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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El olor de la magia (19 page)

BOOK: El olor de la magia
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Durante algunos segundos los ojos marrón claro de Yemi parpadearon al mirar a Raquel. Luego, sin mirar siquiera hacia Calen, partió. De un solo movimiento fue a parar al instante a miles de kilómetros al sur. Raquel dio una palmada de júbilo, pues sabía adonde había ido, y miró desafiante a Calen, a lo lejos.

—¡Una victoria pírrica! —concedió Calen—. ¿Cuánto tiempo crees que la aburrida familia de Yemi podrá mantenerle ocupado? No tardará en volver a mí.

Le volvió la espalda a Raquel y siguió conduciendo el maltrecho grupo hacia el norte.

Eric seguía asombrado por la magnitud del hechizo de vuelo de Yemi. Nunca había sentido tan sorprendente poder de control, ni siquiera el de Dragwena.

—No ha sido un vuelo corriente —dijo—. Yemi no ha utilizado su propia magia. Le ha ayudado la magia del grupo de niños.

Raquel sacudió la cabeza en señal de negación.

—No, eso no es posible. Ni siquiera una bruja puede hacerlo.

—Bueno, pues él lo ha hecho —insistió Eric—. Ha tomado lo que ha querido, un poco de cada niño, no demasiado. No ha sido codicioso, solo ha tomado lo necesario.

—Yemi está particularmente dotado, ¿verdad? —dijo Morpet—. Su magia parece distinta por completo, diferente a la de los demás niños.

—En todos los sentidos —dijo Eric—. Sus hechizos son raros. No son como los tuyos, o como los de Raquel, ni siquiera como los de las brujas.

Durante un glorioso segundo Raquel pensó en Larpskendya. Se estremeció, era una posibilidad demasiado maravillosa.

—¿Más bien como un mago? —dijo, sin atreverse casi a preguntarlo—. ¿Su magia es como la de Larpskendya?

—No —suspiró Eric—. No es como la de Larpskendya, Raquel. La magia de ese bebé no se parece a nada que hayamos visto.

Cuando el último de los niños desapareció en el horizonte con Calen, Eric rebuscó en su atestado abrigo.

—¡Yu-hu, chicos!

Los prapsis salieron felices de sus bolsillos.

Eric tenía las manos demasiado entumecidas para notar el tacto de las plumas. Un prapsi se frotó un lado de su delicada cabeza contra los dedos del niño.

—¡Diantre de chico! —dijo, lamiéndole los dedos con desagrado.

El otro prapsi hizo rodar los ojos.

—Oh, no te enfades. Es el mismo Eric de siempre.

—Ya lo sé, pero está congelado. ¡Mira que eres antipático!

—¡Cállate, voz de pito!

—¡Feo! ¡Labios cortados!

—¿Tengo los labios cortados? —Sus ojos apenados se volvieron hacia Eric buscando consuelo.

Acarició las mejillas de los dos prapsis con la manga del abrigo, evitando tocarlos con sus dedos fríos.

—Estáis magullados —dijo—, pero tenéis buen aspecto, chicos. La verdad es que los dos tenéis un aspecto magnífico. Parecéis dos águilas.

Los prapsis se pusieron a canturrear encantados.

—Ya va siendo hora de que nos ocupemos de los daños de la congelación, rubito —dijo Raquel.

Eric sonrió.

—Primero el más viejo. La edad por delante de la belleza.

—¿No te duelen? —Raquel examinaba sus dedos hinchados.

El sonrió con una mueca.

—No siento nada.

—Supongo que es porque debes de ser un tipo duro.

—Tú lo has dicho.

Raquel curó lo más urgente de los daños de Eric. Los hechizos requeridos eran bastante sencillos, pero estaba cansada, por lo que le costó un buen rato realizar toda la labor. Luego atendió a Morpet.

—Ahorra fuerzas —protestó él.

—¿Para qué? —dijo ella con sequedad—. ¿Qué hay más importante que esto?

Morpet tenía la espalda muy magullada, sobre todo las zonas en que había caído la mayor parte de los golpes destinados a Eric. Raquel anestesió el escozor y reparó con cuidado los vasos sanguíneos más maltrechos. Finalmente envolvió a ambos dentro de un calor aislante que ni siquiera los penetrantes vientos árticos pudieran atravesar.

Se quedaron un rato quietos, sin hacer otra cosa que mirar fijamente hacia el norte, invadidos por las sensaciones de hambre, cansancio y ansiedad.

—Qué lugar tan horroroso, este en que nos encontramos —dijo Eric. Entornó los ojos, intentando percibir el más mínimo detalle en aquella blancura que se extendía hasta el infinito—. Apuesto a que a las brujas les encanta.

Raquel explicó lo que había sucedido en la casa.

—Si queréis, puedo llevaros de vuelta a casa —concluyó con seriedad—. Allí estaríais más a salvo.

Eric sacudió la cabeza en señal de negación.

—De ningún modo. No quiero darles a las brujas ni a nadie una excusa para que vuelvan a acosar a mamá.

Dio una patada en la nieve, con un gesto de frustración.

—¡Maldita sea! ¿Dónde está Larpskendya?

—Ya vendrá —dijo Raquel, tensa—. Vendrá.

—Si queremos encontrar el campamento base de las brujas, tendríamos que darnos prisa y seguir a los niños —les dijo Morpet—. Antes de que sus olores desaparezcan, o se mezclen con los de otras cosas.

—Estupendo —masculló Eric con resignación—. ¡Estoy ansioso por conocer a las cinco brujas!

Morpet se quedó mirando a los dos.

—Hay una alternativa. Podríamos intentar encontrar un lugar tranquilo donde escondernos y sobrevivir, hasta que llegue Larpskendya.

—No —dijo Raquel—. Entonces dejaríamos a todos los niños a merced de las brujas. —Pensó en Paul, y se preguntó cuánto tardaría Calen en someterle—. No pienso volver a permitir que las brujas hagan lo que les dé la gana —añadió—. Debemos al menos tratar de averiguar dónde está el campamento base.

Los tres se quedaron de nuevo mirando hacia el norte, tratando de cobrar ánimos para seguir adelante. Se había levantado aire, y con él empezó a caer una fina nevada que les azotaba el rostro.

—Aún puedo percibir el olor de Heiki —señaló Eric—. Está herida y deja tras de sí un gran rastro de magia. Es como si, bueno, como si se le
derramara.

Raquel envió sus hechizos de información. Cuando estos regresaron, comprobó como de sus ojos se escapaban unas inesperadas lágrimas.

—Heiki está cayendo y quedándose cada vez más rezagada —dijo—. Intenta mantenerse en el aire con todas sus fuerzas, pero no lo consigue. Esta vez sus heridas son demasiado graves como para curarse.

—¿Cree que vamos tras ella? —preguntó Eric.

—No tiene nada que ver con nosotros —murmuró Raquel—. Sigue tratando de impresionar a las brujas. Heiki hace todo lo posible por ocultar su debilidad, sobre todo por ocultársela a Calen.

Eric frunció el ceño.

—¿Por qué preocuparse? ¿Acaso esa bruja no ha renunciado ya a ella?

Raquel intercambió con Morpet una mirada de complicidad. En Itrea había precisado de toda su fuerza de voluntad para resistirse al atractivo de Dragwena. Y solo había necesitado resistirse unos pocos días. Heiki había pasado mucho más tiempo con las brujas, quienes habían hecho que se sintiera alguien especial.

La pobre Heiki se había medio enamorado del encanto de Calen.

15
La llegada

Heiki arrastraba su frágil cuerpo en dirección hacia el Polo.

Estaba demasiado débil para transportarse. Mientras había tenido fuerzas, había volado. Cuando las fuerzas la habían abandonado, había avanzado a trompicones, sobre unos tobillos que todavía no se habían recuperado por completo de la cacería. Finalmente se había puesto a caminar a gatas. Había tardado más de una hora en recorrer, en medio de la ventisca, los últimos escasos metros que la separaban del perímetro del campamento base de las brujas.

La recibió Calen, quien se quedó contemplándola con desdén.

—¿Por qué has vuelto? Aquí solo encontrarás más castigos.

Heiki permanecía de rodillas sobre la nieve, avergonzada.

—Por favor, ayúdame. Por favor. Me duele mucho…

—Has fallado —dijo Calen—. No hay segunda oportunidad para una bruja que falla.

—Haré lo que sea —prometió Heiki—. Yo sigo dispuesta a todo. No renuncies a mí.

—Te pedí que me dieras motivos para estar orgullosa de ti. No has sido capaz de hacer ni siquiera eso.

—Por favor. Dame otra oportunidad.

—No. Ya ha pasado tu oportunidad.

Calen agarró a Heiki por la cabellera y la arrastró como un saco indeseado entre las torres.

—¿Qué es lo que me espera?

Calen no contestó. Al ver que Heiki seguía conservando la cría de serpiente, se la arrancó de un manotazo del cuello y arrojó su rígido cuerpo al suelo. Heiki se puso a llorar. Intentaba contenerse, pero no pudo reprimir el torrente de lágrimas, y estaba, además, demasiado cansada para enjugárselas.

Levantó la mirada hacia Calen.

—¿Me vais a… matar?

—¿Y aún necesitas preguntarlo?

Calen voló hasta su torre atalaya y abandonó a Heiki en su interior.

Más tarde, Calen recibió la llamada de su madre.

Se dirigió con nerviosismo a la gran torre de Heebra, pensando que iba a ser severamente castigada por el fracaso de Heiki. Nylo se retorcía contra su cuello.

Heebra estaba de pie, mirando a través de la ventana de vigilancia. Durante varios minutos ignoró la presencia de Calen. Finalmente dijo:

—Heiki, tu favorita, la niña a la que tú adiestraste personalmente, ha sido derrotada.

Calen bajó la cabeza con gesto de humillación.

—Y también te has equivocado acerca de los demás niños de este mundo —dijo Heebra—. Se les puede instruir, pero muchos de ellos son desafiantes, o impredecibles.

—Si tuviera más tiempo…

—¡Más tiempo! —gritó Heebra. Se volvió para mirar a su hija cara a cara—. ¡Harían falta siglos para forjar a los niños y que formaran un ejército lo suficientemente leal para suponer una amenaza para los magos!

—Entonces… —balbució Calen, sosteniendo a Nylo pegado a ella—, ¿nos recomiendas… que abandonemos?

Las cuatro mandíbulas de Heebra pasaron de una expresión de ira a otra de diversión.

—¿Abandonar este maravilloso mundo a los magos? Creo que no. No. Tengo un nuevo plan: ¡atraeremos a Larpskendya hasta aquí lo antes posible!

—No comprendo.

—Larpskendya ha sido siempre la pieza de caza mayor —dijo Heebra—. Siempre he sabido que si éramos capaces de matarle, podríamos aplastar rápidamente a toda la Orden de los Magos. Por vez primera estoy en situación de ventaja. Cuando las dos muchachas se enfrentaron, volví a abrir el canal entre Raquel y Larpskendya. Él no puede comunicarse, pero ve todo lo que asusta a su niña preferida. Ve con los ojos de ella. —Heebra sonrió—. Heiki ha cumplido su misión. Yo siempre he sabido que Raquel la derrotaría. Sin embargo, hasta sus pequeñas escaramuzas habrán horrorizado al amable Larpskendya.

—Pero seguramente será lo bastante cauteloso como para no venir.

—No —dijo Heebra—. Vendrá por su Raquel, tenlo por seguro. Un mensajero me ha informado ya de que se dirige a toda velocidad hacia aquí para proteger a su querida cazadora de brujas.

Las bocas de Calen se abrieron de par en par.

—¿Estamos preparadas? Larpskendya no vendrá solo.

—¡Viene solo! —dijo Heebra exultante—. Las gridas han conseguido mucho más de lo que yo había esperado, Calen. Las enviamos a que cubrieran un área muy extensa. Los magos han tenido que disgregarse para poder enfrentarse a todos ellas. Larpskendya está ahora aislado, sin compañeros que puedan tenderle una mano. —Se llevó a Mak hasta sus narices y aspiró su intensa fragancia—. Y lo mejor de todo, Calen, Larpskendya está herido. ¡Una grida consiguió abrirle un corte en el mundo de los Lepos! Me he asegurado de hacerles llegar a otras de la misma zona la orden de que le persigan y le acosen durante todo el viaje a la Tierra. Nuestras gridas no permitirán que se recupere. Cuando Larpskendya llegue, estará exhausto.

—¿De verdad? —dijo Calen dubitativa—. Su poder es inmenso. Aunque contemos entre nosotras con tus capacidades, ¿seremos suficientes, con solo otras cuatro brujas, para…?

—¿Solo cuatro? —rió Heebra—. Bien. Entonces es que no has detectado la llegada de las demás. En ese caso estoy segura de que Larpskendya tampoco.

—¿Las demás? —Calen lanzó una mirada a su alrededor.

—Las hice llamar tan pronto concebí cómo tender la trampa.

A un gesto de Heebra, cientos de Brujas Superiores aparecieron de improviso. Cubrían el cielo en toda su magnificencia, con sus vestidos negros ondeando al viento. La mayoría de ellas se rieron al ver el asombro de Calen.

—¿Cuántas hay? —dijo Calen dejando escapar el aliento.

—Setecientas cincuenta y seis, de las mejores que tenemos. Acaban de llegar, frescas y con ganas de guerra. Toma el control sobre ellas, Calen. Deja que las que quieran comiencen a construirse sus propias atalayas, pero asegúrate de que todas nuestras nuevas hermanas permanecen ocultas. Raquel espera encontrar tan solo a cinco brujas. Debe seguir creyéndolo. Ahora no podemos cometer errores.

—Larpskendya sospechará alguna trampa —dijo Calen—. Actuará con cautela, primero vigilará la posición, y no se dejará ver hasta que esté preparado.

—De acuerdo. Entonces tenemos que hacer algo para que se sienta desesperado. Cuando Raquel vea las diversiones que les tenemos preparadas a los demás niños que tenemos aquí, Larpskendya se precipitará sobre nosotras.

—¿Qué diversiones? —preguntó Calen, intrigada.

—Quiero que montes una prisión separada, que aísles a los niños en ella y que los aterrorices mientras Raquel observe.

—¿Que los aterrorice? ¿Cómo?

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