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Authors: Margaret Weis y Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El paladín de la noche (3 page)

BOOK: El paladín de la noche
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¿Estaba Asrial en lo cierto?, se preguntó por un momento en medio de aquella oscuridad teñida de verde y con lamano del ángel sujeta con fuerza a la suya. ¿Era aquella sensación de verdad algo que, engañosamente, había llegado a creer que experimentaba en su afán de parecerse más a los humanos? ¿O realmente disfrutaba de su tacto?

Inclinándose junto a él, Asrial miró a su alrededor sin soltarse de su mano.

—¿Qué es lo que estamos buscando? —susurró el ángel.

—Un huevo de oro —susurró Pukah en respuesta.

—Dudo que encontremos el huevo —murmuró Sond afligido—. Y, si lo encontrásemos, mi adorable djinniyeh no estaría dentro. ¿Recuerdas? Kaug dijo que había llevado a Nedjma a un lugar donde ya no la volvería a ver hasta que fuese a reunirme con ella.

—Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? —protestó Pukah.

—¿Cómo iba a saberlo? ¡Fue idea tuya!

—¿Mía? ¡Fuiste tú quien dijo que Kaug tenía prisionera a Nedjma! Ahora vienes con otra canción…

El djinn bufó con furia.

—¡Yo cambiaré tu canción! —rugió Sond poniendo la mano en la empuñadura de su espada—. Cantarás a través de una raja en tu garganta, so…

—¡Basta ya! ¡He dicho que basta! —dijo Asrial en la oscuridad con voz tensa—. ¡Ya que estamos aquí, nada perdemos mirando! ¡Aunque no encontremos a Nedjma, puede que hallemos algo que nos guíe hasta el lugar adonde ese «cafreet» se la haya llevado!

—Ella tiene razón —se apresuró a decir Pukah retrocediendo y tropezando con una esponja—. Debemos registrar este lugar.

—Bien, pues será mejor que nos demos prisa —refunfuñó Sond—. Kaug puede estar de vuelta de un momento a otro. Separémonos.

Repitiéndose una y otra vez a sí misma el nombre de Mateo para darse valor, Asrial se adentró más profundamente en la cueva. Pukah se desvió hacia la derecha y Sond hacia la izquierda.

—¡Ugg! ¡Acabo de encontrar una de las mascotas de Kaug! —se oyó la voz de Pukah.

Dando la vuelta a una roca que el
'efreet
solía utilizar a modo de silla o mesa o que, tal vez, le gustaba sencillamente tener por allí, el joven djinn hizo una mueca de repugnancia al ver algo feo y negro salir a toda prisa de debajo de ella.

—O quizá sea una novia suya —añadió y, volviendo a colocar rápidamente la roca como estaba, continuó su búsqueda metiendo su larga nariz en un lecho de algas—. Asrial tiene razón, ¿sabes, Sond?
Hazrat
Akhran cree que Quar es el responsable de la desaparición de los inmortales, incluidos los suyos propios. Si esto es verdad, Kaug tiene que saber dónde están.

—¡Es inútil! —exclamó Asrial moviendo las manos con desesperación—. Aquí no hay nada más que rocas y algas —y, echándose de improviso para atrás, agregó—: ¿Qué es eso? —Señaló un enorme caldero de hierro que descansaba en un espacio hundido de la cueva.

—¡La olla donde guisa Kaug! —respondió Pukah arrugando la nariz, y nadó hasta donde estaba el ángel—. El lugar ha cambiado —admitió—. La última vez que estuve aquí, había objetos de todo tipo colocados aquí y allá. Ahora no hay nada. Parece como si ese bastardo se hubiese mudado. Creo que ya hemos buscado bastante. ¡Sond! ¿Sond? ¿Por dónde andas?

—¡Pero tiene que haber algo! —dijo Asrial enroscándose un mechón de cabellos en un dedo—. ¡El pez me dijo que viniese con vosotros! Tal vez podríamos hablar con vuestro dios. A lo mejor, él sabe algo…

—¡No, no! —intervino rápidamente Pukah, palideciendo ante la idea—. Eso no sería sensato. Estoy seguro de que, si Akhran supiese algo, nos habría informado. ¡Sond! ¡Sond! Yo…

Un grito ronco y desgarrado vino desde las profundidades de la cueva.

—¡Por los ojos de Sul! ¿Qué ha sido eso? —Pukah sintió que el pelo se le erizaba bajo el turbante.

—¡Que Promenthas sea con nosotros! —exhaló Asrial.

El terrible grito se elevó otra vez, ascendiendo hasta convertirse en un alarido y, después, se quebró en un sollozo ahogado.

—¡Es Sond! —dijo Pukah precipitándose en la dirección de donde procedía el grito, apartando cuantas piedras le salían al camino y abriéndose paso a través de cortinas dealgas flotantes—. ¡Sond! ¿Dónde estas? ¿Has pisado algún pez? ¿Es Kaug? Sond…

La voz de Pukah se desvaneció. Al doblar una esquina, se encontró al otro djinn que se erguía solo en medio de una pequeña gruta. Una mortecina luz verde irradiada por viscosas plantas adheridas a las paredes se reflejaba en un objeto que Sond sostenía en sus manos. El djinn miraba dicho objeto con horror.

—¿Qué es eso, amigo mío? ¿Qué has encontrado? Parece… —Pukah jadeó de asombro—. ¡Que Akhran se apiade de nosotros!

—¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Asrial mientras entraba de puntillas en la gruta detrás de Pukah y miraba por encima de su hombro—. ¿Qué te propones? Nos has dado un susto de muerte… ¡y no es más que una vieja lámpara!

El rostro de Sond tenía un color verde pálido a la luz de las plantas.

—¡Sólo una vieja lámpara! —repitió él con voz angustiada—. ¡Es mi lámpara! ¡Mi
chirak
!

—¿Su qué?

Asrial miró a Pukah, quien estaba casi tan verde como Sond.

—Es más que una lámpara —explicó Pukah a través de unos labios rígidos—. Es su vivienda.

—Y mira, Pukah —dijo Sond en un silenciado susurro—, mira detrás de mí, a mis pies.

—¿También la mía?

Aunque los labios de Pukah articularon estas palabras, nadie pudo oírlas.

Sond asintió en silencio con la cabeza.

Pukah se dejó caer en el suelo de la cueva. Estirando la mano, cogió una cesta que descansaba justo detrás de Sond. Hecha de anillos de junco fuertemente entrelazados, la cesta era de fondo estrecho e iba ensanchándose a medida que ascendía, recordando al bulbo de una cebolla, para curvarse de nuevo hacia adentro según se aproximaba a la boca. Sobre esta última descansaba una tapa tejida con un gracioso pomo. Acercándosela con amor, Pukah acarició su sólido entretejido.

—¡No lo entiendo! —exclamó Asrial con creciente temor mientras miraba desesperada de un djinn al otro—. ¡Todo lo que veo es una cesta y una lámpara! ¿Por qué estáis tan afectados? ¿Qué significa todo esto?

—¡Significa —dijo de pronto una voz retumbante y profunda desde la entrada de la caverna— que ahora
yo
soy su amo!

Capítulo 3

La sombra del
'efreet
descendió sobre ellos seguida de su gigantesca masa corporal. El agua chorreaba por su velludo pecho mientras una sonrisa de oreja a oreja partía en dos su rostro de expresión beligerante.

—Me apoderé de vuestros hogares hace varias semanas, durante la batalla del Tel. Batalla que perdieron vuestros amos, por cierto. Si esa cabra vieja de Majiid todavía vive, ¡ahora por lo menos se ha quedado sin djinn!

—¿«Todavía vive»? Si has asesinado a mi amo, juro por Akhran que…

—¡Sond! ¡No! ¡No seas… ! —Pukah puso fin a sus palabras con un suspiro. Demasiado tarde.

Hinchándose de rabia, Sond se elevó hasta una altura de más de tres metros. Su cabeza se estrelló contra el techo de la cueva e hizo caer al suelo una lluvia de piedras. Con un salvaje alarido, el djinn se lanzó hacia Kaug. El
'efreet
no estaba preparado para tan repentino y furioso ataque. El peso del cuerpo de Sond golpeó con tal fuerza al colosal Kaug que le hizo perder el equilibrio, y ambos fueron a dar contra el suelo con un sordo y pesado batacazo que sacudió el fondo del océano.

Agarrándose a una roca para mantener el equilibrio sobre el tembloroso suelo, Pukah se volvió para ofrecer cuanta asistencia pudiera a Asrial, pero se encontró con que el ángel había desaparecido.

Un enorme pie pataleó en la dirección de Pukah. Trepando por la roca hasta hallarse fuera del alcance de los combatientes que se zurraban junto a él, el joven djinn se puso a considerar la situación discutiendo consigo mismo, a quien juzgaba la más inteligente de las presencias que ocupaban la estancia en aquel momento.

—¿Adónde ha ido tu ángel, Pukah?

—Ha vuelto con Promenthas.

—No, jamás haría eso.

—Tienes razón, Pukah —dijo Pukah—. Te tiene demasiado cariño como para dejarte.

—¿De veras lo crees así? —preguntó Pukah extasiado.

—¡Por supuesto que sí! —respondió su otro yo con un tono no del todo pleno de convicción.

A punto estuvo Pukah de reprenderse a sí mismo por esto pero, dada la seria naturaleza de la presente crisis, decidió pasarlo por alto.

—Lo que esto significa es que Asrial está aquí y en considerable peligro. No sé lo que haría Kaug si descubriese a un ángel de Promenthas rebuscando entre su ropa interior.

Pukah lanzó una mirada de irritación a los contendientes. Sus gritos, rugidos y alaridos estaban haciéndole bastante difícil llevar a cabo una conversación normal.

—¡Ajá! —dijo de pronto con un brillo de esperanza en los ojos—. ¡Pero tal vez él no la ha visto!

—Él oyó su voz, y respondió a su pregunta.

—Es verdad. Bueno, pero ella se ha ido —dijo Pukah con un tono despreocupado—. Tal vez se ha vuelto invisible, sencillamente, como solía hacer las primeras veces que la sorprendí en el campamento. ¿Crees que será lo bastante poderosa como para ocultarse a los ojos de un
'efreet
?

No hubo respuesta. Pukah probó con otra pregunta.

—¿Crees que su desaparición pone las cosas mejor o peor para nosotros, amigo mío?

—No veo qué puede eso importar —fue la desanimada respuesta.

Viendo la situación desde este punto de vista, Pukah se sentó, con las piernas cruzadas, el codo apoyado sobre la rodilla y la barbilla sobre la mano, en espera de lo inevitable.

Esto no tardó en venir.

La rabia de Sond había llevado a éste más lejos, en su batalla con el
'efreet
, de cuanto nadie hubiese podido esperar. Sin embargo, una vez que Kaug se hubo recuperado de su sorpresa, no le fue difícil al poderoso
'efreet
coger la sartén por el mango y sacarle la rabia a Sond a fuerza de mamporros y puñetazos.

Ahora era el
'efreet
quien machacaba al djinn, y pronto un vapuleado y ensangrentado Sond colgaba, suspendido por los pies, del agrietado techo de la cueva. Pendiendo cabeza abajo, con los brazos y piernas atados con cuerdas de parra espinosa, el djinn no se rendía sino que luchaba contra sus ataduras, debatiéndose como un enloquecido hasta que comenzó a dar vueltas en el extremo de la cuerda.

—Yo no lo haría, Sond —aconsejó Pukah desde su asiento en la roca—. Si logras partir la cuerda, sólo conseguirás caer de cabeza al suelo y creo que, decididamente, deberías cuidar cuanto de seso te pueda quedar en ella.

—¡Podrías haber ayudado, hijo bastardo de Sul! —increpó Sond retorciéndose y debatiéndose.

De su boca goteaban sangre y saliva.

Pukah se mostró sorprendido.

—¡Jamás se me ocurriría atacar a nuestro nuevo amo! —dijo con tono reprobador.

Los ojos de Kaug, que estaban admirando su faena, se volvieron con suspicacia hacia el joven djinn.

—Tanta lealtad me emociona, pequeño Pukah.

Deslizándose desde su roca, el joven djinn se postró de rodillas ante el
'efreet
y tocó con la cabeza el suelo de la caverna.

—Ésta es la ley de los inmortales que sirven en el plano mortal —recitó Pukah con una voz nasal, al tener su nariz apretada contra el suelo—. Quienquiera que adquiera el objeto físico al que el inmortal está ligado se convertirá a partir de entonces en el amo del susodicho inmortal y éste le deberá plena lealtad y obediencia.

Sond profirió algo malsonante, algo respecto a la madre de Pukah y un macho cabrío.

Pukah puso un gesto dolido.

—Me temo que estas interrupciones te resultarán molestas, mi amo. Si me permites…

—¡Desde luego! —dijo Kaug despachándolo con un distraído movimiento de mano.

El
'efreet
parecía preocupado; su mirada iba de aquí para allá escrutando la gruta.

Creyendo saber qué presa buscaba el
'efreet
, Pukah pensó que lo mejor sería distraerlo. Entonces cogió un puñado de algas, agarró por el turbante a Sond y embutió las algas en su vociferante boca.

—Sus ofensivos improperios ya no te molestarán más, mi amo —dijo Pukah arrojándose de nuevo ante los pies del
'efreet
.

—Lealtad y obediencia, ¿no, pequeño Pukah? —dijo Kaug, acariciándose la barbilla y mirando al djinn con aire pensativo—. Bien, pues, mi primera orden para ti es que me digas por qué estáis aquí.

—Fuimos atraídos, amo, por los objetos físicos a los que estamos ligados de acuerdo con la ley que dictamina…

—Ya sé, ya sé —lo interrumpió Kaug irritado mientras lanzaba otra mirada escrutadora a su alrededor—. De modo que habéis venido hasta aquí porque no habéis podido evitarlo. Estás mintiendo a tu amo, pequeño Pukah, y eso va completamente en contra de las reglas. Por tanto, debes ser castigado.

Y asestó una patada a Pukah bajo la barbilla que envió su cabeza para atrás dolorosamente y a consecuencia de ello le partió el labio.

—Quiero la verdad. Habéis venido en busca de Nedjma. ¿Y el tercer miembro de la expedición? ¿Cuál ha sido su motivo?

—Te aseguro, amo —dijo Pukah limpiándose la sangre de la boca—, que sólo estábamos nosotros dos…

Kaug le lanzó otra patada a la cara.

—¡Vamos, vamos, mi leal y pequeño Pukah! ¿Dónde puedo encontrar el precioso cuerpo perteneciente a esa encantadora voz que he oído cuando entraba en mi vivienda hace un rato?

—Ay, mi amo, ante ti tienes los únicos cuerpos pertenecientes a las únicas voces que has oído en tu morada esta noche. Y aunque, naturalmente, depende de tu gusto, yo considero
mi
cuerpo el más agradable de los dos…

Desganadamente, Kaug clavo su pie en el costado del djinn. Real o imaginario, el dolor era intenso. Pukah se dobló con un quejido.

—He oído una voz… ¡una voz femenina, pequeño Pukah!

—Siempre me han dicho que tengo un tono de lo más melodioso en mi… ¡uggh!

Kaug golpeó al djinn en el otro costado. La fuerza del golpe hizo rodar a Pukah sobre su espalda. Sacando su espada, el
'efreet
se puso de pie encima de él, formando un arco con las piernas sobre su víctima, y colocó la punta de su arma contra la zona más vital y vulnerable del cuerpo del djinn.

—De modo, pequeño Pukah, que afirmas que la voz femenina era tuya. ¡Pues lo
será
, amigo mío, si no me cuentas la verdad y me dices dónde se encuentra el nuevo intruso!

BOOK: El paladín de la noche
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