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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III (27 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III
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El hombre vestido de blanco volvió su mirada indiferente y pareció mirar a través de ella, y dos manchas de color se encendieron en las mejillas de Sashka.

—Todos permaneceréis aquí hasta que seáis llamados —repitió llanamente el Guardián—. No hay ningún peligro.

Y girando sobre los talones, salió de la cámara y cerró la puerta a su espalda.

Sashka murmuró algo en voz baja y se dirigió furiosa al fondo del subterráneo. La Hermana le salió al paso y le habló, pretendiendo claramente apaciguarla, pero ella le dijo unas palabras duras y la mujer retrocedió. Cyllan se sentó en cuclillas cerca de la puerta, prescindiendo de los otros, que andaban de un lado a otro murmurando inquietos entre ellos. La observación de Sashka al Guardián la había herido profundamente, pero era lo menos que podía esperar; en su primer encuentro, la intuición le había dicho que en la enemistad de la joven de cabellos castaños había más de lo que se observaba a simple vista. Pero no importaba; Sashka no significaba nada para ella.., y tenía otras preocupaciones más inmediatas e importantes.

El Cónclave se estaba celebrando en ese mismo momento, y el futuro de Tarod pendía en la balanza de su resultado. Desde el momento en que Keridil Toln la había desafiado y animado burlonamente a llamar a Tarod en su ayuda, supo que el Sumo Iniciado estaba jugando con su presencia aquí, y ahora lamentaba amargamente el hecho de que el amor de Tarod por ella haría que la buscase sin importarle el riesgo que él mismo podía correr. Si él oyó su llamada psíquica, los escrúpulos que hasta ahora le habían impedido usar su poder no contarían para nada. Lo emplearía y vendría a buscarla, como Keridil sabía muy bien. Era una trampa perfectamente montada y nada de lo que ella pudiese hacer enderezaría la situación. Incluso cuando la Barca Blanca entró lentamente en el puerto, sintió el peculiar aislamiento de la Isla y supo que cualquier intento que hiciese de ponerse de nuevo en contacto con Tarod y avisarle tenía que fracasar. El la seguiría hasta aquí, y cuando pisase tierra de la Isla Blanca, sus enemigos le estarían esperando.

Sus tristes pensamientos fueron interrumpidos por el ruido de la puerta abriéndose a su lado y, al levantar la mirada, vio que un joven de ojos inexpresivos, con el ya familiar atuendo blanco de los Guardianes, entraba en el subterráneo. Traía una bandeja cargada con una jarra, varias copas y un plato de lo que parecía tosco pan moreno, y la dejó sobre la mesa. No pronunció una palabra; nadie le habló, y segundos más tarde se marchó y una llave chirrió en la cerradura.

Aliviada por aquella distracción, por pequeña que fuese, Cyllan observó que la Hermana que había pedido ayuda llenaba una copa con el contenido de la jarra y la llevaba, con un pedazo de aquel tosco pan, al viejo erudito. Sus voces apagadas resonaron en la cámara de piedra, aunque era imposible entender lo que decían. Cyllan apartó de nuevo la mirada, doblándose hacia delante y apoyando la cabeza en los brazos cruzados.

—Debes tener sed. —Aquella voz interrumpió sus pensamientos y, cuando levantó sobresaltada la cabeza, vio a Sashka plantada delante de ella. Tenía una copa en la mano y una débil sonrisa en el semblante—. ¿O tienes otras cosas en tu mente? —añadió la joven, con no disimulada malicia.

Cyllan no le respondió y, con gracioso movimiento, Sashka se sentó en el banco que más le convenía. Sorbió el contenido de la copa, hizo una mueca y dijo:

—Agua, y salobre, por cierto… Supongo que no podemos esperar nada mejor en este bárbaro ambiente. Aunque te aconsejo que aproveches la ocasión. Es muy probable que no vuelvas a beber.

Sus chanzas eran una clara indicación de su estado de ánimo y dieron a Cyllan una visión de la profundidad del rencor y del resentimiento de Sashka. Dejó que una breve risa escapara de sus labios y la otra joven se puso colorada.

—Me alegro de encontrarte tan animada, Cyllan. El valor es una cualidad muy rara en las personas que están a las puertas de la muerte; eres un buen ejemplo para todos nosotros.

La única respuesta de Cyllan a su sarcasmo fue apoyar la cabeza en la pared y cerrar los ojos. Los labios de Sashka se apretaron en una línea cruel.

—¿No te conmueve la idea de morir? —Se había elevado el tono de su voz, y algunos la observaron con curiosidad; hizo caso omiso de ellos, indiferente a su opinión—. Eres muy valiente, pero espero que tu coraje será muy divertido cuando veas cómo destruyen a Tarod… ¡antes de que te llegue el turno!

Esto provocó la reacción que ella había esperado. Cyllan abrió de par en par los ojos, llenos de una mezcla de ira y de dolor que dieron gran satisfacción a Sashka. Le habría gustado más que fuese Tarod, en vez de Cyllan, quien recibiese la carga mayor de su veneno (con frecuencia había yacido despierta por la noche, imaginándose cómo le zaheriría, lo que le diría), pero esto era bastante agradable, una pequeña venganza.

—Ah —dijo suavemente—. Conque tienes miedo… ¿Hasta ahora no te has dado cuenta de que tu amante no es invencible? ¿De que morirá y de que su muerte no será menos horrible y dolorosa que la tuya? —Se levantó, dio lentamente tres pasos hasta hallarse directamente delante de Cyllan y suspiró con aire teatral—. Creo que te compadezco.

Cyllan quería mantener su glacial silencio, pero la cólera que hervía en su interior era demasiado fuerte.

—Ahórrate el esfuerzo —dijo furiosamente—. Tus palabras me repugnan.

Sashka hizo una mueca y se miró las uñas con un aire de infinita paciencia de mártir.

—Es una lástima que seas tan terca, Cyllan. Todavía podrías salvarte, ¿sabes? —Levantó la mirada, vio que Cyllan echaba chispas por los ojos y sonrió dulcemente—. Incluso después de todo lo que has hecho, creo que podría persuadir al Sumo Iniciado de que se mostrase clemente contigo, si renunciases a tu… digamos a tu mal orientada fidelidad.

¡Oh, sí! pensó Cyllan, ¡esto satisfaría tu vanidad! No solamente conseguiría Sashka privar a Tarod de su único verdadero aliado, sino que sin duda la complacería hacerle saber que este aliado le traicionó, y sus motivos eran lastimosamente claros. Mezclado con el odio que sentía por Tarod, estaba el eco encubierto del deseo que había sentido por él… y que tal vez seguía sintiendo. Y aunque decía aborrecerle, no podía soportar la idea de que él amase a otra. Quería que la amase todavía, para poder tener el placer de herirle con su rechazo. De pronto, Cyllan casi se compadeció de Keridil Toln.

Contrariada por la falta de reacción, Sashka se encogió de hombros con indiferencia.

—Desde luego, esto no tiene importancia para mí; pero difícilmente se te puede culpar de no tener la inteligencia necesaria para comprender cosas como ésta. —Sonrió de nuevo y añadió, con confidencial benevolencia—: Creo que conozco a Tarod más de lo que tú podrías esperar nunca conocerle, y siempre tuvo unas grandes dotes de persuasión. Pero hay quien tiene la capacidad de ver a través de sus engaños, y quien no la tiene. En verdad, Cyllan, creo que es un poco duro condenarte por lo que, a fin de cuentas, no es más que supina ignorancia.

Por un momento cegador, Cyllan deseó con toda el alma poder tener de nuevo en su poder la piedra del Caos. Recordó la gloria deslumbradora de su fuerza, que la invadió y se apoderó de ella; el indescriptible afán de venganza y la sed de sangre que había sentido cuando Drachea Rannak cayó delante de ella por la furia del Caos… Sobreponiéndose, respiró hondo y confinó las imágenes en el oscuro rincón de la mente que les correspondía. Sashka Veyyil no era Drachea, no era ninguna amenaza; no era más que una chiquilla celosa y resentida, y hacer caso de sus pullas sería una tontería.

Pero a despecho de lo que le dictaba la prudencia, su autodominio se negó a doblegarse ante ello. Nada de lo que pudiese decir o hacer haría daño a Sashka; la muchacha triunfaba y se regocijaba con su victoria. Sin embargo, por mor de Tarod, si no por otra razón, Cyllan no podía soportar que su rencor quedase sin respuesta.

Levantó la mirada, brillándole los ojos, y dijo con voz ronca:

—¿Has visto alguna vez el Caos, Sashka Veyyil?

Las palabras habían acudido a sus labios sin ella proponérselo y, al pronunciarlas, experimentó una sensación extraña, como una carga psíquica que crecía dentro de ella, alimentada por su ira. Era parecido al poder incontrolable e imprevisible que a veces podía tener como adivina, pero más fuerte; mucho más fuerte. E hizo que Sashka se sintiese súbitamente inquieta.

Cyllan sonrió fríamente.

—No…, ya me lo imagino. Pero lo verás. Un día. —Sintió que la carga psíquica se apoderaba más de ella, como si algún poder indecible hablase por medio de su voz, y la suave risa que brotó de su garganta nada tenía de agradable—. Te lo prometo, Sashka… Esta será mi maldición.

Sashka palideció, y tembló la mano que sostenía la copa. Por un momento, un puro miedo se pintó en sus ojos; después, la cólera lo reemplazó, y con violento ademán arrojó el resto del agua directamente a la cara de Cyllan, dio media vuelta y se alejó.

La impresión del agua destruyó la presa de aquel poder peculiar y trajo de nuevo a Cyllan a la realidad. Pestañeó, sacudió la cabeza para aclarar sus ojos (las muñecas atadas imposibilitaban que lo hiciese de otra manera) y miró hacia el fondo del subterráneo, donde se había retirado Sashka. En la penumbra, sólo pudo ver el color del traje de la otra joven y las caras de los otros, que la estaban mirando con curiosidad. Desvió su mirada, asumiendo de nuevo su actitud deprimida. El breve acceso de furioso psiquismo hacía que ahora se sintiese desolada, y su amenaza a Sashka le parecía vana y falsa. Ella no tenía poder para maldecir, y el odio no podía por sí solo convertir sus palabras en realidad. Había tenido la momentánea satisfacción de ver terror en los ojos de Sashka, pero esto no era un consuelo.

Se preguntó si Yandros sabía lo que fue de sus planes y de la promesa que ella le hizo. Aquí, en la Isla Blanca, sede de la fuerza de Aeoris, no podía tener la menor influencia; incluso Tarod, si lo quisiera, tendría su fuerza tan reducida en este lugar que sería incapaz de llamar al Señor del Caos. Y sin ninguna ayuda de más allá de este mundo terreno, ¿qué esperanza podía haber?

Oyó que alguien arrastraba los pies cerca de ella, levantó la cabeza, y se sorprendió al ver al anciano erudito inclinado sobre ella.

El anciano torció la boca en una sonrisa.

—Parece que has disgustado mucho a la consorte de nuestro Sumo Iniciado —dijo secamente—. Y veo que no te han dado de beber, al menos en el sentido propio de la palabra. —Le ofreció una copa llena hasta el borde—. Aquí hay más que suficiente para ir tirando.

Nada en su tono indicaba burla o sarcasmo, y Cyllan le correspondió con una sonrisa vacilante. Después levantó las manos atadas.

—Temo que no podré sacar provecho de tu bondad.

—Permíteme… —El anciano le acercó la copa a los labios, esperó a que ella bebiese y sonrió de nuevo.

—Te encuentras mejor, ¿eh?

Cyllan acabó de beber.

—Sí, gracias. —Vaciló—. Espero que te hayas recobrado de la escalada.

—Sí…, aunque tú y la Hermana Malia habéis sido las únicas que habéis tenido la amabilidad de preguntármelo. —La observó durante unos momentos antes de añadir—: No eres, exactamente, como me dieron a entender.

El inicial sentimiento de gratitud de Cyllan por el viejo menguó un poco al oír esto, y su tono adquirió un matiz glacial.

—¿Y qué te dieron a entender?

—Oh, los acostumbrados productos de la superstición —dijo, imperturbable, él—. Algo menos y sin embargo más que humano. Ciertamente, no una muchacha evidentemente inteligente y, perdona que lo diga, corriente, que podría ser hija o hermana de cualquiera.

Cyllan se mordió con fuerza el labio.

—Si vas a decirme que he llegado a esta situación sin culpa por mi parte y que no es demasiado tarde para salvarme, puedes ahorrarte las palabras. —Sus ojos ambarinos centellearon al mirarle con irritación—. Tomé mis decisiones hace tiempo.

—No lo he dudado un instante. —La torcida sonrisa del viejo se pintó de nuevo brevemente en su cara—. Simplemente, me interesa tu historia. Soy un erudito, ¿sabes?, me llamo Isyn y tengo un interés particular en las numerosas variedades de la naturaleza humana. Siempre estoy tratando de extender las fronteras de mi conocimiento y de mi comprensión.

Cyllan frunció los labios.

—Entonces encontrarás aquí muy poco para tus estudios, Isyn. No tengo nada que ofrecerte. —Volvía a sentir cólera, pero en una forma más tranquila—. A menos, desde luego, que Tarod viniese aquí a buscarme. Esto podría satisfacer tus deseos de nuevos conocimientos.

Isyn rió entre dientes.

—¡Espero que no sea así! Pero dime una cosa y solamente te lo pregunto con ánimo de comprensión, ¿no tienes miedo?

—¿Miedo? —dijo lentamente Cyllan.

Él señaló la puerta del subterráneo.

—De lo que te espera, falta de una palabra mejor, de tu destino.

Cyllan comprendió de pronto que para Isyn, tal vez para todos ellos, era una curiosidad, como los desgraciados mutantes que eran a veces exhibidos en las ferias del Primer Día del Trimestre; algo a lo que atormentar, o por lo que mostrar asombro, o que discutir en lenguaje erudito, según las inclinaciones del espectador; pero no una criatura que podía pensar y sentir por derecho propio. Con frecuencia se había unido en el pasado a los mirones de plaza de mercado; ahora sabía lo que debían sentir aquellos mutantes. Y de pronto comprendió, como nunca hasta entonces, el desprecio que sentía Tarod por todos ellos: el Círculo, los Margraviatos y las Hermandades. Debía conservar esta impresión; pasara lo que pasase, debía conservarla.

—No, no tengo miedo —dijo con dignidad.

La fría indiferencia de Cyllan disuadió al fin a Tsyri, y Sashka no hizo más esfuerzos para hostigarla; la dejaron sola con sus pensamientos, mientras los otros se mantenían ostensiblemente apartados. Y Cyllan no pudo calcular el tiempo que pasó antes de que el ruido de una llave girando en la cerradura atrajese la atención de todos los que estaban en la cámara.

Dos Guardianes aparecieron en el umbral; detrás de ellos, Cyllan pudo ver al menos otros dos en el túnel. Uno de ellos habló con la monotonía que ahora les era familiar.

—El Cónclave está tocando a su fin. Se requiere la asistencia de los que han acompañado al triunvirato.

Se intercambiaron miradas; poco a poco, los ocupantes de la cámara se pusieron en pie. Solamente Cyllan no respondió, y uno de los Guardianes avanzó y se plantó delante de ella.

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