3 de febrero de 1897
Otro incidente de Borden. ¡Qué agotador es abrir este diario únicamente para registrar esto!
Se está volviendo cada vez más atrevido. A pesar de que Adam y yo verificamos cuidadosamente las máquinas antes y después de cada actuación, y registramos todos los bastidores del teatro inmediatamente antes de comenzar, de alguna manera esta noche Borden se las arregló para entrar en el entresuelo, debajo del escenario.
Yo estaba realizando un truco conocido simplemente como «La dama que desaparece». Este es un truco atractivo, tanto para el mago como para el espectador, y el mecanismo es extremadamente sencillo. Mi asistente se sienta sobre una simple silla de madera colocada en el centro del escenario, y yo arrojo sobre ella una gran sábana de algodón. La estiro suavemente a su alrededor. Puede verse claramente su figura aún sentada en la silla, delicadamente cubierta por la fina sábana. Su cabeza y sus hombros, particularmente, se distinguen fácilmente, prueba de su presencia.
De repente, deslizo la sábana, la aparto con un movimiento continuo… ¡y la silla está vacía! Todo lo que queda sobre el escenario desnudo es la silla, la sábana y yo.
Esta noche, cuando quité la sábana, descubrí, para mi sorpresa, que Gertrude todavía estaba sentada en la silla, su rostro era un tormento de confusión y de terror.
Me quedé allí de pie, horrorizado.
Luego, para empeorar el momento, uno de los escotillones del escenario se abrió de golpe, y desde abajo apareció un hombre ante nuestros ojos. Llevaba un traje de etiqueta completo, con un sombrero, un par de guantes y una capa de seda. Tan tranquilo como el diablo, Borden (porque era él) se quitó el sombrero ante el público, luego con calma caminó a zancadas hasta los bastidores, dejando tras de sí una nube de humo de tabaco en forma de remolino. Salí corriendo tras él, decidido finalmente a enfrentarme a él, cuando mi atención se desvió debido a una inmensa descarga de luz brillante, ¡encima de mi cabeza!
¡Alguien estaba bajando un cartel eléctrico de las bambalinas! En letras azul claras, iluminadas por algún dispositivo eléctrico, decía:
LE PROFESSEUR DE LA MAGIE
EN ESTE TEATRO ¡DURANTE TODA LA SEMANA PRÓXIMA!
Una espantosa palidez azul verdosa invadió el escenario. Le hice señas al director de escena y por fin se bajó el telón, ocultando mi desesperación, mi humillación, mi furia.
Cuando llegué a casa y le conté lo que había ocurrido, Olivia dijo: —Tienes que vengarte, Robbie. ¡Y más vale que lo hagas bien!
Finalmente estoy de acuerdo con ella.
18 de abril de 1897
Esta noche, por primera vez en público, Adam y yo realizamos el truco del cambio. Estuvimos ensayándolo durante más de una semana, y técnicamente el número fue impecable.
Sin embargo, el aplauso del final fue más por cortesía que por entusiasmo.
13 de mayo de 1897
Después de muchas y largas horas de trabajo y ensayo, Adam y yo hemos desarrollado nuestra rutina de cambio de caja y hemos logrado un nivel imposible de mejorar. Adam, después de haber trabajado intensamente conmigo durante dieciocho meses, es capaz de imitar mis movimientos y mis ademanes con una asombrosa precisión. Con dos trajes idénticos, unos toques de maquillaje teatral y un (bastante caro) peluquín, es mi doble hasta el último detalle.
Sin embargo, cada vez que llevamos a cabo el número y alcanzamos lo que, a nuestros ojos, es un éxito arrollador, el público revela, a través de sus desapasionados murmullos de aplauso, que no están en absoluto impresionados.
No sé qué debo hacer para mejorar el truco. Hace dos años la mera insinuación de lograr incluirlo en la actuación era suficiente para doblar mis honorarios. Hoy, es algo casi irrelevante. Estoy muy preocupado.
1 de junio de 1897
He estado oyendo rumores desde hace algún tiempo acerca de que Borden ha «mejorado» su truco del cambio, pero como no tenía más información no le he prestado demasiada atención. Han pasado años desde la última vez que le vi actuar, y por lo tanto ayer por la noche yo y Adam nos trasladamos a un teatro de Nottingham, donde el espectáculo de Borden ha estado en cartel durante la última semana. (Esta noche tengo un espectáculo en Sheffeld, pero me fui de Londres un día antes para poder visitar a Borden
en route
en su trabajo). Me disfracé con cabellos grisáceos, almohadillas en las mejillas, ropas desarregladas, un par de innecesarias gafas, y me senté en una butaca a tan sólo dos filas del escenario. Me encontraba a tan sólo unos metros de distancia de Borden mientras realizaba todos sus trucos.
¡De repente, todo se explica! Borden ha mejorado considerablemente su versión del truco. Ya no se esconde dentro de cajas. Ya no hace ninguna bobada o tontería transportando algún objeto de una punta a otra del escenario (lo que yo he seguido trabajando hasta esta semana). Y no utiliza ningún doble.
Digo con certeza:
Borden no utiliza un doble.
Sé todo lo que hay que saber acerca de los dobles. Puedo reconocer uno con la misma facilidad con la que puedo reconocer una nube en el cielo. Estoy totalmente seguro de que Borden trabaja solo.
La primera parte de su actuación se desarrolló ante un telón a medio bajar, que únicamente dejaba ver el decorado del escenario completo cuando se llegó al truco más espectacular. En éste, el telón a medio bajar fue levantado y el público vio un surtido de tarros de los que salían humos de sustancias químicas, cajas adornadas con cables enroscados, tubos de cristal y pipetas, y sobre todo aquello, un montón de brillantes cables eléctricos. Era la imagen del laboratorio de un fanático científico.
Borden, en su embarazosa imitación de un académico francés, se paseaba alrededor de los aparatos, sermoneando al público acerca de los peligros de trabajar con energía eléctrica. En ciertos momentos tocaba un cable contra otro, o contra un matraz de gas, y entonces se producía un alarmante destello de luz, o un ruido estruendoso. Había chispas volando a su alrededor, y una bruma de humo azul comenzó a cernirse sobre su cabeza.
Cuando estaba preparado para empezar el truco, indicó por señas que se tocara un redoble de tambor desde el hoyo de la orquesta. Cogió dos cables pesados, los aproximó con mucha teatralidad y realizó una conexión eléctrica.
Durante el brillante destello de luz que prosiguió, tuvo lugar el cambio. Ante nuestros propios ojos, Borden desapareció del lugar donde se encontraba de pie (los dos gruesos cables cayeron sobre el suelo del escenario, despidiendo una ráfaga de peligrosas chispas), e instantáneamente reapareció en el otro lado del escenario… ¡a seis metros de distancia por lo menos de donde había estado!
Era imposible que él se hubiera desplazado esa distancia por medios normales. El cambio fue demasiado rápido, demasiado perfecto. Llegó al otro lado con las manos todavía flexionadas como si aún estuviera apretando los cables, que en aquel momento continuaban zigzagueando espectacularmente por todo el escenario.
Borden caminó hacia adelante en medio de un tumultuoso aplauso para hacer su reverencia. Detrás de él, el artefacto científico todavía echaba chispas y humo, un mortal telón de fondo que parecía, perversamente, intensificar su sencillez.
Mientras los aplausos seguían resonando, alargó la mano para introducirla adentro del bolsillo interior de la chaqueta como para hacer aparecer algo. Sonrió modestamente, invitando al público a que le instara a realizar un último truco de magia. Los aplausos se incrementaron en consecuencia y, ampliando aún más una sonrisa ya radiante, Borden metió la mano en el bolsillo e hizo aparecer… una rosa de papel, de un color rosa brillante.
Era una referencia a un truco que había realizado anteriormente. En éste, una dama del público escogía una flor de todo un ramo, y Borden la hacía desaparecer maravillosamente. La aparición de la flor nuevamente dejó a su público completamente encantado. Sostuvo la pequeña flor en el aire: era sin duda alguna la que había elegido la dama. Cuando consideró que la había expuesto durante el tiempo necesario, le dio vuelta con los dedos: parte de ella se había ennegrecido, ¡como a causa de alguna fuerza infernal! Mirando ostensiblemente el artefacto que estaba detrás de él, Borden hizo una gran reverencia más, y luego se retiró del escenario.
Los aplausos continuaron durante un largo rato, y debo decir que mis manos estaban aplaudiendo tan fuerte como las de cualquiera.
¿Por qué este compañero mago, con tanto talento, tan hábil y profesional, perseguiría un sórdido enfrentamiento conmigo?
5 de marzo de 1898
He estado trabajando mucho, con poco tiempo para el diario. Una vez más, han pasado varios meses desde la última anotación. Hoy (fin de semana) no tengo ninguna representación, así que puedo realizar una breve entrada.
Sólo decir que Adam y yo no hemos incluido nuestro truco del cambio en mi actuación desde aquella noche en Nottingham.
Incluso sin esta pequeña provocación, el
supuesto
mejor mago contemporáneo me ha honrado, entre tanto, con dos ataques más, sin provocación alguna, mientras estaba actuando. Ambos consistieron en interrupciones potencialmente peligrosas de mi número. Una de ellas pude disimularla con un chiste, pero la otra fue durante unos escasos minutos un desastre insostenible.
Como consecuencia he abandonado mi apariencia de desprecio.
Me quedan entonces dos ambiciosos objetivos, aparentemente inalcanzables. El primero es forjar algún tipo de reconciliación justa con Julia y con los niños. Sé que la he perdido para siempre, pero la distancia que ella pone entre nosotros es imposible de soportar. La segunda es, en comparación, menos importante. Y es que, ahora que mi tregua unilateral con Borden ha terminado, por supuesto deseo descubrir el secreto de su truco para poder superarlo otra vez sobre el escenario.
31 de julio de 1898
¡Olivia ha propuesto una idea!
Antes de describirla debería decir que a lo largo de los últimos meses la pasión entre Olivia y yo se ha ido enfriando notablemente. No hay rencor ni celos entre nosotros, sino que parece como si una inmensa indiferencia esté flotando como una nube sobre la casa. Seguimos viviendo juntos pacíficamente, ella en su apartamento, yo en el mío, y a veces nos hemos comportado como marido y mujer, pero en general ya no actuamos como si nos amáramos o nos quisiéramos. Sin embargo, nos aferramos el uno al otro.
El primer indicio que tuve se produjo después de la cena. Habíamos comido juntos en mi apartamento, pero al final ella se retiró con cierta prisa, llevándose una botella de ginebra. Ya me he acostumbrado a su afición a la bebida en solitario, y no digo nada al respecto.
Unos minutos más tarde, sin embargo, su criada, Lucy, vino a preguntarme si me importaría bajar unos minutos.
Encontré a Olivia sentada en su mesa de cartas cubierta con un tapete verde, con dos o tres botellas y dos vasos sobre él, y una silla vacía colocada frente a ella. Me hizo señas para que me sentara, y luego me sirvió un trago. Yo le agregué un poco de almíbar de naranja a la ginebra, para quitarle el sabor.
—Robbie —me dijo con esa franqueza que ya me resulta tan familiar—. Voy a dejarte.
Mascullé algo en respuesta. Había esperado algún desenlace de este tipo durante meses, aunque no tenía idea de cómo me enfrentaría a él si, como en este momento, sucedía.
—Voy a dejarte —dijo otra vez—, y luego voy a regresar. ¿Quieres saber por qué?
Le dije que sí.
—Porque hay algo que quieres más de lo que me quieres a mí. Supongo que si voy y lo encuentro por ti, entonces tengo la oportunidad de hacer que me quieras otra vez.
Le aseguré que la quería tanto como siempre, pero me cortó en seco.
—Sé lo que está pasando —me aseguró—. Tú y este tal Alfred Borden sois como dos amantes que no consiguen llevarse bien. ¿No es así?
Traté de esquivarla con evasivas, pero cuando vi la determinación en sus ojos asentí rápidamente.
—¡Mira esto! —dijo, y agitó la edición de esta semana de
The Stage
—. Mira aquí. —
Dobló el periódico por la mitad y me lo pasó. Había marcado con un círculo uno de los avisos clasificados de la primera plana.
—Ése es tu amigo Borden —me dijo—. ¿Ves lo que dice?
Se requiere una atractiva y joven asistente femenina para empleo de tiempo completo. Debe ser una experta coreógrafa, conservarse bien y mantenerse en forma, y debe también estar dispuesta a viajar y a trabajar durante largas horas, tanto en el escenario como fuera de él. Es esencial que posea una apariencia agradable, así como también la disposición para participar en emocionantes y exigentes rutinas ante públicos muy numerosos.
Por favor enviar solicitudes, adjuntando referencias adecuadas, a…
Lo que seguía era la dirección de la sala de ensayo de Alfred Borden.
—Ha estado publicando anuncios en busca de una asistente desde hace un par de semanas, así que supongo le debe estar resultando difícil contratar a una. Imagino que yo podría ayudarle.
—Quieres decir que tú…
—Siempre dices que soy la mejor asistente que nunca has tenido.
—¿Pero tú…? ¿Vas a trabajar para
él
? —Negué con la cabeza tristemente—. ¿Cómo puedes hacerme esto, Olivia?
—Tú quieres averiguar cómo realiza ese truco, ¿no es así? —me preguntó.
Cuando caí en la cuenta de lo que me estaba diciendo, me senté silenciosamente ante ella, mirándola fijamente y maravillándome. Si ella podía ganarse su confianza, trabajar con él durante los ensayos y sobre el escenario, moverse libremente en su taller, no pasaría mucho tiempo antes de que el secreto de Borden llegara a ser mío.
Enseguida nos pusimos a ultimar los detalles.
Estaba preocupado por el hecho de que podría reconocerla, pero Olivia no lo creía posible. —¿Crees que se me hubiera ocurrido esto si pensara que sabe mi nombre? —dijo arrastrando las palabras. Me recordó que había tenido que dirigirse a ella como «inquilina». Encontrar referencias fiables pareció ser durante un tiempo un problema sin solución, porque Olivia no había trabajado para nadie excepto para mí, pero me hizo ver que yo era perfectamente capaz de falsificar cartas.
Y yo tenía dudas, no me importa admitirlo aquí. La idea de esta hermosa y joven mujer, que había causado estragos tan excitantes y emocionantes en mí, y renunciado a su propia vida para estar conmigo, y que, en fin, lo había compartido prácticamente todo conmigo durante cinco años, la idea de ella preparándose para entrar en el bando de mi peor enemigo era casi pedir demasiado.