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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El olor de la magia (16 page)

BOOK: El olor de la magia
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—¡Despierta! —gritó, golpeándole con fuerza—. ¡Tienes que despertarte!

Los prapsis revoloteaban alrededor de la cabeza de Eric, instando a Morpet a que se diera prisa.

—¡Eric ya ha dormido bastante!

—¡Está como un témpano!

Todos los niños que habían llevado a Eric y a Morpet ascendieron hasta alcanzar un alto punto en el cielo, donde se mantuvieron suspendidos, observando con seriedad, mientras los incesantes vientos árticos les azotaban el rostro. Finalmente Marshall, Paul y los niños que habían llevado a Morpet se enzarzaron en una discusión.

—¡Bajad a ver en qué estado nos encontramos! —les gritó Morpet, mientras seguía debatiéndose por despertar a Eric—. ¡Venid a comprobar lo que habéis hecho! ¿O es que tienes miedo, Marshall?

—Yo no tengo miedo.

Dubitativo, Marshall descendió con Paul. Cuando vio la piel magullada de Eric, sus labios partidos e hinchados y sus dedos deformados, volvió la cabeza.

—No es tan fácil dejar que alguien se muera, ¿verdad? —dijo Morpet—. A una bruja le cuesta su tiempo convencer a un niño para que disfrute haciéndolo.

Paul no podía soportar el aspecto de Eric. Se acercó para ayudarle.

—¡No le toques, idiota! —gritó Marshall—. Nos vas a meter a todos en un buen lío.

—No podemos dejarle así. ¡Mira cómo tiene los dedos!

—No nos está permitido ayudarle.

—Eres tú el que detenta el control sobre el grupo —le dijo Morpet a Marshall—. ¿Qué te detiene?

Marshall miró hacia arriba con nerviosismo.

—¿Acaso estás ciego? No soy yo el que manda aquí.

Morpet siguió su mirada y sus sentidos percibieron algo que debía de permanecer oculto en el cielo: una bruja, que se mantenía demasiado alejada para ser vista, pero que no obstante estaba allí, vigilando el comportamiento de cada uno de los niños. Miedo, pensó Morpet, quien sabía por larga experiencia la influencia que la mera presencia de una bruja podía ejercer sobre los niños. De repente se acordó de sus amigos de antes, y se preguntó si las brujas también habrían descubierto Itrea. No: no soportaba considerar tal posibilidad.

—Solo los más fuertes sobrevivirán —dijo Paul con una voz que parecía venir de muy lejos—. Eso es lo que dijo Calen.

—¿Qué os han dicho que hagáis? —le preguntó Morpet a Marshall—. ¿Dejarnos morir aquí?

—No. Llevaros a los dos al Polo, si es que podéis sobrevivir al viaje. Eso es lo que quiere Heiki. No le importa particularmente si conseguís llegar o no.

Morpet se inclinó sobre él y le susurró:

—¿Y es eso lo que también quieres tú, Marshall? Supongo que esperas que la bruja que te ha adiestrado se conformará con nuestras dos insignificantes muertes. Deja que te diga una cosa: no se conformará. Esto no es más que el principio. Querrá que sigas matando, una y otra vez. No te dejará en paz. No estará
nunca
satisfecha, por mucho que mates.

Desde lo alto se oyó gritar a una niña:

—¡Eh! ¿Qué pasa ahí abajo?

—Tengo que irme —dijo Marshall—. No pueden verme hablando contigo.

—¡Dame tiempo para reanimar a Eric! —le pidió Morpet.

—Demasiado peligroso. —Los ojos de Marshall estaban clavados en el cielo—. Tendrá que viajar como está.

—Eric es un niño como tú —le imploró Morpet—. Está asustado y solo intenta sobrevivir. ¿Vas a dejar que se muera a la intemperie?

Sin dar respuesta, Marshall despegó los pies de la nieve, arrastrando consigo a Paul en dirección a los demás niños.

—¡Podéis luchar! —les gritó Morpet—. ¡Mirad cuántos sois! ¿No veis la fuerza que tenéis?

Si le habían oído, ninguno de los niños respondió, y Morpet volvió a dirigir su atención hacia Eric. Intentó excavar un agujero que les protegiera del viento, pero unos centímetros por debajo de la superficie, la nieve estaba demasiado compacta como para que pudiera atravesarla. De modo que se desprendió de su propio abrigo, arropó a Eric con él y se le acercó en busca de calor.

Finalmente, Eric entreabrió los ojos. Los prapsis chillaron de alegría y se pusieron a hacerle arrullos al oído, como dos palomas. Morpet le enjugó el hielo de los labios.

—Solo los más fuertes sobreviven —musitó Eric—. ¿No es eso lo que ha dicho Paul?

—Nosotros somos los más fuertes —le dijo Morpet.

Eric había perdido por completo la sensibilidad en los dedos de los pies. Por alguna razón esto le asustó más que cualquier otra de las cosas que habían sucedido.

—Habla… Dime algo, ancianito.

—Estoy aquí —dijo Morpet—. No pienso abandonarte.

—¿Dónde están los prapsis?

—Echándote su aliento en las manos.

Eric consiguió incorporarse con esfuerzo y miró con afecto a los pájaros-niños.

—No… no os había visto, chicos. —Tosió—. Eh, no me encuentro muy bien.

—No pasa nada —le tranquilizó Morpet—. Raquel pronto estará aquí.

Eric asintió con la cabeza, tratando de creerle, y observó los relucientes uniformes verdes de los niños.

—¿A qué… a qué están esperando, allá arriba? ¿Por qué no acaban con nosotros de una vez?

—Porque no quieren —dijo Morpet con seriedad—. Quieren detener todo esto.

La pelea que se había iniciado hacía unos minutos se había extendido a todo el grupo. Paul y los niños que habían escuchado a Morpet discutían con gran pasión. Cuando la discusión acabó, los chicos miraron hacia abajo y Eric y Morpet percibieron un hechizo.

Todos los vientos que soplaban a su alrededor se calmaron, y al frío cortante le sucedió una cálida brisa.

—¡No! —gritó una voz furibunda, y Calen apareció surcando el cielo desde su ubicación oculta. Se dirigió directa hacia el grupo, con las garras preparadas, de forma que al principio Morpet pensó que venía con la intención de hacerlos trizas. Pero se contuvo, y en lugar de atacarles fue volando sobre los niños, uno por uno, ofreciéndoles su duro entrecejo, prometiéndoles inminentes castigos y transmitiéndoles nuevas órdenes.

Los vientos glaciales azotaron de nuevo a Eric y Morpet.

—Aún no han acabado con nosotros, viejo —dijo Eric con voz ronca—. No pienso esperar a Raquel. —Mostró sus dedos hinchados—. Aún me queda esto. Si los niños que se han quedado en casa querían hacerle algo a mamá, ya se lo habrán hecho. No pienso quedarme aquí esperando a que nos rematen. Ayúdame a levantarme.

Morpet incorporó a Eric hasta colocarlo sentado. Eric levantó sus manos entumecidas.

—Vamos —dijo con voz persuasiva, soplando sobre las puntas de los dedos—. No me abandonéis ahora.

Por encima de ellos, Calen repartía instrucciones a cuatro de los niños. Separándose del grupo, se lanzaron hacia abajo.

Eric apuntó con los dedos… y los cuatro cayeron sin remisión sobre la nieve. Llamaron a los demás, perplejos por la súbita pérdida de su capacidad para volar.

—¡No les hagáis caso! —dijo Calen.

Dio una nueva orden y la mitad del grupo se lanzó hacia el suelo. Esta vez se presentaban desde varias direcciones a la vez, por delante y por detrás, zigzagueando de forma esquiva.

Eric derribó a dos más.

—¡Rápido! —gritó—. ¡Dame la vuelta!

Pero antes de que Morpet pudiera girarle, el resto de los atacantes estaba ya sobre ellos. Morpet le aplastó la nariz al primero de ellos con los nudillos, pero los demás le propinaron un fuerte empujón, enviando a Eric y Morpet de bruces sobre la nieve. Deshaciendo la formación, los miembros del grupo volaron a niveles superiores, donde no pudieran alcanzarles los poderes de Eric.

Eric y Morpet se reagruparon y se sentaron espalda contra espalda, mientras los prapsis volaban sin descanso de Eric al grupo, lanzándoles improperios.

—¿Y ahora qué? —preguntó Eric, mirando hacia el cielo.

Siguiendo una nueva orden de Calen, el grupo se había reunido en un mismo punto. Eric, que los tenía a contraluz del sol, pudo oír a algunos niños llorar.

—Van a lanzarse contra nosotros en un solo ataque —comprendió Eric—. Todos juntos. Espera. ¿Qué es eso?

Era Yemi.

Desde la nieve que había ocultado a Calen, acudía flotando serenamente en dirección a los niños. Venía rodeado de sus fieles mariposas, que eran ahora enormes, del tamaño de un gato.

—¡Atrás! —gritó Calen—. ¡Atrás!

Yemi se tambaleó dubitativo, pero luego continuó adelante, atraído por las voces asustadas que salían del grupo. Sus Bellezas de Camberwell volaban despacio hacia el frente como una bandada de inmensos pájaros. Se mezclaron entre los niños, acariciando a aquellos cuyo rostro mostraba señales de haber llorado, como si por una especie de instinto intentaran consolarlos. Misteriosas y desconcertantes, las mariposas llenaban el cielo, tan grandes y en tan gran número que el grupo prácticamente se perdía de vista entre el batir de sus alas.

Finalmente Calen se abrió paso a duras penas hasta llegar hasta Yemi y tiró de él apartándolo a un lado. Las mariposas le siguieron con desgana, con las antenas arqueadas hacia abajo.

—Ese debe de ser el bebé del que habló Raquel —dijo Eric maravillado—. ¿No sientes su poder?

Morpet asintió con la cabeza, mirando con asombro cómo Yemi se agitaba con incomodidad entre las garras de Calen, molesto por ser alejado de allí.

Una vez Calen hubo puesto a Yemi bajo control, se volvió para increpar a los niños, quienes esta vez estaban demasiado aterrorizados para discutir. El grupo entero se apretujó de tal modo que habrían cabido en un puño. Se precipitaron todos a una, directos hacia Eric y Morpet.

Eric cerró los ojos.

—¿Qué hacemos ahora?

—Sobrevivir —dijo Morpet, preparándose para encajar los primeros golpes.

Los niños se precipitaron sobre ellos como una exhalación.

13
La batalla

Raquel volvió a casa llevando a Heiki inerte en sus brazos.

Durante el trayecto, Heiki se había abandonado dejándose caer de manera deliberada. Cada vez que Raquel intentaba transportarse, fingía sentir dolor. Y cada vez que Raquel intentaba volar más deprisa, se ponía a llorar con desesperación, simulando que estaba conmocionada por el ataque de las brujas. Raquel reaccionaba sosteniéndola con más fuerza y volando con suavidad en medio de los vientos nocturnos.

Durante el viaje Heiki le transmitió algunos hechizos, ninguno de gran utilidad, solo para ganarse la confianza de Raquel. Esta, precavida, había hecho lo propio, pero a Heiki le pareció que no le revelaba sus armas o defensas más sutiles. Perfecto, pensó, pues tampoco deseaba que se lo pusieran fácil. Hizo todo lo posible por que el viaje de vuelta durara el tiempo suficiente como para permitir que el grupo de niños que llevaban a Eric y a Morpet alcanzaran su objetivo. Los últimos kilómetros fueron difíciles…

Heiki estaba impaciente por ver la reacción de Raquel a la sorpresa que le tenía preparada.

El frío aire del amanecer penetraba a través de las ventanas rotas de la casa.

La madre estaba dentro, hablando con el niño y la niña que la custodiaban.

—¿Qué hacéis? —les gritó Heiki—. ¿Es que no habéis puesto en práctica los castigos? ¡Se os había dicho que los aplicarais tan pronto desaparecieran Eric y Morpet!

—Han cambiado de idea —dijo la madre marcando las palabras. Llevándose a los niños con ella, se lanzó en dirección a Raquel, quien miraba fijamente a Heiki. El niño y la niña temblaban, intentando esconderse tras la espalda de la madre.

—Está claro que esta es Heiki —dijo esta sin consideración—. He oído todo tipo de cosas horribles acerca de ella. Ten cuidado, Raquel.

Heiki sonrió con una mueca… y su pelo gris rizado, así como sus pecas y su incesante lloriqueo se evaporaron, siendo sustituidos por unos inexpresivos ojos azules.

—La niña del cementerio —dijo Raquel con asombro. Se volvió hacia su madre—. ¿Dónde están…?

—¡No le quites los ojos de encima! —la previno su madre—. Se han llevado a Morpet y a Eric. Y estos pobres niños… —Cogió al niño y a la niña—. Yo no sé adonde se los han llevado, pero
ella sí.
—Miró a Heiki—. Ella lo ha planeado todo.

Raquel le dijo furiosa a Heiki:

—Si les has hecho daño…

—¡Por supuesto que les he hecho daño!

Raquel olisqueó el aire. La etiqueta de olor que le había puesto a Morpet conducía a la cocina, pero terminaba de forma brusca justo encima de la casa.

—¡Dime adónde se los han llevado!

—¿Crees que voy a darte esa información así como así? —dijo Heiki con sorna—. Tendrás que pelear conmigo si quieres obtenerla. Vamos: una batalla. Tú y yo solas. Las mejores. Sin brujas, te lo prometo.

Raquel examinó la zona. No había brujas, en eso Heiki no le mentía. Ello demostraba lo segura que estaba de su éxito. Escrutó los feroces ojos de Heiki, adiestrados por las brujas, y sintió miedo.

—Deja ya de jugar —dijo Raquel—. No puedo creer que de verdad quieras todo esto que está pasando. Son las brujas las que hacen que te comportes de este modo.

—Eso no es verdad —replicó Heiki—. Las brujas desean tu muerte, sí, pero yo estoy impaciente por luchar contigo de todas formas.

—¿Por qué? —Raquel la miraba con incredulidad—. ¿Qué te he hecho yo?

—Nada. Es solo que tengo que saber cuál de nosotras es la mejor. —Ante la confusión de Raquel, Heiki sacudió la cabeza y añadió—: Será mejor para ti que estés a la altura, pequeña. El futuro es un mundo mágico. Olvídate de los adultos. Madres, maestros y abuelas no cuentan ya. Calen me ha dicho que las brujas harán que todos los niños libren una gran batalla entre ellos… y que solo a los mejores se les permitirá luchar contra los magos.

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