—Muy bien.
—También el artista surrealista es en cierta manera un «médium», es decir un medio o un intermediario de su propio subconsciente. Pero tal vez haya un elemento del subconsciente en todo proceso creativo, porque ¿qué es en realidad lo que llamamos «creatividad»?
—No tengo ni idea. ¿No significa que se crea algo nuevo?
—De acuerdo. Y eso ocurre precisamente mediante un delicado equilibrio de fuerzas entre la imaginación y la razón. Muy a menudo ocurre que la razón ahoga la imaginación, lo cual es muy grave, porque sin la imaginación no surge nunca nada realmente nuevo. Yo pienso que la imaginación es como un sistema darvinista.
—Lo lamento, pero no te entiendo.
—El darvinismo señala que en la naturaleza surge un mutante tras otro. Pero la naturaleza sólo puede utilizar algunos de ellos. Sólo unos pocos tienen derecho a la vida.
—¿Sí?
—Así es también cuando pensamos, cuando estamos inspirados y recibimos un montón de nuevas ideas. Si no nos imponemos a nosotros mismos una severa censura van surgiendo en nuestra consciencia «pensamientos mutantes» uno tras otro. Pero sólo se pueden emplear algunos de esos pensamientos. Aquí es donde entra en juego la razón, pues ella también desempeña una importante función. Cuando tenemos la cosecha del día sobre la mesa, no debemos olvidarnos de hacer la selección.
—Es una comparación bastante inteligente.
—Imagínate si todo aquello que «se nos ocurre», es decir todos los impulsos, tuviera ocasión de pasar por nuestros labios. O de salir del bloc de notas, o del cajón del escritorio. Entonces el mundo se habría ahogado en caprichos casuales. Entonces no se habría hecho ninguna «selección», Sofía.
—¿Y es la razón la que hace la selección?
—Sí. ¿No crees? Tal vez sea la imaginación la que crea algo nuevo, pero no es la imaginación la que realiza la propia selección. No es la imaginación la que «compone». Una composición, lo que es, en definitiva, cualquier obra de arte, surge de una extraña interacción entre la imaginación y la razón, o entre el espíritu y la reflexión. Siempre hay algo casual en un proceso creador. En una fase puede ser importante no cerrar la puerta a caprichos casuales. Pues hay que soltar a las ovejas antes de llevarlas a los pastos.
Alberto se quedó sentado mirando por la ventana. Sofía vio de pronto mucho movimiento junto a la orilla del pequeño lago... Había un sinfín de figuras de Walt Disney de todos los colores.
—Allí está el Lobo dijo- Y el Pato Donald y sus sobrinos... y e1 tío Gilito... Y allí está... ¡Alberto, no oyes lo que te estoy diciendo! Veo a Mickey Mouse y...
Alberto se volvió hacia ella.
—Si, es triste hija mía.
—¿Qué quieres decir?
—Que estemos aquí y seamos víctimas de ese espectáculo del mayor. Pero yo tengo la culpa, desde luego. Yo he sido el que ha hablado de caprichos.
—No debes culparte.
—Quise decir que la imaginación también es importante para los filósofos. Para poder pensar algo nuevo, nosotros también tenemos que dar rienda suelta a nuestra imaginación. Pero esto es demasiado.
—No te preocupes tanto.
—Hubiese querido decir algo sobre la importancia de la reflexión silenciosa. Y se nos presentan con esta ridiculez en color. Debería estar avergonzado.
—¿Ahora estás siendo irónico?
—Él es el irónico, no yo. Pero tengo un consuelo, y ese consuelo constituye la piedra angular de mi plan.
—No entiendo nada.
—Hemos hablado de los sueños, lo cual tiene en sí algo de irónico, pues ¿qué somos tú y yo, sino imágenes de los sueños del mayor?
—Ah...
—Y sin embargo hay algo en lo que no ha pensado.
—¿Qué podría ser?
—Quizás sea muy consciente de su propio sueño. Sabe todo lo que decimos y todo lo que hacemos, de la misma manera que el soñador se acuerda del contenido manifiesto del sueño. Es el que escribe la historia. Pero aunque se acuerde de todo lo que decimos, aún no está totalmente despierto.
—¿Qué quieres decir con eso?
—No conoce los contenidos latentes del sueño.
Sofía. Se olvida de que también esto es un sueño disfrazado.
—Hablas de un modo muy extraño.
—Lo mismo opina el mayor. Es porque no entiende su propio lenguaje de los sueños. De eso debemos alegrarnos, porque nos da un mínimo de margen para actuar. Con esa libertad vamos a luchar por salir de su fangosa conciencia, como gotas de agua que salen al sol un cálido día de verano.
—¿Crees que podremos?
—Tendremos que poder. En un par de días te ofreceré un nuevo cielo. Entonces el mayor ya no sabrá dónde están las ratas de agua ni dónde volverán a aparecer.
—Pero aunque seamos imágenes, yo también soy hija, y son las cinco. Tengo que irme a casa para preparar la fiesta del jardín.
—Mmm... ¿Me puedes hacer un pequeño favor en el camino de vuelta?
—¿Qué es?
—Intenta atraer su atención. Tienes que procurar que el mayor te siga con la mirada durante todo el camino. Intenta pensar en él cuando llegues a tu casa, entonces él también pensará en ti.
—¿Y de qué serviría?
—Así yo podría seguir trabajando en el plan secreto sin que nadie me estorbe. Voy a meterme en lo más profundo del subconsciente del mayor, Sofía. Allí me quedaré hasta que nos volvamos a ver.
... el hombre está condenado a ser libre...
El despertador marcaba las 23.55. Hilde se quedó tumbada mirando al techo, dejando que las asociaciones flotaran libremente. Cada vez que se paraba en medio de un círculo de pensamientos, se preguntaba por qué no podía seguir pensando en la misma línea.
¿Sería a caso algo que estaba intentando reprimir?
Si hubiera conseguido desprenderse de toda clase de censura, ¿habría, quizás, comenzado a soñar despierta? La sola idea, le daba un poco de miedo.
Cuanto más lograba relajarse y abrirse a los pensamientos e imágenes, más viva era la sensación de que se encontraba en la Cabaña del Mayor, junto al pequeño lago, en el bosque que rodeaba la cabaña.
¿Qué estaría tramando Alberto? Bueno, naturalmente era su padre el que estaba tramando que Alberto tramara algo. ¿Sabría él lo que Alberto podía llegar a hacer? Quizás estuviese intentando darse tanta libertad a sí mismo que al final sucediera algo que hasta a él le sorprendiera.
Ya no quedaban muchos días. ¿Y si echara un vistazo a la última hoja? No, eso seria hacer trampa. Pero aún había algo más: Hilde no estaba totalmente convencida de que ya se hubiera decidido lo que ocurriría en la última página.
¿No era ése un extraño pensamiento? Si la carpeta de anillas estaba ahí, el padre no podría añadir nada. Si Alberto no inventara algo por su cuenta: una sorpresa...
Ella misma se ocuparía de un par de sorpresas. Su padre
No tenía ningún control sobre ella. ¿Pero y ella? ¿Tenía ella control sobre sí misma?
¿Qué era la conciencia? ¿No era ése uno de los mayores enigmas del universo? ¿Qué era la memoria? ¿Qué es lo que nos hace «recordar» todo lo que hemos visto y vivido?
¿Cuál es ese mecanismo que cada noche nos hace tener, como por arte de magia, sueños maravillosos?
Estando así, tumbada, cerraba de vez en cuando los ojos. Luego los volvía a abrir. Al final se olvidó de volverlos a abrir.
Se había dormido.
Cuando unos enfurecidos gritos de gaviotas la despertaron eran las 6.66. ¿No era un número extraño? Hilde se levantó de la cama y, como todos los días, se acercó a la ventana para mirar la bahía. Eso va se había convertido en una costumbre, tanto en verano como en invierno.
De repente fue como si dentro de su cabeza estallara una caja de colores. Se acordó de lo que había soñado, pero era algo más que un sueño corriente; sus colores y su fondo eran completamente vivos.
Había soñado que su padre volvía del Líbano, y todo el sueño había sido como una prolongación del sueño de Sofía en el que encontró su cruz de oro en el muelle.
Hilde estaba sentada en el borde del muelle, exactamente como en el sueño de Sofía. Y una voz muy débil le susurró: «Me llamo Sofía». Hilde se quedó sentada muy quieta para ver si podía enterarse de dónde venía la voz. Luego el ruido continuó como un débil rumor. Era como si le estuviera hablando un insecto «Pareces ciega y sorda. » Al instante siguiente, su padre entro en el jardín, vestido con uniforme de las Naciones Unidas «Hildecita» la llamó, y Hilde se fue corriendo hacia él para echarse en sus brazos. Y entonces acabo el sueño.
Se acordó de unos versos del poeta noruego Arnulf Overland:
Me despertó una noche un sueño extraño
sentí como si una voz me hablara a mí
lejana como una corriente subterránea
y yo me levanté: ¿Qué quieres de mí?
Mientras estaba junto a la ventana, su madre entró en la habitación.
—¡Hola! ¿Ya estás despierta?
—No lo sé.
—Volveré sobre las cuatro, como siempre.
—Vale.
—Que tengas un buen día de vacaciones, Hilde.
—Hasta luego.
Cuando Hilde oyó que su madre cerraba la puerta de abajo, se volvió a meter en la cama y abrió la carpeta.
«... voy a meterme en lo más profundo del subconsciente del mayor, Sofía. Allí me quedaré hasta que nos volvamos a ver»
¡Allí! Hilde continuó leyendo. El dedo índice de su mano derecha le estaba avisando de que ya quedaban pocas hojas.
Cuando Sofía salió de la Cabaña del Mayor, aún pudo ver a algunos personajes de Disney junto al lago, pero era como si se fueran disolviendo conforme ella se iba acercando. Cuando llegó a la barca, ya habían desaparecido del todo.
Mientras remaba, y una vez que hubo subido la barca entre los juncos de la otra orilla, gesticulaba y movía los brazos. Se trataba de atraer la atención del mayor para que Alberto pudiera estar tranquilo en la cabaña.
Mientras corría por el sendero, daba pequeños brincos, y un poco más adelante, intentó andar como una muñeca de cuerda. Para que el mayor no se aburriera, también empezó a cantar.
Se quedó un momento meditando sobre el plan de Alberto que ella no conocía. Luego le remordía tanto la conciencia por haberse olvidado de su tarea que se subió a un árbol como compensación.
Trepó hasta muy arriba, y cuando casi había llegado a la cima, tuvo que admitir que no sabía cómo volver a bajar. Lo intentaría al cabo de un rato, pero, mientras tanto, tenía que inventar algo, porque el mayor podía cansarse de mirarla y empezar a vigilar a Alberto y descubrir lo que estaba haciendo.
Sofía agitó los brazos, un par de veces intentó cantar como un gallo y finalmente comenzó a cantar a la tirolesa. Teniendo en cuenta que era la primera vez que lo intentaba, en sus quince años de vida, quedó bastante satisfecha del resultado.
Hizo un nuevo intento de bajar pero no pudo. De repente, un enorme ganso fue a posarse en una de las ramas a las que Sofía estaba agarrada. Después de haber visto un montón de figuras de Disney, Sofía no se sorprendió en absoluto cuando el ganso empezó a hablar.
—Me llamo Morten —dijo el ganso—. En realidad soy un ganso manso, pero en esta ocasión he venido del Líbano con los gansos salvajes. Al parecer, necesitas ayuda para bajar del árbol.
—Eres demasiado pequeño para ayudarme dijo Sofía.
—Una conclusión sacada precipitadamente, señorita. Eres tú la que eres demasiado grande.
—Bueno, a los efectos da igual, ¿no?
—Deberías saber que he transportado a un niño campesino de tu misma edad por toda Suecia. Se llama Nils Holgersson.
—Yo tengo quince años.
—Nils tenía catorce. Un año más o menos no tiene ninguna importancia a efectos del transporte.
—¿Cómo lograste levantarle?
—Le di una pequeña bofetada para que se desmayara. Cuando se volvió a despertar, no era más grande que un pulgar.
—En ese caso tendrás que darme una bofetada a mí también, porque no puedo quedarme aquí sentada el resto de mi vida. Además, el sábado voy a dar una fiesta filosófica en mi jardín.
—Muy interesante. Entonces supongo que esto es un libro de filosofía. Cuando volaba sobre Suecia con Nils Holgersson, hicimos escala en Márbacka, en Vármland. Allí Nils se encontró con una señora mayor que tenía planeado escribir un libro sobre Suecia. Sería un libro que los niños podrían leer en los colegios; tenía que ser instructivo y verídico, dijo. Al oír todo lo que le había pasado a Nils, decidió escribir un libro sobre lo que él había visto a lomos del ganso.
—Muy extraño.
—A decir verdad, era un poco irónico, porque ya estábamos dentro de ese libro.
Sofía notó de pronto que algo le golpeaba la mejilla. De repente, se había vuelto minúscula. El árbol era como un bosque entero, y el ganso tenía el tamaño de un caballo.
—Vamos —dijo el ganso.
Sofía caminó por la rama y se subió al lomo del ganso. Sus plumas eran suaves, pero como ahora ella era tan pequeña, más que hacerle cosquillas, le pinchaban.
En cuanto se hubo acomodado, el ganso comenzó a volar. Volaba muy alto por encima de los árboles. Sofía miró al pequeño lago y a la Cabaña del Mayor. Allí dentro estaría Alberto haciendo complicados planes.
—Bastará con una pequeña gira turística dijo el ganso batiendo las alas.
Y con esto se preparó para el aterrizaje al pie del árbol que Sofía hacia breves momentos había comenzado a trepar. Al tomar tierra, Sofía salió rodando. Después de un par de volteretas por el brezo, se incorporó. Observó con gran asombro que había recuperado su tamaño natural.
El ganso se pavoneó un par de veces alrededor de ella.
—Muchas gracias por tu ayuda —dijo Sofía.
—No ha sido nada. ¿Dijiste que esto es un libro de filosofía?
—Lo dijiste tú.
—Bueno, da lo mismo. Si de mí hubiera dependido, te habría llevado gustosamente volando a través de toda la historia de la filosofía, de la misma manera que llevé a Nils por Suecia. Podríamos haber sobrevolado Mileto y Atenas, Jerusalén y Alejandría, Roma y Florencia, Londres y París, Jena y Heidelberg, Berlín y Copenhague...
—Ya basta.
—Pero incluso para un ganso muy irónico habría sido muy complicado volar a través de los siglos. Es mucho más fácil cruzar los condados suecos.
El ganso cogió velocidad y ascendió.
Sofía estaba completamente agotada, pero cuando se metió por el seto pensó que Alberto estaría satisfecho con esta maniobra de despiste. El mayor no habría tenido mucho tiempo para pensar en Alberto durante la última hora, y si lo había hecho, estaría aquejado de un grave desdoblamiento de personalidad.