El número de la traición (21 page)

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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
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—Le comentaré a Leo lo del hermano —dijo Faith—. Parece una disputa familiar.

—Probablemente. —Miró de reojo la puerta cerrada. Quería volver a entrar, pero no por Felix—. ¿Qué te ha dicho la hermana de Jackie?

—Joelyn. No se ha quedado lo que se dice desolada al saber que habían matado a su hermana.

—¿Qué quieres decir?

—Que la mala leche debe de ser cosa de familia.

Will alzó las cejas.

—No me hagas caso, tengo un mal día —zanjó, aunque eso no era exactamente una explicación—. Joelyn vive en Carolina del Norte. Dijo que tardaría unas cinco horas en llegar hasta aquí. —Como si se le hubiera ocurrido en ese momento, añadió—: Ah, y piensa demandar al departamento de policía y hacer que nos despidan si no encontramos al hombre que mató a su hermana.

—Vaya, es una de esas.

No sabía qué era peor: si los familiares que se quedaban tan devastados por la pena que hacían que te sintieras como si te hubieran metido la mano en el pecho y te estuvieran estrujando el corazón o los que se enfadaban tanto que parecía que te estrujaban algo un poco más abajo.

—Quizá deberías hablar tú con Felix.

—Me ha parecido que estaba bastante abatido —replicó Faith—. No creo que pueda sacarle mucho más.

—A lo mejor hablar con una mujer…

—Se te dan muy bien los niños —le interrumpió con un dejo de sorpresa en la voz—. En cualquier caso, ahora mismo tienes más paciencia que yo.

Will se encogió de hombros. Había echado una mano con algunos de los niños más pequeños cuando estaba en el orfanato, principalmente para evitar que los recién llegados se pasaran toda la noche llorando y no dejaran dormir a los demás.

—¿Le pediste a Leo el teléfono del trabajo de Pauline McGhee? —Faith asintió—. Tenemos que llamar y preguntar por un tal Morgan. Felix dice que el secuestrador iba vestido como él, y puede que le guste llevar un tipo de traje concreto. Nuestro hombre mide alrededor de uno setenta, tiene bigote y el cabello moreno.

—El bigote podría ser postizo.

Will no podía negarlo.

—Felix es muy listo para su edad, pero no estoy muy seguro de que sea capaz de distinguir entre un bigote real y uno postizo. Puede que Sara haya conseguido sacarle algo más.

—Vamos a dejarles solos un poco más —sugirió Faith—. Diría que crees que Pauline McGhee es otra de nuestras víctimas.

—¿A ti qué te parece?

—He preguntado primero.

Will suspiró.

—Mis tripas me inclinan a pensarlo. Pauline está bien situada, tiene un buen trabajo, es morena y de ojos castaños. —Se encogió de hombros—. Tampoco es un argumento muy sólido.

—Es más de lo que teníamos al levantarnos hoy por la mañana —señaló Faith, aunque no sabía muy bien si compartía la corazonada de Will o se estaba agarrando a un clavo ardiendo.

—Vamos a llevar esto con cautela. No quiero causarle problemas a Leo por andar metiendo las narices en su caso para luego dejarle con el culo al aire si esto se queda en nada.

—De acuerdo.

—Llamaré al estudio donde trabaja Pauline McGhee y preguntaré lo de los trajes de Morgan. Igual puedo sacarles algo más de información sin poner a Leo en un compromiso. —Sacó su móvil y miró la pantalla—. Me he quedado sin batería.

—Toma —dijo Will ofreciéndole el suyo.

Faith lo cogió con ambas manos y mucho cuidado y marcó un número que tenía apuntado en su libreta. Will se preguntó si tendría una pinta tan ridícula como Faith sujetando las dos piezas del teléfono junto a su cara y se figuró que probablemente todavía más. Faith no era exactamente su tipo, pero era atractiva, y las mujeres así siempre salen airosas de cualquier circunstancia. Sara Linton, por ejemplo, podría salir garbosa de un asesinato.

—Perdón —dijo Faith al teléfono—, no le oigo muy bien.

Le lanzó a Will una mirada de reproche, como si él tuviera la culpa, antes de echar a andar hacia el otro extremo del pasillo que parecía tener mejor cobertura.

Will apoyó el hombro contra la jamba de la puerta. Cambiar de teléfono representaba para él un problema prácticamente imposible de resolver; era lo que solía solucionar Angie. Había intentado hablar con su compañía de teléfonos para que le enviaran uno nuevo, pero le habían dicho que tenía que pasar por una tienda y rellenar unos formularios. Aun suponiendo que se obrara el milagro, Will tendría que averiguar cómo funcionaba el nuevo, cómo establecer el tono de llamada para que no molestara a nadie, cómo programar los números que necesitaba para trabajar. Imaginaba que podía pedirle el favor a Faith, pero su orgullo seguía interponiéndose en su camino. Sabía que ella le ayudaría de mil amores, pero querría tener una conversación sobre el asunto.

Por primera vez en su vida adulta, Will se encontró anhelando que Angie volviera a su vida.

Notó una mano en el brazo y oyó «Disculpa». Era una chica morena muy delgada que quería entrar en la salita. Imaginó que debía de ser la señorita Nancy, de los servicios sociales, que venía a recoger a Felix. Era demasiado pronto para enviarle a una institución; seguramente encontrarían una familia de acogida que pudiera cuidarle durante un tiempo. Con un poco de suerte, la señorita Nancy llevaría en esto el tiempo suficiente como para tener en su agenda algunas buenas familias que le debieran algún favor. Era difícil colocar a los niños que estaban en esa especie de limbo; el propio Will había estado en él el tiempo justo para llegar a esa edad en la que la adopción era prácticamente imposible.

Faith ya estaba de vuelta. Traía el ceño fruncido cuando le devolvió el teléfono.

—Deberías cambiar este cacharro.

—¿Por qué? —preguntó él guardando el móvil en el bolsillo—. Si funciona perfectamente.

Faith pasó por alto lo que evidentemente era una mentira.

—Morgan viste de Armani, exclusivamente, y parecía muy convencido de ser el único hombre de Atlanta con estilo suficiente para lucir un Armani.

—O sea, que estamos hablando de un traje de entre dos mil quinientos y cinco mil dólares.

—Yo diría más bien lo segundo, a juzgar por su tono altanero. También me ha dicho que Pauline McGhee no se habla con su familia desde hace por lo menos veinte años. Dice que se fue de casa con diecisiete y no volvió a mirar atrás. Nunca le ha oído mencionar a su hermano.

—¿Qué edad tiene ahora Pauline?

—Treinta y siete.

—¿Sabe Morgan cómo podemos ponernos en contacto con su familia?

—Ni siquiera sabe de qué estado procede. Al parecer ella no hablaba mucho de su pasado. Le he dejado un mensaje a Leo en el buzón de voz; creo que podrá localizar al hermano antes de que acabe el día. Probablemente ya estará procesando las huellas encontradas en el coche.

—¿Podría ser que estuviera viviendo bajo un nombre falso? Uno no se marcha de casa con diecisiete años solo porque sí. Y es obvio que Pauline tiene una buena situación financiera: a lo mejor tuvo que cambiarse de nombre para que eso sucediera.

—Obviamente, Jackie sí mantenía el contacto con su familia y no ha cambiado de nombre; también se apellida Zabel. —Faith se echó a reír y comentó—: Todos los nombres de esa familia riman: Gwendolyn, Jackelyn, Joelyn. Es un poco raro, ¿no?

Will se encogió de hombros. Nunca había podido reconocer las palabras que riman, un problema que seguramente estaba relacionado con sus dificultades para la lectura. Afortunadamente, tampoco era una habilidad que necesitara a menudo.

—No sé por qué misteriosa razón, cuando tienes un niño te decantas por los nombres más absurdos. Estuve a punto de ponerle Jeremy Fernando Romántico a mi hijo por uno de los cantantes de Menudo. Gracias a Dios, mi madre impuso su criterio.

La puerta se abrió y Sara Linton se reunió con ellos en el pasillo; traía la cara de alguien que siente que acaba de abandonar a un niño en manos de los servicios sociales. Will no era el más indicado para poner en tela de juicio el sistema, pero la realidad era que daba igual lo amables que fueran los trabajadores sociales o lo mucho que se esforzaran: eran pocos y no disponían de los medios necesarios. Si a esto le añadimos que los padres de acogida eran o bien gente muy humilde o bien gente que solo quería el dinero —generalmente sádicos que odiaban a los niños—, resultaba fácil entender hasta qué punto podía llegar a desgarrarte el alma todo aquello. Por desgracia, era el alma de Felix McGhee la que se iba a llevar la peor parte.

—Ha estado muy bien ahí dentro —le dijo a Will.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sonreír como un crío al que acabaran de darle unas palmaditas en la cabeza.

—¿Le ha contado Felix algo más? —preguntó Faith.

La doctora negó con la cabeza.

—¿Qué tal se encuentra?

—Mucho mejor —respondió Faith un poco a la defensiva.

—Ya me han contado que anoche encontraron una segunda víctima.

—Will fue quien la encontró. —Faith hizo una pausa, como si se arrepintiera de lo que acababa de decir—. No es algo que deba divulgarse, pero la mujer se rompió el cuello al caer de un árbol.

Sara frunció el ceño.

—¿Y qué hacía en un árbol?

Will tomó el relevo del relato.

—Estaba esperando a que la encontráramos. Por lo visto, tardamos demasiado.

—No se puede saber cuánto tiempo llevaba en el árbol —le dijo Sara—. La hora de la muerte no es una ciencia exacta.

—Su sangre aún estaba caliente —replicó Will, sintiendo que la oscuridad volvía a apoderarse de él al pensar en las gotas cayéndole en la nuca.

—Hay otras razones que podrían explicar eso. Si estaba en un árbol, probablemente las hojas actuaron como aislante térmico. O puede que el secuestrador la tuviera medicada. Existen diversos fármacos que pueden elevar la temperatura corporal y mantenerla incluso después de que la muerte haya tenido lugar.

—Todavía no se había coagulado —contraatacó Will.

—Algo tan simple como un par de aspirinas puede impedir eso.

—Jackie tenía un frasco grande de aspirinas junto a su cama prácticamente vacío —recordó Faith.

Will seguía sin estar muy convencido, pero Sara ya estaba en otro asunto.

—¿Sigue siendo Pete Hanson el forense de esta región? —preguntó a Faith.

—¿Le conoce?

—Es un buen forense. Hice un par de cursos con él la primera vez que me eligieron para el puesto.

Will había olvidado que en las ciudades de provincias el puesto de médico forense se designaba por votación. No podía imaginarse el rostro de Sara en un cartel.

—De hecho, pensábamos irnos hacia allá para asistir a la autopsia de la segunda víctima.

Sara parecía algo indecisa.

—Hoy tengo el día libre.

—Pues espero que lo disfrute.

Lo dijo como si se estuviera despidiendo, pero no hizo ademán de marcharse. Will se percató de que ya no había tanto trasiego de gente en el pasillo y distinguió el sonido de unos tacones a sus espaldas. Amanda Wagner venía hacia él caminando con paso enérgico. Parecía bien descansada, pese a que se había quedado en el bosque hasta las tantas, igual que Will. Llevaba el estricto peinado de siempre en forma de casco y un traje pantalón de color morado oscuro. Como de costumbre, tenía que ocuparse personalmente de todo.

—La huella ensangrentada en el carné de conducir de Jacquelyn Zabel pertenece a nuestra primera víctima. ¿Seguimos llamándola Anna? —No les dio tiempo para contestar—. ¿El secuestro en el supermercado tiene alguna relación con nuestro caso?

—Podría ser —respondió Will—. La madre fue secuestrada a eso de las cinco y media de la mañana. Al niño, Felix, lo encontraron dormido en el coche. Nos ha dado una descripción muy vaga del secuestrador; el chico solo tiene seis años. La policía de Atlanta está colaborando, pero, que yo sepa, no nos han pedido ayuda.

—¿Quién está al mando de la investigación?

—Leo Donnelly.

—Inútil —gruñó Amanda—. De momento le dejaremos seguir con su caso, pero quiero que lo atéis bien corto. Dejad que la policía de Atlanta se ocupe del trabajo a pie de calle y de los gastos forenses, pero si empieza a cagarla, sacáoslo de encima.

—Eso no le va a gustar un pelo —dijo Faith.

—¿Tengo cara de que me importe? Parece que nuestros amigos del condado de Rockdale se están arrepintiendo de habernos pasado el caso. He convocado una rueda de prensa para dentro de cinco minutos y quiero que Faith y tú estéis conmigo y pongáis cara de que lo tenemos todo bajo control mientras yo le explico a la gente que sus riñones están a salvo de los perversos traficantes de órganos. —Le tendió la mano a Sara—. Doctora Linton, supongo que no le extrañará si digo que esta vez nos encontramos en mejores circunstancias.

—En lo que a mí respecta, desde luego —dijo Sara, estrechándole la mano.

—Fue una ceremonia muy emotiva. Un homenaje digno de un gran policía.

—Oh… —exclamó Sara, algo confusa y con la voz entrecortada. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Se aclaró la voz y trató de recuperar la compostura—. No la vi… Ese día estaba muy aturdida.

Amanda se quedó estudiándola con atención y, con voz sorprendentemente amable le preguntó:

—¿Cuánto tiempo ha pasado ya?

—Tres años y medio.

—Me enteré de lo que pasó en la cárcel de Coastal. —No había soltado la mano de Sara, y Will se percató de que la estrechaba con cariño—. Cuidamos de los nuestros.

Sara se enjugó las lágrimas y miró de reojo a Faith, como si se sintiera un poco estúpida.

—Estaba a punto de ofrecerles mi ayuda a sus agentes.

Will vio que Faith abría la boca, pero volvió a cerrarla de inmediato.

—Adelante —dijo Amanda.

—Atendí a la primera víctima, Anna. No tuve ocasión de hacerle un examen completo, pero he pasado algún tiempo con ella. Pete Hanson es uno de los mejores forenses que conozco, pero si quiere que asista a la autopsia de la segunda víctima, podría aportar mi experiencia con Anna y señalar las similitudes y las diferencias entre una y otra.

Amanda no perdió el tiempo considerando su decisión.

—Le tomo la palabra. Faith, Will, venid conmigo. Doctora Linton, mis agentes se reunirán con usted en el edificio este de la alcaldía dentro de una hora. —Al ver que ninguno se movía, dio unas palmadas—. Vamos.

Amanda estaba ya por la mitad del pasillo cuando Will y Faith se decidieron a ir tras ella.

Will iba detrás, dando pasos cortos para no adelantarla. La mujer caminaba deprisa para ser tan menuda pero, dada su altura, Will se sentía siempre como el Gigante Verde mientras intentaba mantener una distancia respetuosa. Mirando la nuca de Amanda se preguntó si el asesino trabajaría con una mujer como ella. No se le escapaba el hecho de que, en ciertos hombres, una mujer como esa podía despertar un odio atroz en lugar de la mezcla de exasperación y ganas de complacer que le inspiraba a él.

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