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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

El sol desnudo (15 page)

BOOK: El sol desnudo
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Attlebish se llevó las yemas de los dedos a la frente.

—Lo pensaré.

—No por mucho tiempo —dijo Baley— porque tengo que hacer algunas visitas antes de una hora, y no visuales. ¡Visualización terminada!

Hizo una seña al robot para que cortase el contacto, y luego miró con sorpresa y placer el sitio que había ocupado Attlebish. Todo había sido completamente improvisado, un simple impulso surgido de su sueño y provocado por la innecesaria arrogancia de Attlebish. Una vez sucedido, ya no tenía remedio y se alegraba. Había conseguido lo que en realidad deseaba...: hacerse con el mando.

¡Por lo menos, le he dicho unas cuantas verdades a ese asqueroso hombre del espacio!, se dijo.

Deseó haber tenido como espectadores a todos los habitantes de la Tierra. Su interlocutor era el prototipo de hombre del espacio, lo cual hacía más resonante su triunfo.

Sólo que... ¿Por qué había insistido con tanta vehemencia en ver a determinadas personas? Baley no alcanzaba a comprenderlo. De acuerdo con sus planes, las entrevistas tenían que ser personales, no visuales. Eso estaba claro. Sin embargo, sintió un extraño júbilo al pensar en
ver
. Se sentía dispuesto a derribar las paredes de aquella mansión, aunque este gesto de nada sirviese.

¿Por qué?

Había algo superior a sí mismo que le impulsaba, algo que ni siquiera tenía nada que ver con la cuestión de la seguridad terrestre. ¿Qué era?

De manera extraña, volvió a acordarse de su sueño; del sol extendiendo sus rayos a través de los opacos niveles de las gigantescas ciudades subterráneas de la Tierra.

Daneel dijo pensativo y —en la medida que su voz se lo permitía— no sin cierta emoción:

—Me pregunto, camarada Elías, si es del todo prudente lo que has hecho.

—¿Tirarme un farol ante este tipo? Ha dado muy buen resultado. Además, no había tal farol. Estoy convencido de que es muy importante para Aurora descubrir lo que pasa en Solaria, y Aurora lo sabe. A propósito, tengo que darte las gracias por no haber descubierto mi mentira.

—No podía tomar otra decisión. Con mi silencio, causé un daño

sutil a Attlebish, y de haberte desmentido, te hubiera causado un daño mucho mayor a ti.

—Calculaste los potenciales y ganó el más elevado, ¿eh, Daneel? —Efectivamente, camarada Elías. Comprendo que este mismo proceso, de una manera más difícil de definir, es el que se opera en la mente humana. Sin embargo, te repito que la petición que has hecho no es prudente.

—¿A qué petición te refieres?

—No apruebo tu idea de ver a determinadas personas, en vez de visualizarlas.

—Te comprendo. Pero no pido que me des tu aprobación.

—Tengo mis instrucciones, camarada Elías. No sé qué te dijo el señor Hannis Gruer durante mi ausencia, pero que fue algo importante salta a la vista, a juzgar por tu cambio de actitud respecto al caso. No obstante, según mis instrucciones, puedo adivinarlo. ha debido de advertir acerca de un eventual peligro para otros netas a causa de la situación de Solaria.

Baley buscó lentamente su pipa. Incurría de vez en cuando en a equivocación, y siempre se irritaba al no encontrarla y acordarse de que no podía fumar. Dijo entonces:

—Sólo hay veinte mil solarianos. ¿Qué peligro pueden representar?

—Mis amos de Aurora están inquietos desde hace algún tiempo por lo que se refiere a Solaria. No me han comunicado toda la información que poseen... —Y lo poco que sabes te han ordenado que no me lo repitas, no es eso?

Daneel repuso:

—Hay que descubrir muchas cosas antes de poder hablar con pleno conocimiento de causa.

—Bien, ¿qué hacen los solarianos? ¿Armas nuevas? ¿Están subvencionando una revuelta? ¿Una campaña de asesinatos individuales? ¿Qué pueden veinte mil personas, te repito, contra cientos de millones de hombres del espacio? —Daneel guardó silencio. Baley prosiguió—: Te comunico que pienso averiguarlo.

—Pero no de la manera que acabas de proponer, camarada Elías. Tengo instrucciones severísimas acerca de tu seguridad personal.

—De todos modos, tendrías que salvaguardarla en cualquier caso. ¡Acuérdate de la Primera Ley!

—Incluso por encima de ella. Si surgiese un conflicto entre tu seguridad personal y la de un tercero, debería salvaguardar primero la tuya.

—Desde luego. Lo comprendo. Si algo me ocurriese, no podría seguir en Solaria sin que surgiesen complicaciones que Aurora todavía no se halla en disposición de afrontar. Mientras yo viva estaré aquí por solicitud expresa de Solaria, y por lo tanto podremos hacer lo que nos plazca y si es necesario incluso que ellos cooperen con nosotros. Si yo muriese, toda esa situación cambiaría. Así, es comprensible que te hayan ordenado mantener vivo a Baley a toda costa. ¿Estoy en lo cierto, Daneel?

—No puedo pretender adivinar el razonamiento oculto tras las órdenes que he recibido.

—De todos modos, no te preocupes —observó Baley—. El aire libre no me matará, si tengo que afrontarlo para ver a cualquier persona. Sobreviviré. Incluso es posible que llegue a acostumbrarme.

—No se trata solamente del aire libre, camarada Elías. Es que no apruebo tu idea de ver personalmente a los solarianos.

—¿Quieres decir que a los hombres del espacio no les gustará? Peor para ellos. Que se pongan filtros nasales y guantes. Que fumiguen la atmósfera. Y si su rígida moral se siente ofendida al verme, no en imagen sino de carne y hueso, dejémosles que hagan remilgos y se sonrojen. Mi intención es verles.

—Pero yo no puedo permitirlo.

—¿Que tú no puedes permitírmelo?

—Supongo que comprenderás por qué, camarada Elías.

—Francamente, no.

—Considera, pues, que Hannis Gruer, la figura clave de Solaria en la investigación de este asesinato, ha sido envenenado.

No se deduce de ello que si yo te permitiese seguir adelante con planes, exponiéndote personalmente en el curso de tus visitas, próxima víctima serías forzosamente tú? En ese caso, cómo puedo permitirte que abandones el amparo y la seguridad que te ofrecen esta mansión?

—¿Cómo me lo impedirás, Daneel?

—Por la fuerza, si fuese necesario, camarada Elías —dijo Daneel con la mayor calma—. Aunque tuviese que hacerte daño. De lo contrario irías a una muerte segura.

9
Donde se Anula un Robot

—De manera que otra vez ha ganado el potencial más elevado, eh, Daneel? —dijo Baley—. Para salvarme la vida, serías capaz, incluso, de hacerme daño.

—No creo que sea necesario causarte un daño físico, camarada Elías. Sabes que soy superior a ti en fuerza, y por ello no intentarás una resistencia inútil. Sin embargo, en caso necesario me vería obligado a lastimarte.

—Puedo desintegrarte desde aquí mismo —dijo Baley— y en este instante. No hay ningún potencial en mí que lo impida.

—Ya suponía que ibas a adoptar esta actitud tarde o temprano, camarada Elías. En especial, se me ocurrió durante nuestro viaje a esta casa, cuanto te pusiste momentáneamente violento en el vehículo terrestre. Mi aniquilamiento no tiene ninguna importancia en comparación con tu seguridad, pero tal destrucción te acarrearía daños y —perturbaría los planes de mis dueños. Por consiguiente, y como medida de precaución, te quité la carga del desintegrador en cuanto te quedaste dormido.

Baley apretó los dientes. ¡Se encontraba inerme! Le habían despojado de su única arma, ¡el desintegrador cargado! Se llevó inmediatamente la mano a la funda que lo contenía. Sacó el arma y consultó el indicador de carga: estaba a cero.

Por un momento, balanceó en la mano aquel pedazo inútil de metal, como si pensase arrojarlo al rostro de Daneel. Más ¿de qué hubiera servido? El robot lo podía esquivar con agilidad.

Baley se guardó de nuevo el desintegrador. Ya llegaría el momento de volver a cargarlo.

En tono pensativo dijo:

—No trates de engañarme, Daneel.

—¿Engañarte yo, camarada Elías?

—Estás demostrando ser demasiado listo. Me tienes completamente en tus manos. No puedes ser un robot.

—No es la primera vez que manifiestas esa duda.

—El año pasado, en la Tierra, dudé de que R. Daneel Olivaw fuese verdaderamente un robot. Resultó serlo, y estoy convencido de que aún sigue siéndolo. Sin embargo, ahora me pregunto si en realidad eres R. Daneel Olivaw.

—Lo soy.

—¿Ah, sí? Hicieron a Daneel lo más parecido posible a un hombre del espacio. ¿Por qué uno de éstos, a su vez, no podía imitar a Daneel?

—¿Y con qué finalidad?

—Para llevar a término esta investigación con mayor capacidad e iniciativa que un auténtico robot. Sin embargo, haciéndote pasar por Daneel, me dominarías perfectamente dándome un falso sentimiento de superioridad. Hay que tener en cuenta que te vales de mí para tus fines, y tengo que saber plegarme a tus deseos.

—Te equivocas por completo, camarada Elías.

—Entonces, ¿por qué todos los solarianos que hemos visto te han tomado por un ser humano? Ellos son expertos en robótica. Tú crees que se les podría engañar con tanta facilidad? Se me ocurre pensar que, o no puedo ser el único en tener razón, mientras que todos los demás se equivocan. Lo más probable es que sea yo quien esté en un error.

—Falso por completo, camarada Elías.

—Demuéstralo —propuso Baley, moviéndose lentamente hacia la mesa del fondo de la estancia y levantando un basurero para chatarra—. Puedes hacerlo fácilmente si eres de verdad un robot. Muéstrame el metal que se oculta bajo tu piel.

Daneel empezó a decir:

—Te aseguro...

—Déjame ver el metal —insistió Baley con voz tensa—. ¡Te lo ordeno! ¿O es que no te sientes obligado a obedecer órdenes?

Daneel se desabrochó la camisa. La suave piel bronceada de su pecho estaba recubierta de un vello suave y escaso. Los dedos de Daneel ejercieron una firme presión bajo la tetilla derecha, y la carne y la piel se abrieron sin efusión de sangre a lo largo del pecho mostrando el brillo del metal por la hendidura.

Mientras Daneel hacia esta demostración, los dedos de Baley, apoyados en la mesilla, se movieron hacia la derecha y tocaron un contacto. Casi de inmediato entró un robot.

—¡No te muevas, Daneel! —gritó Baley— ¡Obedece mis órdenes! ¡Quieto ahí!

Daneel permaneció inmóvil como si la vida —o lo que en los robots constituía su réplica— le hubiese abandonado.

Baley gritó al robot:

—¿Puedes hacer que vengan dos de tus compañeros sin moverte de aquí? Si puedes, hazlo.

El robot respondió afirmativamente.

Entraron otros dos robots, en respuesta a una llamada por radio. Los tres se alinearon frente a Baley.

—¡Muchachos! —dijo éste—. (— Veis a este ser que considerabais un hombre?

Seis ojos rojizos se volvieron hacia Daneel. Los tres robots dijeron al unísono:

—Le vemos, señor.

Baley continuó:

—Veis, también, que este supuesto hombre es, en realidad, un robot como vosotros, pues por dentro está hecho de metal. Solamente tiene la apariencia de hombre.

—Sí, señor.

—En cambio, yo soy un hombre de verdad.

Por un momento los robots vacilaron. Baley se preguntó si, después de demostrarles que un ser que parecía un hombre era en realidad un robot, aceptarían como hombre a otro ser de apariencia humana.

Pero uno de los robots le confirmó:

—Usted es un hombre, señor.

Baley respiró aliviado. Dirigiéndose a Daneel, le dijo:

—Bien, Daneel. Puedes hacer lo que quieras.

Daneel adoptó una posición más natural, y observó con voz tranquila:

—Las dudas que has expresado acerca de mi identidad no eran más que una argucia cuyo objeto, por lo visto, consistía en exhibir mi auténtica naturaleza a estos robots.

—Has acertado —corroboró Baley, apartando la mirada mientras pensaba: el pobre es una máquina, no un hombre; no está bien pasarse de listo con una máquina.

En realidad, no podía reprimir un sentimiento de vergüenza. Al mirar a Daneel, de pie ante él y con el pecho abierto, le pareció tan humano, que casi le inspiró compasión. Le dijo entonces:

—Ciérrate el pecho, Daneel, y escúchame. Físicamente, no puedes competir con tres robots a la vez. Supongo que te das cuenta.

—Desde luego, camarada Elías.

—¡Magnífico...! Ahora, muchachos —dispuso, volviéndose de nuevo hacia los tres robots— ¡os ordeno que no digáis a nadie que este ser es un robot. En ningún momento podréis decirlo, hasta que yo no os mande lo contrario. Fijaos bien que digo «yo».

—Muchas gracias—dijo Daneel quedamente.

—Sin embargo —prosiguió Baley— este robot de aspecto humano no debe interponerse en mis acciones en lo más mínimo. De lo contrario, vosotros lo reduciréis por la fuerza a la obediencia, teniendo el máximo cuidado en no hacerle daño, a menos que sea absolutamente necesario. No le permitáis establecer contacto con otros seres humanos a excepción de mí mismo ni con robots que no seáis vosotros tres, ni al natural ni por visualización. Y no le perdáis de vista un solo momento. Mantenedlo en esta habitación de la que vosotros tampoco os moveréis. Quedan aplazadas vuestras ocupaciones usuales hasta nuevo aviso. ¿Está claro?

—Sí, señor—respondieron los tres al unísono.

Baley se volvió de nuevo a Daneel.

—Nada puedes hacer ya, así que no trates de detenerme.

Los brazos de Daneel pendían inermes a sus costados. Dijo:

—No puedo permitir que, por causa de mi inacción, tú recibas daño, camarada Elías. Sin embargo, en las presentes circunstancias me veo condenado a la inacción. La lógica así me lo indica. No haré nada. Confío en que no recibas daño alguno, y en que salgas bien librado.

La solución, pensó Baley: los robots claudican ante la lógica; ésta decía a Daneel que se encontraba completamente anulado. La razón pudiera haberle dictado que raras veces son previsibles todos los factores, y que la oposición carecía de sentido.

Pero este último razonamiento era imposible de aceptar. Un robot es únicamente lógico y no razona.

Baley experimentó de nuevo una punzada de vergüenza y sintió impulsos de consolar al robot.

—Mira, Daneel, aunque yo estuviese en peligro, lo cual no ocurrirá —se apresuró a añadir, dirigiendo una rápida mirada de soslayo a los otros robots— no haría más que cumplir con mi deber. Son gajes del oficio y para eso me pagan. Mi obligación consiste en proteger a la humanidad, del mismo modo que la tuya consiste en proteger al hombre como individuo. ¿Comprendes?

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