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Authors: Alexandra Marínina

Tags: #Policial, Kaménskay

El sueño robado (5 page)

BOOK: El sueño robado
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En el caso del asesinato colaboraba con Nastia, Andrei Chernyshov, funcionario de la Dirección Provincial del Interior. Andrei era un joven simpático, inteligente, habilidoso y, lo más importante, titular de un coche propio, gracias a lo cual conseguía hacer en un día el triple de trabajo que hacía Nastia. Le apasionaban los perros y trataba a su pastor alemán, no ya como oro en paño, sino como a un niño prodigio; vivía con el miedo permanente de que una alimentación y unos cuidados mal administrados afectasen a las facultades mentales del can. No obstante, había que reconocerlo, el pastor alemán, que respondía al extraño nombre de Kiril, estaba magníficamente enseñado, obedecía todas las órdenes a la primera y para entender a su dueño no sólo le bastaba con medias palabras, sino también con medias miradas y medios suspiros, capacidad de la que Andrei presumía terriblemente. Nastia sabía que no exageraba cuando hablaba de las virtudes de Kiril. Hacía un año y medio, en el curso de la operación de aprehensión del sicario Gall, fue justamente ese perro, al obedecer las imperceptibles órdenes de su dueño, quien le proporcionó a Nastia la posibilidad de alejarse del lugar peligroso sin despertar sospechas en el criminal y sin estorbar a los compañeros, que habían preparado una emboscada. Kiril fingió que estaba a punto de pegarle una dentellada en el cuello y Nastia, a su vez, fingió estar muy asustada, pero al final, tras darse un golpe en la cabeza, destrozarse una rodilla y romperse un tacón, consiguió apartarse de la línea de fuego.

Nastia y Andrei Chernyshov tenían un notable parecido físico, como si fueran hermanos: los dos eran altos, delgados, rubios, de facciones finas y ojos grises. Pero Andrei era guapo, cosa que difícilmente alguien iba a decir nunca de Nastia. No era ni guapa ni fea sino simplemente no llamaba la atención, tenía una cara corriente y ojos sin brillo. Su aspecto no la hacía sufrir ni lo más mínimo, puesto que sabía que una aplicación hábil del maquillaje y una ropa elegante podían volverla absolutamente irresistible, y a veces echaba mano de ellos. Pero fuera de esas ocasiones, Nastia era un ratoncito gris y no experimentaba la menor necesidad de gustar y despertar admiración. No le interesaba.

Por supuesto que, al trabajar juntos, Chernyshov y Nastia conseguían hacer muchísimo, pero les cundía poco… El caso estaba en punto muerto. El Departamento de la Lucha Contra los Delitos Económicos no disponía de información sobre si la empresa donde había trabajado la víctima estaba mezclada en negocios sospechosos de cualquier índole. Y cuando Nastia expresó sus dudas respecto a que en el momento actual hubiera empresas privadas que no recurriesen a manejos turbios, le contestaron:

—Trapicheos los hay en todas partes a punta pala, seguramente tampoco éstos son unos angelitos. Pero están limpios en lo que se refiere al dinero, lo hemos comprobado.

Resultó que Gordéyev se le había adelantado para pedirles tal comprobación. Sin embargo, Nastia decidió visitar la empresa personalmente.

Para su asombro, el director general no intentó rehuir el encuentro, sino que recibió a Kaménskaya, como quien dice, al primer requerimiento y no tuvo inconveniente en volver a contestar a todas las preguntas.

—¿A qué se debía su tolerancia con una secretaria alcohólica e indisciplinada? —le preguntó Nastia.

—Ya se lo conté a su compañero —respondió el director general encogiéndose de hombros—. Desde luego, no es algo de lo que podamos alardear pero no veo motivo para ocultarlo, sobre todo ahora que a Vica ya nada puede perjudicarle. Las obligaciones de Vica consistían en estar sentada en la antesala, atender al teléfono y servir té, café y licores, principalmente cuando venían a verme socios extranjeros. ¿Me explico?

—No —respondió Nastia secamente.

—Me sorprende. Bueno, se lo diré claramente. A veces, para convencer al socio hay que emborracharlo y colarle una moza de buen ver, con la idea de ablandarlo. ¿A qué viene esta mirada? ¿Es la primera vez que lo oye? No disimule, Anastasia Pávlovna, usted no ha nacido ayer. Todos lo hacen. Y ésta es la única razón por la que necesitaba a Vica. Era increíblemente guapa, no dejaba indiferente a ningún hombre fuesen cuáles fuesen sus preferencias. Si venía a cuento, le permitía pasar unos días con el visitante que me interesaba, acompañaba a los extranjeros cuando les apetecía ir a Píter
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o ver el Anillo de Oro
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o adonde quisieran. Vica nunca rechistaba, hacía todo lo que se le pedía, sin importarle cómo era el hombre en cuestión. Por eso le perdonaba sus borracheras y su absentismo. Por cierto, aunque alcohólica, era muy cumplidora. Parece mentira, pero si le avisaba de que, pongamos por caso, el miércoles iban a celebrarse unas negociaciones importantes e iba a necesitarla, aunque estuviera de juerga maratoniana, por mucho que hubiera bebido, el miércoles se presentaba en el despacho con todas sus galas. Ni una sola vez, ¿me oye?, ni una sola me dejó colgado. Comprenderá que es perfectamente normal que le perdonase muchas cosas.

—Dicho de otra forma, le asignó a Yeriómina el puesto de prostituta —resumió Nastia en voz baja.

—¡Exacto! —explotó el director—. Si prefiere llamarlo así, entonces, ¡exacto! ¿Es un crimen acaso? Tenía el empleo de secretaria, cobraba su sueldo pero le gustaba acostarse con los clientes, lo hacía voluntariamente y, tome buena nota de esto, gratis. Visto desde fuera, es lo que parece, ¡esto y nada más! He cometido una tontería al contárselo.

—¿Quiere decir que se desdice? —quiso precisar Nastia.

—Dios mío, no, por supuesto que no. Le he contado la verdad pero sólo para ayudarla a encontrar al asesino de Vica, no para que me lea la cartilla. Y si le apetece ponerme de vuelta y media y acusarme de amoral, negaré lo que le he dicho, sobre todo porque veo que no lleva protocolo de nuestra conversación. Sabe usted, a mi edad puedo prescindir de su juicio moral. Un asesinato es asunto grave y no me creo con derechos a ocultarle lo que sea. Pero confiaba en que me entendiera correctamente. Veo que me he equivocado. Lo lamento mucho, Anastasia Pávlovna.

—No, no, no se ha equivocado —dijo Nastia, e intentó sonreírle con toda la simpatía de que era capaz pero no lo consiguió, la sonrisa le salió tímida, avergonzada e incluso contrita—. Le agradezco su sinceridad. Dígame una cosa, ¿pudo uno de esos… clientes venir a Moscú en octubre e intentar volver a ver a Yeriómina sin recurrir a su mediación?

—Ya lo creo. Pero yo no hubiese tardado en enterarme. Vica lleva… llevaba trabajando para mí dos años y pico. Durante este tiempo había recurrido a sus servicios un sinfín de veces pero no siempre para atender a socios nuevos. A algunos les gustaba tanto que insistían en volver a verla cada vez que venían por aquí. Algunos, es cierto, lo hacían a mis espaldas. Pero Vica nunca me lo ocultó cuando sucedía, puesto que se trataba de su trabajo y no de asuntos personales. Se daba perfecta cuenta de que, cuando un socio extranjero venía a Moscú y no me llamaba aunque sólo fuera para saludar, era indicativo de su actitud respecto a mí personalmente, a la empresa y a nuestro negocio conjunto. Comprendía que yo necesitaba estar al tanto de hechos semejantes, aparte de que se lo había advertido en más de una ocasión. No, no creo que se hubiera decidido a ocultármelo.

—Entonces, ¿nada de eso pudo ocurrir en octubre?

—No. Por cierto, aquel empresario holandés que el 22 de octubre acompañó a Vica a casa llevaba dos años ya acostándose con ella, se iba con ella cada vez que venía a Moscú.

—Necesito la lista de todos los clientes de Yeriómina —manifestó Nastia.

La lista, bastante larga, le fue proporcionada, y ahora Nastia estaba esperando que el DVYR, el Departamento de Visados y Registro de Extranjeros, comprobase si alguno de los hombres citados en la lista estuvo en Moscú en el período de tiempo en que se produjo la desaparición de Victoria Yeriómina. Nastia había concebido grandes esperanzas relacionadas con esta pista pero era consciente de que la respuesta tardaría lo suyo en llegar.

Al volver a casa se dejó caer exhausta sobre el sofá y se tendió con deleite. Tenía hambre pero le daba pereza levantarse para ir a la cocina. Nastia Kaménskaya solía decir que había nacido con la pereza bajo el brazo.

Permaneció así, tumbada en el sofá, hasta el caer de la noche, cuando hizo acopio de fuerzas y se arrastró hasta la cocina. En la nevera apenas había comida, lo que le ahorró hacer la elección: cenaría un huevo pasado por agua y atún en conserva. Sumida en sus pensamientos, Nastia no notaba el sabor de lo que comía. Tenía muchas ganas de tomar café y empleó toda su voluntad en vencer este deseo, ya que sabía que incluso sin el café le iba a costar conciliar el sueño.

Le escocía la sensación de lo infructuoso de sus esfuerzos, la ausencia del más mínimo progreso en la investigación. Tenía la impresión de que lo estaba haciendo todo mal, y temía decepcionar al Buñuelo. Era la primera vez que trabajaba sola, y no era lo mismo que analizar informaciones recogidas por los compañeros y dar sesudos consejos. Ahora era ella la que recopilaba los datos y para esto no contaba con los consejos de nadie.

Otra cosa que torturaba a Nastia era su compasión por el jefe, Víctor Alexéyevich Gordéyev, quien por algún medio se había enterado de que uno de sus subordinados se había dejado corromper y, tal vez, no era uno solo, por lo que ahora les había retirado la confianza a todos pero debía fingir que nada había ocurrido y que seguía respetándoles y queriéndoles como antes. Era igual que en una obra de teatro, pensó Nastia recordando el ensayo de Grinévich. Con la única diferencia de que para el Buñuelo toda su vida tenía que ser un espectáculo mientras no se aclarase la situación, y le tocaba, día tras día, ser un actor encima de un escenario. Para él la vida verdadera se reducía a aquello que pasaba en su interior, en su alma. Mientras un actor, al terminar la función, podía quitarse el maquillaje, irse a casa y vivir durante unas horas su vida real, el Buñuelo carecía de tal posibilidad porque incluso estando en casa tenía muy presente que alguien a quien quería y en quien confiaba le estaba traicionando. ¿Cómo podía vivir con este peso encima?

Por alguna razón, Nastia no pensó ni por un instante que a partir de ese momento también a ella le tocaba vivir con este peso aplastándole el corazón…

El coronel Gordéyev estaba irreconocible. Hombre enérgico, inquieto, que para reflexionar necesitaba ponerse a dar rápidas vueltas por el despacho, ahora, sentado completamente inmóvil detrás de la mesa y sosteniendo la cabeza con las manos, parecía petrificado. Daba la impresión de ser presa de emociones tormentosas y temer que un solo movimiento negligente hiciera desbordar todo lo que estaba bullendo en su interior. Por primera vez en todos los años que llevaba trabajando en Petrovka, la presencia del jefe incomodó a Nastia.

—¿Cómo va el caso de Yeriómina? —preguntó Víctor Alexéyevich.

Su voz sonó calmosa, desapasionada. Sin reflejar ni siquiera una pizca de curiosidad.

—No va, Víctor Alexéyevich —confesó Nastia con llaneza—. No me sale nada. Estoy en un atolladero.

—Vale, vale —masculló el Buñuelo, la mirada clavada en algún punto lejano por encima de la cabeza de Nastia.

Ella tuvo la sensación de que el jefe, absorto en sus pensamientos, no la había oído.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó él de pronto—. ¿O de momento os apañáis los dos solitos?

—La necesitaré si se me ocurren otras hipótesis. Hasta el momento hemos comprobado…

—Déjalo —la interrumpió Gordéyev con la misma indiferencia—. Te creo, sé que no haces chapuzas. ¿Van bien tus relaciones con Olshanski?

—No nos hemos peleado —contestó con sequedad notando que dentro de ella crecían el enfado y la perplejidad.

—Vale, vale —volvió a cabecear el coronel.

Y Nastia volvió a tener la impresión de que le hacía las preguntas con el único fin de crear la apariencia de que supervisaba su trabajo. Las respuestas de Nastia le traían sin cuidado, estaba pensando en algo suyo.

—¿No has olvidado que para el 1 de diciembre tienen que mandarnos a un estudiante de la Academia de Policía de Moscú, a hacer prácticas?

—Lo recuerdo.

—Pues no lo parece. Sólo faltan diez días y aún no has ido a hablar con esa gente. ¿A qué esperas?

—Hoy mismo les llamaré y lo hablaré con ellos. No se preocupe, Víctor Alexéyevich.

Nastia procuraba mantener un tono de voz neutro aunque lo que más le apetecía en estos momentos era salir corriendo del despacho de Gordéyev, encerrarse en el suyo y romper a llorar. ¿Por qué le hablaba de ese modo? ¿Qué le había hecho? En todos los años de trabajo ni una sola vez le había podido reprochar un olvido. Cierto, había muchas cosas que no sabía hacer, no dominaba las armas de fuego ni la defensa personal, era incapaz de detectar si alguien la seguía y despistar al que la vigilaba, también era mala corredora, pero la memoria la tenía fenomenal. Anastasia Kaménskaya no se olvidaba nunca de nada.

—No lo dejes para más tarde —continuaba entretanto Gordéyev—. Piensa que eliges al estudiante para ti, no para el vecino del quinto. Le pondrás a trabajar en el caso de Yeriómina. No creo que en estos diez días vayamos a resolver el asesinato. De modo que trabajarás con él y al mismo tiempo le enseñarás. Si aciertas con la elección, lo admitiremos en el departamento, nos falta gente. Ahora, otra cosa. Esta primavera ha estado aquí una delegación de funcionarios de la policía italiana. Para diciembre está previsto que les devolvamos la visita. Tú irás también.

—¿Por qué? —preguntó Nastia desconcertada—. ¿A qué viene esto?

—No le des vueltas. Irás y no hay más que hablar. Considéralo indemnización por las vacaciones que se te han ido al garete. Yo mismo te estuve convenciendo para que fueras al balneario, te conseguí la plaza y me siento responsable de que al final no hayas podido descansar como Dios manda. Irás a Roma.

—¿Y Yeriómina? —preguntó Nastia anonadada.

—¿Yeriómina? ¿Qué pasa con Yeriómina? Si no descubres nada en caliente, luego ya, cinco o seis días más o menos no tienen importancia. Sales hacia Roma el 12 de diciembre. Si para entonces no has encontrado al asesino de Yeriómina, no lo encontrarás en tu vida. Eso es evidente. Y ten en cuenta que la vida no se va a detener porque tú no estés. Si es preciso hacer algo, Chernyshov lo hará. Además, también estará el estudiante…

Víctor Alexéyevich trataba la selección del personal con suma seriedad, sin hacer ascos de los recién graduados de los centros de estudios superiores del Ministerio del Interior. Cada año, en vísperas del período de las prácticas y como consecuencia de un acuerdo tácito que existía entre Gordéyev y el jefe del Departamento de Alumnado de la Academia de Policía de Moscú, mandaba allí a Kaménskaya para que seleccionara al estudiante que haría las prácticas en su departamento. Para ello contaba con una tapadera tan cómoda como las clases que en esa época sus subalternos con más experiencia impartían en la academia. Se prestaba especial atención a la criminología, procedimientos penales y las actividades operativa y de detección. A Nastia le correspondía dirigir un coloquio o dar una clase práctica a dos o tres grupos de los últimos cursos. Luego Gordéyev llamaba a la academia y pronunciaba el nombre del estudiante al que le gustaría tener en su departamento durante el período de prácticas. Por supuesto, esto iba en contra de todos los reglamentos pero la gente no solía decirle no al Buñuelo. Era un personaje conocido y, además, tenía muchos buenos amigos. Gracias a este procedimiento entró en la PCM, Policía Criminal de Moscú, el detective más joven del departamento, Misha Dotsenko, a quien Nastia «cazó» nada menos que en la academia de Omsk, aprovechando un viaje de trabajo. Unos diez años atrás el propio Gordéyev encontró a Igor Lesnikov en la academia de Moscú, comprobó si era válido durante las prácticas y le admitió en el departamento. Igor Lesnikov actualmente estaba considerado como uno de los mejores inspectores de todos cuantos trabajaban para el Buñuelo.

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