—Desde luego empleó todos los que se le ocurrieron —suspiró Pete, desconcertado—. La sangre debería darnos más datos.
Continuaron con el examen. Snoopy utilizó una regla para medir los cortes y tomó algunas fotografías. Mientras, Pete iba marcando en un dibujo el lugar donde estaba cada herida para incluirla en el informe de la autopsia. Finalmente dejó el bolígrafo y abrió los párpados al cadáver para comprobar el color de los ojos.
—Interesante —murmuró, y le hizo una seña a Sara para que se acercase a mirar.
En un ambiente seco, los órganos de un cadáver en descomposición tienden a encoger, de modo que la carne se contrae alrededor de las heridas. Al examinar los ojos, Sara descubrió varios agujeros en la esclerótica; unos diminutos puntos rojos que formaban un círculo perfecto.
—Agujas o alfileres —aventuró Pete—. Pinchó cada globo al menos una docena de veces.
Sara examinó los párpados de la mujer y vio que los agujeros los habían perforado limpiamente.
—Anna tenía las pupilas fijas y dilatadas —dijo cogiendo unos guantes de la bandeja y mirando las ensangrentadas orejas de la mujer mientras se los ponía. Snoopy había limpiado la sangre, pero parte de ella se había quedado pegada en los conductos auditivos—. ¿Tienes un…?
Snoopy le pasó un otoscopio. Sara lo colocó en el oído de Zabel y las lesiones que descubrió le recordaron a las que había visto en niños que habían sido víctimas de abusos.
—Tiene el tímpano perforado. —Le giró la cabeza para examinar el otro oído y oyó el chasquido de una vértebra cervical que acababa de romperse—. Y este también.
Le pasó el otoscopio a Pete para que examinara los oídos.
—¿Lo hizo con un destornillador? —preguntó.
—Tijeras —sugirió Sara—. Mira la entrada del conducto, la piel está levantada.
—La trayectoria se inclina hacia arriba y se hace más profunda en la parte superior.
—Claro, porque las tijeras son más estrechas en la punta.
Pete asintió y continuó tomando notas.
—Sorda y ciega.
El siguiente paso era obvio, y Sara le abrió la boca para examinarla. La lengua estaba intacta. Presionó con los dedos la zona externa de la tráquea y, a continuación, utilizó el laringoscopio que le había pasado Snoopy para inspeccionar la garganta.
—El esófago está en carne viva. ¿Hueles eso?
Pete se inclinó.
—¿Lejía? ¿Ácido?
—Desatascador.
—Había olvidado que tu padre es fontanero. —Señaló la mancha oscura que rodeaba los labios de la mujer—. ¿Ves esto?
En un cadáver la sangre tiende a acumularse en el punto más bajo, dejando una mancha que se denomina lividez. El rostro de Zabel, que había estado colgada boca abajo, estaba muy amoratado. Resultaba difícil distinguir la mancha alrededor de los labios, pero una vez que Pete la señaló, Sara pudo reconocer el punto por el que habían vertido el líquido en la boca. Después, como la víctima estaba amordazada, el líquido se había desbordado por las comisuras.
Pete palpó el cuello.
—Las lesiones son muy graves. Está claro que el asesino le obligó a beber algún astringente. Veremos si llegó al estómago cuando la abramos.
Sara se sorprendió al oír la voz de Will; había olvidado que estaba allí.
—Yo creo que se rompió el cuello al caer, que resbaló.
Sara recordó la conversación que habían tenido unos minutos antes, y lo seguro que estaba de que Jacquelyn Zabel había estado colgada del árbol todo el tiempo mientras él la buscaba. Había dicho que la sangre de la mujer aún estaba tibia.
—¿Fue usted quien la bajó? —le preguntó.
Will negó con la cabeza.
—Tenían que hacerle las fotos primero.
—¿Miró a ver si tenía pulso en las arterias carótidas? —le preguntó Sara.
Will asintió.
—La sangre goteaba por sus dedos. Y estaba caliente.
Sara examinó las manos de la mujer y vio que tenía las uñas rotas, y que algunas habían sido arrancadas de raíz. Por rutina habían sacado fotos del cadáver antes de que Snoopy lo lavara. Pete sabía lo que Sara estaba pensando.
—Snoopy, ¿podrías ponernos las fotos que sacamos antes de lavarla? —preguntó señalando el monitor.
El hombre hizo lo que se le pedía con Pete y Sara mirando por encima de su hombro. Todo estaba en la base de datos, desde las primeras fotos tomadas en la escena del crimen hasta las últimas que le habían hecho en la morgue. Snoopy tuvo que abrirlas una por una, y Sara pudo ver la escena original en una rápida sucesión de imágenes; en todas ellas se veía a Jacquelyn Zabel colgada del árbol, con el cuello torcido de forma poco natural. Tenía el pie atrapado de tal manera entre las ramas que probablemente tuvieron que cortárselo para bajarla.
Snoopy llegó por fin a las fotos de la autopsia. El rostro, las piernas, todo el cuerpo estaba completamente cubierto por una costra de sangre.
—Ahí —dijo Sara señalando el pecho. Los dos se volvieron hacia el cadáver y Sara se frenó en seco—. Lo siento. Este caso es de Pete.
El ego de Pete continuaba intacto. Levantó el pecho de la mujer y descubrió otro corte en forma de cruz. Pero este era más profundo en el centro de la X. Pete acercó un poco más la lámpara y examinó la herida con mayor detenimiento, levantando la piel con los dedos. Snoopy le pasó una lupa y el forense se acercó aún más.
—¿Encontró alguna navaja en la escena del crimen? —preguntó a Will.
—Las únicas huellas que había eran de la víctima; la del cuchillo no era más que una huella latente.
Pete le pasó a Sara la lupa para que pudiera examinar el corte.
—¿De la mano izquierda o de la derecha? —preguntó Pete a Will.
—Pues… —Will vaciló y miró hacia la puerta buscando a Faith—. No lo recuerdo.
—¿La huella era de un pulgar? ¿De un índice?
Snoopy había ido al ordenador a buscar la información, pero finalmente Will dijo:
—Huella parcial de un pulgar en el extremo del mango.
—¿Hoja de siete centímetros?
—Más o menos.
Pete asintió mientras lo apuntaba en el diagrama, pero Sara no iba a dejar al agente esperando mientras terminaba.
—Se apuñaló ella misma —le dijo mientras sujetaba la lupa sobre la herida y le indicaba que se acercara a echar un vistazo—. ¿Ve que la herida tiene forma de V en la parte inferior y plana en la superior? —Will asintió—. La hoja entró de arriba a abajo y siguió una trayectoria ascendente. —Se lo demostró haciendo como que se apuñalaba en el pecho—. Tenía el pulgar apoyado en el extremo del cuchillo para poder empujarlo hacia adentro. Seguramente se le cayó de la mano. Mire su tobillo. —Señaló unas leves marcas situadas en la base del peroné—. El corazón había dejado de latir cuando el pie se le quedó enganchado. Tenía los huesos rotos, pero no había tumefacción ni indicio alguno de traumatismo. Si la sangre hubiera estado en circulación, esta zona estaría muy amoratada.
Will meneó la cabeza.
—Ella no…
—Los hechos lo corroboran —le interrumpió Sara—. La herida fue autoinfligida. Seguramente fue todo muy rápido, no sufrió mucho tiempo. Al menos no mucho más de lo que ya había sufrido.
Will se quedó mirándola fijamente a los ojos, y Sara tuvo que obligarse a no desviar la mirada. Puede que aquel hombre no tuviera pinta de policía, pero no le cabía la menor duda de que pensaba como tal. Cuando un caso abierto llegaba a un callejón sin salida, cualquier policía que fuera digno de su placa pensaba automáticamente que la culpa era suya, por haber tomado una decisión inoportuna o haber pasado por alto alguna prueba evidente. Sin duda, eso era lo que Will Trent estaba haciendo en ese momento: buscar el modo de culparse a sí mismo por la muerte de Jacquelyn Zabel.
—Es ahora cuando puede usted ayudarla. Pero ayer, en el bosque, no podía hacer nada por ella —le dijo Sara.
Pete soltó el bolígrafo.
—La doctora tiene razón —dijo, presionando el pecho del cadáver con las manos—. Parece que hay mucha sangre aquí dentro, y la verdad es que calculó muy bien el mejor sitio para clavarse el cuchillo. Probablemente dio de lleno en el corazón. Yo coincido en que tanto la rotura del pie como la del cuello fueron posteriores a la muerte. —Se quitó un guante mientras se dirigía hacia el ordenador para ver las fotos de la escena del crimen—. Fíjese: la cabeza parece descansar sobre las ramas, un poco ladeada. No es eso lo que sucede cuando te rompes el cuello en una caída; en ese caso se habría quedado como encajada en las ramas. Cuando estás vivo, tus músculos están preparados para evitar ese tipo de lesiones. Estamos hablando de un traumatismo muy severo, no de una simple torcedura. Bien visto, jovencita.
Pete sonrió a Sara, que sintió que se sonrojaba como si aún fuera su mejor alumna.
—Pero ¿por qué iba a matarse? —preguntó Will, como si después de semejante tortura la mujer no tuviera motivo más que suficiente.
—Probablemente estaba ciega y casi con toda seguridad sorda. Lo que me sorprende es que fuera capaz de subirse al árbol. No podía oír las voces de la batida, no tenía ni idea de que la estaban buscando.
—Pero ella…
—Los infrarrojos de los helicópteros no la detectaron —le interrumpió Pete—. Si usted no hubiera estado allí, si no se le hubiera ocurrido mirar hacia arriba, jamás la habrían encontrado. Todo lo más, al llegar la temporada de caza algún trampero la habría hallado y habría llamado a la policía para denunciar un M.A.M.
«Muerto Ahí Mismo», quería decir Pete. Cada cuerpo de policía tiene su jerga, que a veces resulta bastante pintoresca. Los cazadores eran conocidos por dar numerosos partes de M.A.M.
Pete se volvió hacia Sara.
—¿Te importa? —le preguntó, señalando con un gesto de la cabeza la bolsa con el material para las muestras de violación. Snoopy era un magnífico ayudante, pero Sara captó el mensaje: volvía a ser una mera observadora. Se quitó los guantes, abrió la bolsa y sacó las espátulas para frotis y las ampollas. Pete cogió el espéculo y separó las piernas de Zabel para poder introducirlo en la vagina.
Al igual que en algunas violaciones que terminaban en homicidio, las paredes vaginales permanecían contraídas después de la muerte, y el espéculo de plástico se rompió cuando Pete intentó abrirlo. Snoopy le pasó uno metálico y Pete lo intentó de nuevo. Tuvo que hacer tanta fuerza para abrirlo que las manos le temblaron. No era algo agradable de ver, y Sara se alegró de que Faith no estuviera presente para oír el escalofriante ruido del metal al separar la carne. Sara le pasó una espátula de frotis a Pete, que trató de insertarla en la vagina, pero no pudo.
Pete se inclinó para ver cuál era el obstáculo.
—Por Dios bendito —murmuró, mientras revolvía la bandeja del instrumental buscando unos pequeños fórceps—. Ponte los guantes, Sara. Tienes que ayudarme con esto.
Sara se puso los guantes y colocó sus manos alrededor del espéculo mientras Pete introducía los fórceps, que en realidad no eran más que unas pinzas largas. Por fin atrapó algo y tiró hacia afuera. Era un trozo de plástico alargado y blanco, que salía como un pañuelo de seda de la manga de un mago. Pete continuó y fue dejando los trozos de plástico ensangrentado en una palangana. Estaban unidos por una línea troquelada.
—Bolsas de basura —dijo Will.
Sara se quedó sin respiración.
—Anna —dijo—. Tenemos que examinar a Anna.
El despacho de Will en la tercera planta del edificio este de la alcaldía era poco más que un cuarto de servicio, con una ventana que daba a un par de vías de tren en desuso y al aparcamiento de un almacén de ultramarinos, punto de encuentro este último de cierta gente de aspecto sospechoso y con coches muy caros. El respaldo de su silla estaba tan pegado a la pared que cada vez que se movía arañaba el yeso. Aunque tampoco tenía que moverse mucho: podía ver todo el despacho sin ni siquiera mover la cabeza. Incluso resultaba difícil sentarse en la silla, porque tenía que pasar de perfil entre la ventana y el escritorio para poder llegar a ella; esta maniobra le hacía alegrarse de no ser una mujer embarazada.
Apoyó la barbilla en la mano mientras esperaba a que arrancara el ordenador, viendo parpadear la pantalla y los iconos que surgían en el escritorio. Lo primero que hizo fue abrir el correo y colocarse los auriculares para escucharlos con el SpeakText que había instalado unos años antes. Tras borrar un par de mensajes publicitarios con ofertas para mejorar su vida sexual y una petición de un depuesto presidente nigeriano encontró un mensaje de Amanda y un aviso de cambio en las condiciones del seguro médico del estado; lo reenvió a su cuenta personal para poder desentrañar tranquilamente los nuevos recortes de cobertura.
Pero el mensaje de Amanda no requería mucho estudio. Ella siempre escribía en mayúsculas y no se complicaba mucho con la gramática. «
PONME AL DÍA
», rezaba escuetamente también en negrita.
¿Qué podía contarle? ¿Que a su víctima le habían introducido en la vagina quince bolsas de basura? ¿Que a Anna, la que había logrado sobrevivir, le habían hecho lo mismo? ¿Que habían transcurrido doce horas y seguían sin tener ninguna pista sobre quién había podido secuestrarlas, y mucho menos aún sobre la relación que había entre ambas mujeres?
Ciegas, probablemente sordas y mudas. Will había estado en la cueva donde las habían tenido retenidas. No podía siquiera imaginar el infierno por el que habían tenido que pasar. Ver los instrumentos que había utilizado su torturador ya había sido bastante horrible, pero imaginaba que no poder verlos debía de ser mucho peor. Al menos ya no se culpaba por la muerte de Jackie Zabel, aunque saber que la mujer había elegido el fin estando tan cerca de ser rescatada no le reconfortaba precisamente.
Todavía podía oír el tono compasivo que había empleado Sara Linton al explicarle cómo se había quitado la vida Zabel. No era capaz de recordar cuándo fue la última vez que una mujer le habló así, tratando de lanzarle un salvavidas en lugar de gritarle para que nadara más deprisa, como hacía Faith o, aún peor, agárrandose de sus piernas, como solía hacer Angie.
Will se recostó en su silla, sabiendo que debía sacarse a Sara de la cabeza. Tenía entre manos un caso que requería toda su atención, de modo que se obligó a concentrarse en las mujeres por las que realmente podía hacer algo.
Anna y Jackie debían de haber huido de la cueva al mismo tiempo; Jackie sorda y ciega, y Anna probablemente ciega. Las dos mujeres no habrían podido comunicarse más que a través del tacto. ¿Habrían andado cogidas de la mano, tropezando, tratando de encontrar a tientas el camino para salir del bosque? En cualquier caso, en algún momento se separaron y terminaron perdiéndose. Anna debió de saber que estaba en la carretera al notar el frío del asfalto bajo sus pies desnudos, y quizás oyó el motor del coche que se acercaba. Jackie fue en dirección contraria y encontró un árbol por el que trepó para sentirse más segura. Y se quedó allí esperando. Notar el crujido de la madera, el movimiento de las ramas le debió de helar la sangre en las venas, pues esperaba que su secuestrador la encontrara en cualquier momento y la llevara de vuelta a aquel lugar oscuro y frío.