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Authors: James Lowder

Tags: #Fantástico, Aventuras

El principe de las mentiras (31 page)

BOOK: El principe de las mentiras
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—El libro que está obligando a escribir a sus secuaces os afectará a todos —replicó Mystra con frialdad—. Pero sólo unos cuantos de vosotros os habéis manifestado contra Cyric por eso. ¿Dónde está la justicia, entonces? ¿Cuándo se inclina el equilibrio contra los caprichos del señor de los Muertos?

—Como ya te he dicho antes, señora, debes tener paciencia —declaró Oghma—. Hasta el momento hemos obstaculizado la escritura del libro, ¿o no es así? En cuanto a los demás crímenes de Cyric... el equilibrio siempre ha corregido esos ultrajes en el pasado.

—Y yo estoy dispuesto a poner algo de mi parte para reparar cualquier daño que pudiera haber causado al enfadarme por denegárseme el uso del tejido —ofreció Cyric—. Devolvedme los inquisidores y yo garantizo al Círculo que en el futuro los usaré exclusivamente contra mis fieles.

Mystra rió sarcásticamente.

—Pero sólo si se te vuelve a conceder el uso de la magia, ¿verdad?

—Precisamente, señora —Cyric acompañó sus palabras con una inclinación de cabeza—. Precisamente.

Lathander, dios de la Renovación, se puso de pie, relucientes los ojos bajo la suave luz del amanecer.

—Mystra, podríamos encontrar una manera de desestimar los cargos contra ti —comenzó—, pero sólo si accedes a empezar de nuevo.

—¿Es que ninguno de vosotros se da cuenta de la clase de monstruo que es? —insistió la señora de los Misterios.

—¿Un monstruo? ¿Cómo es posible? —inquirió Oghma con voz cortante como el acero—. ¿Porque usa ilusiones y engaño para atraer a sus víctimas? Piensa cómo hiciste caer a los inquisidores en tu trampa, señora.

—Y está la cuestión del Perro del Caos —dijo Cyric con suavidad—. La evidencia hallada en lo alto de la torre de Bastón Negro...

—Más te valdría no mencionar ese crimen —le advirtió Tyr—. Tienes suerte de que la bestia no causara ningún daño a algún fiel, de lo contrario alguno de nosotros hubiera presentado cargos contra ti por liberar al Perro...

—Pero Mystra conspiró para tomar prisionero a Kezef, y al hacerlo causó a sabiendas la muerte de su propio y leal seguidor —murmuró Cyric—. Ella no es quién para juzgar mi estatura moral.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Mystra—. No sé nada de Kezef. Jamás me enfrenté a la bestia.

El señor de los Muertos se fingió sorprendido.

—Pero las pruebas demuestran todo lo contrario.

Con un golpe de los nudillos sobre el podio, Tyr impuso silencio al tribunal.

—Las pruebas que nos has presentado: es decir el símbolo sagrado y el pergamino del conjuro, podría haberlas dejado cualquiera. La justicia exige pruebas.

—La justicia exige que salve a la señora de los Misterios de un castigo que no merece —intervino Máscara. Cuando el señor de las Sombras salió de la esquina más próxima a Mystra, una oleada de sorpresa recorrió la estancia; nadie había visto a Máscara en ese rincón hasta el momento en que empezó a hablar.

»Fui yo quien capturó a Kezef. Hacer que la culpa recayera en la diosa fue un golpe de intriga. —Máscara se desplazó hasta donde estaba Mystra—. En este tipo de cuestiones no puedo evitarlo, aunque también actué movido por el miedo. Ninguno de vosotros desea admitirlo, pero sabéis que la señora de los Misterios está en lo cierto. Cyric nos amenaza a todos.

—Lo que yo sospechaba —murmuró el Príncipe de las Mentiras. La espada corta y rosácea que llevaba sobre la cadera despidió un brillo furioso—. ¿Dónde está el Perro del Caos?

—Donde nunca podrás encontrarlo —respondió Máscara, desafiante—. Pero no te preocupes, se presentará ante tu puerta tarde o temprano. Así son los perros.

Cyric se limitó a sonreír ante el pullazo.

—¿De dónde sacaste el conjuro que te permitió capturarlo con tanta facilidad? Esos encantamientos están fuera de tu alcance, señor de las Sombras.

—De mi biblioteca —suspiró Oghma.

—De modo que tú fuiste su cómplice —dijo con voz sibilante Cyric—. Dime, ¿qué tiene que ver Kezef con el conocimiento, Encuadernador? Eres tan culpable como Medianoche de excederte en tus atribuciones.

—El conocimiento contenido en mi biblioteca está a disposición de todos los dioses —respondió Oghma. Su voz fue atronadora y amenazante, como las canciones marciales escritas por los nigromantes de Thay—. Máscara me solicitó la información. A cambio de este servicio, él me suele proporcionar alguna historia perdida para que la incluya en mis libros.

—¿De modo que me habrías dado a mí el conjuro si lo hubiera canjeado por algún fragmento adecuado de conocimiento? —preguntó Cyric ladinamente.

—Por supuesto, el conocimiento debe circular libremente hacia donde es requerido.

—Lo tendré en cuenta, Encuadernador. —El señor de los Muertos hizo un lento asentimiento con la cabeza.

—Basta ya, Cyric —dijo Tyr—. No debe sorprenderte que haya tantos entre nosotros dispuestos a oponernos a ti...

—Sin embargo, sólo debería esperar oposición de aquellos de vosotros a quienes amenazaran mis atribuciones —replicó el Príncipe de las Mentiras—. Esa es la ley de Ao, ¿no es cierto?

Oghma se puso de pie, luego se acercó a Tyr y susurró algo al oído del viejo juez.

—Sí —dijo el dios de la Justicia—, dada la naturaleza del conflicto, podría ser necesaria una solución de compromiso.

Tyr se enfrentó a los asistentes una vez más con gesto envarado y digno.

»Puesto que tanto el acusador como la acusada tienen una peculiaridad que los distingue del resto de nosotros, ya que han sido ascendidos desde los reinos mortales a sus puestos de poder, podemos perdonar esta falta de criterio de ambas partes. Cyric, deberás participar en todas las reuniones del Círculo y atenerte a todas sus decisiones...

—Si se me permite cumplir con mis atribuciones sin cortapisas...

—Sin condiciones —replicó Tyr con firmeza—. Este proceso debe dejar claro que el Círculo puede ejercer su propio control.

—Por supuesto —aceptó Cyric, aunque no disimuló muy bien su disgusto ante esa concesión.

—En cuanto a ti, Mystra —añadió Tyr—. Debes renunciar a tu venganza contra el señor de los Muertos. Desestimaremos los cargos contra ti, pero debes permitir que Cyric utilice la magia. Debe tener acceso al poder al que le da derecho su título.

—¿Y si no le doy acceso al tejido?

—Será tal como dijo Oghma: sanción total contra tus fieles mortales hasta que lo acates.

Cyric se fue abriendo camino entre los espectadores a través del pabellón.

—Acabemos con esto —exigió deteniéndose a un paso de Mystra—. Mi reino requiere la atención que he estado dedicando a esta reunión...

Mystra bajó la cabeza para ocultar las lágrimas de rabia que se le agolpaban en los ojos.

Le bastó a Mystra con un pensamiento para reconectar a Cyric con el tejido mágico. Al fluir la energía en torno a él, el dios de la Muerte echó la cabeza hacia atrás y dio un grito de gozoso triunfo que desgarró el alma de Mystra dejando una cicatriz que nunca llegaría a curarse del todo.

Cyric se transformó. Las facciones bestiales y la carne marchita fueron reemplazadas por el aspecto de un noble zhentilés esbelto y de nariz aguileña.

—Tu dolor es compensación suficiente por sobrellevar este tedioso asunto —murmuró el Príncipe de las Mentiras de modo que sólo Mystra pudiera oírlo. Giró en redondo e hizo una reverencia a Tyr y a Oghma—. Agradezco al tribunal por su sabiduría, y ahora, me voy con mis inquisidores.

El Príncipe de las Mentiras hizo una pausa lo bastante larga como para dirigir a Mystra otra sonrisa victoriosa antes de encaminarse a las jaulas. Los inquisidores, todavía encerrados en sus jaulas doradas, saludaron a su amo con una inclinación de cabeza.

Máscara cruzó una mirada con Mystra y saludó con una reverencia a los caballeros del Hades allí reunidos. Se produjo una conexión instantánea entre el dios y la diosa, nacida del enemigo y el objetivo que compartían. La señora de los Misterios gritó una única palabra de mando, disparando un mecanismo especial que Gond había incorporado a las jaulas. Los barrotes de los dos lados de cada jaula se juntaron, aplastando al inquisidor que había dentro como un halcón cogido entre las manos de un gigante de las nubes. Engranajes, restos de metal y las almas que habían animado las armaduras se esparcieron por el suelo en una ruidosa cascada.

—El veredicto no decía nada sobre la devolución de esas monstruosidades —dijo Mystra cuando Cyric volvió la cara hacia ella.

El silencio conmocionado del pabellón le dijo al Príncipe de las Mentiras que su adversaria había conseguido al fin y al cabo una pequeña victoria sobre él.

—Muy bien —le advirtió Cyric—. Gond puede fabricar otros.

—No lo hará —apuntó Máscara con sarcasmo—. No después de haber experimentado una vez. No tiene nada que ganar.

Cyric miró de frente un instante a su antiguo aliado.

—Las sombras no pueden ocultarte de mí para siempre, Máscara. Algún día te arrastraré hasta la luz y dejaré que Godsbane pruebe tu sangre.

—Lo dudo mucho. —El dios de la Intriga sonrió enigmáticamente—. Pero no te preocupes, al ver que esa amenaza no se hace realidad, siempre podrás decir que estabas mintiendo.

Los demás dioses habían empezado a retirarse del pabellón.

—No es precisamente un nuevo comienzo —murmuró Lathander con tristeza antes de desvanecerse para volver a las fértiles tierras del Elíseo.

Oghma estaba notoriamente perturbado por el juicio, y enfadado con Mystra por motivos que todavía no conseguía desentrañar. El patrono de los Bardos se quedó mirando a la diosa un buen rato antes de partir a refugiarse en la seguridad de su biblioteca. Entonces Mystra se encontró a solas en el laboratorio de los magos con Máscara y los restos de los inquisidores.

—Bien hecho —declaró el señor de las Sombras deslizándose hacia adelante con felina apostura—. Todos ellos se lo creyeron, incluso Cyric a pesar de estar tan cerca de ellos como para tocarlos.

—Ya basta —le espetó Mystra—. Mira, agradezco tu ayuda, Máscara, pero simplemente no me fío de ti.

—Realmente no deberías. —A Mystra le pareció que el señor de la Intriga lo había admitido con demasiada prontitud—. Ahora que sé que los soldados de juguete de Cyric no han sido destruidos realmente...

—¡Ya he dicho bastante! ¿Puedes crear un escudo para garantizar que ninguno de los demás dioses pueda interrumpirnos?

—No —respondió Máscara, incómodo—. Ya sabes que el Pabellón no puede cerrarse al panteón.

—Por ese motivo dije que mantendría silencio. —Mystra se volvió hacia las jaulas y los inquisidores—. Yo me ocuparé de ellos. Puedes marcharte cuando te parezca.

Máscara se acercó más a la diosa de la Magia.

—Retirémonos a mi dominio para poder hablar de nuestro enemigo. Es hora de que tú y yo hagamos un frente común. Una alianza podría beneficiarnos a ambos.

—Tú eres muy dado a la intriga —dijo Mystra—, y tal vez incluso puedas sumar algunos títulos de Cyric si éste llega a caer. A mí se me condena por impedir que un dios loco destruya el mundo. No, gracias.

—Puede que tengas razón —suspiró Máscara—. Tal vez en esto no te vaya tanto, pero sin embargo puedo prometerte una recompensa por aliarte conmigo, señora, algo que tal vez te haga cambiar de idea.

—No se me ocurre nada que pueda conseguirlo, Máscara. Deja ya de perder el tiempo.

El dios de la Intriga se posó en el suelo y las sombras se esparcieron a su alrededor como un lago de sangre que brotase de un cuerpo herido.

—¿Es una pérdida de tiempo el alma de Kelemvor?

El rayo de fuerza golpeó a Máscara en el pecho haciéndolo retroceder el espacio que ocuparía un dragón.

—¿Dónde está? —inquirió Mystra—. Dímelo ahora mismo.

—No está en mi poder —declaró el señor de las Sombras alisando su ropa chamuscada—. Y no quiero decir nada más aquí. Recuerda que otros dioses podrían estar escuchando.

—Está bien —aceptó Mystra—. Iremos a mi palacio de Nirvana.

—No —rehusó Máscara elevándose como un fantasma—. Iremos a la Ciudad de las Sombras. Es un lugar mucho más adecuado para este tipo de intriga. —Bajo la máscara esbozó una sonrisa salvaje—. Además, otro dios ya nos está esperando allí.

14. Un poco de conocimiento

Donde el dios del Conocimiento debe pasar por tres desagradables confrontaciones en tres planos diferentes de existencia, todas al mismo tiempo.

Cuando Oghma dejó el Pabellón de Cynosure, hizo un recorrido con su conciencia en mil direcciones diferentes para ocuparse de los problemas que a cada momento se presentaban en el cumplimiento de sus atribuciones. Sin embargo, la mayor parte de su mente la enfocó hacia tres puntos concretos. Ninguna de estas encarnaciones estaba muy contenta con las tareas a las que se enfrentaba, pero no hubo quejas. Era posible que las desagradables reuniones pudieran aportar algún conocimiento inusual a su biblioteca, y al fin y al cabo, el conocimiento era lo único que importaba...

* * *

Por el momento, la Casa del Conocimiento se parecía a un monasterio, oscuro y recogido, con un aire sagrado y antiguo que se cernía sobre el lugar tan palpablemente como las nubes de tormenta que cubrían el cielo. Los fieles de Oghma se dedicaban a sus tareas vestidos con bastos ropajes marrones y con los rostros semiocultos por unas capuchas desmesuradas. Se deslizaban por salas oscuras atestadas de libros de todos los tamaños. Cada uno de éstos estaba sujeto a su estante con una pesada cadena. Sólo las llaves del bibliotecario podían liberar al volumen de su cautividad vigilada para un examen más minucioso. No obstante, a pesar de estas precauciones, jamás se desoía una solicitud de conocimiento. Tal era la naturaleza del dominio del Encuadernador.

Oghma asumió el aspecto de un monje al materializarse en la sala del trono del palacio. Sus ropajes eran sombríos, aunque la capucha y las amplias mangas estaban orladas de armiño y sus sandalias eran de piel de dragón. Su rechazo por esta fachada sombría ponía al Encuadernador casi al borde de la desesperación, especialmente después de lo mal que había ido lo del juicio.

La imagen de Cyric aposentado en el Trono del Conocimiento bastó para hacer que Oghma se hundiera en el fango.

—Ese atuendo te sienta bien —observó como al pasar el Príncipe de las Mentiras. Se había repantigado en la silla sólida, de rígido respaldo, que pasaba ahora por el trono de Oghma. Al acercarse el dios del Conocimiento, Cyric se irguió y plantó los codos en el pesado escritorio que los separaba a ambos—. El lugar también es de tu estilo.

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