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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El olor de la magia (22 page)

BOOK: El olor de la magia
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—Esperad —dijo una voz.

Era Heiki. Mientras cubría la corta distancia que la separaba de Raquel, su rostro delgado y ceniciento le temblaba de miedo. Una vez se hubo colocado al lado de Raquel, se volvió para mirar a Heebra. Era incapaz de conservar la calma, pero la miró. Buscó con las manos una muñeca a la que agarrarse, y Raquel se la cogió a ella.

Morpet hizo que todos se cogieran de las manos, formando una estrecho círculo de cuatro: un frágil escudo.

Heebra levantó una de sus zarpas para iniciar el ataque, pero un ligero ruido en la brisa la distrajo. Era un sonido tan extraño en medio de aquella atmósfera henchida de miedo, que todo el mundo lo advirtió.

Era una risita.

Yemi había llegado. Flotando entre las torres de las brujas, pasó zumbando de un lado para otro, como si no pudiera haber nada más delicioso. Mientras se aproximaba a los niños vigilados por las brujas, les enseñó un nuevo baile que había aprendido: ponerse erguido y saltar sobre la punta de los dedos de los pies, moviendo los brazos. Sus Bellezas de Camberwell saltaban con él.

—¿Qué hace este aquí? —rezongó Heebra dirigiéndose a su hija.

—Yo… no entiendo nada —se disculpó Calen—. Yo no traje a ese niño. Debería estar con su familia. Dejé incontables hechizos para que se quedara allí.

—¡Llévatelo de mi vista! —dijo Heebra, al tiempo que lanzaba una mirada de sospecha a Larpskendya.

Calen salió volando de la prisión para interceptar a Yemi, pero no pudo cogerle. Cada vez que alargaba las garras, él se escabullía, burlándose de ella.

—Nada de juegos —insistió ella—. Ven aquí.

Yemi continuaba eludiendo a Calen, de cuyas garras escapaba una y otra vez.

Heebra asintió con admiración.

—Su vuelo ha alcanzado una destreza y una precisión que ni siquiera tú has llegado a conseguir, Calen.

Raquel agarraba a Morpet, sin poder apenas controlar sus sentimientos. Desde que había llegado Yemi, le había estado ignorando deliberadamente. Si bien su alegre magia la había inundado con un torrente de calor, ella la había rechazado con órdenes frías y taxativas. Por mucho que ansiara estrecharlo entre sus brazos, si las brujas iban a lanzar su asalto sobre ella, él no debía estar cerca.

—Déjale —le dijo Heebra a Calen, cuando se dio cuenta con claridad de que su hija nunca conseguiría apresar a Yemi a no ser que este quisiera—. No te muestres como un rival ante el niño. —Se irguió en toda su envergadura, bajando la mirada hacia Raquel—. ¿Estás preparada para defenderte?

Raquel no contestó. Seguía mirando fijamente a Larpskendya. Y el Gran Mago le devolvía la mirada. Hacía enormes esfuerzos para que ella no dejara de mirarle.

—Es inútil que esperes ayuda de su parte —dijo Heebra con tono triunfal—. Atado con hilo mágico, es tan inofensivo como uno de vuestros adultos.

Raquel escrutaba los ojos multicolores de Larpskendya. En su interior vio una imagen: Yemi. Un movimiento le mostró a Raquel qué era lo que Larpskendya quería que hiciera. Ella parpadeó. No. Eso no podía ser lo acertado. Debía de haberlo entendido mal. Entornó los ojos, escrutando con mayor detenimiento.

—¡No! —gritó Raquel—. ¡No lo haré!

Los ojos de Larpskendya estaban rebosantes de lágrimas.

Pero al mismo tiempo tenían una expresión dura, insistente, que conminaba a Raquel a que confiara en él.

A una señal de Heebra, las brujas designadas para matar a Raquel abrieron sus fauces. Los hechizos de muerte emanaron de sus bocas interconectadas.

Eric tuvo tiempo de destruir los dos primeros, pero la onda de choque del tercero les lanzó a él y a Heiki por los aires. Fueron a parar a varios metros de distancia y se quedaron tumbados en la nieve, inmóviles. Al cabo de unos instantes los atónitos prapsis cayeron como piedras inanimadas de los bolsillos de Eric.

Morpet obligó a Raquel a tumbarse y la cubrió con su propio cuerpo, tratando de encajar el impacto de todos los golpes que le fuera posible. Pero los hechizos de muerte le apartaron furiosamente a un lado… y cayeron sobre Raquel.

En el mismo instante en que el primer hechiz;o alcanzó a Raquel, esta rompió en llantos, pero no por el dolor. No sentía dolor alguno. Tan pronto como el hechizo tocó su cuerpo, ella lo desvió de su blanco.

Sin apartar sus ojos de Larpskendya, desvió todos los ataques de las brujas, letales todos y cada uno de ellos, sobre Yemi.

18
El niño mariposa

Al primer toque de los hechizos de muerte, las mariposas de Yemi se transformaron.

Las delicadas alas amarillas que hacía apenas un momento revoloteaban con despreocupación, se habían convertido en un duro escudo protector extendido alrededor del cuerpo entero del niño: no sintió nada.

La mayoría de las brujas interrumpió de inmediato sus ataques. Dos de ellas no se detuvieron. Llevaban mucho tiempo esperando entrar en combate, fuera el que fuera, y poco les preocupaba si era Yemi o Raquel contra quien cargaban. Entonces una de ellas se vio empujada hacia atrás. Profiriendo un aullido, sus ojos humeantes se hundieron en la nieve. La segunda bruja cayó de rodillas, con un pulmón perforado.

—¡Dejadle, insensatas! —ordenó Heebra—. ¿Es que no veis lo que está haciendo ese niño?

Calen observaba con asombro.

—¡Devuelve contra ellas sus propios hechizos!

Los ataques cesaron y todos miraron hacia el espacio que contenía a Yemi.

Durante unos momentos este permaneció sin poder ser visto. A su alrededor se elevaba un vapor emitido por la nieve que hervía a causa de los hechizos de muerte. Cuando el vapor se disipó, todos pudieron comprobar que no tenía herida alguna. Los ataques no habían hecho mella ni siquiera en el ánimo de Yemi. Parecía intentar agarrar
,
por mera curiosidad, las volutas de aire caliente que ascendían. Su escudo amarillo había desaparecido, había pasado a integrar de nuevo las múltiples y delicadas alas de las mariposas, algunas de las cuales sufrían rasguños, pero nada más.

La mayor parte de las brujas, al ver a sus dos hermanas heridas, esperaban a que Heebra diera su aprobación para reiniciar el asalto.

—¡Esperad! —dijo ella—. ¡No toquéis al bebé! —No había muerto ninguna bruja, comprobó con alivio. Solo una bruja ciega, humillada, pero con heridas demasiado graves como para lanzar cualquier nuevo ataque—. Ninguna hermana ha resultado muerta —clamó Heebra—. Conteneos. ¡Destruiré a cualquiera que intente lanzar un hechizo contra Yemi o Raquel!

Sus brujas obedecieron sin poder controlar apenas su impaciencia, murmurando entre ellas palabras asesinas.

—¿Qué tipo de criatura es, madre? —preguntó Calen, emprendiendo el vuelo y manteniéndose a distancia de Yemi—. ¿Es una creación de Larpskendya? Seguro que no es humano.

—Sí lo es —repuso Heebra—. El resultado de una evolución excepcional de la magia. Debe tratarse de un ejemplar único, un salvaje, aun para su especie.

Lanzó a Larpskendya una mirada penetrante. A pesar de estar embrujado, ella sabía que de alguna manera se las había arreglado para hacer venir al niño. ¿Qué otra cosa estaría planeando? Advirtió un intercambio de miradas entre él y Raquel.

—¡Tapadle los ojos al mago! —rugió dirigiéndose a las brujas que tenía más cerca—. ¡Envolvedlo entero, con la cara contra el suelo!

Empujaron la cabeza de Larpskendya por debajo del nivel de la ventana. Raquel se estremeció, sin saber cuál era el siguiente paso a dar… Él no había tenido tiempo de enseñárselo. Al escuchar su propia y laboriosa respiración, se dio cuenta de lo apaciguada que sonaba. Se oía la voz de bebé de Yemi refunfuñándole a Calen… un sonido de lo más extraño en aquel lugar invadido por la desesperación. Aparte de este, el único otro sonido que se escuchaba era el del roce de los vestidos producido por centenares de brujas sobrevolando en círculo, silenciosas, y observándola a ella.

Eric y Heiki yacían sin sentido separados uno del otro sobre la nieve. Los prapsis, semiinconscientes también, temblaban junto al cuello de Eric, intentando consolarle con su inarticulado parloteo. Morpet se había acercado. Como por instinto, Raquel se movió en dirección a él.

Heebra se dio cuenta, pero estaba más interesada en Yemi. Los intentos de Calen de encantarlo para que acabara en sus brazos habían fracasado. En determinado momento había conseguido arrancarle una mariposa de la nariz… pero Yemi la había recuperado de inmediato, frunciéndole el ceño.

—Parece como si ya no le gustara —dijo Calen.

—Nunca le has gustado —replicó Heebra—. Era tu magia lo que le interesaba, pero al parecer ha dejado de impresionarle.

Calen observaba con recelo las Bellezas de Camberwell.

—¿Qué son esos extraños insectos, madre?

—Simples mariposas, nada más —dijo Heebra—. La magia de Yemi las transforma en lo que a él le gusta o necesita.

—Pero si solo es un bebé. ¿Cómo puede hacerlo?

—Tiene la magia mucho más desarrollada que su entendimiento humano —dijo Heebra—. La mente de bebé de Yemi no siente el miedo, pero su magia lo reconoce. Quiero que te lo lleves de aquí, Calen. Hay un estrecho vínculo entre Yemi y Raquel que podría resultarnos peligroso, y algunas de las hermanas siguen albergando deseos de atacarle. Alejémosles esa tentación.

Calen asintió y alargó los brazos en dirección a Yemi. Con gran pericia, él realizó un corto y rápido movimiento de retroceso.

—Deja de intentar agarrarle —le dijo Heebra—. Ya sabes que anhela gestos de tipo más humano. Ofrécele los afectos sencillos que quiere. Compórtate más bien como una madre. Trata de acariciarle. Posa tus labios en su mejilla.

—¿Un beso?

—Sí. Lo más parecido a un beso que puedas remedar.

Resultaba un espectáculo lastimoso. Las mandíbulas de Calen no estaban hechas para tales muestras de ternura. Cuando las acercó a la carita de Yemi, se abrieron de forma alarmante. El cálido olor y el tacto del niño, unidos a los propios jugos salivales de Calen, hacían enloquecer a las fauces de esta.

—Apresúrate —dijo Heebra—. Quiero acabar de una vez con Raquel.

Yemi se apartó con repulsión. Retrocediendo para alejarse de Calen, inició un titubeante movimiento de acercamiento hacia Raquel, a la que ofreció la mejor de sus sonrisas, pero ella no le hizo caso. ¿Por qué? Confuso, él seguía enviándole mágicos y esperanzados requerimientos solicitando su compañía, al tiempo que le mostraba toda su amistad.

Solo manteniéndose firme en su resolución de no querer mirar a Yemi consiguió Raquel seguir enviándole sus quisquillosos rechazos. Lo único que quería era mantenerle apartado, lejos de aquel terrible lugar. Pero eso no era posible.

Posando sus manos sobre Morpet, comprobó sus heridas. Con suavidad, con el mayor cuidado, le palpó la espalda. Tenía la columna vertebral seccionada en varios lugares, le dijeron sus hechizos. Podría intentar reparar el daño, pensó con amargura, pero las brujas nunca la dejarían completar la curación. Mientras pensaba esto, sus lágrimas cayeron sobre el rostro de Morpet y este abrió sus ojos brillantes.

—Aún no han acabado con nosotros —dijo él con voz áspera—. Yo no estoy muerto, ni tú tampoco. Levántame.

—No puedo —dijo Raquel en un susurro—. Tienes rota la espina dorsal.

Manteniéndose en silencio para no atraer la atención de las brujas, utilizó su magia para hacer que él se sintiera un poco más aliviado.

—No lo hagas —dijo Morpet—. Necesito permanecer consciente, y el dolor me ayuda a conseguirlo. Dime lo que ha pasado.

Ella le explicó cómo las mariposas de Yemi habían reaccionado a los hechizos de muerte.

—Claro, eso es —dijo él, sacudido por una convulsión. Luchaba con furia por mantenerse consciente y su cuerpo temblaba por el esfuerzo—. Hay que hacer que los ataques de las brujas sigan apuntando a Yemi —dijo apremiante—. Haz que continúen. Es una posibilidad.

—No puedo —protestó Raquel—. Morpet, ¿no lo comprendes? Heebra ha llamado a retirada a sus brujas. A él ya no le tocarán.

Morpet se quedó mirando hacia el cielo. El grueso principal de las brujas le miraron a su vez, sobrevolándole como bandadas de pájaros gigantescos. La mayoría se limitaban a observarle, pero algunas descendieron en su vuelo, profiriendo insultos y lanzándole zarpazos a la cara.

—Están impacientes por continuar la batalla —dijo Morpet, con voz casi inaudible—. Bien. Eso es lo que queremos también nosotros. Acercaos más.

Raquel acercó la oreja a sus labios. Al cabo de unos instantes, levantó su cabellera de las mejillas de él. Había perdido la conciencia.

Raquel no intentó despertarle. Se levantó de inmediato y se dirigió hacia Eric. De camino se detuvo brevemente junto a Heiki e hizo lo que pudo por ayudarla a respirar… Eso al menos tenía que hacerlo.

El cuerpo de Eric había caído en un pequeño hueco. Para entonces ya debería haber estado cubierto de nieve, pero los prapsis, ya más recuperados, habían ido apartándole los copos. Cuando Raquel se acercó, estaban entregados a la tarea de acariciarle la cara con sus carnosas barbillas, tratando de devolverle la conciencia.

Raquel los apartó con suavidad y utilizó un rápido hechizo de curación para reanimar a Eric.

—¿Qué sucede? —preguntó él, buscando a los prapsis con las manos para cerciorarse de que estaban sanos y salvos.

—Estamos bien —susurró Raquel—. Escucha, no tenemos mucho tiempo…

Mientras Eric se incorporaba con grandes dificultades, Raquel trataba de endurecer su corazón con respecto a Yemi. Era la única forma.

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