Entonces, en cierto sentido, somos más poderosos que el Regente de los Siete Dominios.
—Bienvenido, en nombre de Evanda y Avarra —dijo Elorie con su voz suave y ronca— ¿Qué puede hacer Arilinn por el hijo de los Hastur,
vai dom
?
—Tus palabras hacen más brillante el cielo,
vai leronis
—respondió Hastur.
Elorie le indicó con un gesto que volviera a sentarse.
—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos honraste visitando Arilinn, Lord Hastur —comentó Kennard—. Y sin duda nos sentimos honrados, pero, si me perdonas, sabemos que no has venido a honrarnos ni a echar un vistazo a Jeff Kerwin ni para traerme mensajes del Concejo, ni tampoco para permitirme ver a mi padre y pedir noticias acerca de la salud de mis hijos. Tampoco, me atrevería a decir, has venido por el placer de nuestra compañía. ¿Qué deseas de nosotros, Lord Hastur?
El rostro del Regente se plegó en una mueca complacida.
—Debería haber sabido que verías a través de mí, Ken —respondió—. Cuando Arilinn pueda prescindir de ti, nos vendrá muy bien tener a alguien como tú en el Concejo. Valdir es demasiado diplomático. Tienes razón, por supuesto. Vine de Thendara porque tenemos una delegación esperando… respuesta a esa enorme pregunta.
Todos ellos, salvo Kerwin, parecían saber a qué se refería.
—¿Tan pronto? —masculló Rannirl.
—No nos has dado mucho tiempo, Lord Hastur —repuso Elorie—. Jeff está haciendo progresos, pero es lento.
Kerwin se inclinó hacia adelante, asiendo el apoyabrazos de su silla.
—¿De qué se trata? ¿Por qué me miran?
—Porque tú, Jeff Kerwin-Aillard —dijo Hastur solemnemente—, nos has dado, por primera vez en muchos años, un Círculo de Torre con poder completo, bajo una Celadora. Si no nos fallas, tal vez logremos salvar el poder y el prestigio del Comyn. He dicho si no nos fallas. De otro modo… —abrió las manos—, los terranos conseguirán un camino de entrada. Quiero que… todos… hablen con la delegación. ¿Qué te parece, Elorie? ¿Te fías lo suficiente de tu bárbaro terrano?
En el silencio que siguió, Kerwin sintió la mirada calma e infantil de Elorie posada sobre él.
El bárbaro. El bárbaro de Elorie, Eso es lo que soy todavía para todos ellos.
Elorie se volvió hacia Kennard y dijo suavemente:
—¿Qué te parece, Kennard? Tú lo conoces mejor.
Para entonces, Kerwin ya se había acostumbrado a que se discutiera acerca de él en su presencia. De todas maneras, en una sociedad de telépatas no había modo de evitarlo. Aunque con gran tacto le hubieran pedido que saliera de la habitación, él hubiera sabido lo mismo lo que estaban diciendo. Trató de conservar una expresión impasible.
Kennard suspiró.
—En lo que se refiere a la confianza, creo que podemos confiar en él, Elorie —dijo—. Pero el riesgo es tuyo, y también debe ser tuya la decisión. Decidas lo que decidas, te apoyaremos.
—Yo me opongo —exclamó Auster apasionadamente—. Todos saben lo que siento… ¡y también tú, Lord Hastur!
—¿Se trata de un ciego prejuicio contra los terranos, Auster? —le replicó Hastur. Sus modales tranquilos contrastaban curiosamente con el rostro tenso y contorsionado de Auster y con su voz iracunda—. ¿O tienes alguna razón?
—Puro prejuicio —dijo Taniquel con furia— ¡y celos!
—Prejuicio, sí —admitió Auster—, pero me parece que no ciego. Fue demasiado fácil sacárselo a los terranos. ¿Cómo podemos saber si todo el asunto no estuvo preparado?
—¿Con el rostro de Cleindori marcado en el suyo? —repuso Valdir con voz profunda. Tiene sangre Comyn.
—Creo, con tu permiso —acusó Auster—, que tú también tienes prejuicios, Lord Valdir. Tú, con tu hijo adoptivo terrano y tu nieto mestizo…
Kennard se incorporó de un salto.
—¡Maldición, Auster…!
—¡Y hablas de Cleindori! —Tal como lo pronunció, el nombre fue un insulto, una injuria—. Ella, que fue Dorilys de Arilinn… renegada, hereje…
Elorie se puso de pie, furiosa y pálida.
—Cleindori está muerta. ¡Déjala descansar en paz! ¡Y que Zandru azote con sus escorpiones a quienes la asesinaron!
—¡Y a su seductor…
y a, todos los de su sangre
¡ —le replicó Auster—. Todos sabemos que Cleindori no estaba sola cuando huyó de Arilinn…
Emociones desacostumbradas batallaban dentro de Jeff Kerwin. ¡Era a su padre y a su madre desconocida a quienes insultaban! Por primera vez experimentó una oleada de simpatía por sus abuelos terranos. Le habían parecido poco amorosos y fríos y, sin embargo, lo habían aceptado como a su hijo y nunca le habían reprochado la existencia de su madre desconocida y ajena, ni tampoco su sangre mezclada. Deseaba incorporarse y retar a duelo a Auster. Casi se puso de pie, pero la furiosa mirada de Kennard lo clavó en su asiento.
—¡Basta! —ordenó la sonora voz de Hastur.
—Lord Hastur…
—¡Ni una palabra! —La voz furiosa y empática de Hastur acalló incluso a Auster—. ¡No estamos aquí para desenterrar las acciones, buenas o malas, de hombres y mujeres que llevan muertos una generación!
—Entonces, con tu permiso, Lord Hastur, ¿para qué estamos aquí? —preguntó Neryssa—. He tomado a Kerwin el juramento de monitor; se arreglará bien en un círculo de mecánico.
—¿Y en un círculo de Celadora? —inquirió Hastur—. ¿Estáis dispuestos a arriesgaros a eso? ¿A hacer una vez más lo que podía hacer Arilinn en la época de Leonie, lo que no se ha hecho desde entonces? ¿Estáis dispuestos? —Hubo un silencio, un profundo silencio. Kerwin percibió que había miedo también. Hasta Kennard callaba. Finalmente Hastur agregó, con tono urgente—: Solamente la Celadora de Arilinn puede tomar esa decisión, Elorie. Y la delegación espera la palabra de la Celadora de Arilinn.
—Creo que no deberíamos arriesgarnos —dijo Auster—. ¿Qué significa para nosotros la delegación? ¡La Celadora debe elegir tomándose su tiempo!
—El riesgo es
mío
. ¡El de aceptar o el de negarme! —Dos manchones de fría cólera ardían en las mejillas de Elorie—. Nunca he usado antes mi autoridad. No soy una bruja, ni una hechicera. No permitiré que los hombres me atribuyan poderes sobrenaturales… —Extendió las manos en un pequeño gesto de impotencia—. Sí, para bien o para mal, yo soy Arilinn. Por ley, la autoridad descansa en mí, Elorie de Arilinn. Escucharemos a la delegación. No hay nada más que decir. Elorie ha hablado.
Hubo inclinaciones de cabezas y murmullos de asentimiento. Kerwin, al observarlos, se sintió consternado. Entre ellos, disputaban con Elorie y le discutían sin vacilaciones; este asentimiento público semejaba un ritual.
Elorie se dirigió hacia la puerta, imponente y erguida. Kerwin la observó y de repente compartió su inquietud.
Supo
, sin notar cómo había llegado el conocimiento hasta él, que Elorie odiaba invocar su autoridad ritual y suprema y cuánto le disgustaba la supersticiosa reverencia que rodeaba su alto cargo. De pronto, esta muchacha pálida e infantil le pareció
real
. Su calma era una mera máscara para sus apasionadas convicciones, para emociones tan severamente controladas que eran como el ojo del huracán.
¿Y yo la creí impasible, sin emoción? Es sólo una máscara, una máscara que nadie puede quitarle, ni siquiera ella misma…
Experimentaba las emociones de Elorie como si fueran suyas.
Entonces he hecho lo que juré que jamás haría. He usado la condicionada veneración que experimentan por una Celadora… ¡simplemente para obligarlos a hacer lo que quiero! Pero tenía que hacerlo, sí, tenía que hacerlo para que no tuviéramos otros cien años de esta basura supersticiosa…
Entonces Kerwin sintió una idea que consternaba tanto a Elorie como a él, una pregunta centelleante, pavorosa:
¿Tenía razón Cleindori?
Sintió que los pensamientos de Elorie resplandecían en el silencio y supo que esa última pregunta la había asustado.
Mientras bajaba en el ascensor, entre Taniquel y Elorie, Kerwin todavía temblaba por el contacto telepático sostenido con Elorie. ¿Cómo había llamado Kennard a su don?
Émpata
: dotado del poder de sentir las emociones de otros. Había aceptado, intelectualmente, que era cierto; lo había probado un poco en el entorno del laboratorio y en el círculo. Ahora, por primera vez, le había golpeado con profundidad, visceralmente, y lo había
sentido
y había sabido. No sabía adónde iban. Seguía a los otros. Traspusieron el Velo y salieron en dirección a un edificio cercano a la Torre que Jeff no había visto antes. Entraron a un salón largo, angosto, con colgaduras de seda. En alguna parte sonó un gong ceremonial. Había algunos espectadores sentados, y delante de ellos, alrededor de una mesa larga, se encontraban medida docena de hombres.
Tenían aspecto próspero, la mayoría de mediana edad o más, y usaban ropa darkovana a la moda de las ciudades. Esperaron en silencio mientras Elorie era anunciada y ocupaba la silla central. El círculo se sentó tranquilamente en torno a ella, sin hablar.
Fue Danvan Hastur quien comenzó a hablar:
—¿Sois los hombres que se autodenominan Sindicato Pan-Darkovano?
Uno de los hombres, moreno y robusto, con ojos centelleantes, hizo una reverencia.
—Valdrin de Carthon,
z'par servu
, mis señores y damas —confirmó—. Con vuestro permiso, hablaré por todos.
—Déjame revisar la situación —dijo Hastur—. Habéis formado una liga…
—Para estimular el crecimiento de las manufacturas y el comercio en Darkover, en los Dominios y más allá —interrumpió Valdrin—. No necesito explicarte la situación política: los terranos y su influencia en nuestro mundo. El Comyn y el Concejo, con el perdón de tu presencia, Lord Hastur, han tratado de ignorar la presencia terrana aquí y sus implicaciones para el comercio…
—Ésa no es precisamente la situación —repuso Hastur con suavidad.
—No discutiré contigo,
vai dom
—dijo Valdrin, con respeto pero impaciente—. Los hechos son éstos: la posibilidad de acuerdos con los terranos nos da una oportunidad sin precedentes de hacer que los Dominios salgan de la Edad Oscura. Los tiempos cambian. Nos guste o no, los terranos están aquí para quedarse. Darkover está siendo atraído al Imperio. No podemos fingir que no están aquí, negarnos a comerciar con ellos, ignorar sus ofrecimientos de intercambio y mantenerlos encerrados dentro de sus Ciudades Comerciales, porque las barreras que les ponemos caerán dentro de una generación, tal vez dos como máximo. Lo he visto ocurrir en otros mundos.
Kerwin recordó lo que le había dicho el Legado: que dejaban tranquilos a los gobiernos, que era el pueblo quien veía lo que el Imperio terrano tenía para dar y que empezaban a exigirlo.
Es casi una fórmula matemática,, una cosa predecible.
Valdrin de Carthon estaba diciendo lo mismo de manera bastante apasionada.
—En resumen, Lord Hastur, protestamos por la decisión del Concejo del Comyn. ¡Queremos algunas de las ventajas que vienen aparejadas con formar parte del Imperio!
Hastur preguntó con delicadeza:
—¿Comprendes la decisión del Concejo de retener la integridad del estilo de vida darkovano en vez de convertirnos simplemente en otro estado satélite del Imperio?
—Con todo respeto, Lord Hastur, cuando hablas del estilo de vida darkovano, ¿te refieres a permitir que sigamos siendo para siempre una cultura bárbara? Algunos deseamos la civilización y la tecnología…
—He visto la civilización terrana más de cerca que tú. Te aseguro que a Darkover no le hace falta nada de eso —volvió a hablar Hastur con suavidad.
—¡Debes hablar por vosotros,
vai dom
, no por nosotros! Tal vez en otras épocas existía cierta justificación para que los Siete Dominios gobernaran; en esas épocas, el Comyn nos daba algo para compensarnos por lo que nosotros le dábamos en fidelidad y respaldo…
—Hombre, ¿estoy escuchando palabras de traición contra el Concejo y Hastur? —replicó Valdir Alton.
—¿Traición? —contestó Valdrin de Carthon pesadamente—. Nada de eso, señor. Dios no lo permita. Nosotros queremos formar parte del Imperio tanto como tú. Hablamos de comercio, de adelantos tecnológicos. Hubo una época en la que Darkover tenía su propia ciencia, su propia tecnología. Pero esa época ha pasado, y debemos reemplazarla con algo si no queremos hundirnos en una segunda Época de Caos. Es hora de admitir que esa ciencia ha desaparecido y buscar algo para reemplazarla. Y si los terranos quieren estar aquí, pueden ofrecernos algo: intercambio, metales, herramientas, asesores tecnológicos. Porque no hay duda de que las antiguas ciencias de las Torres han desaparecido para siempre.
Kerwin empezaba a ver la situación con claridad. En algún momento, en virtud de sus poderes psi congénitos, los del Comyn habían sido gobernantes —y, en cierto sentido, esclavos— de Darkover y de los Dominios. Por medio de la tremenda energía de las matrices, no de las más pequeñas, individuales, sino de las grandes, que exigían círculos de telépatas entrenados en las Torres y reunidos por una Celadora, habían dado a Darkover una ciencia y una tecnología propias. Eso explicaba las vastas ruinas de una tecnología olvidada, las tradiciones de las ciencias antiguas…
Pero, ¿cuál había sido el coste en términos humanos? Los hombres y mujeres que poseían estos poderes habían vivido a la fuerza vidas limitadas y circunscritas, protegiendo con gran cuidado sus preciosos poderes, incapaces de establecer un contacto humano común.
Kerwin se preguntó si la tendencia natural de la evolución, proclive a acercarse a la norma y a alejarse de los extremos, no habría sido responsable de la atenuación de estos poderes. Pues se habían atenuado. Mesyr le había dicho que Arilinn había albergado tres círculos, cada uno de ellos con su propia Celadora. Y Arilinn sólo había sido una Torre entre muchas. En estos días nacían cada vez menos que poseyeran el precioso
laran
en medida plena. La ciencia de Darkover se había convertido en un mito olvidado y unas pocas tretas psi, lo que no era suficiente para mantener a Darkover lejos de la seducción que ejercían el comercio y la tecnología terranas.
—Hemos tratado con los terranos —dijo Valdrin de Carthon—, y también creo que la mayor parte del pueblo está de nuestro lado.
—¡En Thendara la gente es leal al Concejo del Comyn! —repuso Valdir.
—Pero, con tu permiso,
vai dom
, Thendara es tan sólo una pequeña parte de los Dominios —replicó Valdrin—, y los Dominios no son todo Darkover. Los terranos han prometido que nos darán técnicos, ingenieros, expertos en desarrollo industrial… Todo lo necesario para emprender minería extensiva y procesos de manufacturación. Los metales y los minerales son la clave, señor. Antes de tener tecnología, debemos tener maquinarias; y, antes de tener maquinarias, debemos tener…