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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (5 page)

BOOK: El simbolo
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—¿Qué vamos a hacer ahora?

—Si te soy sincero, no lo he pensado todavía, pero seguro que tiene que haber alguna forma de salir, y si la hay, te garantizo que la encontraremos —le contestó mientras se levantaba y miraba para todos lados.

Pancho, que permanecía sentado, sabía que las palabras de su jefe estaban vacías y no contenían esperanza. Únicamente se las decía para consolarlo, pues podía ver como sus ojos habían perdido ese brillo que anteriormente tenían y que a él, al verlos, le daban las fuerzas y el valor para permanecer a su lado.

Thomas, que caminaba por la sala sin rumbo fijo buscando la manera de salir, giró su cabeza y pudo ver al pobre Pancho que nuevamente se había derrumbado. Sus manos cubrían de nuevo su rostro y su cabeza no dejaba de moverse de izquierda a derecha, dándole a entender el arrepentimiento de haberse arriesgado a entrar con él y no haberse marchado con sus hombres cuando tuvo la oportunidad. Al verlo en este estado, un sentimiento de culpa se apoderó de su mente. Comenzó a pensar que todo era culpa suya, Pancho y sus hombres le habían avisado de las maldiciones y él, haciendo caso omiso, decidió entrar, arrastrándolo a lo desconocido y quién sabía si a una muerte segura.

De repente, una nueva sacudida estremeció el lugar. Thomas, que se encontraba absorto en sus pensamientos, corrió hacia donde se encontraba Pancho, que no reaccionaba, y cogiéndolo de las axilas lo comenzó arrastrar hacia una de las paredes, con la intención de cubrirle por si caía algún fragmento del techo que pudiera dañarle o incluso matarle.

—Pancho, reacciona de una vez, no puedes comportarte de esta forma, debes ser fuerte y afrontar la situación, porque yo solo no puedo. Te necesito a mi lado o al final me derrumbaré yo también y entonces estaremos perdidos. ¡Levántate de una vez! —le gritó desesperado al ver que seguía sin reaccionar.

La sacudida cesó y todo volvió a quedar en calma. Pancho, al escuchar el grito de su jefe, levantó la mirada hacia él y dijo:

—Tiene razón, debo dejar de comportarme como un niño asustado e intentar buscar con usted una solución al problema que nos ha surgido.

—Muy bien, así me gusta. Ahora levanta y salgamos de este lugar de una vez por todas.

—Ahora mismo es lo que más deseo… Un momento, mire hacia el techo; ¿qué es eso? —le preguntó señalándole el techo con su dedo.

Lo que Pancho le enseñaba era una de las grietas del techo que continuaba su recorrido, acercándose peligrosamente al cristal que iluminaba la sala. Thomas, alarmado pero sin perder la calma, se quedó inmóvil, sin palabras.

—¡Diga algo! ¿No va a hacer nada? —le preguntó al ver la impasibilidad de Thomas.

—No, no te muevas, vamos a ver qué pasa. A lo mejor se detiene antes de llegar o quizás continúe su camino hacia el gran cristal y, si eso sucede, lo mejor es que estemos aquí quietos y permanezcamos atentos a lo que pueda ocurrir.

Pancho se levantó rápidamente al escuchar las indicaciones de Thomas y se apoyó en la pared con fuerza junto a él, sin perder de vista la grieta que lentamente, pero sin pausa, proseguía su camino hacia el cristal, hasta que…

—¡Ya ha llegado! Pero no sucede nada —le dijo Pancho apartándose de la pared.

—¿Ves como no debíamos tener miedo? Ya te dije que no pasaría nada —le respondió entre suspiros de alivio, y prosiguió—: Ahora debemos buscar la salida antes de que una nueva sacudida, más fuerte que las anteriores, nos cause algún problema más grave del que tenemos ahora.

Los dos hombres comenzaron a mirar, por separado, la sala a conciencia, buscando alguna entrada o salida secreta que anteriormente se les hubiera pasado por alto. Pero aquella sala no parecía tener ninguna otra salida o entrada, sus piedras se hallaban perfectamente ensambladas entre sí, y por más que buscaban no lograban hallar nada. Thomas, que estaba sentado en el altar, observaba como Pancho pasaba las palmas de sus manos por las paredes con la esperanza de encontrar algún tipo de resorte u otra cosa que abriera alguna trampilla.

—Jefe, ¿qué hace ahí sentado? Así no encontraremos nada.

—Espera un momento, estoy descansando un poco.

—¿Sabe una cosa? Creo que no va a ser fácil encontrar algo. Los que construyeron este lugar lo hicieron a conciencia y escondieron muy bien cualquier otra salida.


Je, je, je
—Thomas comenzó a reír al ver que había recuperado la esperanza y le dijo—: Continúa buscando a ver si la encuentras. Yo ahora me levantaré y seguiré buscando.

Thomas comenzó a pensar que era inútil el esfuerzo que estaban realizando, puesto que sabía que allí no había nada más. Habían quedado completamente encerrados y seguramente morirían en cualquier otra sacudida que se produjera, pero no podía decírselo ni demostrárselo, porque si no, volvería a desmoronarse, y entonces la muerte que les esperaba se les haría mucho más lenta y a su vez más agonizante y angustiosa. Tras pensar esto y teniendo presente lo que les esperaba, emprendió nuevamente su infortunada búsqueda e intentando darle más ánimos a Pancho gritó:

—¡Vamos, seguro que la encontramos!

—¡Pues claro que sí! Lograremos salir de aquí con vida y cuando lo hagamos nos tomaremos un café mientras nos reímos de lo sucedido —gritó esperanzado.

Tras casi una hora buscando, no les quedaba ni un solo rincón al que mirar, habían palpado cada centímetro de las paredes y del suelo e incluso buscaron en el altar. Al ver que no les quedaba nada más que mirar, y agotados por el esfuerzo realizado, se sentaron en el altar, apoyando sus espaldas una contra otra para descansar. Ninguno de los dos decía nada, el silencio se apoderó del lugar. De repente, un pequeño fragmento del cristal cayó, golpeando el hombro de Pancho, que al notar el pequeño golpe dijo:

—Estoy bien jefe, no se preocupe más por mí.

—Ya lo sé, ¿pero por qué me dices eso? —preguntó muy extrañado.

—Porque usted ha tocado mi hombro e imaginé que quería saber cómo me encontraba de ánimos.

—¿Yo? Yo no he sido, te lo aseguro.

Exaltados ante tan extraña situación, se levantaron rápidamente y, mirándose sorprendidos, vieron sobre el altar un pequeño punto de luz.

—¿Qué es eso? Cuando lo he examinado antes no estaba ahí —dijo Pancho mientras se movía de un lado para otro mirándolo.

—No lo sé, yo tampoco lo vi. Me acercaré para examinarlo y así veré lo que es.

—Me parece que es lo más apropiado. Acérquese usted, pero tenga mucho cuidado.

Thomas se acercó lentamente para ver aquello que relucía sobre el altar. Después de haberlo examinado, volvió a dar un paso atrás y miró hacia arriba, donde estaba situado el gran cristal.

—¿Qué pasa?, ¿qué mira?, ¿ya sabe lo que es? —comenzó a bombardearle con preguntas.

—Pancho, no quiero alarmarte, pero eso que vemos es un pequeño fragmento del cristal —le señalaba con su mano mientras le daba la explicación.

—¿Cómo dice? ¿Y cómo ha llegado ahí? —volvió a preguntar mientras se tocaba la barbilla con su mano y movía su cabeza de arriba abajo mirando el cristal y el pequeño fragmento.

—Puede que se haya producido una pequeña fisura por culpa de la grieta —le explicó mientras se subía al altar para poder verlo más de cerca y comprobar si había sufrido algún desperfecto más.

Subido en el altar, lo miraba detenidamente, poniendo su mano abierta encima de sus ojos, pues el resplandor le dificultaba la visión. Tras unos minutos, volvió a bajar y dijo:

—No se ve nada más, parece que está bien pero no lo he podido examinar bien porque la luz que desprende no me ha…

Sin haber podido acabar lo que le estaba diciendo, se produjo un ruido sobrecogedor procedente del cristal.

—¡Corre! —gritó Thomas.

Asustados y sin saber lo que ocurría, corrieron hacia una de las paredes. El gran cristal comenzó a temblar bajo la atenta mirada de Thomas y Pancho, el ruido cada vez era más ensordecedor, el temblor ganaba intensidad y la luz que emitía comenzó a parpadear.

—¿Qué sucede? Parece que va a estallar en cualquier momento. ¡Es el fin! —gritaba Pancho abrazado a Thomas.

De repente, el enorme cristal dejó de parpadear y de hacer ruido, comenzó a dar una luz más intensa y en ese mismo instante se partió en dos. Una de las mitades se desincrustó del techo, se precipitó hacia el suelo e impactó sobre el altar.

Al caer, vieron atónitos cómo se fragmentaba en miles de pedazos que se repartieron por toda la sala y que sorprendentemente continuaban dando luz.

—¿Ha visto lo que ha sucedido, jefe? Casi nos aplasta. Thomas, sin hacer caso a Pancho, miraba fijamente el altar, algo que había ocurrido llamó su atención.

CALMA EFÍMERA

T
ras deshacerse del abrazo de Pancho, comenzó a caminar hacia el altar, sorteando los numerosos fragmentos del suelo. Al estar lo bastante cerca y comprobar lo que le había parecido ver, se echó las manos a la cabeza y gritó:

—¡Sí, lo sabía! Acércate Pancho, no te lo vas a creer.

Con mucho cuidado e intentando no pisar los cristales del suelo, se acercó donde se encontraba su jefe para ver lo que le había causado tal reacción. Al llegar a su lado pudo ver lo que le quería mostrar y, olvidándose de la complicada situación en la que se encontraban, reaccionó de la misma manera.

—Lo hemos conseguido jefe, lo hemos tenido todo el rato delante de nuestros ojos y no lo hemos sabido ver.

—No me lo puedo creer, había perdido toda esperanza de encontrar algo. Además, nunca hubiera imaginado hallarlo en el lugar donde lo hemos hecho.

La esperanza había vuelto, sus caras habían cambiado por completo, a Thomas le había vuelto a los ojos ese brillo que anteriormente no tenían y Pancho ya no se acordaba de lo mal que lo había pasado.

Se acercaron al altar para ver lo que había ocurrido más de cerca, pues la mitad del cristal que había impactado sobre él rompió una de las esquinas y produjo multitud de grietas. Thomas miró el agujero que se había producido y pudo ver que se equivocó rotundamente, pues el altar no era de roca maciza, sino que estaba hueco. Pancho se agachó y recogió un pequeño fragmento de la esquina que se hallaba en el suelo. Dándoselo a Thomas, le señaló lo que parecían ser unas inscripciones que se encontraban en la cara que daba al interior del altar.

—¿Sabe lo que es, Thomas? —preguntó muy interesado.

Thomas comenzó a mirarlo y a pasar las yemas de sus dedos sobre aquellas inscripciones, y después le respondió:

—Parecen jeroglíficos, pero… nunca antes los había visto. Este tipo de escritura no se parece a la que tenían los olmecas ni a la de ninguna otra civilización que haya habitado esta zona.

—¿Qué quiere decir con eso? —volvió a preguntarle todavía más interesado.

—Pues eso, que no sé a quién pueden pertenecer. Es la primera vez que los veo —le contestó mientras los miraba fijamente.

Pancho cogió la linterna de uno de los bolsillos del chaleco de Thomas, que continuaba mirando el fragmento de piedra, y la introdujo por el agujero del altar. Al encenderla y ver el interior exclamó:

—¡Dios mío! Si eso es extraño, mire aquí dentro.

Thomas dejó con cuidado el fragmento sobre el altar, cogió la linterna y miró en el interior. Al hacerlo sus ojos y su boca se abrieron de par en par, y su cuerpo y sus manos comenzaron a temblar por el nerviosismo. Miró a Pancho y le dijo:

—¿Has visto lo que hay?

—Claro, si yo le he llamado para que lo viera —comenzó a reír al ver el nerviosismo de Thomas.

—Su interior está lleno de inscripciones y de multitud de hojas de árboles secas. ¡Qué extraño!

No podía creer lo que veía, durante toda su vida había estado estudiando multitud de civilizaciones, sus costumbres, religiones, construcciones, etc., había pasado cientos de horas en museos y bibliotecas e incluso participó en multitud de excavaciones arqueológicas, pero lo que estaba viendo nunca antes lo había visto, era algo sorprendente y sin precedentes. Lo que habían hallado era posiblemente algo que la humanidad no conocía, una civilización jamás antes estudiada y de la que ni siquiera se tenía conocimiento. Era el mayor hallazgo de los últimos tiempos y quién sabía si de la historia, y aquellos dos hombres, que habían olvidado por completo que se encontraban atrapados, quizás no podrían compartir tal descubrimiento, volvería a quedar en secreto nuevamente hasta que alguien lo encontrara, o quizás quedara en el olvido hasta el fin de los tiempos.

—No me lo puedo creer, Pancho. Lo que hemos descubierto sobrepasa con creces todas mis expectativas —le decía maravillado mientras observaba el interior del altar.

—Perdóneme por interrumpir este momento de euforia, pero… ¿por qué contiene esas inscripciones y esas hojas en su interior? —preguntó muy interesado.

—Muy buena pregunta. Personalmente creo que debía ser una costumbre de esta civilización —le contestó, y se quedó pensativo tras la respuesta, porque no había quedado muy convencido de ella.

Miles de dudas y preguntas comenzaron a bombardear su mente. ¿Por qué esas inscripciones y hojas en su interior? ¿Por qué tanto afán en ocultar tan misteriosa sala? Y la que más le intrigaba: ¿a quién pertenecía y cuál era el porqué de aquella maravillosa y misteriosa construcción? Por muchas vueltas que le daba, no conseguía obtener ninguna explicación lógica o científica para ellas.

Al ver que solo no podía esclarecer ninguna de sus dudas, le comentó a Pancho:

—Hay que mostrar este descubrimiento a la gente, se debe conocer y estudiar lo aquí hallado. Seguramente cuando lo mostremos y lo hayamos estudiado con más detenimiento, sabremos más detalles y posiblemente se despejarán todas nuestras dudas, pues yo solo no puedo. —Y continuó diciéndole—: Mira bien esta escritura, es muy extraña, no se parece a ninguna otra, y este ritual de las inscripciones y las hojas dentro del altar es la primera vez que lo veo, y jamás he tenido conocimiento que alguna civilización lo realizara. Tampoco llego a comprender por qué todo esto estaba oculto debajo de una cabeza de piedra de la civilización olmeca. ¿Tendrían algo en común? —Lanzaba sus preguntas al aire, sabiendo que su querido compañero no le daría respuesta alguna.

—Yo no lo sé, pero es cierto que es todo muy extraño. Es más, recuerde aquello que encontramos en la pared que sellaba la entrada.

—¡Es verdad! —exclamó Thomas—, se me había olvidado por completo —dijo mientras introducía su mano en la mochila y sacaba el papel donde anteriormente lo había calcado.

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