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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El olor de la magia (13 page)

BOOK: El olor de la magia
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«Puedo hacerlo», se decía Heiki. «Soy mejor que los demás niños».

La primera línea de osos partió con decisión corriendo a grandes saltos hacia ella. Puesto que acababan de privarla del recurso a volar y transportarse, Heiki probó con el primer oso un hechizo hiriente. Solo consiguió que el oso se acercara más deprisa. Se envolvió en un manto de viento. Los osos avanzaban con afán, el hechizo no había servido para ocultarse a su vista. Heiki rebuscó a toda velocidad entre sus otros nuevos hechizos. Creó una multitud de réplicas a imagen de su cuerpo, situándolas en cien lugares diferentes del terreno. Las imágenes se desvanecieron sin más. Los osos más próximos estaban ya casi sobre ella, lo bastante cerca como para que Heiki pudiera oler el hedor a pescado a medio digerir que exhalaban sus alientos pastosos.

Comenzó a sentir pánico. ¡Tenía que haber algo que le estuviera permitido hacer!

Lanzando una mirada desesperada hacia Calen en busca de consejo, comprobó que los ojos de la bruja permanecían inexpresivos.

Entonces Heiki descubrió la presencia de Yemi. Sin ser visto ni siquiera por las brujas, se había transportado al otro lado del campo de nieve.

Heebra y Calen se consultaron la una a la otra. Aquello no lo tenían contemplado, pero no hicieron intento alguno por apartarlo de allí.

Yemi vagaba sin objeto aparente en el aire, como un globo suelto y extraviado, hasta que fue a aterrizar entre los osos. El animal que estaba más cerca se abalanzó sobre él. Enseñando los dientes, bajó su enorme cabeza y… se detuvo. Como si no supiera muy bien qué hacer, hundiendo con fuerza sus zarpas en la nieve para no aplastar al niño, lo olisqueó. Yemi levantó su manita y el oso se restregó contra él con ternura.

«Desprende el olor de una de las brujas», advirtió Heiki… el de Calen. ¿Era una coincidencia? ¿O sabía el niño que esa era precisamente la manera de mantenerse a salvo? Yemi se elevó en el aire y se quedó flotando pacíficamente entre los osos, mientras iniciaba un movimiento de acercamiento hacia Calen. Bajándose todas las mariposas a las piernas, aterrizó con torpeza sobre el recio cuello de la bruja, cuyo rostro huesudo y enrojecido suavizó a base de besos.

Heebra desvió de nuevo su atención hacia Heiki.

—No puedes copiar el truco de Yemi —le dijo—. Tendrás que buscar otra forma de llegar hasta nosotras.

Los osos se habían vuelto con presteza en dirección a Heiki… pero esta vez ella estaba preparada.

Una bruja que estaba junto a Heebra dio un respingo cuando su serpiente naranja se desenrolló de pronto. El animal salió volando de su cuello en dirección a Heiki. La bruja ultrajada se recobró de inmediato, pero Heebra no la dejó que hiciera nada para recuperar a su serpiente.

—Espera —le ordenó Heebra—. Veamos si la niña es capaz de controlarla.

La serpiente se posó en las manos sudorosas de Heiki. Confusa y enojada, se retorcía en su puño cerrado, a disgusto con aquel tacto y aquel olor que no le resultaban familiares. Heiki intentó enrollarse la serpiente alrededor del cuello para calmarla, imitando el estilo típico de las brujas, pero ello solo consiguió enfurecerla aún más. De forma experta y concienzuda, sus anillos empezaban a asfixiarla.

Heiki gritó mientras intentaba arrancarse la serpiente del cuello, pero el apretón de esta era demasiado pertinaz. ¡Si al menos hubiera podido utilizar sus hechizos!

Los anillos dieron otra vuelta más, con precisión.

Heiki se agitaba ya sin control, a punto de perder el conocimiento. ¿Qué debía hacer?

¿Qué era lo que ningún niño pensaría ni haría?

De pronto, relajó los músculos. Ignoró el escozor en la garganta y obligó a su rígido cuello a que se distendiera. Inundó la mente con sentimientos agradables acerca del tacto de la serpiente. Desconcertada, la serpiente aflojó ligeramente su apretón. Heiki siguió pensando en sentimientos cálidos, y acarició con suavidad la parte inferior de la cabeza de la serpiente. Rebuscó en su cerebro reptiliano y comprendió su nombre: Dacon. Pronunció el nombre una y otra vez. Dacon. Dacon. Al fin logró ganarse el divertido respeto de la serpiente, cuyos ojos de color melocotón se encontraron con los suyos.

—Camina de frente sobre la nieve —dijo Dacon—. Ahora los osos sospechan que eres una bruja. No te atacarán… y si lo intentan, yo te defenderé.

Heiki caminó con cautela por el campo de nieve. Los osos gruñones se echaron atrás, agachando la cabeza. Sin dejar de susurrar con dulzura a la serpiente durante todo el trayecto, Heiki se dirigió directamente hacia Heebra y se plantó desafiante ante ella. Calen, muy cerca, rezumaba orgullo.

La bruja a la que le había robado a Dacon agarró su serpiente y Heiki sintió una punzada… como si le hubieran arrebatado algo muy preciado.

—¿Quieres sostener a la serpiente otra vez? —le preguntó Heebra con voz suave.

Si de algo se moría de ganas Heiki, era exactamente de eso. Le resultaba increíblemente difícil no alargar la mano para coger a Dacon.

—Ha sido en verdad impresionante —reconoció Heebra—. Calen no te había sobrestimado. Ha llegado la hora de que recibas tu recompensa.

Heiki miró la gruesa serpiente dorada de Heebra. Emitía un aura mágica tan extrema que quería huir… pero estaba dispuesta a recibir su premio.

—Quiero…

—Ya sé lo que quieres, niña.

Heebra se llevó la mano al interior de su vestido y extrajo una delgada serpiente de color gris. Era diminuta, con unos ojos amarillos muy pálidos. La colocó como si fuera un adorno alrededor de los hombros de Heiki.

—Está recién nacida —explicó Heebra—. A ver si le gustas. —La serpiente se contrajo contra su piel, hasta encontrar un emplazamiento cómodo.

Heiki se sentía demasiado abrumada para hablar. Permanecía callada, deseando con ansia que la serpiente se sintiera a gusto contra su garganta, que se hinchaba y desinflaba por efecto de su respiración agitada.

—Ahora te pertenece —le dijo Heebra—. Trátala bien.

—¿Significa entonces…? —dijo Heiki con un exceso de efusividad—. ¿Significa que me he convertido en una bruja… como me prometió Calen?

Heebra se rió.

—No, todavía no, niña. Esto es solo el principio. Toca tu serpiente, no muerde… al menos no a ti. ¿Qué te parece su tacto?

La serpiente se sentía a gusto al contacto con Heiki, quien le pasó los dedos por delante de los ojos, sin que el animal reaccionara.

—Oh, ¿es ciega?

—Sí. Todas las serpientes compañeras de las brujas lo son, al comienzo de su vida —repuso Heebra—. Utiliza tu magia. A medida que ganes talento, también lo ganará tu serpiente.

—¿Puedo ponerle nombre?

—Por supuesto. Pero no es así como se hace según la tradición. Según tu magia vaya desarrollándose, tu serpiente aprenderá a hablar y entonces será ella misma la que te diga su nombre. Y también te pondrá a ti un nombre de bruja de verdad. Son nuestras serpientes las que nos han puesto el nombre a todas. Ningún niño humano ha recibido jamás tal honor.

Heiki emitió un jadeo.

—Oh, quiero crecer deprisa —dijo—. ¿Qué tengo que hacer?

—Tienes que derramar sangre, y no debe importarte cuánta.

—Estoy preparada. —A Heiki le brillaban los ojos.

—No, niña. Lo dudo. Es posible en todo caso que estés preparada para una tarea menor, tal vez.

—Haré lo que quieras.

—Bien. Quiero que mates a alguien de tu misma especie.

—¿Alguien de mi misma especie?

—A un niño.

Heiki replicó sin dudarlo:

—Sí, lo haré.

—¿No quieres saber por qué?

—Si quieres que muera, yo le mataré —dijo Heiki—. ¿Cómo se llama el niño?

—Son tres niños. El principal es…

—¡Raquel!

Heebra asintió con la cabeza.

—¡Sabía que sería ella! —exclamó Heiki, dando palmadas y bailando sobre la nieve—. Oh, ¡qué día tan perfecto, qué día tan perfecto!

Heebra le explicó lo que había sucedido en Itrea. Le habló también acerca de la interminable guerra contra los magos. Heiki la escuchaba con avidez. Cuanto más se prolongaba la historia, más cercana se sentía a las brujas. ¡Eran formidables! Se embebió fascinada de la detallada descripción que Heebra le hizo de Ool. ¡Cuánto deseaba Heiki volar dentro de un torbellino de tormenta, luchar por su propia torre atalaya! Heebra la previno acerca de la habilidad de Eric para deshacer la magia, pero Heiki la interrumpió cuando le describía los poderes de Raquel.

—Por favor, no me lo digas. Los descubriré por mí misma. No quiero ventajas.

—Bien —dijo Heebra—. Esa es la respuesta que daría una auténtica bruja. Explícame cómo piensas derrotar a Raquel.

Heiki reflexionó acerca de lo que había aprendido.

—Encontrarla será fácil. Conozco las pautas por las que se guía Raquel. No la atacaré directamente. Primero me ocuparé de conocerla a fondo, cambiando mi aspecto y mi olor para que no me reconozca de cuando el cementerio. Haré que se sienta confiada, para que quizá así me revele sus hechizos.

—Raquel tiene pocas debilidades —dijo Heebra.

—Las descubriré. ¿Es capaz de curar heridas? ¿Heridas graves de otras personas?

—Sí. ¿En qué estás pensando?

—Oh, nada, solo es una idea. —Heiki se dio cuenta de que la tediosa prueba de resistencia había concluido al fin, en tanto los demás niños se habían separado formando sus habituales grupos de adiestramiento—. ¿Puedo llevarme algunos niños conmigo? —preguntó—. Los necesitaré para enfrentarme con Eric. Aún no estoy segura de cómo manejarme con él… Ya lo pensaré durante el viaje. Tardaremos varias horas en llegar hasta allí, puesto que según parece soy la única capaz de transportarse.

—Llévate a quien más te guste —dijo Heebra—. Estoy convirtiéndote en la líder de los niños.

Heiki sonrió con orgullo y salió volando para seleccionar a su equipo.

Heebra llamó a Calen.

—Has sabido elegir con Heiki. Una niña independiente y con grandes pasiones. Parece como si hubiera estado esperándonos toda la vida, para que le diéramos un sentido. ¿De verdad se ha creído tu promesa de hacer de ella una bruja?

—Desde luego —dijo Calen sonriendo—. Desea creer en ello con todas sus fuerzas.

—Ya me gustaría que los demás niños fueran tan dóciles.

—¿Confías en que Heiki venza a Raquel?

—No confío en nada —repuso Heebra con desdén—. Raquel es demasiado buena como para que se la subestime. Dejemos que Heiki decida sus propias tácticas, pero yo quiero darles mi aprobación. Y cuando Heiki se marche, tú la seguirás sin que te vea. Manténte al margen y llévate a Yemi contigo, pero no dejes que se aleje de ti. Y ten cuidado con él…

—¿Que tenga cuidado? ¿De un bebé?

—No es un niño humano típico.

Ambas se volvieron y vieron a Heiki mientras elegía su equipo.

Heiki escogía con cuidado, seleccionando una mezcla de los niños con más talento, junto con aquellos que ella juzgaba que cumplirían sus órdenes sin discutir. Una vez hecha la selección, empezó a transmitirles su plan, con gestos que daban confianza, y sirviéndose de traductores para aquellos niños que no hablaban inglés.

—Ya veo que no hay necesidad de seguir acuciándoles —rió Calen—. ¡La pequeña Heiki será tan buena
capataz
como cualquier bruja!

11
La emboscada

De un pequeño salto, un pequeño pez dorado levantó ondas concéntricas en la oscura superficie del estanque.

—¿Has oído eso? —exclamó con un chirrido uno de los prapsis, estremeciéndose de emoción.

—¡Calla! —gritó el otro—. Vas a despertar a Eric, chico.

—Pero ¿lo has oído o no?

—¡Lo he oído!

Salieron disparados como una exhalación desde el cuarto de baño hacia el dormitorio, vigilando el jardín en la noche. Se posaron mejilla contra mejilla, escudriñando el estanque.

—¡Allí! —gritó uno con gran excitación—. ¡Un demonio subacuático!

—Es un demonio enano. ¿Se lo decimos a Eric?

—¡No seas estúpido, engendro mutante!

—¡Tú sí que eres estúpido! ¡Calla! Un momento.

—¿Qué pasa?

—Sombras.

Ambos sintieron la magia acercándose a la casa.

—¿Qué es eso? Tengo miedo.

—No puedo verlo. No puedo verles. Deben de estar por la parte de atrás. Vamos.

—Yo detrás de ti —dijo su compañero, dedicándole una gentil reverencia.

—No, después de ti —dijo el otro, y los dos alzaron juntos el vuelo.

Desde la sala de estar se asomaron con nerviosismo a la calle principal.

—¿Te das cuenta de como se ocultan de manera insidiosa?

—Nos tienen miedo.

Los grandes ojos de los prapsis parpadearon con fuerza. Uno de ellos se puso a lamer la ventana de la sala de estar, enjugando el vaho de la condensación. El otro aplastó su cara redonda contra el cristal, una vez limpiado. Con un movimiento descontrolado, ambos se pusieron a mirar la calle desierta.

—¿Qué tipo de criaturas son?

—Vuelan. Deben de ser pájaros. Pájaros traviesos, tal vez. A estas horas deberían estar en la cama.

—¡Pájaros traviesos y muy chiflados! —rió nervioso.

—¿Deberíamos hablar con ellos?

—¡Calla y escucha!

—Se acercan a escondidas, ¿los ves?

—¡Los veo!

Los prapsis aletearon tratando de espantar las oscuras sombras.

En el exterior, nueve grandes siluetas furtivas surgieron con sigilo del cielo nocturno. Por un momento pasaron juntas por delante de la luna casi llena. Luego se precipitaron sobre la casa.

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