Read EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III (23 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III
11.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Sus dedos resbalaron de pronto, y lanzó un juramento cuando la cuerda le raspó la mano. Ahora empezaba a ceder, despacio pero indefectiblemente. Otro esfuerzo sería suficiente y…

El silencio fue interrumpido por un griterío y un ruido de pisadas, y Cyllan se irguió de un salto y casi perdió pie en los resbaladizos escalones. Recobrando el equilibrio, miró por encima de la pared del muelle y vio a varios hombres que salían corriendo de un callejón y venían en dirección a ella. Asustada, trató de agacharse de nuevo.., pero fue demasiado tarde.

—¡Allí! —gritó una voz ronca—. ¡Allí está!

Las pisadas resonaron con más fuerza y Cyllan miró desesperadamente a su alrededor, buscando la manera de escapar. Saltar al agua era el único camino, a menos que…

—¡Le romperé la cabeza! —gritó una voz por encima de las otras—. Robar mi barca, ¿eh? ¡Voy a despellejarle vivo!

Surgieron unas siluetas encima de ella, y los hombres corrieron hacia la escalera. En menos de un segundo, calculó Cyllan la distancia entre ella y la barca más próxima, y, presa de pánico, saltó. Cayó sobre la borda de un bote que se balanceó terriblemente, casi arrojándola a las negras aguas, y confiando solamente en su suerte, subió a la borda opuesta y salvó de un salto el espantoso espacio que la separaba de la barca siguiente. No sabía adónde iba; su única idea era alejarse lo más posible de sus perseguidores, y al saltar y encaramarse sobre el costado de la tercera barca, se dio cuenta de que no podía pasar de allí.

Delante de ella una gran extensión de mar parecía esperarla amenazadoramente; detrás, un marinero empezaba a saltar en las barcas oscilantes, persiguiéndola, mientras los otros se reían y gritaban en el muelle. Estaba atrapada.

Se volvió, enfrentándose a su atacante y cerrando los puños, sabiendo que no podía luchar contra él, pero dispuesta a pesar de todo a intentarlo. Pero el hombre se había detenido y permanecía de pie en la barca próxima, sonriendo amplia y desagradablemente. Y entonces sintió Cyllan que la barca en que se hallaba se balanceaba bruscamente y empezaba a moverse.

Hubiese debido darse cuenta de lo que harían ellos, y la mortificación se mezcló con el miedo que sentía. Pero lo único que podía hacer era agarrarse impotente a los lados del bote mientras los hombres del muelle, que agarraban la cuerda de amarre, empezaron a tirar de ella hacia la pared.

El bote chocó contra la piedra del muelle, y unos dedos rudos tiraron del cuello de la camisa de Cyllan y la levantaron, pataleando y debatiéndose, hasta la tierra firme. Cayó de bruces en el muelle, jadeó al recibir una patada en la espalda y vio que unas pesadas botas se acercaban a ella. Entonces, alguien dijo, con voz sorprendida:

—Que los estrechos nos lleven a todos, ¡es una mujer!

Retrocedieron confusos y ella aprovechó la única oportunidad que se le ofrecía. Contrayendo violentamente los músculos, se levantó de un salto y echó a correr, pasando entre sus capturadores antes de que éstos pudiesen recobrarse de su sorpresa y corriendo desesperadamente hacia el negro refugio del callejón.

Y a punto estaba de conseguirlo cuando alguien salió de la oscuridad para cerrarle el paso, y ella, incapaz de esquivarle, chocó contra él. Unas manos se cerraron sobre sus brazos y ella maldijo en voz alta, pero la blasfemia se extinguió en sus labios cuando levantó la mirada y vio los ojos coléricos y triunfantes de Keridil Toln.

—¡No!

Cyllan se retorció y tal vez habría podido escapar, pero al volverse, una silueta se irguió delante de ella. Algo (parecía una jarra de cerveza vacía) lanzó un destello metálico bajo la luz de la luna, pero antes de que su mente presa de vértigo pudiese identificarlo, golpeó su frente con terrible violencia, y ella se hundió en una nada silenciosa y oscura.

Keridil miró fijamente la despatarrada figura y, al ver que el dueño de la Bailarina Azul se disponía a dar otra patada a Cyllan, levantó una mano autoritaria.

—No. No le hagas más daño.

El hombre le miró echando chispas por los ojos y uno de sus compañeros escupió con puntería sobre la muchacha inconsciente.

—Arrojadla al agua. Es el mejor sitio para los vagabundos; nadie echará en falta a esa zorra.

—He dicho no.

Keridil no había querido revelar su autoridad, pero los marineros estaban sedientos de sangre y por eso echó atrás su capa de manera que fuese claramente visible sobre su hombro la insignia de oro del Sumo Iniciado. Los marineros tardaron unos momentos en captar el significado de la insignia, pero, cuando lo hicieron, el que llevaba la voz cantante lanzó un juramento, se disculpó e hizo la señal de Aeoris delante de su cara.

—Esa muchacha —dijo Keridil, mirando fríamente a Cyllan— ha sido reclamada por el Círculo. Es una criminal y una fugitiva. —Levantó la mirada—. Creo que con eso basta.

Los hombres comprendieron y dieron, temerosos, un paso atrás, y uno de ellos murmuró algo que le sonó a Keridil como un ensalmo contra el mal. Sonrió débilmente.

—Lamento haberos engañado, pero no tenía tiempo para dar explicaciones. Desde luego, os recompensaré por vuestro trabajo. —Tocó la bolsa colgada del cinto y las monedas sonaron agradablemente—. La muchacha no os hará ningún daño; por tanto, no debéis temerle. Quiero que la llevéis a la residencia del Margrave antes de que recobre el conocimiento. De esta manera…

Se interrumpió al oír un sonido, procedente del Oeste, grave y estremecedor, lejano pero persistente en el aire tranquilo; el etéreo sonido de un cuerno dando un toque de aviso.

Todos los marineros volvieron la cabeza al oír aquella llamada misteriosa y sus rojos semblantes palidecieron. Keridil, que no había oído nunca un sonido como aquél, sintió un escalofrío de alarma en la espina dorsal, y entonces se dio cuenta de que todos los hombres le estaban mirando con pasmado respeto.

—La Barca Blanca… —dijo el dueño de la Bailarina en un tenso murmullo, en el mismo instante en que el significado de aquel cuerno se hacía claro en la mente de Keridil.

Hubiese debido preverlo: los Guardianes, que evitaban todo contacto que no fuese absolutamente necesario con el continente, difícilmente habrían traído de la Isla Blanca su extraña embarcación para que la viesen todos los hombres, mujeres y niños de Shu-Nhadek. La plena noche era más adecuada a su manera de actuar, y les importaba poco la conveniencia de sus pasajeros, por muy distinguidos que fueren estos.

El cuerno sonó de nuevo, lúgubremente, y Keridil se estremeció.

No quería mirar hacia el océano, pero su fascinación era demasiado grande, y si aguzaba la vista hasta el límite, pensó (simplemente se lo imaginó) que podía ver un brillo nacarado a lo lejos, en alta mar; un fantasma amorfo que engañaba a sus ojos, apareciendo un instante para desvanecerse en seguida en la oscuridad.

No habrán oído el cuerno en la residencia del Margrave; había que avisarles sin pérdida de tiempo. El sentido común fue en ayuda de Keridil, librándole del vago temor que le infundió el cuerno y el barco lejano. Se volvió al dueño de la Bailarina Azul.

—Debo enviar un mensaje al Margraviato…

—Cuidaremos de esto, señor.

El marinero parecía inquieto.

Keridil había informado a un criado; el hombre era lo bastante inteligente para decir a sus compañeros dónde podían encontrarle…

Asintió.

—¿Llegará la Barca al muelle? —preguntó.

El hombre sacudió la cabeza.

—Creo que no, señor. —Encogió los hombros y se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta—. Hace casi cinco años que no se ha acercado a tierra firme; desde la última vez que nos devolvieron las mujeres… Anclará a una milla de la costa. —Se pasó la lengua por los labios—. Sería un honor para mí llevarte allí en la Bailarina, si no te importa el olor a pescado de la barca.

Keridil tuvo la impresión de que el hombre se ofrecía de mala gana, pero no estaba dispuesto a rehusar la propuesta y además, diez gravines aliviarían sin duda la carga del marinero.

—Gracias —dijo, mirando una vez más hacia el mar y desviando después rápidamente la vista—. Aprecio tu generosidad.

El marinero miró al suelo y señaló con la cabeza el cuerpo encogido e inmóvil de Cyllan.

—¿Qué hay que hacer con ella, señor?

Se había olvidado de Cyllan… Ahora la contempló Keridil, y reflexionó. Si la dejaba en el Margraviato, al cuidado de los servidores, o les engañaría para conseguir la libertad o establecería contacto telepático con Tarod, pidiéndole que viniese en su ayuda. Era posible que él la estuviese ya buscando, y la idea de la indefensa casa del Margrave dejada a su merced no era agradable. No tenía tiempo de aislarla mágicamente, y esto sólo le dejaba una alternativa.

El Sumo Iniciado sonrió. La Barca que se acercaba les llevaría al único lugar del mundo donde el Caos no podía tener influencia alguna.

Si Tarod les seguía hasta allí, se vería despojado de su poder, impotente ante la justicia final. Y el único señuelo que podía obligarle a seguirles estaba en manos de Keridil.

—Llevadla a bordo de la Bailarina Azul —dijo—. Navegará con nosotros hacia la Isla Blanca.

CAPÍTULO X

E
sta vez no había multitudes que les aclamasen y deseasen buen viaje. Cruzaron la insegura tabla entre el malecón y la cubierta de la Bailarina Azul en un tenso silencio interrumpido solamente por los chasquidos del agua contra el muelle y los gruñidos sofocados de la tripulación que se preparaba para zarpar. Ahora Keridil estaba de pie junto a la borda de la barca de pesca, escuchando los crujidos de la vela y los botalones al virar la embarcación para salir a alta mar, y observando la encogida e infeliz figura de Fenar Alacar a poca distancia de él. La cara del joven Alto Margrave estaba pálida y tensa en la oscuridad, endurecido su perfil por el débil resplandor de una linterna en la caseta del timón, donde el patrón marcaba con seguridad el nuevo rumbo. Aunque los otros eran lo bastante viejos y experimentados para disimular su inquietud, todos compartían los temores no confesados del muchacho; incluso la Matriarca había dejado de quejarse y permanecía sentada en silencio y rumiando en el camarote de debajo de la cubierta.

El viento arreció de pronto, hinchando las velas, y Keridil sintió que el casco saltaba bajo sus pies y se lanzaba hacia delante con un nuevo ritmo, al salir del refugio del puerto y alcanzarle toda la fuerza del oleaje. Ahora no había nada entre ellos y el fantasma que esperaba en la oscuridad; nada, salvo las negras olas y los profundos estrechos…

Como si el muchacho hubiese captado sus inquietos pensamientos, Keridil vio que Fenar Alacar se estremecía de pronto y se apartaba de la borda. Como era debido, habían dejado en tierra a todos salvo a sus más íntimos compañeros, y aunque el viejo Isyn acompañaba al Alto Margrave, éste necesitaba más de una cara conocida para armarse de valor. Por un momento, pareció que Penar iba a acercarse a Keridil y a hablarle; entonces el muchacho lo pensó mejor y se dirigió tambaleándose a la débilmente iluminada escotilla. Desapareció por ella y, durante un instante, sus ruidosas pisadas bajando la escalera rompieron el suave ritmo del mar y de las velas, hasta que se extinguieron, dejando solo a Keridil.

Este no quería atisbar en la oscuridad, pero una fascinación contra la que no podía luchar hizo que se volviese y mirase por encima de la proa de la barca. Y allí estaba…, todavía indistinto, pero más próximo: el blanco fantasma de un barco anclado que se mecía suavemente.

La sombra le envolvía y hacía imposible juzgar sus dimensiones; a veces parecía alzarse como una torre en las tinieblas de la noche, y otras, pensaba, incluso la Bailarina Azul era más grande. A popa, una luz fría e incolora centelleaba vacilante, pero no se advertían otras señales de vida. Igual hubiese podido ser una imagen nacida de un sueño inquieto.

La voz que había hablado a su espalda era suavemente modulada, pero Keridil se sobresaltó a pesar de ello. Se volvió y vio a uno de los marineros que se mantenía a respetuosa distancia, con la gorra en la mano.

—El capitán, Señor, te saluda y me ha encargado decirte que hay cerveza caliente bajo cubierta, con unas gotas de algo más fuerte para combatir el frío. —El marinero sonrió temeroso, mostrando a la pálida luz de la caseta del timón que le faltaban algunos dientes—. Todavía tardaremos más o menos media hora antes de llegar a nuestro destino, Señor.

Su padre habría dicho que esto era el valor del cobarde…, pero dadas las circunstancias, pensó Keridil, también lo habría comprendido.

—Gracias —dijo, apartando las frías manos de la barandilla y frotándolas con fuerza—. Me vendrá muy bien.

La cerveza caliente con especias era sabrosa, a pesar de un débil sabor a pescado y, durante un rato, el grupo que se hallaba ahora en el lleno y primitivo camarote pudo mantener un ánimo que ponía a raya los pensamientos privados. Keridil estaba sentado al lado de Sashka, que le estrechaba una mano con una fuerza reveladora del dominio que tenía de su propia compostura. El no había visto nunca que pudiese sentir miedo, y este descubrimiento le conmovió de una manera nueva, despertando en él un instinto protector que mitigaba su propia aprensión. Fenar Alacar se sentaba encogido en un rincón, sujetando su copa como si fuese su bien más preciado, mientras la Matriarca Ilyaya Kimi, acompañada de dos de sus doncellas, vertía un torrente de palabras triviales a media voz, al parecer sin importarle que la escuchasen o no.

Y en la bodega, guardada por uno de los hombres del capitán y todavía inconsciente, estaba Cyllan.

La noticia de su captura, comunicada por Keridil a sus compañeros cuando se habían reunido en el puerto, les impresionó a todos.

Solamente Fenar había objetado la decisión de Keridil de llevarla con ellos a la Isla Blanca, arguyendo que habría sido mejor y más sencillo ejecutarla y acabar de una vez, sentimiento que en cierto modo reflejaba las propias dudas de Keridil. En cambio, la Matriarca no había querido saber nada de ello.

—El Sumo Iniciado tiene toda la razón —dijo en un tono que no admitía réplica—. La muchacha es mucho menos importante para nosotros que el demonio del Caos al que sirve, y no hay manera mejor de asegurarnos de la captura de éste. Además —añadió, con un débil brillo de regocijo en los ojos—, el alma inmortal de la muchacha no lo pasará peor en la otra vida si sufre el justo terror del juicio de Aeoris antes de morir.

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III
11.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Death Benefits by Sarah N. Harvey
Cheat by Kristen Butcher
The Letting by Cathrine Goldstein
The Bride of Texas by Josef Skvorecky
I'm Glad I Did by Cynthia Weil
Pas by S. M. Reine
Written in the Stars by Xavier, Dilys
The Devil's Own Luck by David Donachie