Desde el comienzo de los tiempos, veinte dioses rigen el universo. Cada uno de ellos es todopoderoso en su propio reino. Ahora, uno de esos dioses ha transtornado el equilibrio del poder y permite que los demás luchen para mantener el control de la situación que, realmente, es muy compleja.
En la ciudad de Kich, el imán Feisal intenta convertir a los nómadas capturados y encarcelados por las tropas del emir. A partir de este suceso, el emir y el imán emprenden una cruenta guerra santa.
Por su parte, los inmortales Sond y Pukah, acompañados del ángel femenino Asrial, se internan en la cueva acuática de Kaug, el 'efreet del dios Quar, y descubren que éste se ha erigido en amo de Serinda, la ciudad de la Muerte.
Finalmente, Khardan, Zohra y Mathew son conducidos al castillo de Zhakrin, plaza fuerte gobernada por la Hechicera Negra y por su esposo, el Señor de los Caballeros, servidores, en definitiva, del perverso Zhakrin, dios de la Noche y del Mal.
El paladín de la Noche, segundo volumen de La Rosa del Profeta, es un relato sólidamente estructurado, escrito en un estilo sencillo y ágil donde la crudeza de las luchas contrasta con la poesía, plasmada en las descripciones de lugares y costumbres del universo oriental.
Margaret Weis y Tracy Hickman
El paladín de la noche
La rosa del profeta - 2
ePUB v1.0
Ukyo21.06.12
Título original:
The Paladín of the Night (Rose of the Prophet, volume two
)
Margaret Weis y Tracy Hickman, abril de 1989.
Traducción: Ramón M. Castellote
Diseño/retoque portada: Orkelyon
Editor original: Ukyo (v1.0)
ePub base v2.0
Las teorías sobre la creación del mundo de Sularin eran tantas como los dioses que mantenían a éste en movimiento. Los seguidores de Benario, dios de los ladrones, creían firmemente que su dios había robado el mundo a Sul, cuando éste había ido a colocarlo como otra gema en el firmamento. Los adoradores de Uevin se imaginaban a Sul como un artesano, con un calibrador y una regla en sus manos, que empleaba su tiempo libre en examinar la naturaleza del dodecaedro. Quar enseñaba que Sul había modelado el mundo a partir de un pedazo de arcilla, lo había cocido al sol y, después, lo había bañado con sus lágrimas cuando estaba acabado. Akhran no decía a sus seguidores ni una palabra al respecto. El Dios Errante no tenía el menor interés en la creación del mundo. Estaba allí y era cuanto necesitaba saber. Por consiguiente, cada jeque tenía su propia visión del tema según cómo había llegado a él, a través de las generaciones, desde su tatara-tatarabuelo. Y, ni que decir tiene, cada jeque estaba en posesión exclusiva de la verdad; todos los demás estaban equivocados, y ésta era una cuestión que había provocado derramamiento de sangre en incontables ocasiones.
En la corte del emperador, en Khandar, que era muy celebrada por lo avanzado de su pensamiento, hombres y mujeres de saber pasaban largas horas confrontando las diferentes teorías y, más largas horas todavía, probando al fin que las enseñanzas de Quar eran sin duda alguna las más científicas. Efectivamente, la suya era la única teoría que explicaba de un modo convincente el fenómeno del mar de Kurdin: un océano de agua salada poblado por peces de alta mar y completamente rodeado de desierto por todos lados.
El cercado mar de Kurdin estaba poblado por otras cosas, también; cosas oscuras y sombrías que los hombres y mujeres de saber, que vivían en medio de la seguridad y la comodidad de la corte de Khandar, veían tan sólo en sus sueños o en delirios febriles. Una de aquellas cosas oscuras (y no la más oscura, en modo alguno) era Kaug, el servidor de Quar.
Tres figuras, en pie a orillas del mar, discutían concienzudamente sobre este preciso tema. Las figuras, por supuesto, no eran humanas; porque ningún humano había cruzado jamás el Yunque del Sol, cuyas desiertas dunas rodeaban el mar.
Los tres eran inmortales; no dioses, sino aquellos que servían tanto a dioses como a humanos.
—¿Y dices que su morada está ahí abajo, dentro de
eso
? —preguntó un djinn, mirando primero al agua y luego a su compañero con profundo desagrado.
Las aguas del mar de Kurdin eran de un intenso azul cobalto. La pura y resplandeciente blancura del desierto hacía mucho más vivo su color. En la distancia, lo que parecía ser una nube de humo se veía como una mancha blanca contra un cielo azul pálido.
—Sí —respondió el djinn más joven—. Y no pongas esa cara de asombro, Sond. Te lo dije antes de partir…
—¡Dijiste
en
el mar de Kurdin, Pukah! ¡No dijiste que era
dentro
del mar de Kurdin!
—A menos que a Kaug le hubiese dado por fletar un bote, ¿de qué forma iba a vivir
en
el mar de Kurdin si no era
dentro
de él?
—Hay una isla en el centro, como bien sabes.
—¡Galos! —Los ojos de Pukah se abrieron de par en par—. Por lo que he oído de Galos, ni siquiera Kaug se atrevería a vivir en esa roca maldita.
—¡Bah! —replicó Sond con una sonrisa burlona—. Seguro que has estado escuchando las historias del
meddah
con los oídos empapados de
qumiz
.
—¡No he hecho ni lo uno ni lo otro! He viajado extensamente. Mi antiguo amo…
—¡… era un ladrón y un embustero!
—No le hagas caso, Asrial, mi bella encantadora —dijo Pukah volviendo la espalda a Sond y dando la cara a una mujer de cabellos plateados vestida con hábitos blancos, cuyos ojos iban de uno a otro con creciente asombro—. Mi antiguo amo era un seguidor de Benario, pero solamente porque ésa era la religión en la que había sido educado. ¿Qué otra cosa podía hacer? Él no quería ofender a sus padres…
—… ganándose la vida de una manera honrada —interpuso Sond.
—Era un artista de vocación, con esa maravillosa mano con los animales…
—Encantador de serpientes. Ésa era su estratagema para entrar en las casas de la gente.
—¡No era un creyente devoto! ¡Benario jamás lo bendijo!
—Eso es verdad. Lo cogieron con las manos en la masa…
—¡Fue un malentendido! —gritó Pukah.
—Cuando le aplicaron mano dura, después, echó de menos algo más que buen entendimiento —dijo con sequedad Sond, cruzando los brazos, adornados de brazaletes de oro, por delante del pecho desnudo.
Sacando su sable del verde fajín que le ceñía la cintura, Pukah se volvió contra el djinn de más edad.
—¡Hemos sido amigos durante siglos, Sond, pero no estoy dispuesto a permitir que me insultes delante del ángel a quien amo!
—Jamás hemos sido amigos, que yo sepa —rugió Sond, sacando a su vez el suyo, y ambos empezaron a moverse en círculo el uno frente al otro—. Y si el oír la verdad te ofende…
—¿Qué estáis haciendo, vosotros dos? —los reprendió el ángel—. ¿Acaso habéis olvidado por qué estamos aquí? ¿Qué pasa con Nedjma? —dijo mirando severamente a Sond—. Anoche estabas derramando lágrimas pensando en su cruel destino, cautiva de ese malvado
cafreet…
—…
'efreet
—corrigió Sond.
—Como quiera que lo llaméis en vuestro grosero lenguaje —dijo Asrial con altanería—. Dijiste que darías tu vida por ella…, lo que, considerando que eres inmortal, no me parece un gran sacrificio… ¡Hemos pasado largas y agotadoras semanas registrando los cielos en su busca pero ahora te amilanas ante la idea de zambullirte en el mar!
—Yo soy del desierto —protestó Sond, malhumorado—. No me gusta el agua. Está fría, mojada y viscosa.
—¡Sabes que en realidad no puedes sentir nada de eso! ¡Somos inmortales! —dijo Asrial mirando fríamente a Pukah por el rabillo de sus ojos azules—. ¡Estamos por encima de cosas tales como el amor y las sensaciones físicas y otras debilidades humanas!
—¿Por encima del amor? —refunfuñó Pukah, celoso—. ¿De dónde venían las lágrimas que te vi derramar sobre el loco de tu amo, si tú no tienes ojos? Si no tenías mano, ¿por qué acariciabas su frente y, por cuanto pude ver, otras partes de su cuerpo también?
—En cuanto a mis lágrimas —replicó Asrial con enojo—, todos conocen el adagio: «Las gotas de lluvia son las lágrimas que los dioses derramaron por las locuras de los hombres… »
—Hazrat
Akhran conserva los ojos bien secos, pues —interrumpió Pukah, riéndose.
Asrial hizo caso omiso de su comentario.
—Y, en cuanto a tu insinuación de que he tenido conocimiento carnal de mi protegido (Mateo
no
es mi amo y
tampoco
está loco), es absurda y es justo lo que podía esperar de alguien que ha estado viviendo entre humanos tanto tiempo que se engaña a sí mismo creyendo que puede sentir lo que ellos sienten…
—¡Silencio! —dijo repentinamente Sond inclinando la cabeza hacia un lado.
—¿Qué?
—¡Shhh! —siseó con urgencia el djinn, mirando con aire abstraído a la lejanía, sin fijar la vista—. Mi amo —murmuró—. Me está llamando.
—¿Eso es todo? —dijo Pukah elevando sus ojos al cielo—. Ya te ha llamado antes. Deja que Majiid se ate su
haik
solo esta mañana.
—¡No, es más urgente que eso! ¡Creo que debería ir en su ayuda!
—Vamos, Sond. Majiid te dio permiso para marchar. Ya sé que no quieres nadar, pero esto es ridículo…
—¡No es eso! ¡Algo anda mal! Algo malo ha ocurrido desde que partimos.
—¡Bah! Si algo fuera mal, Khardan me estaría llamando a mí. No puede prescindir de mí ni para el más nimio problema, ya sabes —dijo el joven djinn elevando el resignado suspiro de quien dedica, con mucho, demasiadas energías al servicio de alguna causa—. Apenas tengo un momento de paz. Él me rogó que me quedase, de hecho, pero yo le dije que los deseos de
hazrat
Akhran tenían prioridad sobre los de un humano, aunque se tratase de mi amo…
—¿Y no te está llamando tu amo? —interrumpió Sond con impaciencia.
—¡No! Así que, ya ves…
—No veo nada más que a un bufón y un fanfarrón… —empezó Sond y se calló de repente—. Qué raro —dijo tras unos momentos de pausa—. Las llamadas de Majiid han cesado.
—Ahí está. ¿Qué te he dicho? El viejo se ha puesto los pantalones solito…
—No me gusta esto —musitó Sond llevándose la mano a la frente—. Me siento extraño…, hueco y vacío.