El número de la traición (25 page)

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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
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Debió de coger su carné de conducir, su identidad, con una mano, y el arma que usó para suicidarse en la otra. Su elección resultaba completamente incomprensible. ¿Bajarse del árbol para caminar sin rumbo en busca de ayuda, arriesgándose a ser capturada de nuevo, o hundir el cuchillo en su pecho? ¿Luchar por su vida o tomar el control y darle fin por su propia mano?

La autopsia daba testimonio de cuál había sido su decisión. La hoja había perforado su corazón, seccionando la arteria principal y haciendo que la sangre inundara su pecho. Según Sara, lo más probable era que Jackie hubiera muerto de forma instantánea, pues su corazón se paró antes incluso de caerse del árbol. Soltó el cuchillo y el carné de conducir. Habían encontrado aspirina en su estómago que había fluidificado su sangre, por ello había goteado durante un buen rato después de su muerte, y de ahí las gotas calientes en la nuca de Will. Al mirar hacia arriba y ver su mano extendida este creyó que le pedía ayuda para liberarse, pero en realidad ya lo había logrado ella por sus propios medios.

El policía abrió una carpeta grande que tenía sobre el escritorio y sacó las fotos de la cueva. Vio los instrumentos de tortura, la batería de barco, las latas de sopa sin abrir; Charlie lo había documentado todo perfectamente y había hecho una lista describiendo cada objeto. Fue pasando las fotos y encontró la imagen con el mejor encuadre de la cueva; su compañero se había agachado junto a la escalera, tal como había hecho Will la noche anterior. Las lámparas de xenón iluminaban hasta el último resquicio. Will encontró otra foto que mostraba los instrumentos de tortura alineados como si fueran hallazgos de un yacimiento arqueológico. A simple vista podía imaginar para qué servían la mayoría de ellos, pero algunos eran tan complicados, tan espantosos, que ni siquiera era capaz de concebir para qué servían exactamente.

Wil estaba tan absorto en sus pensamientos que tardó en darse cuenta de que su móvil estaba sonando. Lo abrió con mucho cuidado y contestó:

—Trent.

—Soy Lola, cielo.

—¿Quién?

—Lola. Una de las chicas de Angie.

La prostituta de la otra noche. Will intentó imprimirle a su voz un tono indiferente, porque con quien estaba furioso era con su ex, no con la puta, que se limitaba a hacer lo que hacen los oportunistas: intentar aprovecharse de las circunstancias. Pero no iba a dejar que se aprovecharan de él, estaba harto de tener a esas chicas revoloteando a su alrededor.

—Mira, no voy a sacarte de la cárcel. Si eres una de las chicas de Angie, habla con ella.

—No puedo localizarla.

—Ya, pues yo tampoco, así que deja de llamarme. Ni siquiera tengo su número. ¿Lo pillas?

No le dio ocasión de responder, simplemente colgó y dejó el móvil sobre la mesa con mucho cuidado. La cinta aislante empezaba a despegarse y el cordel se había aflojado. Le había pedido a Angie que le ayudara con lo del móvil antes de irse, pero, como era habitual en ella, no se había preocupado en ningún momento del asunto.

Se miró la mano, la alianza que llevaba en el dedo. ¿Era un idiota o solamente patético? Ya no veía la diferencia entre una cosa y otra. Seguro que Sara Linton no era el tipo de mujer que aguanta toda esa mierda en una relación; y sin duda el marido de Sara tampoco era un flojo capaz de aguantar cosas así.

—Dios, cómo odio las autopsias —dijo Faith entrando en el despacho. El color aún no había vuelto a sus mejillas. Will sabía de sobra que era así, ella no lo disimulaba, pero era la primera vez que le oía admitirlo abiertamente—. Caroline, la secretaria de Amanda, me ha dejado un mensaje en el buzón de voz. No podemos hablar con Joelyn Zabel sin que su abogado esté presente.

—¿De verdad piensa demandar al departamento?

—En cuanto encuentre un abogado en las Páginas Amarillas. ¿Estás listo para salir?

Will miró el reloj en la pantalla del ordenador. Habían quedado con los Coldfield en media hora y el refugio estaba a diez minutos de allí.

—Antes hablemos un poco de esto —sugirió.

Había una silla plegable apoyada contra la pared; Faith tuvo que cerrar la puerta para poder sentarse. Su despacho no era mucho más grande que el de Will, pero al menos podía estirar las piernas. El policía no sabía muy bien por qué, pero siempre acababan reuniéndose en su despacho; quizá porque el de Faith sí había sido antes un cuarto de servicio. No tenía ventana y aún flotaba en el ambiente un fuerte tufo a orina y a desinfectante. La primera vez que cerró la puerta, casi se desmaya por culpa de los efluvios.

Ella señaló el ordenador con un gesto de la cabeza.

—¿Qué es lo que tienes?

Giró el monitor para que pudiera leer el mensaje de Amanda. Faith entornó los ojos y frunció el ceño: su compañero seguía teniendo el fondo del mensaje en rosa y la letra en azul marino porque, por alguna extraña razón, así le resultaba más fácil descifrar las palabras. Rezongando, cambió los colores y se acercó el teclado para responder. La primera vez que lo hizo Will se quejó amargamente, pero con el tiempo se había dado cuenta de que Faith era así con todo el mundo. Puede que tuviera que ver con el hecho de ser madre desde los quince años, o a lo mejor era simplemente un rasgo de su carácter, pero no se quedaba tranquila si no lo hacía todo ella.

Ahora que Jeremy estaba en la universidad y Víctor Martínez había salido de su vida, Will era el único al que podía mangonear. Él imaginaba que era como tener una hermana mayor, si bien Angie se comportaba igual y se acostaba con ella. Cuando coincidían, claro.

—A estas horas Amanda ya debe de tener los resultados de la autopsia de Jacquelyn Zabel —dijo Faith sin dejar de teclear—. ¿Qué tenemos? No hay huellas ni rastro que seguir. Mucho ADN en el esperma y en la sangre, pero todavía no hay ninguna coincidencia con las bases de datos. Tampoco hemos podido averiguar la identidad de Anna, ni tan siquiera su apellido. Un atacante que ciega a sus víctimas, les perfora el tímpano, las obliga a beber desatascador de tuberías… Las bolsas de basura… ¡Mierda! No sé ni por dónde empezar. Las tortura con dios sabe qué, a una de ellas le extirpa una costilla. —Utilizó la flecha de desplazamiento para insertar algo al principio del renglón—. Probablemente con Zabel iba a hacer lo mismo.

—La aspirina —dijo Will—. La dosis encontrada en el estómago de Jacquelyn Zabel era diez veces superior a la normal.

—Un detalle por su parte darles algo para mitigar el dolor. ¿Te lo imaginas? Atrapadas en esa cueva, sin poder oírle, sin ver lo que hacía, sin poder pedir auxilio. —Faith hizo clic en el botón de enviar y se recostó en la silla—. Doce bolsas de basura. ¿Cómo pudo pasarlo por alto Sara con la primera víctima?

—Seguro que tú no habrías dudado en hacerle un examen pélvico a una paciente con casi todos los huesos de su cuerpo rotos y un pie en la tumba.

—No seas quisquilloso. No sé qué pinta en este caso.

—¿Quién?

Faith puso los ojos en blanco y cogió el ratón para abrir el navegador.

—¿Qué haces?

—Voy a investigarla. Su marido murió en acto de servicio, seguro que salió en los periódicos.

—Eso no es justo.

—¿Qué quieres decir con que no es justo?

—Faith, son asuntos personales. No te metas…

Pulsó la tecla de Intro. Will no sabía qué hacer, así que se agachó y desenchufó el ordenador. Ella movió el ratón y le dio a la tecla de espacio. El edificio era antiguo, la luz se iba cada dos por tres, así que levantó la vista y se percató de que las luces seguían encendidas.

—¿Has apagado el ordenador?

—Si Sara Linton quisiera que conocieras los detalles de su vida personal te los contaría ella misma.

—¿El palo que llevas metido por el culo te ayuda a mejorar la postura? —Faith se cruzó de brazos y le lanzó una mirada asesina—. ¿No te parece raro el modo en que se ha colado en nuestro caso? Ya no es forense, es una médica civil. Si no fuera tan guapa tú también lo encontrarías raro…

—¿Y qué tiene que ver su belleza con todo esto?

Faith tuvo la cortesía de dejar sus palabras flotando sobre ellos como un neón con la palabra «idiota». Y las luces siguieron brillando durante un minuto antes de continuar.

—Por si lo has olvidado, te recuerdo que tengo un ordenador en mi despacho. Si quiero investigarla me resultará muy fácil.

—Pues encuentres lo que encuentres, no quiero saberlo.

Faith se frotó la cara con las manos. Se quedó mirando el cielo gris que se veía desde la ventana durante otro largo minuto.

—Esto no tiene ningún sentido. Es un callejón sin salida. Necesitamos un hilo del que podamos tirar —conjeturó Faith.

—Pauline McGhee…

—Leo no ha podido localizar al hermano. Dice que la casa de Pauline está limpia: no hay documentos ni nada que tenga que ver con sus padres ni otros parientes. Tampoco parece tener ningún alias, aunque sería fácil ocultarlo; bastaría con pagar lo suficiente a la gente adecuada. Los vecinos de Pauline mantienen su versión: o no la conocen o no es santo de su devoción; en cualquier caso no saben nada de su vida. Leo ha hablado también con los profesores del colegio del niño: lo mismo. Por el amor de dios, su hijo está con los de servicios sociales porque la madre no tiene ningún amigo que quiera hacerse cargo de él.

—¿En qué está ahora Leo?

Faith miró su reloj de pulsera.

—Probablemente intenta encontrar un modo de liquidar todo esto cuanto antes —dijo frotándose los ojos de nuevo—. Está comprobando las huellas de McGhee, pero no creo que saque nada en limpio. A menos que haya sido detenida alguna vez.

—¿Sigue molesto por que nos hayamos metido en su caso?

—Más que antes. —Faith apretó los labios—. Yo creo que es porque ha estado enfermo hace poco. Ya sabes cómo funciona: calculan lo que les cuesta tu seguro y buscan la manera de deshacerse de ti si generas demasiados gastos. Y más te vale no tener una enfermedad crónica que requiera un tratamiento más o menos caro.

Por suerte, ni Will ni Faith tenían motivos para preocuparse por eso todavía.

—Podemos dejar de lado el secuestro de Pauline; a lo mejor fue una simple discusión y su hermano acabó perdiendo los papeles, o la secuestró un extraño. Es una mujer muy atractiva.

—Si no tiene relación con nuestro caso, lo más probable es que fuera alguien de su entorno.

—El hermano.

—No habría prevenido al niño en ese sentido a menos que realmente estuviera preocupada —razonó Faith—. Y también está el tal Morgan… Un cabrón arrogante; cuando hablé con él por teléfono sentí ganas de abofetearle. A lo mejor había algo entre Pauline y él.

—Trabajaban juntos. Puede que ella lo presionara demasiado y se le fuera la mano. Les pasa mucho a los hombres que trabajan con marimandonas.

—Ja, ja —replicó Faith—. Pero ¿no crees que Felix lo habría reconocido?

Will se encogió de hombros. Los niños podían bloquear cualquier cosa. Y a los adultos tampoco se les daba mal.

—Ninguna de las otras dos víctimas que conocemos tiene hijos. Y nadie ha dado parte a la policía de su desaparición, que sepamos. El coche de Jacquelyn Zabel ha desaparecido. No sabemos si Anna tiene coche, ni siquiera sabemos aún su apellido. —El tono se iba haciendo más agudo según avanzaba en la enumeración—. ¿Qué digo su apellido? Igual ni siquiera se llama Anna. ¿Quién sabe lo que oyó Sara en realidad?

—Yo también lo oí —dijo Will, defendiéndola—. Oí que dijo «Anna».

Faith lo ignoró.

—¿Todavía crees que podría haber dos secuestradores?

—Ahora mismo no estoy seguro de nada, excepto de que quienquiera que sea no es un aficionado. Su ADN está por todas partes, lo que probablemente indica que no está fichado y no le preocupan nuestras bases de datos. No tenemos ninguna pista porque no las ha dejado. Es bueno. Sabe cómo cubrir su rastro.

—¿Un poli? —Dejaron la pregunta en el aire y Faith continuó razonando—: De algún modo se las arregla para que las mujeres no desconfíen de él… Le dejan acercarse lo suficiente como para que pueda secuestrarlas sin que nadie lo vea.

—Un traje —dijo Will—. En principio las mujeres, y los hombres también, suelen fiarse más de un extraño si va bien vestido. Suena clasista, pero es la verdad.

—Genial. Ahora ya solo tenemos que interrogar a todos los hombres de Atlanta que llevaban traje esta mañana. No había huellas en las bolsas de basura que encontramos dentro de las dos víctimas. Nada en la cueva que podamos rastrear. La huella ensangrentada en el carné de Jaquelyn Zabel es de Anna. No sabemos su apellido. No sabemos dónde vive, ni dónde trabaja, ni si tiene familia. —Fue contando con los dedos.

—Es evidente que el secuestrador tiene un método. Y es paciente: excavó la cueva y la preparó para acomodar a sus víctimas. Como has dicho antes, seguramente vigila a las mujeres antes de secuestrarlas. No es la primera vez que lo hace; a saber cuántas víctimas habrá habido ya.

—Sí, pero ninguna ha vivido para contarlo, o habríamos encontrado algo en la base de datos del FBI.

En ese momento sonó el teléfono y Faith lo cogió.

—Mitchell.

Escuchó unos segundos y sacó su libreta del bolso. Anotó en grandes mayúsculas lo que le decían, pero Will no era capaz de leer las palabras.

—¿Podrías seguir buscando a ver si averiguas algo más? —Esperó—. Genial. Cualquier cosa, llámame al móvil—. Era Leo: ya tiene los resultados de las huellas que encontramos en el todoterreno de Pauline McGhee. Su verdadero nombre es Pauline Agnes Seward. Alguien denunció su desaparición en Ann Arbour, Michigan, en 1989, cuando tenía diecisiete años. Según la denuncia, sus padres dijeron que habían tenido una fuerte discusión. Por lo visto iba por mal camino: consumía drogas y no volvía a casa a dormir. Tenían sus huellas porque fue acusada de robar en una tienda, aunque ella se declaró inocente. La policía local siguió el protocolo habitual y archivaron sus huellas; hacía veinte años que nadie preguntaba por ella. Eso concuerda con lo que dijo Morgan. Pauline le contó que su hermana se escapó de casa con diecisiete años. Sobre el hermano no ha encontrado nada, pero va a investigar sus antecedentes más a fondo. —Faith volvió a guardar la libreta en su bolso—. Está intentando localizar a sus padres. Esperemos que sigan viviendo en Michigan.

—Seward no es un apellido muy común.

—No. Pero habríamos encontrado algo en las bases de datos si el hermano hubiera estado implicado en algún delito grave.

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