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Authors: Margaret Weis y Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El profeta de Akhran (23 page)

BOOK: El profeta de Akhran
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—Gracias por este regalo, pequeño Pukah. Desde luego, ahora sí que creo de verdad que tenéis intención de servirme, tú y estos mocosos cobardes que te rodean, y podéis empezar a hacerlo desde ahora mismo. Tú, Sond, tráeme a esa djinniyeh llamada Nedjma. Tengo ganas de…

—¿No quieres ver tu casa? —lo interrumpió Pukah.

—¿Qué?

Kaug lo miró con irritación.

—¿No quieres ver tu casa, Magnificencia? Tiene un dormitorio maravilloso —insinuó el djinn desde su posición, encima del pez.

Al ver que la atención de Kaug estaba en el balcón, Pukah lanzó un embabuchado pie al enfurecido Sond y lo golpeó dolorosamente en los riñones para recordarle que se estuviera quieto.

—Y, mientras vemos tu nueva morada, Nedjma puede tomarse algún tiempo para prepararse, de manera que pueda acudir a ti en toda su belleza y hacerte justo honor, oh Kaug, Apuesto Seductor.

El
'efreet
estaba desconcertado. Continuó mirando con lascivia hacia el balcón, rascándose con una mano su rasposa barbilla y pasándose la lengua por los labios; pero todo esto lo hacía principalmente porque sabía que estaba torturando a Sond. El
'efreet
tenía bien poco interés en Nedjma. Cuando aquella guerra estuviese ganada y los inmortales desterrados, se quedaría con algunas de las más atractivas djinniyeh para su propio placer, y Nedjma sería sin duda una de ellas.

¿Qué estaba tramando Pukah? Esa era la pregunta que atormentaba a Kaug. Se exprimía los sesos en busca de respuestas pero, en lugar de encontrar ninguna, su proceso mental daba vueltas y más vueltas como un burro uncido a una noria de agua. Kaug no se fiaba de Pukah. El
'efreet
no se fiaba de nadie (su dios Quar no era ninguna excepción) y sabía que Pukah estaba urdiendo alguna elaborada intriga.

«¡Pero él me ha liberado de la maldición de Zhakrin!»

Este era el factor que mantenía al burro en su lento y obtuso movimiento circular. Kaug sencillamente no podía creerlo. Mucho, mucho tiempo atrás, cuando Zhakrin había sido una fuerza poderosa en la Gema de Sul y Quar no era más que un sapo lisonjero (un sapo con ambición, pero un sapo de todas maneras), Quar había ordenado en secreto a Kaug destruir una fortaleza de los Paladines Negros de Zhakrin situada en las Grandes Estepas. Por lo general, Kaug sentía muy poca inclinación a obedecer las órdenes de Quar que, hasta la presente guerra, habían consistido en hacer llover granizo sobre las cabezas de recalcitrantes seguidores o infligir pestes sobre sus rebaños de cabras. Pero, cuando se trataba de combatir con los Paladines Negros, Kaug disfrutaba sobremanera. El
'efreet
lo había pasado tan bien (arrojando rocas incendiadas sobre aquellos que se refugiaban dentro del castillo, arrancándose sus minúsculas lanzas de la piel y devolviéndoselas a ellos con tanta fuerza que empalaban a los hombres contra los muros de piedra) que se quedó a prolongar su misión por más tiempo del que debía. Esto dio tiempo a que Zhakrin acudiese en ayuda de sus asediados Paladines.

Descendiendo sobre Kaug con toda su ira, el dios levantó al
'efreet
con sus poderosos brazos y lo estrelló contra las aguas del mar de Kurdin. Y, si bien no es posible para ningún dios controlar por completo a un inmortal de otro dios, Zhakrin fue capaz de derramar una maldición sobre el
'efreet
, proclamando que éste habitaría desde aquel momento en el mar de Kurdin, donde él pudiera estar al corriente de sus idas y venidas.

Quar se había tragado dócilmente aquel insulto. ¿Qué otra cosa podía hacer entonces? Y Kaug se había visto obligado a vivir en una aguada caverna bajo el ojo amenazador del dios del Mal. Pero Quar y su
'efreet
se hallaban juntos ahora en su odio común a Zhakrin, y fue poco después del exilio de Kaug cuando Quar inició su guerra sutil contra el dios maligno que terminaría, al fin, en la reducción de Zhakrin a la forma de un pez.

«Y ahora Pukah me ha liberado —reflexionó Kaug—. Ha persuadido a Zhakrin para que me deje en libertad. No creo que haya sido tan difícil —se burló el
'efreet
—. ¿Qué es ahora Zhakrin? Un fantasma sin forma ni figura. Yo mismo podría haberme liberado solo, si hubiera querido, pero me he acostumbrado a esa cueva mía. Zhakrin debía a Pukah un favor por liberar a sus inmortales de Serinda y todo el mundo sabe que uno de los mayores defectos del dios del Mal es su honor. Pero ¿por qué utiliza Pukah este favor en beneficio mío? A menos que… a menos que… —el asno de su mente por fin se detuvo— ¡a menos que Pukah sea como yo!»

«Naturalmente. Debí haberme dado cuenta de esto antes —murmuró Kaug para sí en una voz baja que sonaba como los atronadores ronroneos de un volcán a los oídos de los djinn que lo observaban con recelo desde abajo—. Pukah es un pequeño bastardo que sólo se sirve a sí mismo. Siempre lo he sabido. Su amo inmortal, el poderoso Akhran, yace sangrando, moribundo. Su amo terreno, el insolente Khardan, ha cruzado el Yunque del Sol, pero pronto se encontrará aún con un peligro mayor en manos de su propia gente. ¿Estará Pukah tratando, en realidad, de salvar simplemente su propia miserable piel? Si este despreciable gusano ha llegado a resignarse a arrastrar su panza por el suelo, ¡creo que puedo divertirme lo mío con ello!»

—Muy bien, pequeño Pukah —dijo Kaug en voz alta, desplazando su peso de un pie al otro y aplastando tres potentes torres de piedra en el proceso—. Echaré una mirada a esa casa tuya. Tú me acompañarás, por supuesto, lo mismo que Nedjma.

—¿Nedjma?

Una sombra de preocupación pasó rápidamente por la cara de Pukah. Kaug, quien observaba con atención, lo detectó y sonrió para sí.

—Pero… Nedjma no está lista todavía, oh Kaug el Impaciente, y tú sabes lo que tardan las mujeres en acicalarse, en especial cuando hay alguien a quien de verdad desean agradar.

—Dile que la tomaré como está —dijo Kaug, acompañando sus palabras con una carcajada que partió un minarete en dos y lo envió dando tumbos contra el suelo—. Corre, ve a buscarla, pequeño Pukah. ¡Estoy ansioso por ver mi nueva casa!

Bajando del pez, Pukah se encontró con Sond que lo recibió con el ceño fruncido.

—Todo irá bien. Confía en mí —susurró Pukah apresuradamente.

—Lo sé —dijo con tono amenazante Sond—. Yo voy contigo.

—¡No, de eso nada! —contestó Pukah—. Lo echaría todo a perder.

—¡He dicho que voy! ¡Vosotros no vais a ninguna parte con Nedjma! Yo me disfrazaré de ella…

Pukah le lanzó una mirada mordaz.

—¿Con esas piernas?

Los dos djinn, todavía discutiendo, desaparecieron del jardín y se materializaron dentro del palacio. Absorto en sus intrigas, y contrariado por aquella repentina e inesperada exigencia de que Nedjma lo acompañase, Pukah no se había dado cuenta de que Asrial los había seguido hasta que se interpuso delante de ellos, cortándoles el paso, cuando intentaron entrar en el serrallo.

—¡Asrial, encanto mío! —dijo Pukah poniendo sus manos en los brazos del ángel y tratando de moverla suavemente hacia un lado, fuera de su camino—. En cualquier otro momento, el verte sería un bálsamo para mi afligido corazón, pero justo ahora que tengo a ese malvado
'efreet
en las manos…

—Lo sé —lo interrumpió con firmeza Asrial—. Voy con vosotros.

—Qué solicitado me veo últimamente —repuso Pukah algo irritado—. Todo el mundo quiere venir conmigo —y, echando una mirada de reojo a Sond para asegurarse de que éste estaba apreciando la gracia, lanzó un dolido suspiro—. Ya sé que soy irresistible, ángel mío, y que tú no puedes soportar estar separada de mí ni siquiera un segundo, pero…

La lengua de Pukah se detuvo tartamudeando. ¡Ya no era Asrial la que tenía cogida de los brazos, sino Nedjma!

—Eh, ¿qué es esto? —rugió Sond lanzándose hacia adelante para separar a los dos cuando de repente Nedjma, la verdadera Nedjma, apareció de pie a su lado.

Con la cara pálida, la djinniyeh puso una temblorosa mano disuasoria sobre Asrial.

—No. Es maravilloso de tu parte ofrecerte para este sacrificio, pero iré yo con… —tragó saliva y, armándose de valor, pronunció la abominable palabra— Kaug. Sé lo que hiciste por nosotros en Serinda y yo… nosotros —corrigió, cogiendo la mano de Sond— no podemos pedirte que…

—No me lo habéis pedido —interrumpió Asrial sin mirar siquiera a la djinniyeh, con sus ojos fijos en los de Pukah—. Lo he decidido por mí misma.

—Es peligroso, ángel mío —dijo Pukah con ternura—. Tú no sabes lo que tengo que hacer y, si algo sale mal, ¡él llevará a cabo su amenaza!

—No tengo miedo. Tú cuidarás de mí —respondió Asrial, sonriendo.

—¿Igual que cuidé de ti en Serinda? —preguntó Pukah con tristeza, acariciando su dorado cabello.

Luego miró a Nedjma quien, aunque estaba intentando ser valiente con todas sus fuerzas, temblaba de terror.

—Nedjma no será de ninguna ayuda en absoluto —murmuró Pukah a su alter ego—. Parece estar al borde del desmayo, tal como la veo. Asrial es valerosa, fuerte. Yo conozco, mejor que nadie, su inventiva.

—Pero ¿y qué hay de…?, ya sabes… —interrogó el otro Pukah con solemnidad.

—Yo me encargaré de eso —contestó Pukah—. Muy bien —dijo en voz alta—. Puedes ir. Pero debes prometerme una cosa, Asrial… Debes prometerme que harás exactamente lo que yo te diga, sin rechistar.

Asrial frunció el entrecejo.

—¿Por qué? ¿Qué quieres decir…?

—¡Pequeño Pukah!

La gigantesca niña del ojo de Kaug apareció en la ventana del harén, haciendo que las djinniyeh salieran corriendo presas del pánico. Nedjma, cubriéndose rápidamente el rostro con su velo, retrocedió y se ocultó entre las sombras. Sond corrió a ponerse delante para esconderla de la vista del
'efreet
.

—¡Date prisa! —rugió Kaug, rajando el cristal de la ventana con su voz; su ojo rodaba y parpadeaba lascivamente—. Debo disfrutar de este placer deprisa y, después, regresar con mi amo.

Al ver tan de cerca al
'efreet
y entender el terrible presagio de sus palabras, Asrial no pudo evitar un escalofrío que Pukah sintió.

—¿Qué estás haciendo con mi mujer, pequeño Pukah? —bramó Kaug.

—Sólo estoy inspeccionándola para asegurarme de que es merecedora de tu atención, oh Kaug —gritó Pukah y, con precipitación, susurró por lo bajo—: ¡Júrame por la vida de Mateo que me obedecerás!

Asustada por la desacostumbrada seriedad de Pukah, y alarmada ante la enormidad de la promesa que le estaban pidiendo que hiciera, Asrial se quedó mirándolo sin poder hablar.

—¡Júralo! —repitió Pukah con severidad, sacudiéndola ligeramente—. ¡O me veré obligado a tomar a Sond disfrazado de Nedjma y, entonces, ninguno de nosotros sobrevivirá!

—Lo juro.

—Por la vida de Mateo —insistió Pukah—. Dilo.

—¡Pukah! —apremió furioso Kaug.

—¡Dilo!

—Juro… por la vida de Mateo… que te obedeceré!

Las palabras del ángel salieron de unos labios pálidos y temblorosos.

Suspirando de alivio, Pukah besó sonoramente a Asrial en la frente y estrechó su mano en la de él.

—Sond —dijo luego en voz baja, volviéndose hacia el djinn—. Cuando yo me vaya, tú y Fedj y esa calamidad de Usti debéis volver a toda prisa con Khardan y Zohra. Como ha dicho Kaug, ¡se encontrarán en terrible peligro! ¡Suerte! Ah, y, Sond —añadió ansiosamente Pukah—, no te olvidarás de decir a
hazrat
Akhran que todo esto ha sido
por completo
idea mía, ¿verdad?

—No, claro, pero…

—Idea
mía
. ¿No lo olvidarás?

—No, pero yo no…

—¿Se lo dirás?

—Sí, si eso es lo que deseas —contestó con impaciencia Sond—. Pero ¿por qué no se lo dices tú mis…?

Sus palabras se quedaron colgando. El djinn, el ángel y el
'efreet
habían desaparecido.

Capítulo 4

—Yo me ocuparé del transporte,
bashi
… No te importa que te llame «jefe», ¿verdad, jefe? —preguntó Pukah con tono humilde.

—No, en absoluto —contestó Kaug sonriendo de oreja a oreja y lanzando horribles miradas deshonestas a Asrial—. De hecho, será mejor que te acostumbres a ello, pequeño Pukah.

—Exactamente lo que yo pensaba —dijo Pukah, haciendo al mismo tiempo un respetuoso
salaam
para mantener su cuerpo entre Asrial y el
'efreet
—. Como estaba diciendo,
bashi
, yo me ocuparé del transporte si eres tan amable de reducirte a un tamaño más apropiado.

Súbitamente receloso, Kaug miró con ojos estrechados a Pukah.

—Encontrarás cierta dificultad para entrar en tu nueva cama,
bashi
—observó Pukah con los ojos bajos y un leve rubor en las mejillas.

La sospecha no fue el único sentimiento que se despertó en Kaug. La astuta referencia de Pukah a la cama había inflamado su pasión. El
'efreet
había olvidado lo hermosa que era en realidad la djinniyeh, hasta que la volvió a ver ahora. Vividos recuerdos de sus forcejeos con Nedjma en el jardín la noche que él la había raptado —el tacto de su suave piel, la incomparable belleza de su cuerpo— hacían cosquillear su sangre y arder de deseo sus gruesos muslos.

Sin embargo, Kaug era cauteloso. Cuanto más caliente el fuego en sus partes, más frío el hielo en su mente. Examinó aquella gema que Pukah le estaba entregando con el ojo preciso y calculador con que un fiel de Kharmani examina las joyas de la dote de su prometida.

No pudo encontrar el menor defecto.

Cien veces más poderoso que el flacucho y joven djinn, Kaug podía hacer con Pukah una pelota y arrojarla al eterno vacío de Sul, donde languidecería para siempre entre la nada, y todo eso en menos tiempo del que llevaría al djinn llenar sus pulmones de aire para su último grito.

—Tienes razón, pequeño Pukah —dijo Kaug, encogiéndose de tamaño hasta que sólo era dos cabezas y un hombro más grande que el djinn—. No me gustaría ser demasiado grande para la… ejem… cama.

Y, riéndose, puso un brazo alrededor de Asrial y arrastró con rudeza al ángel hacia su lado.

Con una pálida sonrisa, Pukah dio una palmada y los tres iniciaron su viaje.

Detrás de ellos, en el plano inmortal, los djinn se miraron unos a otros con preocupada perplejidad y, después, comenzaron a reconstruir sus fortificaciones.

—¿Dónde estamos? —preguntó Kaug mirando a su alrededor con ojos amenazadores.

—En una insignificante montaña de una cordillera indigna de tu atención,
bashi
—respondió Pukah, con humildad.

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