El prestigio (32 page)

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Authors: Christopher Priest

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: El prestigio
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Pasaron dos horas o más mientras discutíamos su idea, y comenzábamos a trazar nuestros planes. Vaciamos la botella de ginebra, mientras Olivia seguía diciendo:

—Te conseguiré el secreto, Robbie. Eso es lo que quieres que haga, ¿verdad? —Y yo dije que sí, pero que no quería perderla.

El fantasma de la crueldad de Borden pendía amenazante sobre nosotros. Yo estaba desgarrado entre la euforia de realizar un ataque definitivo contra él y la posibilidad de que él preparara una venganza aún más grande si llegara a darse cuenta de que Olivia era mía. Le hice saber de mis dudas y miedos. Y ella me contestó: —Volveré contigo, Robbie, y te traeré el secreto de Borden… —Pronto estábamos los dos embriagados, los dos juguetones y cariñosos, ¡y yo no regresé a mi propio apartamento hasta esta mañana después del desayuno!

En este momento ella se encuentra en su propio apartamento, redactando el borrador de una carta de solicitud de empleo para Alfred Borden. Debo ir a falsificar una o dos recomendaciones para ella. Estamos utilizando la dirección de su criada para la lista de correos; y como un subterfugio adicional utilizará el nombre de soltera de su madre.

7 de agosto de 1898

Hace una semana que Olivia le envió la solicitud a Borden para el empleo, y no hemos recibido ninguna respuesta. En cierto sentido esto es casi irrelevante, porque desde que surgió esta idea, Olivia y yo hemos sido tan dulces y afectuosos el uno con el otro como lo estuvimos durante aquellas excitantes semanas de mi gira estadounidense. Está más hermosa que nunca, y ha abandonado completamente la ginebra.

14 de agosto de 1898

Borden ha contestado (al menos, un asistente llamado T. Elbourne contestó en representación de él), sugiriendo una entrevista a principios de la semana que viene.

De repente la idea se me hace repugnante, pues en estos últimos días he disfrutado de una renovada felicidad con Olivia, y estoy menos dispuesto que nunca a verla caer en las garras de Borden…, incluso si fuera a causa de un ardid originado por nosotros mismos.

Olivia aún quiere seguir adelante con todo esto. Alego razones contra sus propósitos. Minimizo la importancia de su truco, le quito importancia a la seriedad de la disputa, intento descartar todo el asunto riéndome de él.

Sin embargo, me temo que en el pasado le di a Olivia muchos meses y muchos años para pensar a solas.

18 de agosto de 1898

Olivia ha ido a la entrevista y ha regresado, y dice que el puesto es suyo.

Mientras estuvo ausente me sentí preso de la ansiedad, el miedo y el arrepentimiento. Las sospechas que Borden despierta en mi ánimo casi me llevaron, un segundo después de que se fuera, a pensar que había colocado el anuncio con la intención de hacerla caer en la trampa, y tuve que controlarme para no salir corriendo detrás de ella. Fui a mi taller y traté de distraerme con prácticas de espejo, pero al final vine a casa y de nuevo empecé a pasearme de una punta a otra de mi habitación.

Olivia estuvo fuera durante mucho tiempo, más del que cualquiera de los dos había esperado, y estaba pensando seriamente qué debía hacer, cuando de repente llegó de regreso. Estaba sana y salva, eufórica y emocionada.

Sí, el empleo es suyo. Sí, Borden leyó las referencias que yo había escrito y las aceptó como genuinas. No, aparentemente no sospechaba de mí ni de que existiera ningún tipo de conexión entre nosotros.

Me habló de algunos artefactos que había visto en su taller, pero todo era tan común y corriente que resultaba decepcionante.

—¿Mencionó algo acerca del truco del cambio? —le pregunté.

—Ni una sola palabra. Pero me dijo que había algunos trucos que realizaba solo, y para los cuales no necesitaba a una asistente en el escenario.

Más tarde, aduciendo que estaba cansada, se fue a dormir a su apartamento, y aquí estoy una vez más, solo. Debo tratar de ser comprensivo; es agotador pasar una audición, cualesquiera que sean las circunstancias.

19 de agosto de 1898

Resulta que Olivia ha comenzado a trabajar con Borden inmediatamente. Cuando fui hasta la puerta de su apartamento esta mañana, la criada me dijo que Olivia se había levantado temprano, y no volvería a casa hasta esta tarde.

20 de agosto de 1898

Olivia llegó ayer a las cinco de la tarde, y a pesar de que se fue directamente a su apartamento, me recibió cuando llamé a su puerta. Otra vez parecía estar cansada. Yo ansiaba noticias, pero todo lo que me dijo fue que Borden se había pasado el día enseñándole trucos en los que ella participaría, y que los había estado ensayando intensamente.

Más tarde cenamos juntos, pero evidentemente estaba cansada y se fue otra vez a dormir sola a su apartamento. Esta mañana salió de casa muy temprano.

21 de agosto de 1898

Un domingo, y ni siquiera Borden trabaja. En casa conmigo durante todo el día, Olivia mantiene completo silencio en lo que respecta a sus actividades en el taller de Borden, y esto me tiene desconcertado. Le pregunté si se sentía atada por la ética profesional, que tal vez sintiera que no debe revelarme los mecanismos de su magia, pero me dijo que no. Durante unos pocos segundos vislumbré a la Olivia de hace dos semanas. Se rió y me dijo que por supuesto sabía cuáles eran sus lealtades.

Sé que puedo confiar en ella, por muy difícil que sea probarlo, así que no he mencionado el tema en todo el día. Como consecuencia, hoy hemos disfrutado juntos de un día inocente y común, mientras dábamos un largo paseo por Hampstead Heath bajo los tibios rayos del sol.

27 de agosto de 1898

El final de otra semana, y Olivia todavía no tiene ninguna información para mí.

Parece no estar dispuesta a hablarme sobre eso.

Esta noche me dio un pase gratis para la próxima serie de presentaciones de Borden. Con un programa que describe al espectáculo como «una obra extravagante y fantástica», éste estará en cartelera en el Teatro Leicester Square durante dos semanas.

Olivia estará con él sobre el escenario en todas las funciones.

3 de septiembre de 1898

Olivia no ha regresado a casa esta noche. Estoy desconcertado, alarmado y lleno de malos presentimientos.

4 de septiembre de 1898

Envié a un chico al taller de Borden con un mensaje para ella, pero regresó para decirme que el lugar estaba cerrado con llave y aparentemente no había nadie dentro.

6 de septiembre de 1898

Sin importarme descubrirla, salí en busca de Olivia. Primero fui al taller de Borden, que estaba vacío tal como me lo habían descrito, luego a su casa en St. Johns Wood, y por fortuna descubrí un café desde el cual podía observar la fachada del edificio. Estuve allí sentado todo el tiempo que pude, pero sin ser recompensado con algún indicio, algo significativo. Sin embargo, sí vi a Borden en persona, abandonando su casa con una mujer que supuse era su esposa. Un carruaje se detuvo frente a la casa a las dos de la tarde, y después de una breve pausa, Borden y la mujer aparecieron, y luego se subieron al carruaje. Poco después salió en dirección a la zona Oeste de Londres.

Tras esperar unos largos diez minutos para asegurarme de que estaban ya lejos de la casa, caminé nerviosamente hasta la puerta y toqué el timbre. Me atendió un sirviente.

Dije directamente:

—¿Se encuentra aquí la señorita Olivia Svenson?

El hombre pareció sorprenderse.

—Creo que debe estar buscando en el sitio equivocado, señor —me dijo—. Aquí no hay nadie con ese nombre.

—Lo siento —dije, recordando justo a tiempo que habíamos utilizado el nombre de soltera de su madre—. Mi intención era preguntar por la señorita Wenscombe. ¿Se encuentra por casualidad ella aquí?

Una vez más el hombre negó con la cabeza, educada y correctamente.

—Aquí no hay ninguna señorita Wescombe, señor. Tal vez debería preguntar en la Oficina de Correos de la calle High.

—Sí, de hecho eso es lo que haré —contesté, y, para evitar seguir llamando la atención, emprendí la retirada.

Regresé a mi puesto de vigilancia desde el café y esperé allí durante una hora más, al final de la cual Borden y su esposa regresaron a la casa.

12 de septiembre de 1898

Al no tener indicio alguno de que Olivia regresara a casa, tomé el pase que me había dado y fui a la taquilla del Teatro Leicester Square. Allí pedí una entrada para el espectáculo de Borden. Deliberadamente escogí una butaca cerca del fondo de la platea, para que mi presencia no fuera vista desde el escenario.

Después de su habitual comienzo con «Los eslabones chinos», Borden hizo aparecer rápida y eficazmente a su asistente dentro de una caja. Por supuesto, era mi Olivia, resplandeciente con un vestido cubierto de lentejuelas que brillaba y lanzaba destellos bajo la luz de los focos eléctricos. Caminó con elegancia hasta los bastidores, desde donde emergió unos segundos después, ahora vestida con un atractivo traje tipo malla. La descarada voluptuosidad de su apariencia me aceleró el pulso, incluso a pesar de mis intensos y desesperados sentimientos de pérdida.

Borden llegó al punto álgido de su espectáculo con el truco eléctrico del cambio, y lo llevó a cabo con un don que me hundió aún más profundamente en mi depresión.

Cuando Olivia regresó al escenario para hacer la reverencia final con él, mi tristeza era total. Estaba hermosa, feliz y emocionada, y ante mi perturbada mirada, me pareció que cuando Borden tomaba su mano durante los aplausos, lo hacía con un cariño innecesario.

Decidido a terminar de verlo todo, salí corriendo del auditorio y me apresuré a llegar a la entrada de artistas. Aunque esperé hasta que los demás artistas salieran en fila y se adentraran en la noche, y hasta que el portero hubiera cerrado la puerta con llave y apagado las luces, no vi ni a Borden ni a Olivia abandonar el edificio.

18 de septiembre de 1898

Hoy la criada de Olivia, a quien retuve en la casa hasta que ella regresara, me trajo una carta que había recibido de su antigua ama.

La leí ansiosamente, aferrándome a la esperanza de que contuviera una pista de lo que había ocurrido, pero simplemente decía:

Lucy:

Por favor, si eres tan amable, prepara las maletas y cajas con todas mis pertenencias, y envíalas lo antes posible a la entrada de artistas del Teatro Strand.

Por favor, asegúrate de que todo quede etiquetado indicando claramente que es para mí, y yo me ocuparé de recogerlo.

Aquí te envío una suma de dinero para cubrir los gastos, y lo que sobre puedes quedártelo tú. Si necesitas referencias para tu próximo empleo, el señor Angier por supuesto escribirá una carta para ti.

Gracias,

Olivia Svenson

Tuve que leerle esta carta en voz alta a la pobre chica, y explicarle lo que tenía que hacer con el billete de cinco libras que Olivia le había enviado.

4 de diciembre de 1898

Actualmente estoy ocupado actuando en una temporada de espectáculos en el Teatro Plaza de Richmond, a orillas del río Támesis. Esta noche estaba relajándome en mi camerino entre la primera y la segunda función, momentos antes de salir a buscar un bocadillo para cenar con Adam y Gertrude, cuando alguien llamó a la puerta.

Era Olivia. La dejé entrar en el camerino casi sin pensar lo que estaba haciendo. Se la veía hermosa pero muy cansada, y me dijo que había estado tratando de localizarme durante todo el día.

—Robbie, te he conseguido la información que deseas. —Me dijo, y sacó un sobre cerrado para enseñármelo—. Te he traído esto, a pesar de que debes entender que no voy a volver contigo. Tienes que prometerme que vuestro odio mutuo terminará inmediatamente. Si lo haces, te dejaré el sobre.

Le dije que en lo que a mí respectaba, la disputa ya había terminado.

—¿Entonces por qué necesitas todavía este secreto?

—Tú sabes muy bien por qué —le dije.

—¡Únicamente para proseguir con vuestro enfrentamiento!

Sabía que estaba cerca de la verdad, pero le dije: —Siento curiosidad.

Tenía prisa y debía irse, y me dijo que Borden ya sospecharía de su prolongada ausencia. No le recordé la espera similar que yo había tenido que soportar cuando comenzó este engaño.

Le pregunté por qué había escrito el mensaje, cuando podría habérmelo dicho fácilmente con palabras. Dijo que era demasiado complicado, que se trataba de un diseño demasiado intrincado, y que había copiado la información de las anotaciones del propio Borden. Finalmente, me entregó el sobre.

Mientras lo tomaba, le dije:

—¿Realmente éste es el final del misterio para mí?

—Creo que lo es, sí.

Se dio vuelta para irse y abrió la puerta.

—¿Puedo preguntarte otra cosa más, Olivia?

—¿Qué?

—¿Es Borden un hombre, o dos?

Sonrió, y desesperadamente vislumbré la sonrisa de una mujer pensando en su amante.

—Es solamente
un
hombre, te lo aseguro.

La acompañé hasta el pasillo, donde podía oírse al personal técnico holgazaneando por ahí.

—¿Eres feliz ahora? —le pregunté.

—Sí, lo soy. Siento haberte lastimado, Robbie.

Entonces me dejó, sin un abrazo, ni siquiera una sonrisa o una caricia en las manos. Durante las últimas semanas me había armado de entereza para hacerle frente, pero aun así fue doloroso estar con ella de ese modo.

Regresé al camerino, cerré la puerta y apoyé todo mi peso contra ella. Abrí el sobre de inmediato. Contenía una hoja de papel, y en ella Olivia había escrito solamente una palabra.

Tesla.

1900

3 de julio de 1900

En algún lugar de Illinois.

Salimos de la Estación de la calle Chicago Union a las nueve de la mañana, y después de un lento viaje a través del yermo industrial que rodea a la más animada y emocionante de las ciudades, nos hemos estado desplazando, desde entonces, a una velocidad considerable, atravesando las llanuras agrícolas hacia el oeste.

Tengo una espléndida litera en donde dormir, y un asiento reservado permanentemente para mí en el salón de primera clase. Los trenes estadounidenses están equipados suntuosamente y son de lo más confortables para viajar. Las comidas, preparadas en un vagón exclusivamente dedicado a la cocina, son generosas, nutritivas y servidas de forma atractiva. He estado viajando durante cinco semanas en las líneas de ferrocarril de Estados Unidos, y raras veces he sido tan feliz o tan bien alimentado. ¡No me atrevo a pesarme! Siento que estoy arrellanado con firmeza en el gran mundo estadounidense de la comodidad, la abundancia y la cortesía, mientras el enorme campo de Estados Unidos se desliza por detrás de las ventanillas.

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