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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (10 page)

BOOK: El simbolo
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—¿Me quiere decir qué pasa? ¿Qué es lo que no le cuadra?

Thomas se levantó y se acercó nuevamente al cuadro, llevándose consigo el libro. Colocó el libro sobre el cuadro y con el dedo índice de la mano derecha señaló un punto. Al hacerlo susurró:

—¿Por qué has llegado hasta aquí?

—¿Qué dice? —preguntó el Sr. Arthur sentado en el sillón.

—Venga un momento, por favor, hay algo muy extraño que me gustaría comentarle.

El Sr. Arthur se apresuró a levantarse, pues estaba muy intrigado. Cuando estuvo junto a él, vio el lugar que señalaba con su dedo y le preguntó:

—¿Qué señala? No hay nada en ese punto.

—Efectivamente, eso es lo que veo yo también. Ahora mire la foto del libro y dígame que ve.

—Veo una estatua, ¿qué tiene de raro? —le respondió con cara de sorpresa.

—Eso es lo raro, en el cuadro no está, en cambio en la foto actual… —Quedó pensativo.

—En la foto actual, ¿qué? ¿Quiere decirme algo claro ya? Me tiene en vilo.

Thomas continuaba contrastando las dos imágenes. Después de varios minutos, exclamó:

—¡Fíjese qué raro! —señaló nuevamente ese punto.

—Le repito que no veo nada raro, piense que la foto del libro es actual. Además, está hecha desde un satélite y no suelen cometer errores. En cambio, el papiro debe de tener miles de años y en todo ese tiempo hasta ahora, esa zona debe de haber sufrido muchos cambios.

—Eso es cierto, pero si se da cuenta, todo está en el mismo lugar. Donde antes había un templo, ahora están sus ruinas; en cambio, en este punto no había nada y ahora sí, y si se fija bien, este punto está más deteriorado que el resto. ¿No le parece extraño?

—¿Que está más deteriorado? —preguntó mientras se acercaba para comprobarlo, y tras hacerlo dijo—: Es verdad, cómo no nos habíamos dado cuenta antes. ¿Qué piensa?

—No lo sé, pero creo que en ese lugar había algo que quisieron ocultar.

Thomas, pensativo, se acercó hasta la mesa.

—¿Qué le pasa? —le preguntó el Sr. Arthur.

—Todo esto me parece muy misterioso y es una pena no poder averiguar qué intentaron ocultar.

—Si ocultaron algo —le dijo el Sr. Arthur acercándose a él.

—Seguro que sí, podría haber una tumba, joyas, o vaya usted a saber. Pero lo mejor de todo es que seguramente nadie habrá excavado en ese lugar.

Al escuchar las palabras de un entristecido Thomas, el Sr. Arthur comenzó a reír.

—¿De que se ríe? Yo no le veo la gracia —se quejó Thomas al ver su reacción.

—No me río de usted, sino de lo que ha dicho. Si se acuerda, le dije anteriormente que tengo obsesión con las antigüedades y creo que ésta es una buena oportunidad para mí en la que poder conseguirlas, y también para usted, si quiere, para encontrarlas y poder excavar en un lugar jamás antes excavado.

—¿Usted estaría dispuesto a financiar una excavación en aquel lugar?

—Por supuesto —afirmó rotundamente.

—Pero no es tan fácil, se necesitan muchos permisos y muchísimo dinero.

—Eso no es problema para mí. —Comenzó a reír nuevamente y prosiguió—: Usted dígame solamente si aceptaría ir.

Thomas se levantó de la silla, se acercó al cuadro y observándolo dijo:

—Acepto, pero la universidad…

—No siga, eso tampoco es problema.

Thomas y el Sr. Arthur estuvieron hablando durante horas sobre la universidad, sobre cómo se iba a realizar la excavación y los materiales necesarios para efectuarla. Al acabar, Thomas dijo:

—Bueno, pues si eso es todo me voy a mi casa a preparar las cosas que me harán falta para el viaje.

—Muy bien, mi mayordomo preparará su viaje en avión, se encargará del material necesario y contratará a personal para que le ayude. Cuando esté todo preparado le llamaré para decirle la hora en la que saldrá el avión.

—De acuerdo —le dijo mientras tendía su mano al Sr. Arthur.

—Así quedamos —agarró su mano fuertemente.

Sin creer aún lo que estaba a punto de hacer —dejar su rutinaria vida, su casa, su universidad…—, salió de la mansión, se introdujo en su coche y se dirigió hacia su casa.

En el trayecto, su cabeza no cesaba de darle vueltas a la propuesta; una sensación de temor y a su vez de ilusión le recorría todo su cuerpo. Su sueño se iba a ver realizado, podría excavar en un lugar que, en teoría, se hallaba oculto, y sería el primero en ver y tocar restos de miles de años que, posiblemente, fueron escondidos con el fin de permanecer así para siempre.

Se encontraba absorto en sus pensamientos cuando se dio cuenta de que el Sol ya había salido por completo y que la calle donde había vivido los últimos cuatro años ya estaba repleta de gente, con sus vidas monótonas y vacías. En ese mismo instante se dio cuenta de que la vida le había ofrecido una oportunidad única e irrepetible.

Circulaba lentamente por la calle con su coche con la esperanza de que ese día, que había sido un día repleto de sorpresas, alguien le sorprendiera y le salvara de la búsqueda de aparcamiento que siempre duraba aproximadamente una hora. De repente, un coche comenzó a moverse frente a su puerta. «¡Qué suerte la mía!», pensó. Pacientemente esperó a que saliera y, al hacerlo, aparcó y salió del coche.

Había pasado toda la noche junto al Sr. Arthur buscando la solución del enigma y, por ello, decidió que antes de subir a su casa desayunaría en el bar de la esquina de la calle, en el que cada día lo hacía antes de ir a la universidad.

Ya sentado en la barra le pidió a la camarera, a la que llamaba cariñosamente mi pequeñita, que le pusiera lo mismo que cada día. De repente, una voz le dijo susurrándole al oído:

—No se gire profesor y escuche atentamente lo que le voy a decir. No siga con esto y continúe su vida como hasta ahora o no lo podrá hacer jamás.

—¿Cómo dice? —preguntó girándose rápidamente y muy asustado.

—Aquí tienes tu desayuno, corazón —le dijo pequeñita.

Thomas, que continuaba girado buscando el dueño de aquella voz, se dio la vuelta y mirándola le preguntó:

—¿Has visto quién había detrás de mí?

—No he visto a nadie. ¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó extrañada.

—Nada, nada, no importa. Un momento mi pequeñita, me lo he pensado mejor, pónmelo todo para llevar que me lo tomaré en mi casa.

Tras pagar, salió del bar y se dirigió hacia su casa sin dejar de mirar a un lado y a otro muy asustado. No llegaba a entender el por qué de esas palabras, ni si ellas se referían a lo que habían hallado y, si era así, ¿cómo era posible que alguien lo supiera?

Llegó hasta la puerta de su casa y sin dejar de mirar hacia atrás la abrió y entró rápidamente.

Se dirigió hasta la cocina atravesando el pequeño comedor, que estaba muy poco decorado. Un pequeño sofá, una mesa con cuatro sillas, una pequeña televisión y una estantería repleta de libros era lo único que contenía. Ya en la cocina, estaba desayunando sobre el frío mármol, sin dejar de pensar en aquella voz y si sería capaz de ejecutar su amenaza, cuando de repente, el teléfono que tenía colgado en la pared junto a la puerta sonó, asustándolo y haciendo que le cayera el tenedor que tenía en la mano. Inmóvil y asustado, se le escapó una risa nerviosa.

Se apresuró en coger el teléfono, que continuaba sonando. Una voz con tono serio le dijo:

—Señor Thomas, el avión sale dentro de dos horas. Preséntese en el aeropuerto. Allí le estaré esperando con el billete.

—Pero… —antes de poder terminar la frase ya le había colgado.

Desorientado por todo lo que le estaba ocurriendo, hizo la maleta como pudo, introdujo una mochila impermeable, un chaleco lleno de bolsillos, varios enseres que le iban a servir para estudiar lo que encontrara, útiles de limpieza personal y ropa de recambio. Tras cogerlo todo, salió a la calle, se metió en el coche y muy ilusionado se dirigió hacia el aeropuerto.

Al llegar, en la puerta le estaba esperando el mayordomo, que le dijo:

—Aquí tiene su billete y un sobre.

—Gracias —dijo mirando hacia los lados—. ¿El señor Arthur?, ¿dónde está? —preguntó.

—No ha podido venir, pero me ha dicho que le diga que en el interior del sobre se halla una copia de lo que han encontrado.

—Dígale que muchas gracias por darme esta oportunidad y por confiar en mí. Una pregunta: ¿qué debo hacer al llegar allí?

—No se preocupe por eso, ya está todo programado. Cuando llegue le estará esperando un hombre llamado Pancho, con una cartulina con su nombre. El, le llevará hasta el lugar de la excavación y allí será su mano derecha.

—Muy bien, ya iré llamando para informar de lo que vaya hallando.

—Me olvidaba, me ha dicho que no le llame hasta que halle algo importante, es un hombre que no puede perder el tiempo en tonterías —le decía mientras se escuchaba por los altavoces la salida del vuelo de Thomas.

—Bueno, me voy, ése es mi avión.

Se despidieron y entró rápidamente.

Ya en el avión, muy nervioso por la aventura que estaba a punto de comenzar, recordó nuevamente aquella voz y decidió no volver a pensar en ella, puesto que podría condicionarle en su búsqueda.

SALTO A LA ESPERANZA

En algún lugar bajo tierra.

S
entado al filo del pasadizo, con la única compañía del murmullo del río y la soledad, Thomas movía la cabeza de un lado a otro al recordar lo ilusionado que estaba y lo mal que había acabado todo. Entristecido por los acontecimientos y ante la situación en la que se encontraba, se preguntó:

—¿Quién me iba a decir que acabaría así?

Maldiciendo aquel lugar por todo lo acontecido, se acordó de aquella voz y comenzó a pensar si lo que le estaba ocurriendo no sería lo que quería advertirle.

Llevaba ya más de dos horas sentado cuando decidió que debía hacer algo, no podía soportar más aquella situación, pues los remordimientos por Pancho y la impotencia ante el problema que tenía le bombardeaban la mente. En aquel mismo instante, con el rostro repleto de lágrimas, se armó de valor, se levantó y mirando hacia el río, gritó mientras saltaba:

—¡Va por ti, Pancho!

Rápidamente comenzó a caer, mientras que miles de pensamientos, e incluso la totalidad de su vida, pasaban frente a sus ojos.

Al llegar al río, se hundió en él como si de una pesada piedra se tratase. Tras unos instantes y mientras era arrastrado por una fuerte corriente, resurgió de las profundidades y comenzó a luchar para salvar la vida, pues no estaba dispuesto a morir. Cuando hubieron pasado unos minutos de lucha férrea con las aguas y la corriente, las fuerzas comenzaron a flaquearle. Agotado y maltrecho por los golpes recibidos en el interior de la sala y las paredes del río, decidió dejar de luchar, pues era inútil seguir. Dejó su vida a merced del río, que lo engulló nuevamente, haciéndolo desaparecer, sin remedio alguno, en las cristalinas y profundas aguas.

COMITIVA INESPERADA

Aeropuerto de Washington. Dos semanas después.

U
n hombre uniformado observaba su reloj de pulsera tras mirar la pantalla que indicaba la llegada del vuelo número 1 - 8576, procedente de Honduras. Rápidamente se dirigió a la puerta de desembarco número 2, por la que comenzaban a salir los pasajeros del vuelo.

Cinco minutos después, y creyendo que había salido todo el mundo, aquel hombre se acercó a una azafata que permanecía en la puerta y le preguntó:

—Perdone, ¿me podría decir si ya han salido todos los pasajeros?

—No, aún queda uno —le respondió muy amablemente.

En ese mismo instante se abrió la puerta automática y apareció el último pasajero, un hombre con el rostro cansado, lleno de magulladuras y con una mochila colgada del hombro como único equipaje. Al verlo, le preguntó:

—Perdone, ¿es usted el señor Thomas McGrady?

—Sí, soy yo —le respondió acercándose a él.

—Soy el chófer del señor Arthur, me envía para recogerle y llevarle ante él.

—Muy bien, pero antes debería pasar por mi casa para asearme y…

—Tranquilo, en casa del señor Arthur podrá hacerlo, está todo preparado para su llegada.

Accediendo a la petición del chófer, Thomas lo siguió a través del aeropuerto y del aparcamiento, hasta llegar al vehículo que lo llevaría ante el Sr. Arthur, una impresionante limusina de color negro.

Thomas se detuvo frente la puerta trasera y se quitó la mochila, mientras el chófer le abría la puerta y lo invitaba a entrar. Tras acomodarse en el interior, el chófer, que se hallaba sentado en el asiento del conductor, le preguntó si estaba cómodo, a lo que Thomas le respondió que sí. Seguidamente arrancó el vehículo e inició la marcha hacia la mansión.

Ya en la autopista, Thomas, que estaba muy cansado por el viaje, preguntó:

—¿Le importaría que echara una cabezada antes de llegar?

—Cómo me va a importar. Haga usted lo que quiera —le contestó mirándolo por el retrovisor.

Al escucharlo, se arrinconó en una esquina, utilizó su mochila como almohada y se dispuso a dormir.

Media hora después, y sin previo aviso, el vehículo frenó bruscamente, provocando que Thomas, que seguía durmiendo, se despertara.

—¿Qué ha pasado? ¿Hemos llegado ya? —preguntó desorientado y mirando a través de la ventanilla.

—No hemos llegado todavía. Perdóneme si le he despertado, pero he tenido que frenar así porque el vehículo que tenemos delante ha realizado una maniobra muy extraña. Continúe durmiendo tranquilo, que no ocurre nada. Le despertaré cuando lleguemos.

Thomas volvió a acomodarse con la intención de dormir un poco más, cuando el chófer volvió a frenar nuevamente hasta detenerse por completo.

El vehículo que tenían delante, un todoterreno gris con los cristales negros, se había detenido, obligando a la limusina a que frenara y se saliera al arcén.

—¿Pero qué le pasa?, ¿está loco? —le preguntó al chófer muy asustado.

—No lo sé, pero de poco colisionamos con él —le contestó también muy asustado, y prosiguió—: Mire, sale el conductor y se dirige hacia nosotros.

El chófer, al ver la extraña indumentaria que llevaba aquel hombre y la forma que había utilizado para detenerles, le comentó:

—Apártese, voy a poner el seguro de las puertas y a subir la barrera que separa los asientos delanteros de los traseros, por si acaso.

Pulsó los botones y abrió la ventanilla para ver lo que quería aquel hombre.

Thomas, que no podía ver nada, pues la barrera que había interpuesto el chófer era totalmente translúcida, escuchaba cómo discutían.

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