También empezó a aprender el idioma que hablaban entre ellos —lo llamaban
casta
— pues, si bien podía comprenderlo telepáticamente, sabía que tarde o temprano tendría que tratar con los no-telépatas locales. Leyó un poco de historia de Darkover desde el punto de vista darkovano, no terrano; no había muchos libros, pero Kennard era algo así como un erudito y tenía una extensa historia de la época de los Cien Reinos —que a Jeff le parecía un poco más complicada que la de la Europa medieval— y otra de las Guerras Hastur que, al final de la Época de Caos, habían unificado casi todo el planeta bajo el gobierno de los Siete Dominios y el Concejo del Comyn. Kennard le advirtió que la historia verdadera era prácticamente desconocida; esos libros habían sido compilados a partir de la tradición, las leyendas, las antiguas baladas y los relatos, ya que casi durante mil años la tarea de escribir había quedado en manos de los hermanos de San Valentín, en el Monasterio de Nevarsin, y casi se había perdido el alfabetismo. De todo ello, Kerwin concluyó que en una época Darkover había tenido una tecnología muy desarrollada de las piedras matrices y que su mal uso había reducido a los Siete Dominios a una anarquía caótica, tras la cual los Hastur habían dado forma al sistema de las Torres sometidas a una Celadora, que hacía votos de castidad para evitar las perpetuaciones dinásticas y que estaba sometida, por juramento, a severos principios éticos.
Había empezado a perder la noción del tiempo, pero creía haber estado en Arilinn unos treinta o cuarenta días cuando Neryssa le dijo inesperadamente, al finalizar una sesión de entrenamiento:
—Creo que ya podrías funcionar como monitor en un círculo sin demasiadas dificultades. Te certificaré como monitor y te tomaré juramento, si quieres. —Jeff la miró asombrado y temeroso. Ella confundió la sorpresa que él mostraba y añadió—: Si prefieres que Elorie te tome el juramento, estás en tu derecho, pero te aseguro que nunca molestamos a la Celadora con esas cosas; yo estoy perfectamente cualificada para tomarte el primer juramento.
Kerwin meneó la cabeza.
—¡No estoy seguro de querer pronunciar ningún juramento! No me dijeron… No lo comprendo.
—Pero no puedes trabajar en el círculo sin pronunciar el juramento de monitor —replicó Neryssa, frunciendo un poco el ceño—. Y tampoco nadie de otra Torre querrá trabajar contigo si no has jurado… ¿Por qué no quieres hacer el juramento? —Le observó con preocupación y con la mirada de sospecha que había desaparecido en los ojos de todos salvo en los de Auster—. ¿Te propones traicionarnos?
Transcurrieron un par de minutos antes de que Kerwin advirtiera que ella no había pronunciado la última frase en voz alta.
Advirtió que era lo bastante mayor como para ser su madre; súbitamente se preguntó si habría conocido a Cleindori, pero no quiso enunciar la pregunta.
Cleindori había traicionado a Arilinn
. Y Kerwin supo que su hijo no se liberaría nunca de ese estigma, a menos que se ganara esa libertad.
—No me notificaron que debería hacer juramentos —dijo lentamente—. En general, no es una costumbre terrana. No sé qué debería jurar. —Y agregó, siguiendo un impulso—: ¿Acaso tú harías un juramento que no conoces, sin saber a qué te va a obligar?
Con lentitud, la furia y la suspicacia abandonaron el rostro de Neryssa.
—No se me había ocurrido, Kerwin —respondió—. Hasta los niños pronuncian el juramento de monitor cuando se les prueba aquí. Más tarde se te exigirán otros juramentos, pero éste te compromete tan sólo con los principios básicos: juras que nunca usarás tu piedra estelar para forzar la voluntad o la conciencia de un ser vivo, que nunca invadirás sin consentimiento la mente de otra persona, que usarás tus poderes sólo para ayudar o curar y nunca para la guerra. El juramento es muy antiguo; se remonta a la época anterior a la Época de Caos; algunos dicen que fue ideado por el primer Hastur cuando dio una matriz a su primer servidor, pero eso es una leyenda, por supuesto. Lo que
sí
sabemos es que se exige formalmente en Arilinn desde los días de Varzil el Bueno o tal vez desde antes. —Y agregó, con una mueca despectiva de su boca delgada—: ¡Puedes estar seguro de que en el juramento de monitor no hay nada que pudiera ofender la conciencia del mismo Hastur, por no hablar de la de un
terrano
!
Kerwin lo pensó durante un momento. Había pasado mucho tiempo desde que alguien le llamara de ese modo, no había ocurrido desde la primera noche que había estado en Arilinn. Finalmente se encogió de hombros. ¿Qué tenía que perder? Tarde o temprano tendría que dejar de lado sus jerarquías terranas para adoptar los principios de la ética darkovana… ¿Por qué no hacerlo ahora?
—Haré el juramento —dijo.
Mientras repetía las arcaicas palabras —
no forzar a ningún ser humano en contra de su voluntad o su conciencia, no interferir sin requerimiento en la mente ni el cuerpo, salvo para ayudar o curar, no usar nunca los poderes de la piedra estelar para forzar mente o conciencia
—, pensó casi por vez primera en los pavorosos poderes de una matriz cuando estaba en manos de un operario capacitado. El poder de interferir en las ideas de las personas, de acelerar o pausar el latido de sus corazones, detener el flujo sanguíneo, quitar oxígeno del cerebro… constituían una responsabilidad verdaderamente aterradora. Sospechaba que el juramento de monitor tenía un valor muy semejante al del juramento hipocrático para la medicina terrana.
Neryssa había insistido en que debía pronunciar el juramento estando en contacto telepático, pues ésa era la costumbre. Él sospechaba que la razón era monitorear cualquier reserva mental, como una rudimentaria forma de detector de mentiras, algo tan normal entre telépatas que Kerwin advirtió que en realidad no implicaba falta de confianza. Mientras pronunciaba las palabras —comprendiendo ahora por qué se le exigían y sabiendo que las decía con seriedad—, fue consciente de la proximidad de Neryssa; de alguna manera sentía como si ambos estuvieran muy cerca físicamente, aunque en realidad la mujer estaba sentada en el otro extremo de la habitación, con la cabeza gacha y los ojos fijos en su matriz, sin mirarle siquiera. En cuanto Kerwin hubo terminado, Neryssa se puso con rapidez de pie y dijo:
—Estoy cansada de estar encerrada aquí dentro. Salgamos un rato. ¿Te gustaría cabalgar un poco? Todavía es temprano y no hay mucho que hacer hoy; ninguno de los dos estamos de turno con los transmisores. ¿Qué te parecería cazar con halcones? A mí me gustarían algunas aves para la cena. ¿A ti no?
Guardó su matriz y la siguió. Había aprendido a disfrutar de las cabalgatas. En Terra era un lujo exótico para excéntricos ricos, pero aquí, en las Llanuras de Arilinn, era un medio común de desplazarse, ya que las aeronaves, impulsadas por matriz, eran muy raras y sólo utilizadas por el Comyn en circunstancias muy especiales.
La siguió a los establos sin recelo. Cuando se hallaban a mitad de camino, bajando la escalera, ella le preguntó:
—¿Te parece que deberíamos invitar a uno o dos de los otros?
—Como prefieras —respondió él, algo sorprendido.
Ella no se había mostrado antes particularmente amistosa, y él no esperaba que tuviera tanto interés en su compañía. Pero Mesyr estaba ocupada con algunos asuntos domésticos en otra parte de la Torre, Rannirl tenía cosas que hacer en el laboratorio de matrices —trató de explicárselo, pero Kerwin sólo entendió una de cada cinco palabras, ya que no tenía la necesaria formación técnica—, Corus estaba en los transmisores, a Kennard le dolía la pierna mala y Taniquel estaba descansando para prepararse a cumplir su turno en los transmisores durante la noche. De modo que salieron los dos solos, ya que Auster se negó secamente a acompañarlos.
Kennard había puesto un caballo a disposición de Kerwin, una alta yegua negra procedente de sus tierras. Kerwin tenía entendido que los caballos de Armida eran famosos en todos los Dominios. Neryssa tenía un poney gris plateado con crines y cola doradas que, según dijo, procedía de los Hellers. Posó su halcón en el borrén de la montura; llevaba una capa gris y carmesí y una larga falda que, tal como Kerwin advirtió finalmente, estaba dividida, como si fueran pantalones muy anchos. Cuando tomó su halcón de manos del halconero, echó un vistazo a Kerwin y le dijo:
—Hay un halcón bien entrenado que Kennard te autorizó a usar. Yo mismo lo oí.
—No sé nada de cazar con halcones —repuso Kerwin. Había aprendido a montar de manera aceptable, pero no sabía manejar las aves de caza y no quería pretender que sí.
Hubo algunas miradas curiosas y murmullos, que Neryssa ignoró, mientras atravesaban los límites de la ciudad. Kerwin advirtió que casi no había visto nada de la ciudad de Arilinn —que, según había oído, era la tercera o cuarta en importancia dentro de los Siete Dominios— y decidió que saldría a explorarla en algún momento. Neryssa no tenía puesta la capucha y mostraba su canoso cabello cobrizo recogido en trenzas. Como hacía frío, Kerwin se había puesto su capa ceremonial de cuero encima de sus ropas terranas. Al escuchar los murmullos y ver los rostros reverentes, advirtió que le tomaban por otro miembro del círculo de la Torre. ¿Era eso lo que había pensado la gente de Thendara, durante la primera noche que estuvo en Darkover?
Fuera de las puertas de Arilinn se extendían las llanuras, con matas de arbustos aquí y allá, unas sendas y un viejo camino para carros, ahora desierto. Cabalgaron más o menos durante una hora bajo el cielo próximo, bajo la pálida luz púrpura del alto sol. Por fin, Neryssa puso su caballo al paso, diciendo:
—Hay buena caza aquí. Podríamos conseguir algunas aves, o tal vez algún conejo astado… Elorie no ha estado comiendo gran cosa últimamente. Me gustaría tentarla con algo sabroso.
En realidad, Kerwin había estado pensando que la caza con halcón era un deporte exótico, una cosa extraña que se hacía por la excitación que proporcionaba; ahora, por primera vez, advirtió que, en una cultura como ésta, era una manera muy utilitaria de conseguir carne para la mesa.
Pensó que tal vez debería aprender. Parecía ser una de las habilidades prácticas de un caballero; aunque, al observar las manos pequeñas y fuertes de Neryssa mientras desencapuchaba su halcón, comprendió que también de una dama. No se podía pensar en una mujer noble que cazara para llenar su cocina. ¡Pero sin duda así habría empezado la caza con halcón: como manera de proveer la cocina! Y, si bien una dama no podía hacer gran cosa en la caza de animales grandes, no había motivos que impidieran que una mujer igualara o superara a un hombre en la caza con halcón. De repente, Kerwin se sintió muy inútil.
—No te preocupes —le tranquilizó Neryssa, alzando los ojos hasta él, quien advirtió que aún estaban en contacto telepático, aunque más levemente—. Aprenderás. La próxima vez, te conseguiré un halcón
verrin
. Tienes estatura y fuerza suficiente como para arreglarte con uno de ésos. —Lanzó su halcón a gran altura; el pájaro despegó y voló cada vez más alto. Neryssa observó el vuelo, protegiéndose los ojos con las manos—. Ahora —dijo en un susurro— ha avistado su presa…
Kerwin miró, pero no vio rastros del pájaro.
—Sin duda no puedes ver tan lejos, Neryssa…
Ella levantó la vista con impaciencia.
Por supuesto que no. El contacto telepático con los halcones y otros pájaros de caza es uno de nuestros dones familiares.
Aunque fue un pensamiento superficial, con la parte más externa de la mente, Kerwin advirtió que todavía existía entre ambos un fuerte contacto telepático, ya que con parte de su mente pudo
sentir
el vuelo, las alas que batían, la envolvente excitación de la caza, el mundo que giraba abajo, cómo se lanzaba en picado, con un escalofrío de éxtasis corriendo por el cuerpo… Sacudiendo la cabeza, asombrado, Kerwin regresó a la tierra y siguió a Neryssa que cabalgaba ágilmente hasta el lugar donde el halcón había matado su presa. La mujer hizo un gesto al halconero, que los seguía a distancia, para que tomara el pequeño pájaro muerto y lo llevara en su montura. El halcón se posó en el guante de la mujer, y Neryssa lo alimentó con la cabeza del pájaro muerto, todavía caliente. Tenía los ojos cerrados y el rostro sonrojado. Kerwin se preguntó si también ella habría compartido la excitación de esa cacería. Observó cómo el halcón desgarraba la carne y los tendones con una sensación de excitación mezclada con asco.
Neryssa alzó los ojos hacia él.
—Sólo se alimenta de lo que le doy; ningún pájaro bien entrenado probará su presa mientras no se le haya dado. Suficiente… —Alejó los restos sangrientos del cruel pico, explicando—. Quiero al menos otro pájaro.
Una vez más lanzó el ave al aire y una vez más Kerwin percibió el contacto telepático entre la mujer y el pájaro. Lo siguió mentalmente, sabiendo que no interfería, que de alguna manera ella se había abierto a él para que compartieran el éxtasis del vuelo, el fuerte ascenso, el golpe, la sangre que manaba…
Cuando el halconero le trajo a Neryssa la cabeza del segundo pájaro, Kerwin fue de pronto consciente, a través de la excitación y la repulsión, de la profundidad con que estaba compartiendo todo eso con ella, percibió el calor, casi sexual, en las profundidades de su cuerpo. Con furia, trató de borrar el pensamiento, perturbado y avergonzado de que Neryssa lo captara. Él no estaba intentando seducirla… ¡Si ni siquiera le gustaba! ¡Y lo último que deseaba, aquí, era complicarse la vida con una mujer!
Sin embargo, cuando el sol bajó un poco y el halcón voló una y otra vez, atacando y matando, Kerwin fue atraído una vez más al extático contacto entre mujer y halcón, sangre, terror y excitación. Finalmente, Neryssa se volvió hacia el halconero y dijo:
—Ya es suficiente; lleva de regreso los pájaros. —Y detuvo su caballo, respirando con profundidad y lentitud mientras observaba al hombre que se alejaba.
Kerwin estaba seguro de que se había olvidado de él. Sin una palabra, ella encaminó su caballo de regreso hacia los distantes portales de Arilinn.
Kerwin cabalgó tras ella, curiosamente apagado. Como se estaba levantando viento, se colocó con cuidado la capucha sobre la cabeza. Cabalgando detrás de la figura arropada de Neryssa, con el tenue sol rojo ya muy bajo en el cielo y un cuarto creciente de la luna violeta sobre una montaña distante, tuvo la curiosa sensación de estar solo en el mundo con la mujer que le daba la espalda, cabalgando tras ella tal como el halcón había perseguido a su presa que huía… Clavó los talones en los flancos de su caballo y partió al galope, corriendo como en alas del viento, perdido en la excitación de la cacería… Se aferraba al caballo con las rodillas, por instinto, con la mente atrapada en la excitación de la caza, ganado por su conciencia creciente. Mientras cabalgaba, era levemente consciente del contacto que aún existía entre la mujer y él, de la excitación del cuerpo de ella, que percibía el ruido de cascos que la perseguían, la larga cacería, un hambre extraña mezclada con miedo… Las imágenes colmaron la mente de Kerwin; alcanzarla, arrancarla de su montura, arrojarla al suelo… Compartirlo con ella era como una creciente excitación sexual. De modo que, inconscientemente, apresuró su caballo hasta que, al llegar a las puertas de la ciudad, ya le pisaba los talones…