Read El sueño robado Online

Authors: Alexandra Marínina

Tags: #Policial, Kaménskay

El sueño robado (4 page)

BOOK: El sueño robado
3.4Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Estos días Lártsev está ocupado —contestó Nastia reticente—. El caso de Yeriómina lo llevo yo.

Había que reconocerlo: si la noticia decepcionó al juez, supo disimularlo. Extrajo de la caja fuerte el expediente penal y le ofreció a Nastia un asiento junto a la mesa auxiliar.

—Léelo. Tengo que terminar de redactar un sumario. Dentro de cuarenta minutos necesito asistir a un careo y no me quedará más remedio que echarte. Procura que el tiempo te alcance.

El expediente contenía pocos documentos. El dictamen del experto forense: la causa de la muerte, asfixia causada por el estrangulamiento realizado, lo más probable, mediante una toalla (habían sido detectadas partículas de las fibras del tejido en los bordes finos de un pendiente en forma de flor de cinco pétalos). En el cuerpo de la víctima se observaban numerosos hematomas en la zona del pecho y de la espalda, producidos por golpes asestados con una cuerda gruesa o con un cinturón. La aparición de dichos hematomas estaba fechada entre dos días y dos horas antes del fallecimiento.

El protocolo del interrogatorio del jefe de Yeriómina, el director general de la empresa, hacía constar: Vica bebía mucho pero acudía al trabajo sin falta. Naturalmente, a veces salía con alguna extravagancia, como no podía ser menos tratándose de una alcohólica. Por ejemplo, podía marcharse fuera dos o tres días en compañía de un hombre desconocido. Pero aun en estos casos Yeriómina nunca olvidaba pedirle permiso a su jefe, al cual le explicaba sin inhibiciones para qué necesitaba esos dos o tres días. Últimamente se la veía muy cambiada, se había vuelto taciturna, imprevisible, a menudo sus respuestas no tenían nada que ver con las preguntas que se le hacían, o se quedaba con la mirada clavada en el vacío sin oír lo que se le decía. Daba la impresión de padecer alguna enfermedad grave.

Protocolo del interrogatorio de Borís Kartashov, novio de Yeriómina: «Estoy absolutamente convencido de que Victoria estaba enferma. Hace un mes más o menos concibió la idea de que alguien se conectaba con ella por radio y le robaba sus sueños. Intenté convencerla para que consultase con un psiquiatra pero se negó en redondo. Entonces, por iniciativa propia, hablé con un médico, el cual expresó su certidumbre de que Vica padecía psicosis aguda y debía ser hospitalizada de inmediato. Pero Vica desoyó mis consejos. A veces se portaba con una ligereza extrema, entablaba amistad con gente que no conocía de nada e intimaba con sujetos sospechosos, sobre todo en períodos de borracheras prolongadas. A veces desaparecía durante varios días para pasarlos con el amante del momento. Un viaje de trabajo me obligó a salir de Moscú el 18 de octubre, regresé el día 26 y me puse a buscar a Victoria, temiendo que, dada su enfermedad, pudiese haberle ocurrido una desgracia. No tenía noticia de que pensara marcharse fuera. No me había dejado mensaje alguno.»

Protocolo del interrogatorio de Olga Kolobova, amiga de Yeriómina: «Conozco a Vica de toda la vida, nos hemos criado juntas en un orfanato. Por supuesto, también conozco a Borís Kartashov. Hace un mes aproximadamente, Borís me dijo que Vica estaba enferma, obsesionada con la idea de que alguien utilizaba la radio para robarle sus sueños. Borís me pidió que hablara con Vica, que la convenciera de que tenía que consultar a un médico. Vica dijo que ni hablar, que se encontraba perfectamente bien. Cuando le pregunté si era cierto lo que le había contado a Borís, que alguien le robaba los sueños, confirmó que así era. Hablé con Vica por última vez la noche del 22 de octubre, la llamé a casa alrededor de las once. Quedamos en vernos el domingo. No he vuelto a ver a Yeriómina o a hablarle.»

Protocolo del interrogatorio del doctor en medicina Máslennikov, médico psiquiatra consultado por Kartashov: «Sí, hace dos o tres semanas, a mediados de octubre, Borís Kartashov me pidió opinión sobre el estado de una amiga suya que manifestaba ciertas ideas fijas. Los síntomas que me describió permitían concluir que la joven estaba a punto de sucumbir a un trastorno gravísimo y debía ser ingresada sin tardanza. Estados similares al suyo son conocidos bajo el nombre de síndrome de Kandinsky-Clerambault. Los enfermos afectados por una psicosis aguda pueden ser extremadamente peligrosos, ya que empiezan a oír voces y esas voces pueden ordenarles cualquier cosa, hasta matar a un transeúnte anónimo. Esos enfermos corren igualmente el riesgo de ser víctimas de un crimen, debido a su incapacidad de valorar correctamente las situaciones, sobre todo si en ese momento interviene la voz para darles un “consejo”. Le expliqué a Kartashov que no se podía ingresar a su amiga sin el consentimiento de ésta, a menos que sus problemas psíquicos afectasen su comportamiento de forma grave y quedase detenida por la policía. Kartashov me contó que se negaba categóricamente a dejarse examinar por un especialista y que creía gozar de buena salud. Lamentablemente, en casos así, uno no puede hacer nada, ya que la hospitalización forzosa está reservada, como ya he dicho, a conductas anómalas que fuercen la intervención de la policía.»

Había unos cuantos protocolos más que incluían las declaraciones de los empleados de la empresa donde trabajaba Yeriómina, así como las de los amigos de la víctima y de Kartashov. Estos protocolos no le descubrieron a Nastia nada nuevo. Luego vio una hoja con la lista de locales, junto con sus direcciones, donde Victoria acostumbraba a acudir a tomarse un trago. La lista llevaba grapados seis informes según los cuales en el período del 23 de octubre al 1 de noviembre en aquellos locales nadie había visto a Yeriómina. Faltaban por comprobar dos direcciones más.

Nastia cerró el expediente y miró a Olshanski. El juez, sentado de espaldas a Nastia y encorvado sobre una silla incómoda, escribía rápidamente a máquina.

—¡Konstantín Mijáilovich! —le llamó.

El hombre se volvió hacia ella con brusquedad, empujando con el codo una pila de papeles que se erguía sobre la mesa. Los documentos se desparramaron por la mesa y algunos cayeron al suelo. Sin embargo, a Olshanski su propia torpeza no pareció preocuparle lo más mínimo.

—Dime —contestó con calma, como si nada hubiera ocurrido, mientras se quitaba las gafas y con saña frotaba sus cristales con los dedos.

—Tengo que hacerle tres preguntas. Una tiene que ver con el caso y las otras dos no.

—Empieza por las que no tienen que ver con el caso —dijo el juez, campechano, ladeando la cabeza como lo hacen los pájaros y frotándose el puente de la nariz.

Como todos los miopes, sin las gafas parecía desorientado e indefenso. Se había producido un cambio imperceptible, y de pronto Nastia se dio cuenta de que Olshanski tenía un rostro sorprendentemente bello y unos ojos bordeados por pestañas largas como las de una muchacha. Los gruesos cristales de sus gafas de miope le empequeñecían los ojos, y la montura, mil veces rota y remendada, manchada por el pegamento, afeaba al juez hasta volverle irreconocible.

—¿Le alcanza su sueldo?

—Según para qué —respondió Olshanski encogiéndose de hombros—. Para no morirme de hambre en un arroyo, para esto sí que alcanza, hasta me sobra. Pero para sentirme a gusto, en absoluto.

—¿Qué es para usted «sentirse a gusto»? —siguió indagando Nastia.

—¿Para mí personalmente? ¡Tienes un morro, Kaménskaya! Te lo diré y tú me meterás los dedos en la boca. Querrás que te cuente cuáles son mis gustos, aficiones, pasatiempos favoritos, problemas familiares y sabe Dios qué más. ¿A qué viene esto? ¿Qué eres, mi madrina, mi hermana, mi mejor amiga? Pasa a la segunda pregunta.

El juez le había contestado con malos modos, sin disimularlos, pero, al mismo tiempo, con una amplia sonrisa en los labios que dejaba a la vista una dentadura sana y deslumbrante. No había manera de comprender si estaba enfadado o bromeaba.

—No le agrada que yo lleve el caso de Yeriómina en vez de Lártsev, ¿verdad?

La sonrisa de Olshanski se hizo más amplia aún pero tardó en contestarle.

—Me gusta trabajar con Volodya, es un profesional de primera, un gran especialista. Le tengo una enorme simpatía. Disfruto cuando me toca tratar con él, disfruto como juez de instrucción y como ser humano. En lo que se refiere a ti, Anastasia, no había trabajado contigo nunca y apenas te conozco. Gordéyev prodiga elogios sobre ti pero para mí son un sonido hueco. Acostumbro a formar mi propia opinión de la gente. ¿Estás satisfecha con mi respuesta?

—A decir verdad, no. Pero ¿no habrá otra?

—No.

—Entonces, la pregunta número tres: ¿dónde está aquel empresario que acompañó a Yeriómina hasta su casa el viernes 22 de octubre, después del banquete?

—Desgraciadamente, se marchó a casa, a Holanda. Pero todo indica que nunca entró en el piso de Yeriómina. ¿Has leído el protocolo del registro del piso?

—No me ha dado tiempo. Sólo he leído las declaraciones de los testigos. Y el protocolo del interrogatorio de ese empresario no está. ¿No fue interrogado?

—No. Se fue antes de que encontraran el cadáver y abrieran el expediente. Pero cuando empezaron a buscar a Yeriómina seguía en Moscú, y el director general le llamó y le preguntó sobre la chica. Así que sólo sabemos lo que ocurrió la noche del 22 de octubre por las palabras del jefe de Yeriómina. De todos modos, de las huellas dactilares encontradas en el piso, ninguna pertenece al empresario en cuestión.

—¿Cómo han podido determinarlo? ¿Con qué las han comparado? —se extrañó Nastia.

—Con las que estaban en los documentos que ese caballero ricachón había firmado.

—Esos documentos ¿se los presentó el director general?

—Exactamente.

—Esto deja que desear —dudó Nastia.

—Esto deja que desear —convino en seguida Olshanski—. Pero tal vez te consuele saber que el señorito de marras llamó a las 22.30 horas de aquella noche desde el hotel Balchug a París, de lo cual hay constancia en el registro de la centralita. Recordarás que hacia las once de la noche, Yeriómina estaba sana y salva y charlaba con una amiga por teléfono. Además, es poco probable que el holandés tenga que ver con el asesinato, ya que la mataron, como más pronto, el 30 de octubre. Por supuesto, sería bueno interrogarlo pero, como entenderás, es mucha historia. Hay que actuar a través del Ministerio de Asuntos Exteriores, la embajada, etcétera, y, encima, hay grandes posibilidades de que no se encuentre en Holanda sino de viaje por algún asunto de negocios. No vamos a correr detrás de él de país en país.

—Konstantín Mijáilovich, ¿quiere que investigue sus hipótesis o que piense por mi cuenta?

—Pero si yo de momento sólo tengo dos hipótesis. Según la primera, el asesinato de Yeriómina está relacionado con algún negocio sucio de la empresa. Según la segunda, de veras era una enferma mental y fue víctima de un cabrito que se le cruzó en el camino. Todavía no hemos empezado a trabajar con la primera y sí hemos avanzado mucho en la verificación de la segunda, pero, por desgracia, no hemos obtenido resultados. No se ha podido detectar rastro alguno de los movimientos de la víctima en los días que separan su desaparición del hallazgo del cadáver.

—¿Y cuál es, a su modo de ver, mi tarea? —preguntó Kaménskaya.

—Quiero que busques algún otro modo de trabajar con la segunda hipótesis. Quiero que pienses dónde y cómo podemos detectar alguna huella de la presencia de Yeriómina partiendo del supuesto de que, en efecto, estaba afectada por una psicosis aguda. Habla con los especialistas, consulta a los psiquiatras, averigua qué comportamiento tiene el enfermo en ese estado, intenta imaginar adonde y para qué pudo haber ido la chica.

—¿Y la primera hipótesis? ¿La de los tejemanejes de la empresa?

—Anastasia, ¡eres de lo que no hay, lo juro! —dijo Olshanski agitando las manos—. ¿Es que crees que podrás hacer las dos cosas al mismo tiempo? Quiero que trabajes con la hipótesis que te parezca más prometedora en vista de lo que dicen los materiales del expediente. Si eres capaz de ocuparte a la vez de, la otra, podré darme con un canto en los dientes. Pero te seré sincero, no me parece factible mientras trabajes sola. ¿Piensa Gordéyev asignar a alguien más al caso? ¡Dónde se ha visto que una sola persona lleve un asesinato!

Nastia meditó su respuesta al juez para no dejar en mal lugar a su superior, el Buñuelo. En efecto, no iba a contarle a Olshanski que Gordéyev tenía en su poder cierta información de que uno de los detectives era un indeseable y por esta razón no había querido encomendar el caso a nadie más que a ella, Nastia, ya que podían estar en juego los intereses de la mafia. Pero por fortuna, Konstantín Mijáilovich no deseaba aclarar las intenciones del jefe del Departamento de la Lucha Contra los Crímenes Violentos Graves. Había expresado su indignación y dio el asunto por zanjado. Sobre todo porque ya era hora de acudir al mencionado careo.

Mirando al suelo para no hundirse en algún charco hasta los tobillos, Nastia Kaménskaya caminaba lentamente mientras se dirigía desde la parada de autobús hacia su casa. Últimamente se cansaba mucho, ya que, acostumbrada como estaba a trabajar sentada en su despacho, de repente tenía que desempeñar las tareas normales de un funcionario de la policía criminal: recorrer Moscú de punta a punta en busca de direcciones y personas, hablarles y a menudo convencerles para que le prestaran atención y, cuando tocaba hacerles preguntas, implorar y suplicar para que respondieran. Qué remedio, casi a nadie le gustaba hablar con la policía.

El resultado de todos estos esfuerzos de Nastia fue deplorable: se hubiese dicho que después del 22 de octubre a Yeriómina se la había tragado la tierra. No la había visto ninguno de los habituales amiguetes con los que solía reunirse para charlar o para emborracharse. Se trataba de un círculo reducido pero, excluyendo ese núcleo fijo, existía un número amplio de gente que tomaba parte en las juergas de forma esporádica, de tarde en tarde. Todos ellos fueron identificados e interrogados, y todos, como un solo hombre, contestaron con rotundidad que después del 22 de octubre no habían visto a Vica Yeriómina ni se habían comunicado con ella por teléfono. En su mayoría eran interlocutores difíciles: en vez de hablar de su amiga trágicamente fallecida, se empeñaban en convencer a Nastia de que el consumo del alcohol era un asunto personal y no tenía por qué interesar a la policía.

Sin embargo, esas charlas le proporcionaron un dato importante: cuanto más achispada estaba Vica, mayor necesidad sentía de contárselo a alguien por teléfono. En el curso de una juerga —que podía prolongarse dos o tres días— llamaba a Borís Kartashov más o menos cada dos horas, para comunicarle con lengua de trapo que se encontraba bien, y que todos los tíos eran unos estúpidos y unos hijos de puta y no tenían derecho a decirle qué vida debía llevar y cuánto y con quién podía beber. Además de Borís, solía llamar a su amiga Lola, la misma con la que había estado en el orfanato. Y no sólo esto, sino que en un par de ocasiones se las ingenió para telefonear a la empresa y prometer que al día siguiente estaría en su lugar de trabajo. Ya que tanto el jefe de Yeriómina como su amiga Lola y Borís Kartashov aseguraban que, desde el momento de su inexplicable desaparición, Vica no les había llamado, era lógico sacar la conclusión de que, cuando menos, durante aquellos días la chica no estaba borracha. Con una reserva: siempre que los tres dijeran la verdad. Pero si esos tres, tan diferentes, que vivían lejos uno del otro y a los que apenas nada unía, le mentían, entonces era que tenían un motivo de mucho peso para hacerlo. Y Nastia quería comprender por dónde había que empezar. ¿Por buscar ese misterioso motivo si es que existía, o por seguir intentando descubrir algún rastro que Yeriómina pudo haber dejado?

BOOK: El sueño robado
3.4Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Mr Mac and Me by Esther Freud
Inferno-Kat 2 by Vivi Anna
The Mysterious Rider by Grey, Zane
The Meridian Gamble by Garcia, Daniel
Somersault by Kenzaburo Oe
Ubu Plays, The by Alfred Jarry