alambre.
—Resulta que había uno aquí antes —le dijo a Connie mientras ella dejaba la botella de cerveza en el suelo junto a él.
Arlo
había hecho acto de presencia desde debajo de una tomatera y ahora estaba oliendo las suelas de las botas de trabajo del hombre. El perro reunió rápidamente toda la información que necesitaba con su investigación olfativa y luego regresó a su lugar en la sombra, apoyando el hocico sobre las patas cruzadas.
—¿Sí? —respondió Connie, sorprendida —. ¿Y qué le pasó?
—Dios lo quitó —dijo el hombre mientras trabajaba aplicadamente con unas pequeñas tenazas.
—Oh —dijo ella.
Lo observó durante un momento, los pulgares enganchados en las presillas de sus tejanos cortados.
—Me llevará un tiempo —dijo el hombre sin volverse.
—¡Oh, claro! —anunció Connie, azorada —. Lo siento.
Regresó dentro de la casa, cuidando de dejar la puerta sin la llave echada, y luego se instaló a esperar en la sala de estar, sentada frente al escritorio Chippendale. Ahora que lo pensaba, apenas si se había preocupado por volver a cerrar la puerta con llave. La casa de su abuela estaba tan escondida entre la densa vegetación que incluso se sorprendió de que el hombre hubiera sido capaz de encontrarla. Connie sonrió para sí. Grace se quedaría de una pieza cuando la llamase desde la casa.
Desde su almuerzo con Chilton, Connie se había sentido cada vez más segura. Estaba más encantada con su posible fuente primaria de lo que había imaginado.
—Por supuesto, aún existen ejemplos de manuales para encontrar brujas —había dicho Chilton —. El
Malleus Maleficarum
de la Alemania del siglo XV, incluso el tratado de Cotton Mather de 1692
Maravillas del mundo invisible
.
—Correcto —afirmó Connie —. Pero, hasta ahora al menos, mi investigación indica que no existen ejemplos de ningún libro o texto de instrucciones para la práctica de la brujería que sobrevivieran de la Norteamérica colonial. Nosotros, habitualmente, interpretamos que ese dato significa que nadie estaba dedicado a esas prácticas, ¿verdad? De modo que si el libro de Deliverance es lo que yo creo que es, y si ha sobrevivido, sería un hallazgo asombroso. Su contenido podría cambiar la manera en que la historia observa el desarrollo de la medicina, la partería, la ciencia… —La voz de Connie se fue apagando.
—Por no hablar del cambio en nuestra interpretación del pánico generado en Salem. Me temo que ésos son muchos «si» —dijo Chilton —. Pero es demasiado tentador como para no continuar investigando.
Dos platos de budín de pan caliente aparecieron entonces en la mesa y Chilton observó a Connie con expresión pensativa mientras masticaba un trozo.
—Dígame, mi niña —aventuró —. Este año tenía intención de asistir a la conferencia de la Asociación Colonial, ¿verdad?
Ella asintió.
—Creo que sí. No estoy incluida en ninguno de los paneles de expertos ni nada por el estilo, pero pienso asistir, sólo para escuchar las ponencias.
Hundió el tenedor en la masa suave y blanda, ensartando una uva pasa dorada con uno de los dientes.
—Siempre es una buena idea —dijo Chilton —, para estar al día del trabajo que se está realizando actualmente en su campo de especialización—. Hizo una pausa y dio la impresión de estar sopesando algo antes de continuar —. ¿Sabe?, yo soy el encargado de dar la conferencia principal este año —dijo en un tono superficial.
—¿De verdad? —preguntó Connie, sorprendida.
—Así es. Será una disertación general acerca de los avances de mi investigación sobre la historia del pensamiento alquímico, en la que presentaré algunas conclusiones nuevas y excitantes. —Hizo una pausa, captando la mirada de Connie cuando ella alzó la cabeza —. Podría presentarla a usted allí —acabó, dejando el tenedor a un lado con carácter definitivo.
—Pero ¿por qué? —preguntó ella, desconcertada.
Chilton sonrió.
—Podemos discutir esa cuestión con más detalle luego. No nos adelantemos a los acontecimientos. En este momento, su única preocupación consiste en encontrar ese libro y comprobar si se trata de lo que usted sospecha. Confío en que me mantenga puntualmente informado de sus progresos.