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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El olor de la magia (15 page)

BOOK: El olor de la magia
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—Vamos, acaba ya —le dijo Marshall con voz susurrante.

Morpet se tomó su tiempo para vestirse, sin dejar de mirar con firmeza a Marshall.

—No te han dicho lo que tenías que hacer si encontrabas resistencia, ¿verdad? ¿Cuáles son las instrucciones de tu bruja, o de Heiki? ¿Que te deshagas de mí o de mamá si nos ponemos difíciles? Bien, pues adelante, entonces. ¿Vas a matarnos por coger algo de ropa?

Marshall no dijo nada, y la madre, tras encontrar por fin el abrigo tres cuartos de su marido, se lo echó a Eric sobre los hombros. También le puso lo mejor que pudo unos guantes suyos, los únicos que había podido encontrar, tratando de ofrecerle una sonrisa tranquilizadora.

—¡Venga! —rugió Marshall por fin—. ¡Nos vamos!

—Aún no —dijo Morpet—. No llevamos bastante ropa si es que tenemos que volar muy lejos. Y también necesitaremos magia para mantenernos calientes.

—No tendréis ningún tipo de protección especial de mi parte —gruñó Marshall—. Ya os he escuchado bastante. —Miró a los demás niños—. Ya sabéis lo que nos harán Heiki y las brujas si fallamos —dijo—. ¡Llevadlos a la ventana!

Los niños, así espoleados, arrastraron a Eric y a Morpet por la habitación, mientras los dos que se ocupaban de la madre tiraban de ella hacia atrás.

Morpet vio la aterrorizada expresión de su rostro. Esta vez se daba cuenta de que no podía prometerle nada.

—No dejaré que le hagan daño a Eric —dijo a pesar de todo—. Tenlo por seguro.

Los niños habían conseguido ya arrastrar a Eric y a Morpet hasta la ventana. A una señal de Marshall, salieron volando, remontando las paredes de la casa hasta el tejado en pendiente, en medio del frío aire de la noche. Los prapsis les seguían a corta distancia. Querían permanecer cerca de Eric, pero los niños los espantaban cada vez que se acercaban demasiado, de modo que permanecieron todo lo cerca que pudieron, profiriendo insultos contra los niños que sostenían los brazos y las piernas de Eric.

Cuando la madre aún podía oírle, Eric dobló el cuello hacia ella y gritó con fuerza:

—¡Espera a Raquel! ¡Pronto estará de regreso!

Marshall se puso a su altura.

—No lo creo —dijo—. Ahora está en poder de Heiki.

Raquel estaba sin aliento cuando llegó hasta un denso bosque de robles.

Al percibir dos brujas que partían, hizo un giro descendente, buscando entre el monte bajo. ¿Llegaba demasiado tarde?

Ante ella yacía una niña, enredada entre las raíces de un árbol. Tenía el pelo rubio, rizado, y estaba empapada de sangre… pero aún le quedaban restos de vida. Raquel se arrodilló junto a ella. Extrayendo sus hechizos de curación, cosió la piel de la espalda de la niña, rasgada por las brujas. Reparó el fémur de su pierna rota. Hizo bajar la hinchazón de la garganta, de donde la había agarrado la
zarpa
de una bruja. Cualquier duda que albergara Raquel acerca de la posibilidad de haber sido atraída hacia una trampa se disipó al comprobar el lamentable estado de aquellas heridas.

La niña por fin logró incorporarse. Se inclinó hacia un lado, mareada.

—Estás a salvo —le dijo Raquel con dulzura—. No tengas miedo, Ciara.

—¿Adónde se han ido las brujas?

—No estoy muy segura, pero ya no andan cerca. No percibo su presencia. —Sonrió—. Soy Raquel.

—Lo sabemos todo de ti. ¡Eres la niña que derrotó a una bruja!

—Me ayudaron —dijo Raquel distraídamente. Sus hechizos de información exploraban el terreno para advertir la presencia de cualquier peligro que se acercara—. ¿Por qué no han acabado las brujas contigo? Han tenido tiempo suficiente.

—¿Quién sabe? —dijo la niña, con los ojos brillantes—. ¿Sabías que las brujas están adiestrando a una niña mala para que te derrote? Yo la conozco. Da miedo. Es capaz de arrancarte la cabeza de un mordisco.

Raquel asintió.

—¿Dónde han ocultado las brujas a los niños durante todo este tiempo?

—La mayoría, en el ecuador. Allí es donde los entrenan.

¿El ecuador? Extraña elección, pensó Raquel. Y comenzó a hacerse preguntas acerca de aquella niña desconocida. No le preguntaba por Paul ni por los niños rechazados ni una sola vez. ¿Estaba conmocionada por el ataque de las brujas? Era posible, pero aun así, parecía muy recuperada. Sí, pensó Raquel. Aquella niña parecía a la espera de algo, como si estuviera preparada para actuar.

—Tenemos que volver a mi casa —dijo Raquel apremiante, explicándole lo que había sucedido—. ¿Puedes volar?

—Por supuesto. —La niña se levantó con rigidez—. Por cierto, soy tu mayor admiradora. ¡Matarás a esa Heiki!

Raquel envió sus hechizos de información en busca de la etiqueta de olor que le había puesto a Morpet. Por alguna razón, él se había ido de la casa.

—Tenemos problemas —dijo—. Démonos prisa.

—De camino te enseñaré todos mis hechizos —dijo la niña con afán—. ¿Y tú a mí?

—Ya veremos.

La niña dio una palmada de alborozo.

—¡Amigas! ¡Eso es lo que somos!

Raquel voló con rapidez en dirección a casa. La niña era capaz de igualar su velocidad.

—Eres muy buena —alabó Raquel.

—Soy una inútil. No soy capaz de cambiar de aspecto como ni de cualquier otra cosa. —Cuando Raquel se preparó para transportarse, la niña gritó—. Lo siento, eso me duele mucho. Por favor, no lo hagas.

—Pero tenemos que volver de inmediato. ¡Tardaremos una hora si solo podemos volar!

—No, por favor —suplicó la niña, echándose a sus brazos—. ¡Sujétame! Aún me siento muy débil.

Raquel la abrazó con fuerza y voló todo lo deprisa que pudo, mientras esperaba que la niña se recuperara del todo.

Heiki se sonreía. Al final parecía que todo iba a resultar hasta demasiado sencillo. Raquel era muy buena, pero muy fácil de engañar, como todos los demás. Era increíblemente confiada. Desde luego, había ido muy lejos para estar completamente segura de convencerla. Fiándose de la habilidad de Raquel para curar heridas, se había dejado atacar por las brujas, permitiendo que le hicieran heridas graves de verdad.

«Esta es la diferencia entre tú y yo, Raquel», pensó Heiki. «Yo soy capaz de resistir el dolor que haga falta con tal de conseguir lo que quiero. ¿Cuánto dolor eres
capaz
de soportar tú?»

—Por favor, ve más despacio —le suplicaba a Raquel con voz débil, mientras atravesaban una nube dispersa y fina—. Tengo mucho miedo.

12
El océano

Morpet contó un grupo de veintisiete niños.

Diez de ellos los llevaban a él y a Eric agarrados de piernas y brazos, separados el uno del otro. El resto formaba un anillo de vigilancia. Marshall iba al frente, era obvio que ejercía de líder. Paul volaba junto a él, aunque de vez en cuando volvía la vista con aprehensión en dirección a Eric. No había señal alguna de la presencia de ninguna bruja… ni tampoco de Raquel.

Durante un tiempo viajaron hacia el este, sobrevolando terrenos cultivados, iluminados por las estrellas y por la luna menguante. Luego, Marshall hizo que el grupo virara hacia el Ártico. Dejando la tierra atrás, surcaban el cielo sobre las espumosas olas del mar del Norte. El aire soplaba con un frío intenso y parecía penetrar en el cuerpo de los niños. El grupo contaba con la magia para resguardarse de la inclemencia de los vientos, pero la única protección de Eric y Morpet eran sus jerséis, guantes y abrigos. Morpet sabía, desde Itrea, cómo mantener los miembros en continuo movimiento para evitar la congelación, pero Eric carecía de tal conocimiento. Contra el crudo viento el grueso abrigo de su padre no era suficiente. En cuestión de minutos Morpet sintió que Eric estaba empezando a perder la conciencia. ¿Era este el destino que Heiki había planeado para Eric?, se preguntaba, ¿matarle lentamente durante el vuelo?

«No mientras yo siga con vida», pensó Morpet.

—¡Eric necesita más protección! —aulló contra el viento.

Marshall le oyó, pero no dijo nada.

—Supongo que Heiki querrá que le llevéis la mercancía con vida —gritó Morpet—. Si se la estropeáis, Marshall, si morimos por permanecer a la intemperie durante el viaje, ella no se va a poner muy contenta.

—Los aislaré —oyó que Paul le decía a Marshall—. Ya lo hago yo.

Marshall dudó unos segundos y dijo con enfado:

—Para Eric, el mínimo de calor necesario. Lo imprescindible para estar seguros de que no se congela. A Morpet no le des nada. ¿Me has oído? Nada.

Paul extendió una fina capa de aire caliente alrededor del cuello y del rostro de Eric. Su mirada se detuvo en Morpet, pero era evidente que tenía demasiado miedo como para desobedecer las órdenes de Marshall.

Abandonado completamente a la intemperie, Morpet apretó los dientes y se preparó lo mejor que pudo para aguantar el sufrimiento. Flexionaba y extendía los dedos, intentando conservar en la mente la imagen de Raquel mientras dirigía su atención hacia los niños que lo portaban. No estaban cómodos. Se le hizo evidente que Heiki y las brujas les habían presentado aquella tarea como una especie de aventura, o de juego para valientes. Pero la mayoría no se había dejado engañar. Morpet les habló. Mientras volaban cada vez más alto, hacia una zona de aire más fría, les hizo a los niños preguntas acerca de sus familias y amigos, para recordarles lo que habían dejado atrás. Aunque ellos no le respondieron, obedeciendo órdenes, estaba claro, soltaron un poco su férreo apretón y acercaron sus cuerpos para resguardarle de los vientos ululantes. Al cabo de poco, Morpet comprobó cómo se inclinaban para escuchar su voz recia.

La capa de calor desplegada por Paul mantenía a Eric con vida, pero su cuerpo seguía azotado por las cortantes rachas de aire. A medida que pasaba el tiempo, su conciencia fue apagándose hasta que la perdió. Los prapsis les seguían de cerca, intentando convencerse a sí mismos de que Eric estaba bien, mientras las lágrimas se les congelaban en las mejillas.

—¡Despierta, preciosidad!

—Eh, despierta, ¿quieres?

—Tengo miedo, chico. Eric está enfermo.

—No, está durmiendo.

—Ah, ¿sí? ¿Solo está dormido?

Ellos seguían tratando de vez en cuando de arropar las desnudas mejillas de Eric con sus alas, pero los niños que le llevaban no dejaban de intentar agarrarles. Los prapsis nunca conseguirían acercarse lo suficiente para tocarle.

En determinado momento Eric despertó unos breves instantes.

—¡Marchaos, chicos! —les espetó—. Vosotros voláis más deprisa que estos niños. Escondeos. No serán capaces de encontraros.

Los prapsis sacudieron con terquedad la cabeza y siguieron mostrándose determinados a no abandonarle, parpadeando, agitándose y volando contra el viento, tratando de utilizar sus propios cuerpos para proteger a Eric de los más violentos.

Durante la mayor parte del tiempo, los niños mantenían a Morpet y a Eric demasiado separados como para poder hablar entre ellos, pero en una ocasión los grupos que los llevaban se acercaron lo suficiente como para que pudieran intercambiar unas breves palabras.

—¿Adónde nos llevan? —consiguió susurrar Eric.

—No lo sé.

—¿Dónde está Raquel?

—No muy lejos detrás de nosotros, estoy seguro. Vendrá. Manténte alerta, y no dejes de mover las manos.

Eric levantó la vista con rabia.

—Morpet, ¡no dejes que les hagan daño a los prapsis! ¡Prométemelo!

—Yo… —Morpet no pudo encontrar palabras. Sabía que si aquellos niños querían hacerles daño a los prapsis, él no podría impedírselo.

Marshall profirió un gruñido a modo de orden y los dos grupos se separaron de nuevo. Durante una hora más volaron directamente hacia el norte. Morpet empezaba a sentirse desesperadamente cansado, y le habían entrado unas irresistibles ganas de dormir. Comprendió lo que esto significaba… En Itrea había visto a miles de niños sucumbir a una somnolencia beatífica final antes de morir congelados en la nieve.

Sintió que los niños que le llevaban se apiadaban de él. Era evidente que deseaban ayudarle, pero que tenían miedo. ¿Miedo de quién? No de Marshall. Morpet se había dado cuenta de su creciente inquietud al frente del grupo. Se trataba de otra persona. Morpet miró la bóveda celeste, pero no vio nada.

Al cabo de un rato oyó que Paul se quejaba:

—¡Llevémosles al menos más abajo, hacia un aire más en calma!

Todos los niños que les sostenían prorrumpieron en exclamaciones de apoyo, pero solo recibieron de Marshall su pétreo silencio.

Las fuerzas abandonaban a Morpet paulatinamente. Su rostro se hundía cada vez más, hasta que sus ojos quedaron inmóviles, mirando fijamente las olas negras y plateadas. Aunque sin aportar calor alguno, el amanecer apuntó al fin, tiñendo las crestas de las olas de una tonalidad rosada. Durante un rato que Morpet no habría sabido determinar, los niños descendieron. Luego percibió un fuerte olor a sal, y oyó el lúgubre y persistente grito de las gaviotas. Una blancura cegadora le hirió los ojos.

Sobrevolaban tierra firme.

Ante ellos, un gigantesco continente de nieve se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

¿Dónde se encontraban? ¿En Groenlandia? ¿En el Ártico? Morpet hizo un esfuerzo por mover los rígidos músculos del cuello y vio como el grupo de niños que llevaba a Eric lo depositaba sobre una espesa capa de nieve. Eric yacía boca abajo, sin moverse. Los prapsis, temblando también de frío, aterrizaron sobre su cabeza y se pusieron a mordisquearle las orejas con las encías, para tratar de despertarle. Al cabo de unos momentos Morpet era también depositado junto a él. Se desplazó a rastras sobre la nieve y le buscó el pulso a Eric. Notó un latido… solo uno. Los labios y las manos de Eric mostraban graves síntomas de congelación… Los guantes de su madre no habían sido suficiente. Morpet apartó la cara de Eric de la nieve y, tras haberle quitado los guantes, le frotó los intersticios de los dedos y los tendones.

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