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Authors: James Lowder

Tags: #Fantástico, Aventuras

El principe de las mentiras (33 page)

BOOK: El principe de las mentiras
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—Por lo general permito la entrada de huéspedes a la sala del trono, pero semejante pompa no es necesaria entre aliados —dijo el señor de las Sombras mientras atravesaban el vestíbulo—. Iremos a mi estudio.

Un jadeante mastín de sombra del tamaño de un oso saludó al dios de la Intriga cuando Máscara entró en el estudio. La bestia parecía flotar sobre las alfombras de intrincados diseños. Una lengua tan negra como una noche sin luna asomaba por encima de los dientes igualmente negros. Sólo los ojos de la criatura destacaban en su forma tenebrosa, brillantes y relucientes como el platino bajo la luz de las velas.

Máscara se sentó en un sillón orejero, tan mullido que dio la impresión de engullir su forma completamente.

—Pues bien, Oghma, ¿de qué se trata realmente?

El señor del Conocimiento permaneció de pie, incómodo a pesar de estar rodeado por la biblioteca de Máscara.

—¿Qué quieres decir?

—Tu plan contra Cyric —le señaló Máscara mientras acariciaba con aire distraído al mastín de sombra—. Es evidente que tienes algún plan en marcha.

—Eso puede esperar —lo interrumpió Mystra—. Aquí estamos protegidos de cualquier escudriñamiento, Máscara. ¿Dónde está Kelemvor?

—En dominios de Cyric... Bueno, muy, muy cerca. —Ante la mirada furiosa de Mystra alzó una mano enguantada en un gesto defensivo—. Basta de pirotecnias, señora. Seré más específico.

El dios de la Intriga indicó al perro que se apartara. Después de acercarse más a Oghma, el sabueso se acomodó en las sombras que rodeaban la chimenea.

—Como iba diciendo —continuó Máscara—, el alma de Kelemvor Lyonsbane reside en la Ciudad de la Lucha, pero está oculta a Cyric por un ser muy poderoso.

—¿Por quién? —inquirió Oghma.

—Vamos —se burló Máscara con una risita—. Vosotros sois inteligentes. ¿Por dónde se empieza a buscar algo que se ha perdido? —Hizo una pausa momentánea y prosiguió—. En el último lugar en que lo vimos, por supuesto. Y la última vez que se vio a Kelemvor fue en lo alto de la torre de Bastón Negro, ensartado en el extremo de...

—¡Godsbane! —gritó Mystra—. ¿La espada lo ha estado ocultando de Cyric todos estos años?

Máscara asintió con un gesto de fingida humildad.

—Debo admitir que la he ayudado mantener a oculto a Kel, al menos un poco.

—Quiero que vuelva. —Mystra dio un paso amenazador hacia el señor de las Sombras—. Ahora. —El mastín se puso en pie de un salto y se situó, gruñendo, entre los dos dioses.

Con gesto displicente, el dios de la Intriga obligó al sabueso a sentarse.

—No es tan sencillo. Godsbane liberará al alma de Kelemvor si la ayudamos a vengarse de Cyric. Está bastante ofendida. Dijo algo así como que Cyric había tratado de quebrantar su voluntad durante la Era de los Trastornos...

—¿Y a ti qué te va en todo esto, Máscara? —preguntó Oghma—. A ver si lo adivino. Tú y la espada habéis tramado su derrocamiento.

Máscara asintió admirativamente.

—Totalmente correcto, Encuadernador. Todavía se pueden tener esperanzas con respecto a ti.

Mystra, que se paseaba por delante de la chimenea como una bestia enjaulada, se detuvo de repente y se encaró al dios del Conocimiento.

—¿Y qué me dices de ti? ¿Cuál es tu papel en todo esto?

—La última vez que pregunté eso mismo tú lo interrumpiste —se burló Máscara.

Oghma hizo caso omiso del señor de las Sombras.

—He estado tratando de oponerme al libro de Cyric —dijo por fin, dejándose caer en una butaca—. Una tarea muy acorde con mis atribuciones.

—Pero ¿qué es exactamente lo que estás haciendo? —insistió Máscara. Se inclinó hacia adelante con gesto ávido—. Sea lo que sea, lo has mantenido bien oculto. Llevo algún tiempo tratando de averiguar algo.

—He estado ayudando a los grupos clandestinos de Zhentil Keep —admitió Oghma a regañadientes—. Con mi ayuda, están creando una versión verdadera de la vida de Cyric.

—¡Brillante! —rugió Máscara—. Jamás hubiera pensado que serías capaz de eso, Encuadernador, pero es un plan aplastante. Cuando el libro esté terminado, los conspiradores se valdrán de él para remover los cimientos del culto a Cyric...

—Lo usarán para desmentir su versión —lo corrigió Oghma—. Para asegurarse de que su libro no cambie totalmente la historia del mundo. —Se reclinó en su butaca y las sombras se deslizaron por sus agraciadas facciones—. Pero todo eso corre peligro ahora que Cyric vuelve a contar con la magia. No sé si podré mantener ocultos a mis agentes por más tiempo.

—Ah, pero ahora tienes dos aliados para ayudarte —dijo Máscara.

—¿Quién dijo que pensara aliarme con vosotros? —puntualizó Mystra con aspereza.

—Si quieres que vuelva Kelemvor deberías pensarte lo de participar en nuestra pequeña conspiración —le aconsejó Máscara con voz sorda.

De los ojos de Mystra brotaron chispas.

—¿Me amenazas, Máscara? ¿Ya empiezas a recurrir a las amenazas?

—Cyric tiene medios para encontrar a Kelemvor —apuntó Oghma con voz sombría. La encarnación del Encuadernador que se había enfrentado con Cyric llegó en ese momento a la Morada de las Sombras. Los otros dioses no vieron la fusión de las dos encarnaciones, pero sí repararon en la súbita aparición de un libro en las manos de Oghma—. Este volumen perteneció a Gargauth. Aquí hay un conjuro que le permitirá a Cyric encontrar cualquier objeto, independientemente de la cantidad de dioses que traten de ocultarlo.

—¿Y él lo ha visto? —preguntó Máscara con un deje de preocupación en la voz.

—Acaba de verlo. Abandonó mi sala del trono hace apenas unos instantes.

—Déjame ver el conjuro —solicitó Mystra situándose junto a Oghma.

El dios del Conocimiento abrió con cuidado el libro para que Mystra pudiera leerlo. Ella paseó la mirada por la página, recogiendo el contenido mágico mucho más rápido de lo que lo había hecho Cyric.

—A los dioses les llevará días preparar los sacrificios necesarios —declaró Mystra—. Y el encantamiento final requerirá un enorme estallido de energía. Cyric tendrá que provocar un frenesí entre sus fieles para conseguirlo.

Máscara se frotó nerviosamente las manos.

—¿Entre todos ellos?

—No, bastará con el populacho de una gran ciudad.

—Zhentil Keep —dijo Máscara—. Ha dedicado mucho tiempo y energía a tratar de unificar el lugar bajo la égida de su Iglesia; seguro que recurrirá a ellos. —Hizo una pausa, apabullado por la claridad del plan que se iba desplegando por los retorcidos callejones de su mente—. Lo tenemos. Su reinado toca a su fin...

Máscara abandonó ágilmente su sillón. Su capote de oscuridad flotó alrededor de él mientras avanzaba hacia el señor del Conocimiento.

—¿Está a punto de terminarse tu libro, Encuadernador?

—Un día de éstos.

—Es probable que Cyric organice alguna concentración, una manifestación que sirva para centralizar el culto en la ciudad. —Máscara apuntó con un dedo al dios del Conocimiento—. Es preciso que tengas el libro terminado antes de que eso suceda, lo más cerca posible de ese acontecimiento.

—Eso sólo conseguirá retrasarlo —dijo Mystra desdeñosa—. Aun cuando destruyamos su iglesia en Zhentil Keep, se trasladará a otra ciudad, a otro grupo de fanáticos.

—Ya, pero sacudir las bases de Zhentil Keep no es más que la mitad del plan —repuso Máscara con tono intrigante—. Si el libro del Encuadernador puede poner a un gran número de fieles contra Cyric al mismo tiempo, eso lo hará vulnerable. Si al mismo tiempo llegase a estallar una revuelta en la Ciudad de la Lucha...

—Estás loco —le espetó Oghma cerrando el libro con más fuerza de la que pretendía. La antigua encuadernación se rompió y saltaron por los aires fragmentos del pergamino—. Si el Reino de los Muertos se revuelve y Cyric resulta destronado los reinos mortales serán presa del caos.

—A menos que un nuevo dios de los Muertos llegue para ocupar su lugar en el Castillo de los Huesos antes de que se extienda el caos —corrigió el señor de las Sombras—. Estoy seguro de que Godsbane recurriría a mí para que la ayudara a doblegar a los rebeldes... Por supuesto, una vez que Cyric haya sido destronado.

—¿Y por qué íbamos a ayudarte a apoderarte de la corona de Cyric? —preguntó Mystra.

—Porque yo no estoy tan loco como el Príncipe de las Mentiras —fue la aplastante respuesta de Máscara—. Porque vosotros dos necesitáis parar a Cyric muy pronto, antes de que encuentre a Kelemvor o acabe su Cyrinishad. Os estoy ofreciendo un plan claro que tiene muy buenas oportunidades de triunfar. ¿Podéis vosotros mejorarlo?

Mystra volvió a pasearse delante de la chimenea. Las llamas a nivel del suelo proyectaban enormes imágenes de sombra de la diosa sobre la pared opuesta.

—Vamos a necesitar a alguien que lidere la revolución —apuntó Mystra después de un rato—. ¿Qué tal los inquisidores?

—Son revolucionarios natos —opinó Máscara—. Por el aspecto de esas armaduras apostaría que las almas atrapadas en su interior tienen algún agravio contra Cyric. El problema está en contrarrestar las órdenes que se les dieron.

—¿Los inquisidores? —En la voz de Oghma había extrañeza—. Pero si los destruiste.

—Pareció que los había destruido —corrigió Mystra—. No quería acabar con las pobres sombras atrapadas dentro, pero tampoco estaba dispuesta a dejar que Cyric se las llevara de vuelta al Hades.

—Una vez más debo admitir que ayudé a la dama en su engaño. Muy astuto, ¿no te parece? —preguntó Máscara ladinamente—. Pero no les digas a los demás miembros del Círculo que han sido engañados.

El dios del Conocimiento hizo un gesto de disgusto. Ya había sido implicado en los planes del dios de las Sombras más de lo que le habría gustado. Sin embargo, al haber recuperado el dominio de la magia, Cyric sin duda descubriría a los conspiradores. Para proteger la causa del conocimiento en los reinos mortales, Oghma no tenía más remedio que seguir adelante con esta intriga.

¿O acaso era simplemente que las demás opciones se habían vuelto menos expeditivas?

La imagen de su biblioteca, siempre tan despejada y cómoda, se desvaneció por un instante de la mente de Oghma. En su lugar apareció un vacío gris, frío e infinito. Presa del pánico, el Encuadernador dedicó gran aparte de su vasta conciencia a recuperar la imagen perdida.

El sentido de resolución, de seguridad, volvieron bastante rápido, pero trajeron consigo un miedo punzante.

Las intrigas de Máscara y el enfrentamiento con Cyric habían llevado a Oghma inadvertidamente a los límites de su dominio, a un lugar donde las decisiones sobre el arte y el conocimiento en los reinos mortales no podían tomarse sobre una base sólida. Un paso en falso, una acción que destruyese más conocimiento del que preservaba, y se encontraría al borde del abismo. Y del vacío que aguardaba al otro lado no había posibilidad de retorno, ni siquiera para un dios.

Desde los callejones de Zhentil Keep, duras palabras dichas a otras de las encarnaciones de Oghma se colaron hasta su conciencia. Su mente se aferró a las admoniciones para apartarse del vacío. Al menos aquí había un problema que estaba en sus manos solucionar...

* * *

Rinda rodeaba firmemente sus rodillas con los brazos y se balanceaba adelante y atrás con la cabeza gacha. Llevaba horas en la misma postura, aunque su mente atenazada por el miedo parecía no reparar ni en el dolor de la espalda ni en los calambres de las piernas.

—No hay esperanza —repetía en un susurro—. No hay esperanza.

Su casa se había convertido en una prisión, el único lugar que su patrono consideraba a salvo de los inquisidores de Cyric. Aparte de las ocasiones en que el señor de los Muertos la llamaba a la tienda del fabricante de pergaminos para trabajar en su libro, permanecía en casa, bajo el escudo mágico erigido para ocultar
"La verdadera vida de Cyric"
al dios de la Muerte. Casi no comía, y no solía dormir más de una hora seguida. Se había convertido en una sombra demacrada de lo que antes era.

«Han sido capturados
—le llegó una voz familiar—.
Los inquisidores ya no asolarán las calles de la ciudad».

La armonía de las palabras multitonales pretendía ser reconfortante, pero Rinda no encontró consuelo en ellas. Volvió los ojos verdes, enrojecidos y rodeados de oscuras ojeras, hacia el techo.

—¿Fue obra tuya? —preguntó.

«No, fue uno de los otros dioses. Cyric tiene muchos enemigos».

Rinda suspiró. También Ivlisar se había ido. Eso pensaba, ya que el elfo no había acudido a verla desde hacía días; casi desde el asesinato de Hodur.

—¿Vendrán Fzoul y Vrakk a reunirse conmigo otra vez?

«Es poco probable, Rinda. Cyric ha recuperado el uso de la magia, de modo que debo concentrar mi poder en mantener la protección alrededor de esta vivienda. Necesitas protección...»

—No es por mí —rebatió la escriba con amargura—. Es por el libro. Sólo quieres asegurarte de que permanezca oculto a los ojos de Cyric. Es una suerte que por casualidad yo viva aquí.

Se puso de pie y se dirigió a un gran agujero que había en la pared. Por él miró lo que sucedía en la calle. La nieve caía en enormes copos blancos cubriendo los sombríos edificios y la calle congelada bajo un manto de alabastro. Una mujer, doblada por la edad o por la enfermedad o por ambas cosas, pasó arrastrando los pies cubierta con un chal. Una banda de chicos harapientos pasó corriendo junto a ella. Los chicos se dividieron en dos grupos desiguales y empezaron a lanzarse bolas de nieve. El menos numeroso, evidentemente abrumado por una descarga de nevados misiles, gritó que se rendía, y todos salieron corriendo otra vez, dejando atrás a un pequeño ensangrentado y lloroso.

Rinda luchó con todas sus fuerzas para reprimir el impulso de salir y ayudarlo curándole las heridas y enjugándole las lágrimas.

«Más te valdría quedarte dentro
—dijo el dios—.
Aunque los inquisidores se han ido, lo más seguro es que Cyric desate nuevos terrores sobre la ciudad para detectar a los traidores».

—Fuera de mi cabeza —le soltó Rinda. Fijó sus pensamientos en lo más sacrílego y profano que se le ocurrió por si todavía permanecía allí.

«Fzoul y Vrakk han encontrado una manera de seguir adelante con sus vidas, Rinda. Tú deberías tratar de hacer lo mismo».

—¿Ah, sí? —Puso los brazos en jarras—. Ellos se prestaron voluntariamente para participar en el complot, pero yo no. Tú y Cyric os limitasteis a irrumpir en mi vida y a exigir mi cooperación.

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