El primer pensamiento que cruzó por su cabeza fue que se enfrentaban a un minotauro, pero aquel ser no era un minotauro.
El gigante caminaba erguido y tenía una vez y media la estatura de un hombre adulto. Mangas Verdes lo observó con más atención, y le pareció que estaba formado por rocas vivientes tan lisas y relucientes como guijarros marinos. Pero detrás de una máscara de acero curvado —que en tiempos había sido dorado y elegante, pero que había pasado a estar manchada de orín— con una sola ranura para los ojos y una rejilla de hierro por boca, se distinguía un cuello tan grueso y amarronado como el de un caballo y al que ni siquiera le faltaba una abundante crin blanca. Grandes cuernos sobresalían de su rostro, o de la máscara, para alzarse por encima de su imponente cabeza. Su cuerpo estaba rodeado por tiras de armadura oxidada, y por nada más. Sus manos y sus pies terminaban en garras con forma de pinza que recordaban a las de un escorpión.
—¡Ur-Dragón! —baló Bly—. ¡Es Ur-Dragón, el Azote del Pantano!
Mangas Verdes sabía que se trataba de una leyenda, un cuento con el que asustar a los niños. Pero estaba allí, y estaba vivo. Procedía de un pantano, por lo que aquella criatura debía de ser una contribución de Sanguijuelo. Como confirmándolo, la grisácea silueta desnuda del troll apareció a unos quince metros detrás de su esclavo, haciendo piruetas y lanzando estridentes carcajadas llenas de malévola alegría mientras el pentáculo nova golpeaba su flaco pecho.
Todos esos pensamientos desfilaron a la velocidad del rayo por la mente de Mangas Verdes durante un segundo, y después la criatura cayó sobre ellos.
El monstruo chocó con las Guardianas del Bosque en un impacto tan terrible como el de un árbol que cayera al suelo, pero las mujeres se negaron a retroceder ante él. Mangas Verdes fue bruscamente impulsada hacia atrás. Oyó el crujido de huesos que se rompían y el siseo de dolor de una mujer, y el astil de una lanza se partió cuando golpeó el flanco rocoso de la criatura. Los rayos del sol cayeron sobre los ojos de Mangas Verdes cuando se derrumbó encima del suelo de la pradera y rodó por él. Una flor azul, un botoncillo de soltero, le hizo cosquillas en la nariz.
Ur-Dragón pasó por encima del cuerpo de Bly, convirtiéndola en gelatina con sus pies de roca. Los ojos muertos de Bly estaban muy abiertos y llenos de horror y miraban fijamente el cielo, como si un horror de la infancia por fin la hubiera alcanzado después de todos aquellos años. Otra Guardiana del Bosque, Alina, estaba agonizando con el cuello atrapado en una garra rocosa que lo apretaba tan implacablemente como unas tenazas. Pero las supervivientes alzaron valerosamente sus lanzas y sus espadas, y se dispusieron a utilizarlas. Petalia se apoyó en su lanza y la empujó con la fuerza suficiente para arrancar piel de sus palmas encallecidas. La guerrera lanzó su hoja hacia el sobaco del monstruo, intentando atravesarle el corazón.
Pero Mangas Verdes ya se había dado cuenta de que no se enfrentaban a una criatura de sangre roja hija de la tierra, sino a una construcción artificial obtenida mediante la magia. El astil de la lanza de Petalia se rompió bajo la tensión, y la hoja quedó profundamente incrustada en el cuerpo de la criatura sin haberle causado ningún daño. Ur-Dragón —con ese nombre, ¿habría utilizado Sanguijuelo quizá un dragón como base de su criatura artificial?— dirigió sus pinzas hacia Petalia sin haber notado su ataque, y faltó poco para que la dejara sin cabeza.
El ser siguió avanzando, pasando por encima de dos cadáveres cuyas heridas apenas habían tenido tiempo de empezar a sangrar. Venía hacia Mangas Verdes.
La archidruida sabía que no podía luchar. No disponía de hechizos con los que inmovilizar al Ur-Dragón, o por lo menos no tenía ninguno que pudiera recordar en aquel momento. Unas arenas movedizas no significarían nada para la criatura, pues vivía en los pantanos. Un muro de ramas o de lanzas de roca o de tierra se limitaría a derrumbarse. Cualquier criatura que enfrentara a aquella máquina de matar sería aplastada. El Ur-Dragón tenía que ser enviado lejos de allí, a tal distancia que ningún ser humano o criatura viviente tuviera que volver a padecer su ira.
Mangas Verdes conocía un lugar así, un oscuro agujero lleno de miedo que había descubierto en sus sueños. Lo conocía muy bien, pues siempre se mantenía alejada de él.
Pero si quería enviar al coloso a ese lugar, tenía que tocarlo antes.
Mangas Verdes retrocedió tambaleándose y vio a Caltha derribada, con el esternón aplastado, y a Kuni cayendo después de haber recibido una herida en la cabeza. Ya sólo quedaban dos Guardianas del Bosque para oponerse a la criatura, y se limitaban a aferrarse a ella tratando de mantenerla alejada de su señora. Petalia volvió la cabeza hacia Mangas Verdes y le gritó que huyera, que echase a correr. La archidruida oyó un retumbar de cascos detrás de ella, centauros o caballería acudiendo al rescate, probablemente con las lanzas bajadas para atacar. Pero nada que hubiese surgido de la tierra podría detener al coloso.
Y por eso Mangas Verdes murmuró su hechizo, un hechizo de desconjuración combinado con un hilo invisible para llegar hasta algo muy lejano, algo que se encontraba tan lejos de allí que Mangas Verdes sintió que se le helaban las entrañas con sólo pensar en ello.
Mantuvo el hechizo atrapado dentro de su mano tensamente apretada, pero el hechizo se agitaba y trataba de escapar. Sus dedos ondularon con el dolor de los calambres, y su brazo empezó a temblar.
Si no conseguía controlar aquel hechizo, si se dejaba hipnotizar por su vastedad..., entonces sería ella la que se precipitaría en el vacío durante toda la eternidad.
Petalia gritó cuando el monstruo le pisó el tobillo y se lo partió como si fuese una rama seca. Pero la mujer siguió aferrándose a él, como estaban haciendo otras dos guerreras.
—¡Soltadlo! —ladró Mangas Verdes—. ¡Soltadlo, por favor!
Sorprendidas, las dos Guardianas del Bosque que habían estado tratando de detener al Ur-Dragón obedecieron. Pero Petalia, su líder, podía desobedecer las órdenes de Mangas Verdes si lo creía necesario..., y eso fue exactamente lo que hizo.
—¡Corred, mi señora!
Mangas Verdes apretó los dientes hasta hacerlos rechinar y detuvo la progresión del hechizo que iba a envolverlas mientras agarraba el brazo de Petalia con su mano libre. Pero todas sus fuerzas estaban dedicadas a mantener cerrado el puño. El trueno retumbó dentro de su cráneo.
No tenía elección. Tenía que dejar en libertad el hechizo que desconjuraría a la criatura antes de que hubiera más muertes.
Mangas Verdes avanzó de un salto. Su puño rozó una de las garras del Ur-Dragón, y Mangas Verdes abrió la mano. El monstruo atacó, pero la joven druida retrocedió y cayó.
—¡Petalia! Oh, por favor...
Demasiado tarde. La nada cayó sobre ellas como una marea incontenible.
Un pozo surgió alrededor de la garra-pinza del Ur-Dragón, un vórtice de negrura tan intensa que hería la vista. La negrura giró en veloces espirales sobre su brazo, torso, cabeza y rodillas torcidas, y llegó a su cintura en un abrir y cerrar de ojos..., y rodeó a Petalia, que seguía aferrándose al coloso.
Y entonces se oyó un terrible aullido, un rugido capaz de arrancar todos los sonidos de las orejas y del mundo. El ciclón negro sumergió al Ur-Dragón y a la guerrera. Los dos cuerpos fueron absorbidos en un rápido círculo con un repentino chasquear y un agujero, como un pozo de mina misteriosamente extraviado allí, se abrió en el cielo.
Pero no era un simple agujero. Aquello era el abismo, un pozo infinito de oscuridad que se hallaba... Mangas Verdes no sabía muy bien dónde. ¿Entre los mundos? ¿Entre los planos? ¿Entre la vida y la muerte? ¿Entre la realidad y el sueño?
No había forma de saberlo. Mangas Verdes sólo había entrevisto el abismo en sus sueños más oscuros y horribles, y siempre había retrocedido y se había alejado de él como si estuviera en una cima de altura vertiginosa e insoportable, y había sobrevivido, para despertar temblando a la mañana siguiente.
Y aquel hueco por fin estaba delante de ella, y absorbía a aquel monstruo para llevárselo..., y se disponía a llevarse a su más fiel seguidora con él.
Mangas Verdes gritó y alargó una mano para agarrar a Petalia, aunque eso supusiese ser arrastrada con ella.
Pero la Guardiana del Bosque sabía qué estaba ocurriendo y percibió el peligro que iba a correr su señora, y se negó a alargar su brazo porque temía arrastrar a Mangas Verdes hacia el interior del agujero.
Por entre un velo de lágrimas, Mangas Verdes vio cómo los dos desaparecían por un largo, largo túnel de oscuridad, dos siluetas que giraban locamente y cuyas cabezas miraban hacia arriba, perdiendo color poco a poco hasta que sólo fueron fantasmas, almas de los condenados enviadas a la muerte demasiado pronto.
Y después el abismo se cerró con un estrépito ensordecedor.
Centauros, caballería y soldados de a pie se apelotonaron alrededor de la archidruida. Los curanderos atendieron el esternón aplastado de Caltha y la brecha en el cráneo de Kuni, pero no pudieron hacer nada por Alina y Bly. En el campo de batalla, soldados y seguidores del campamento finalizaban las operaciones de limpieza después de que los soldados-hormiga yotianos hubieran cumplido su función, y rajaban el cuello a los demonios heridos. Los gatos alados habían desaparecido, huyendo a las distantes colinas con una mezcla de carrera y aleteos espasmódicos.
Ninguno de los tres hechiceros renegados era visible por parte alguna.
Mangas Verdes se medio sentó y medio se desplomó en el suelo, rodeada por un círculo de combatientes agotados y manchados de sangre, y se echó a llorar.
—¡Oh, Petalia!
La capitana de las Guardianas del Bosque había sido tan buena y tan paciente, y había cuidado de ella como una madre, insistiendo en que las otras guardianas debían hacer cuanto pudieran para proteger a Mangas Verdes fuera cual fuese el precio que hubiera que pagar por ello, incluso si consistía en sus vidas... Y dos Guardianas del Bosque habían muerto, y Petalia había perdido la vida o, peor aún, seguía viva en algún abismo infernal, atrapada allí para siempre porque había amado a Mangas Verdes y había cumplido con su deber.
Mangas Verdes lloró lágrimas de pena, dolor y vergüenza, pues nunca había considerado que su vida valiese la de ninguno de sus seguidores.
Pero aunque la batalla hubiera terminado todavía no podía entregarse a su tristeza, porque aún había mucho por hacer.
«Demasiado», pensó. Se sentía como un junco en un huracán: flexible, paciente y dispuesto a doblarse, pero aun así empujado con tal ferocidad que se hallaba a punto de partirse por la mitad.
Mangas Verdes se arrastró sobre las manos y las rodillas, sin dejar de llorar, y fue hasta los cuerpos de sus dos protectoras muertas. Había algo que sí podía hacer, por lo menos, algo que le serviría para pagar una parte de la deuda que había contraído...
Unos soldados habían colocado los cuerpos destrozados en una postura más digna y los habían tapado con sus capas, pero Mangas Verdes apartó la tela y puso las manos sobre sus rostros inmóviles. Aún estaban calientes. Todavía había esperanza.
—Espíritu del Bosque, huesos y raíces de mis antepasados, vida sempiterna que te escondes en las profundidades verdes..., oye mi súplica. Devuelve la vida a estas dos mujeres que lucharon tan valerosamente y que amaron tanto. Permite que vivan y que vuelvan a sentir la caricia del sol sobre sus espaldas. Espíritus, os lo imploro...
Mangas Verdes siguió hablando e invocó el maná del bosque, dirigiendo sus palabras a todos los confines de la espesura, desde los claros moteados de sombras que eran como catedrales hasta los zarzales que se agitaban en los límites del bosque y las praderas llenas de paz y silencio, donde nada se movía bajo las sombras de los grandes árboles. Llamó al maná, y lo sometió a su voluntad y lo canalizó hacia sus dos seguidoras muertas, que aún no se habían ido.
Los soldados dejaron escapar jadeos de sorpresa y retrocedieron. Mangas Verdes mantuvo los ojos cerrados, sintiendo, atrayendo más y más poder hacia ella y dirigiéndolo.
Y los cuerpos todavía calientes cambiaron bajo sus manos. La piel manchada de sangre fue sustituida por plumas y pelaje. El calor que todavía perduraba dentro de ellos fue creciendo poco a poco, y se difundió mientras los cuerpos se iban contrayendo y se volvían más pequeños.
Y después Mangas Verdes sintió una leve agitación debajo de cada mano, y las apartó.
Una liebre de largas patas y suave pelaje gris partió al galope desde debajo de su mano. Por debajo de la otra, entre una furiosa agitación de plumas, un faisán cuyo cuello estaba anillado por todos los colores del arco iris, remontó el vuelo hacia el cielo con un graznido.
Lo único que quedaba de Bly y Alina era unas cuantas prendas vacías y sus armas abandonadas en el suelo.
Mangas Verdes, terriblemente agotada, aceptó la ayuda que se le ofrecía junto a cada codo para levantarse. Después aspiró una profunda bocanada de aire y sol veraniegos, se limpió la cara y se quitó el polvo de las manos. Miró a su alrededor y vio que el campo de batalla estaba asegurado y en poder de sus tropas. Los exploradores les informaron de que los hechiceros habían desaparecido hacía ya un buen rato, esfumados mediante conjuros.
Mangas Verdes se alisó la falda mientras le traían su montura. Intentó pensar en algún elogio para sus protectoras, algo por el estilo de lo que hubiera podido decir Gaviota —pues su hermano había llegado a ser bastante bueno haciendo discursos—, pero su timidez innata acabó imponiéndose.
—Os agradezco vuestra bravura —se limitó a decir—. Siento mucho la muerte de vuestras compañeras... Caltha, estás herida. Debes quedarte aquí.
—¡No, mi señora! ¡Oh, por favor! —La mujer de piel morena, que no hacía mucho aún era una muchacha, agitó su cabestrillo improvisado y torció el gesto en una mueca de dolor mientras las lágrimas se deslizaban sobre sus mejillas—. ¡Puedo cabalgar a vuestro lado!
Kuni, con su rostro bronceado, su lacia cabellera negra y un vendaje manchado de sangre por gorra, intervino antes de que Mangas Verdes pudiera responder.
—No, Caltha. Descansa un rato. Voy a tomar el mando, mi señora. Necesitamos más Guardianas del Bosque, y voy a reclutar a Micka. Es valiente, y será una buena Guardiana.
—¡No! —balbuceó Mangas Verdes—. ¡Que nadie más entre en vuestra guardia! Acabo de matar a Petalia, o quizá le he hecho algo todavía peor, y hemos perdido a Bly y Alina...