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Authors: Brenda Rickman Vantrease

Tags: #Histórico, Intriga, Romántico

El maestro iluminador (55 page)

BOOK: El maestro iluminador
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—Mi pajarito cantarín —dijo Kathryn, besándole la mejilla para quitarle una semilla de amapola— Tu padre también era un pájaro cantor —dijo lanzando una indirecta a Colin.

Pero éste no la oyó; ya se había ido. Sin embargo, Kathryn no permitiría que su obsesionado hijo le estropeara el día. Finn había dicho que quería verla. «Dime sus palabras exactas», había pedido al mensajero. «Dile a lady Kathryn que necesito verla», había repetido el enano. «Necesito.»

Tal vez fuese la última vez que lo vería. Conservaría el recuerdo de sus ojos, la curva de su mentón, la manera en que arrugaba la frente, las hermosas manos: conservaría todos los recuerdos de él, y así, cuando creyera que no podía más, podría rescatarlos de su memoria.

Le pareció una buena señal que Finn quisiera ver a la niña.

Una señal de que al final su corazón no se había convertido en una piedra.

¿Debía contarle sus planes?

—Ya estamos listas —dijo Kathryn al enano, que abrió la puerta.

Finn estaba sentado en una manta en el suelo con su nieta, Kathryn ocupaba una silla colocada entre la niña y la chimenea. Los dos evitaban mirarse a la cara.

—Es preciosa.

—¿Cómo podía no serlo? ¿Una niña de tu hija y mi hijo?

Finn acarició los bucles de un tono rubio rojizo.

—La has cuidado bien. Se la ve feliz.

—Te lo prometí.

—Ya.

No se oía nada en la habitación salvo un suave golpeteo. La niña se entretenía aporreando contra el suelo una concha vacía que Finn empleaba como bote de pintura. De pronto sintió una punzada de dolor al recordar a otra niña rubia de brillantes ojos azules. La niña que había llevado a la anacoreta, la niña que no había sobrevivido. De repente fue presa del miedo, pese a que se creía inmune a ese sentimiento. Había sido un error pedir que se la trajeran, exponer su alma de nuevo.

—¿Ya camina?

—Lo intenta, pero me temo que estoy demasiado encima de ella. —La risa de Kathryn sonó grave y melodiosa, como él la recordaba—. Me da miedo que se caiga.

—¿O sea que no te da demasiado trabajo?

—No me da ningún trabajo. —Parecía mirar por la ventana a la intensa luz del sol que trazaba rayas en los postigos— Me da una razón para vivir.

Los dos permanecieron un rato en silencio. Se sentían incómodos, retraídos, como si fueran dos desconocidos. Quiso decirle que se había enterado por el obispo de que ella tenía otros intereses para llenar sus horas de soledad, pero se contuvo.

—Tiene la cruz de su madre —dijo él. La niña llevaba colgada una cruz de una pequeña pero maciza cadena de plata alrededor del cuello. Finn apartó enseguida la mirada. Verla le causó un hondo dolor.

—Es una reliquia de familia y debe pasar de madres a hijas. Rose habría querido que Jasmine llevara el collar de su madre. —Rebekka nunca lo llevó —dijo Finn con una mueca de pesar—. Era una conversa. Odiaba esa cruz; para ella era un símbolo de opresión.

—¿Una conversa?

—La obligaron a convertirse al cristianismo. —Parecía una herida recién abierta en el corazón, incluso después de tantos años. Finn observaba a la niña jugar en el suelo mientras hablaba—. Hubo una purga en el barrio judío. La papelería de su padre fue incendiada y sus padres murieron abrasados. Rebekka hizo profesión de fe para salvar la vida.

—¿Y... la torturaron?

—No, pero creo que lo habría resistido de no haber sido por mí. Se lo supliqué. —Tendió la mano y le acarició el pelo a la niña. La nieta de Rebekka, una niña rubia, sin el menor indicio de sangre judía—. La habrían matado, o al menos me la habrían arrebatado. Entonces ya éramos amantes. Lo hizo por mí.

—¿Dónde la conociste?

—En Flandes. Yo había ido para enterrar a mi abuela en su tierra natal, entonces ya era un buen escriba y me gustaba pintar, don que me transmitieron mi abuela y mi madre. El padre de Rebekka vendía excelentes pergaminos; yo quería escribir un libro en recuerdo de mi abuela. Mis padres ya habían muerto y yo era el único heredero. Aspiraba a reunir una colección de libros copiados. Todavía recuerdo el nombre encima de la puerta: «Papelería de Foa». Foa era su apellido. Ese día Rebekka atendía en la tienda de su padre.

—Seguro que era muy guapa —dijo Kathryn—, como su hija. Fuiste por papel y encontraste el amor de tu vida.

Al percibir la suavidad de su voz Jasmine soltó las conchas y la miró como si Kathryn la hubiera llamado.

«Uno de los amores de mi vida», pensó él. Pero no pudo decirlo. No en ese momento, no después de lo sucedido entre los dos.

—Nunca había visto una cruz como la de Rose —dijo Kathryn—. En lugar de crucifijo tiene un círculo de perlas. Si la miras bien, el círculo casi parece las puntas de una estrella. Sólo que hay seis.

Finn sonrió y sintió una tirantez en la cara debido al anquilosamiento de los músculos por falta de uso.

—Tienes buena vista, Kathryn. Es una estrella:
Magen David
. Creí que estaba muy bien escondida para verla.

—¿
Magen David
?

—Significa «escudo de David». Una estrella de seis puntas, un hexagrama. Algunos judíos creían que ahuyentaba a los demonios, que era una especie de amuleto. También la usaban a veces los alquimistas. Los Foa la adoptaron como símbolo de la familia .

—¿Y por qué...?

—Los conversos estaban siempre bajo vigilancia, por si daban señales de que su conversión era falsa. Pensé que si ella llevaba la cruz..., pensé que con el símbolo de su familia, su herencia, la cruz no le resultaría tan odiosa.

—Pero ¿se la diste a tu hija a pesar de que Rebekka la odiaba?

—Se la di para protegerla, igual que debía proteger a su madre. Aunque Rebekka nunca se la puso.

—¿Y Rose sabía algo de la estrella? .

—No. Se lo habría dicho si me lo hubiese preguntado, pero nunca lo hizo. Nunca supo que su madre era judía. —Eso era algo que lo avergonzaba, como si le hubiera fallado a su hija o, peor aún, como si hubiera sido desleal a Rebekka. Y ahora ya no podía remediarlo— Sólo quería protegerla.

Kathryn cogió a la niña en brazos y se acercó al escritorio, donde había un gran tablero de madera pintado. Él se puso en pie y la siguió.

—Ya veo cómo llenas tus horas —dijo ella, todavía sin mirarlo—. La pintura es hermosa. El obispo estará contento.

—El obispo cree que soy muy lento. Tengo que hacer cinco paneles: los azotes de Cristo, Cristo con la cruz, la Crucifixión, la Resurrección y la Ascensión.

—¿Y sólo vas por el tercero?

—Parece que me he quedado atascado en la Virgen de pie junto a la cruz.

Kathryn acarició el rostro de la Virgen con la yema del dedo.

—Es preciosa. Se parece a Rose y, sin embargo, no es ella. ¿Es Rebekka?

—He tenido suerte con mis modelos. —«Vi vuestra reina de corazones.»

Kathryn apartó a la niña, que se movía inquieta entre sus brazos, para que no cogiera un bote de tinta. Finn partió la punta afilada de una pluma y le hizo cosquillas con ella. La niña se echó a reír e intentó coger la pluma. Él se la dio y se agachó cuando ella intentó peinarlo.

—¿Tienes más plumas que pinceles de pelo de marta? Cuando no tienes ningún manuscrito para... —De pronto ahogó una exclamación— ¡Sigues con las traducciones de Wycliff ante las mismas narices del obispo.

Él se encogió de hombros.

—No tengo nada que perder.

—Tienes a esta niña.

Kathryn volvió a poner a Jasmine en la manta y se acomodó a su lado. Finn se sentó con ellas. Estaba tan cerca de Kathryn que le veía las finas arrugas en las comisuras de los ojos y le olía el pelo. Sintiéndose mareado por el deseo, se levantó y abrió la ventana. La brisa fría le refrescó la piel. El sol brillaba e iluminaba su escritorio, realzando la escena de la Crucifixión, el azul del manto de la Virgen. Se volvió hacia Kathryn desde esa distancia más segura. Habló con voz tensa.

—He pedido que vinieras, Kathryn, porque quería hablar de mi nieta.

Ella no contestó que era tarde para eso, pero su expresión lo dijo por ella. Él siempre le había leído el pensamiento.

—Me he enterado por el obispo de que estás..., de que asististe a las fiestas del duque con Guy de Fontaigne.

Sin responder, se frotó los brazos como si de pronto tuviera frío, aunque la habitación estaba más caldeada que de costumbre por la niña.

—Como es natural, me preocupa que si hubiera... una alianza entre tú..., me preocupa qué pasaría con Jasmine.

—Veo que los rumores vuelan. —Movió la cabeza en un gesto que Finn interpretó como ira— ¿Eso es lo único que te preocupa, Finn? Pues en ese caso no temas, él ya sabe lo de tu nieta. Tengo la intención de incluir en los términos de mi contrato, o de cualquier otro acuerdo con él, que ella seguirá siendo mi pupila.

Así que era verdad. Finn se dio cuenta de lo mucho que había deseado que no fuera así. Un demonio había absorbido todo el aire de la habitación. Miró a la niña con inquietud. Ésta intentaba pintar la concha con la pluma, que mojaba en una mancha de luz como si fuera pintura. Un don transmitido de padre a hija y de hija a nieta. La luz alrededor se llenó de color, vibrando, arremolinándose, todos los tonos brillantes de la vida de Finn trenzados en una única cuerda, y esa cuerda le rodeó el cuello y le cortó la respiración. De pronto odió los colores, no deberían quedar colores en un universo tan anodino, sólo tonos de un gris apagado y uniforme.

—¿Confiarías en él en un asunto tan importante? —Reunió apenas el aliento necesario para preguntarlo.

—¿Y por qué no iba a hacerlo si confío lo suficiente como para casarme con él?

Estaba claramente enfadada por alguna razón que él no entendía. Pero su enojo le infundió fuerza y recobró el aliento.

—¿Y por qué te casarías con un hombre así, Kathryn, con un hombre que, como tú misma has dicho, desprecias?

Por primera vez desde su llegada, ella lo miró fijamente.

Habló despacio y con determinación:

—Me caso con él, Finn, para que recuperes la libertad.

Los colores en la luz, en el aire, iban a aplastarlo sin duda.

Los rojos y los azules se mezclaban para formar un violeta intenso y desembocar en el negro. Luchó para retener la luz. «Respira hondo, inhala la luz», se dijo. Tardó una eternidad en recuperar la voz; cuando lo consiguió, le sorprendió oírla resonar en la habitación, partiendo los colores con un gemido. Jasmine miró a uno y después al otro, abriendo los ojos de par en par.

—No cometas semejante estupidez, Kathryn.

La niña torció los labios y empezó a temblarle la barbilla.

Finn la estaba asustando, pero no podía evitarlo. Golpeó la pared con fuerza.

—Es una trampa, ¿no te das cuenta? No dejará que me suelten. Al obispo le gusta tener a su propio artista personal como esclavo, y todavía no han encontrado al asesino del sacerdote. Es un crimen por el que alguien tiene que responder, y esa persona soy yo. No buscarán más, para eso están los chivos expiatorios. ¿Es que no lo entiendes?

—Lo que no entiendo es por qué eres tan reacio a irte de aquí. ¿Es que quieres quedarte encerrado para siempre, enterrado en vida como un anacoreta, con tus pinturas sagradas? ¿Para alimentar tu rencor hacia mí y pasarte el resto de tu vida llorando por Rose? Finn el mártir. ¿Es eso? ¿Es que esta celda se ha convertido más en un santuario que en una prisión? Pues yo no permitiré que te entierren en vida, aunque tú lo quieras. Alfred declarará que escondió las perlas en tu habitación, así ya no tendrán ninguna prueba contra ti. Y sir Guy ha tramado un plan para satisfacer la necesidad de justicia del arzobispo.

—¡No, no! No lo permitiré. —Finn la cogió por los hombros.

La sacudió más violentamente de lo que pretendía— ¿Es que no te das cuenta de que no debes confiar en él?

A Kathryn le brillaban los ojos.

—No me queda más remedio, Finn. De lo contrario, él se asegurará de que tú, Alfred o los dos respondáis por el crimen y de que la Corona confisque mis tierras. No me queda más remedio, o me retiro a un convento o me caso con Guy de Fontaigne. —Empezó a pasearse por la habitación—. ¿No lo comprendes? O te sacrifico a ti y desheredo a mis hijos, o me sacrifico a mí misma.

Kathryn en brazos del sheriff de nariz aguileña. Finn sacudió la cabeza violentamente como si intentara apartar la imagen de su mente. Pero ésta siguió allí, grabándose en sus párpados, penetrando en su cerebro. Deseó que Guy de Fontaigne estuviera delante en ese momento; le arrancaría la cabeza con sus propias manos.

En lugar de eso cogió a Kathryn por los hombros.

—Pues en ese caso, mi señora, recordad esto en vuestra noche de bodas. —La besó con fuerza, con más fuerza de la que pretendía, un beso que contenía toda la pasión, el pesar y la ira que poblaban sus sueños nocturnos.

Cuando la apartó, ella se balanceó por un momento, flácida como una muñeca de trapo, como si fuera a desplomarse.

Jasmine empezó a llorar e intentó agarrarse a la falda de su abuela. Finn la cogió en brazos, pero ella tendió los suyos hacia Kathryn. El hexagrama de la estrella que pendía de su cuello lo miraba desde su maraña de filigrana.

—Y recuerda otra cosa: si me sueltan, iré a buscar a mi nieta y me la llevaré. No permitiré que esté en las garras de ese hombre.

XXIX

Our Fadir That art in heuenes,

Halewid be thi name.

Thi Kingdom comme to. Be Thi wille done as in

heuen so in erthe.

Gyve to us this dai oure breed

other substance and fogive to us oure dettis...

JOHN WYCLIFFE.

Padre nuestro
traducido al inglés

Padre nuestro que estás en los cielos,

santificado sea tu nombre.

Venga a nos el tu reino,

hágase tu voluntad

así en la tierra como en el cielo.

El pan nuestro de cada día dánoslo hoy

y perdona nuestras transgresiones...

Traducción aproximada

Kathryn oyó que se abría la puerta de su alcoba y se estremeció de dolor cuando un rayo de luz atravesó la penumbra.

—Madre, ¿os duele la cabeza? —preguntó Colin.

La cabeza rapada avanzó como una ovalada luna hacia la cama y se detuvo justo encima de ella. Kathryn notó fría su mano cuando le tocó la mejilla.

—¡Estáis ardiendo! Iré a buscar a Agnes, ella sabrá qué hacer.

—No —dijo Kathryn. Cuando su hijo se sentó a su lado, tuvo la sensación de que la cama se movía bajo ella y contuvo las náuseas—, diles que no entren aquí. Y que no traigan a Jasmine, que no se acerquen siquiera a la puerta.

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