El Terror (114 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #Terror, #Histórico

BOOK: El Terror
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Algunas de las pieles están colocadas en la pared exterior de la tienda, la mayoría irán dentro.

Mientras Crozier está arreglando las pieles del suelo y las de dormir,
Silenciosa
se queda fuera, cortando bloques de hielo rápida y eficientemente de un témpano cercano y construyendo un muro bajo en el lado de sotavento de la tienda. Eso ayudará un poco.

Una vez dentro, ella ayuda a Crozier a preparar la lamparita de aceite para cocinar y el marco de astas en el vestíbulo de piel de caribú de la tienda, y empiezan a fundir algo de nieve para beber. También usarán el marco y la llama para secar su ropa externa. El viento arroja nieve en torno al abandonado y vacío trineo, que ahora es apenas algo más que unos patines.

Durante tres días, ambos ayunan. No comen nada, sólo beben agua en un intento de aplacar los rugidos de su vientre; dejan la tienda durante largas horas cada día, aun cuando llega la nieve, para hacer ejercicio y aliviar la tensión.

Crozier se turna arrojando ambos arpones y ambas lanzas a un bloque grande de hielo y nieve;
Lady Silenciosa
recuperó ambos de miembros de su familia muertos en el lugar de la masacre y preparó un arpón pesado con su larga cuerda y una lanza más ligera para cada uno de los dos, unos meses atrás.

Ahora, él arroja el arpón con tanta fuerza que éste se hunde más de veinte centímetros dentro del bloque de hielo.

Lady Silenciosa
se acerca y se quita la capucha; le mira a la cambiante luz de la aurora.

El sacude la cabeza e intenta sonreír.

No tiene señal alguna para indicar: «¿No es esto lo que haces con tus enemigos?». Así que la tranquiliza con un torpe abrazo para indicar que no piensa irse ni planea tampoco usar el arpón contra nada ni contra nadie en ningún momento próximo.

Él no había visto nunca una aurora como aquélla.

Todo el día y toda la noche, las cortinas de color que caen en cascadas bailan de horizonte a horizonte, con el centro de las exposiciones justo por encima de sus cabezas. En todos sus años de expediciones junto al Polo Norte o junto al Polo Sur, Crozier no ha visto nada ni remotamente parecido a esa explosión de luz. La hora de pálida luz del día casi no hace nada por menguar la intensidad de esa exhibición aérea.

Y también hay un amplio acompañamiento acústico a los fuegos artificiales visuales.

En torno a ellos el hielo gruñe, cruje, se queja y rechina por la presión, y se oyen largas series de explosiones bajo el hielo, como fuego de artillería dispersa, que van aumentando rápidamente hasta convertirse en un cañoneo incesante.

Nervioso por la anticipación, Crozier se siente profundamente conmovido por el ruido y el movimiento de la banquisa debajo de ellos. Duerme ahora con la parka (maldita sea la transpiración) y sale de la tienda al hielo media docena de veces durante cada período de sueño, seguro de que su amplio témpano se está rompiendo.

No ocurre nunca, aunque se abren grietas aquí y allá a cincuenta metros de su tienda y provocan fisuras que corren más rápido que un hombre sobre un hielo aparentemente sólido. Entonces las grietas se cierran con un crujido y desaparecen. Pero las explosiones continúan, y la violencia del cielo.

En la última noche de su vida, Crozier duerme sobresaltado (el hambre del ayuno le provoca un frío que ni siquiera el calor corporal de
Silenciosa
puede compensar) y sueña que ella está cantando.

Las explosiones en el hielo se convierten en redobles de tambores incesantes que sirven como fondo para su voz aguda, dulce, triste, perdida:

¡Ayaa, yaa, yapape!

¡Ayaa, yaa, yapape!

Aja-ja, aja-ja-ja...

Aji, jai, ja...

Dime, ¿es tan bella la vida en la Tierra?

Aquí estoy muy alegre.

Cada vez que la aurora aparece sobre la tierra.

Y el gran sol

se desliza por el cielo.

Pero allí donde tú estás

yo tiemblo y tengo miedo

de los gusanos y alimañas

o criaturas del mar sin alma

que comen el hueco de mi clavícula

y me perforan los ojos.

Aji, jai, ja...

Aja-ja, aja-ja-ja...

¡Ayaa, yaa, yapapel ¡Ayaa, yaa, yapape!

Crozier se despierta temblando. Ve que
Silenciosa
ya está despierta y que le mira con sus ojos oscuros sin parpadear, y en un momento de terror más profundo que el propio terror, se da cuenta de que no ha sido su voz la que acaba de oír cantando la canción del hombre muerto..., literalmente, la canción de un hombre muerto a su antiguo ser viviente, sino la voz de su hijo no nacido.

Crozier y su esposa se levantan y se visten en un silencio ceremonial. Fuera, aunque quizá sea por la mañana, aún es de noche, pero una noche de mil colores atrevidos pintados sobre las estrellas temblorosas.

El hielo chasqueante sigue resonando como un tambor.

66

Los únicos caminos que quedan ahora son la rendición o la muerte. O ambas.

Toda su vida, el chico y el hombre que fue y ha sido durante cincuenta años preferían morir a rendirse. El hombre que es «ahora» preferiría morir a rendirse.

Pero ¿qué es la muerte, sino la rendición suprema? La llama azul de su pecho no aceptará otra elección.

En su casa de hielo, las semanas anteriores, bajo sus ropa de dormir, él ha aprendido otro tipo de rendición. Una especie de muerte. Un cambio de ser uno a ser algo más que no es ni el yo ni el no-yo.

Si dos personas distintas que no tuvieran palabras en común pudieran soñar los mismos sueños, entonces quizá, aun dejando a un lado todos los sueños y las demás creencias ignoradas, podrían surgir también otras realidades.

Él está muy asustado.

Dejan la tienda vestidos sólo con botas, pantalones cortos, medias y las delgadas faldas de piel de caribú que llevan a veces debajo de las parkas. Hace mucho frío aquella noche, pero el viento ha muerto desde el breve atisbo de sol del mediodía.

Él no tiene ni idea de la hora que es. El sol se ha puesto hace muchas horas, y no han dormido todavía.

El hielo se rompe bajo la presión con el ruido constante de los tambores. Nuevos canales se abren cerca.

La aurora arroja cortinas de luz desde el cénit estrellado hasta el horizonte del hielo blanco, enviando brillos hacia el norte, este y sur, y también al oeste. Todas las cosas, incluyendo al hombre blanco y la mujer morena, se ven teñidas alternativamente de escarlata, violeta, amarillo y azul.

Él se pone de rodillas y levanta la cara.

Ella se pone de pie ante él, inclinándose levemente, como si contemplara el agujero de respiración de una foca.

Como le han enseñado, él mantiene los brazos pegados al costado, pero ella le agarra firmemente por la parte superior de los brazos. Las manos de ella están desnudas a pesar del frío.

Ella baja la cabeza y abre la boca. Él abre también la suya. Sus labios casi se tocan.

Ella inhala profundamente, cierra con su boca la boca de él, y empieza a soplar en su boca abierta, por su garganta.

En este punto, que han practicado durante la larga oscuridad invernal, él tiene muchos problemas. Respirar el aliento de otra persona es como ahogarse.

Con el cuerpo tenso, él se concentra con intensidad en reprimir sus arcadas, en no apartarse. Piensa: «rendición».

Kattajjaq. Pirkusirtuk. Nipaquhiit.
Todos esos nombres resonantes que medio recuerda de sus sueños. Nombres que la gente real en torno al círculo del hielo del norte aplica a lo que están haciendo ellos ahora.

Ella empieza con una serie corta y rítmica de notas.

Ella está tocando con sus cuerdas vocales como si fuera un bancal de juncos, como instrumentos de viento.

Las notas bajas se elevan en el hielo y se mezclan con los crujidos de la presión y la luz pulsátil de la aurora.

Ella repite el motivo rítmico, pero esta vez deja un hueco de silencio entre las notas.

Él toma aliento en los pulmones, añade el suyo propio y sopla en la boca de ella.

Ella no tiene lengua, pero sus cuerdas vocales están intactas. Las notas que produce él con su aliento las hacen vibrar altas y puras.

Ella hace música con la garganta de él. Él hace música con la garganta de ella. El motivo rítmico inicial se hace más rápido, se superpone, se apresura. La gama de notas se vuelve más compleja, tanto flauta como oboe, tan claramente humana como cualquier voz, la voz de la garganta se puede oír a kilómetros de distancia, a través del hielo pintado por la aurora.

Cada tres minutos en la primera media hora hacen una pausa y cogen aliento. Muchas veces en la práctica se han echado a reír en ese momento, y él comprende por los signos del cordón de ella que ésa era la parte de diversión, cuando se trataba sólo de un juego de mujeres, hacer que la garganta del otro cantor se riese, pero no puede haber risas esta noche.

Las notas empiezan de nuevo.

La canción adopta la calidad de una sola voz humana cantando, simultáneamente baja y alta como una flauta. Pueden moldear palabras respirando a través de las cuerdas vocales del otro, de esa forma, y ella lo hace entonces: pronuncia palabras en la canción, en medio de la noche; ella juega con su garganta y con sus cuerdas vocales como si fuera un complejo instrumento; las palabras toman forma.

Improvisan. Cuando uno cambia de ritmo, el otro debe seguirle siempre. En ese sentido, y él se da cuenta, se parece mucho a hacer el amor.

Él encuentra el espacio secreto para respirar entre sonidos de modo que pueden seguir mucho más rato y emitir unas notas mucho más profundas y puras. El ritmo se acelera hacia un punto de climax, luego se vuelve más lento, luego se acelera de nuevo. Es como seguir al líder, adelante y atrás, uno cambiando el tempo y el ritmo, el otro siguiéndole como un amante que responde, y luego el otro tomando la iniciativa. Cantan cada uno en la garganta del otro de esa manera durante una hora, luego dos horas, a veces durante veinte minutos seguidos o más sin pararse a respirar.

Le duelen los músculos del diafragma. Tiene la garganta en carne viva. Las notas y el ritmo ahora son tan complicados como los creados por una docena de instrumentos, tan entremezcladas, complejas y ascendentes como el crescendo de una sonata o sinfonía.

Él le deja dirigir. La voz única que forman los dos, los sonidos y palabras que ambos pronuncian son de ella, a través de él. Él se rinde.

Finalmente ella se detiene y cae de rodillas junto a él. Ambos están demasiado cansados para levantar la cabeza. Jadean y resuellan como perros después de correr diez kilómetros.

El hielo ha dejado de emitir sonidos. El viento ha dejado de silbar. La aurora vibra mucho más lentamente en el cielo.

Ella se toca el rostro, se pone de pie y se aleja de él, cerrando el faldón de la tienda tras ella.

Él encuentra la fuerza suficiente para ponerse de pie y quitarse el resto de la ropa. Desnudo, no siente el frío.

Se ha abierto un canal a nueve metros del lugar donde ellos hacían su música, y ahora él camina hacia allí. Su corazón no baja el ritmo de los latidos.

A menos de dos metros del borde del agua, él cae de rodillas de nuevo y levanta el rostro hacia el cielo y cierra los ojos.

Oye a la criatura que sale del agua a menos de metro y medio de donde él está, y oye el ruido de sus garras en el hielo y el jadeo de su aliento al salir del agua hacia el hielo, y oye el quejido del hielo bajo su peso, pero no baja la cabeza ni abre los ojos para mirar. Todavía no.

El agua que ha salpicado la criatura al salir del mar le salpica las rodillas desnudas y amenaza con dejarle congelado en el hielo, allí donde está arrodillado. Él no se mueve.

Nota el olor del pelo húmedo, de la carne húmeda, el hedor del fondo del océano que trae consigo, y nota la sombra que proyecta ante la aurora y cae sobre él, pero todavía no abre los ojos para mirar. Aún no.

Sólo cuando se le eriza la piel y se le pone carne de gallina ante la masiva presencia que parece rodearle, y sólo cuando su aliento carnívoro le envuelve abre los ojos.

La piel chorreante como las vestiduras húmedas y pegadas de un sacerdote. Unas cicatrices de quemaduras en carne viva entre el blanco. Dientes. Ojos negros a menos de un metro de los suyos, mirándole profundamente, unos ojos de depredador que buscan su alma..., buscan a ver si tiene alma. La cabeza enorme y triangular que oscila y baja y le tapa el cielo pulsátil.

Rindiéndose sólo al ser humano con el que quiere estar, y al ser humano en el que quiere convertirse (y nunca al
Tuunbaq,
o al universo que extinguiría la llama azul en su pecho) cierra de nuevo los ojos, echa atrás la cabeza, abre la boca y saca la lengua exactamente igual que le enseñó a hacer Memo Moira para recibir la sagrada comunión.

67

Taliriktug

Lat. 68° 30' N — Long. 99° O

28 de mayo de 1851

La primavera del año que nació su segundo hijo, una niña, estaban visitando a la familia de Silna en el grupo de la gente del Dios Que Camina, liderada por el viejo chamán Asiajuk. Entonces llegaron noticias de un cazador visitante llamado Inupijuk, según las cuales un grupo de la gente real que había llegado muy al sur había recibido
aituserk
o regalos de madera, metal y otros objetos preciosos de los
kabloona
muertos, hombres blancos.

Taliriktug hizo signos a Asiajuk, que tradujo los signos para Inupijuk. Parecía que el tesoro podía consistir en cuchillos, tenedores y otros artefactos de los barcos
Erebus
y
Terror.

Asiajuk susurró a Taliriktug y a Silna que Inupijuk era un
qavac
(literalmente un «hombre del sur», pero también un término en inuktitut que denotaba estupidez). Taliriktug asintió, comprendiendo, pero siguió haciendo preguntas por signos que el agrio chamán fue pasando al cazador estúpidamente sonriente. Parte de la incomodidad social de Inupijuk, según se enteró Taliriktug, procedía de que el cazador del sur nunca había estado antes en presencia de espíritus gobernantes
sixam ieua,
y no estaba muy seguro de si Taliriktug y Silna eran seres humanos o no.

Parecía que lo de los objetos era verdad. Taliriktug y su esposa volvieron al
iglú
de sus huéspedes, donde ella alimentó al bebé y pensó en todo aquello. Cuando él levantó la vista, ella estaba haciendo signos con los cordones.

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