Al menos, al final, podría seguirlos.
Crozier no sabe todavía dónde se encuentra, aunque sospecha cada día más que han pasado el invierno en la costa occidental de una enorme isla al nordeste de la isla del Rey Guillermo, en un punto con casi la misma latitud que el campamento
Terror
y que el
Terror
mismo, aunque esos sitios podrían estar a centenares de kilómetros hacia el oeste de allí, al otro lado del mar congelado. Si él quisiera volver al
Terror
tendría que viajar al oeste por aquel mar y quizá por más islas, y luego hacia el norte de la isla del Rey Guillermo y luego cuarenta kilómetros más hacia fuera, hacia el hielo, hasta alcanzar el barco que abandonó hace más de diez meses.
Pero no quiere volver al
Terror.
Crozier ha aprendido lo suficiente sobre la supervivencia en los últimos meses para creer que podría encontrar el camino de vuelta al campamento de Rescate e incluso al río Back si tiene el tiempo suficiente, cazando mientras avanza, construyendo casas de nieve o tiendas de piel cuando lleguen las inevitables tormentas. Puede buscar a sus hombres dispersos aquel verano, diez meses después de abandonarlos, y encontrar algún rastro de ellos, aunque le cueste años.
Silenciosa
le seguirá, si decide seguir ese camino, sabe que será así, aunque eso signifique la muerte de todo lo que ella es, y todo aquello para lo que vive allí.
Pero él no podría pedirle tal cosa. Si se dirigiera hacia el sur en busca de su tripulación, él se iría solo porque sospecha que, a pesar de todos sus nuevos conocimientos y habilidades, moriría en aquella búsqueda. Si no muriese en el hielo, sería por algún daño sufrido en el río que tendría que seguir hacia el sur. Si el río, o alguna herida o enfermedad a lo largo del camino no consiguieran matarle, podría encontrarse con grupos de esquimales hostiles o con los indios más salvajes aún, al sur. Los ingleses, especialmente los avezados en el Ártico, quieren creer que los esquimales son pueblos primitivos pero pacíficos, de ira lenta, siempre reacios a la guerra y a los conflictos. Pero Crozier ha visto la verdad en sus sueños: son seres humanos, tan impredecibles como cualquier otra raza de hombres, y a menudo se enzarzan en guerras y crímenes, y, en los tiempos duros, incluso practican el canibalismo.
Una ruta mucho más corta y segura de rescate que ir hacia el sur, como sabe, sería dirigirse hacia el este desde allí por el hielo antes de que la banquisa se abra para el verano, si es que llega a abrirse, cazando y poniendo trampas mientras avanza, y luego cruzando la península de Boothia hacia su costa oriental, viajando luego al norte de la bahía de Fury o los antiguos lugares de la expedición de por allí. Una vez en la playa de Fury, podría esperar un ballenero o un buque de rescate. Las oportunidades de su supervivencia y rescate en esa dirección son excelentes.
Pero ¿qué pasará si regresa a la civilización, de vuelta a Inglaterra? Solo. Siempre será el capitán que dejó morir a todos sus hombres. La corte marcial será inevitable, su resultado ya estará determinado de antemano. Sea cual sea el castigo del tribunal, la vergüenza será una sentencia de por vida.
Pero no es eso lo que le disuade de dirigirse hacia el este o hacia el sur.
La mujer que tiene a su lado lleva dentro un hijo suyo.
De todos sus fracasos, el de Francis Crozier como hombre es el que más le duele y le atormenta.
Tiene casi cincuenta y tres años y sólo ha amado una vez antes de ahora, y propuso matrimonio a una niña mimada, una niña-mujer de espíritu mezquino que se burló de él y le usó para su propio placer, como los marineros usan a las prostitutas de los puertos. «No —piensa él—, de la forma que yo usaba a las prostitutas de los puertos.»
Ahora cada mañana, y a menudo por la noche, se despierta junto a
Silenciosa
después de compartir sus sueños, sabiendo que ella ha compartido los de él, notando su calor contra su cuerpo, notando que responde a ese calor. Cada día salen al frío y luchan juntos por la vida, usando las habilidades y conocimientos de ella para cazar otras almas, y comerse otras almas, de modo que sus dos almas vitales puedan seguir vivas un poco más.
«Lleva en su interior a mi hijo. Mi hijo.»
Pero eso es irrelevante ante la decisión que debe tomar en los siguientes días.
Tiene casi cincuenta y tres años y ahora se le pide que crea en algo tan ridículo que sólo con pensarlo se echa a reír. Se le ha pedido (si comprende bien los cordones y los sueños, y cree que es así, al final) que haga algo tan terrible y doloroso que si la experiencia no lo mata, puede volverlo loco.
Tiene que «creer» que esa locura contraria a toda intuición es lo que debe hacer, lo correcto. Tiene que «creer» que sus sueños, que no son más que sueños, y que su amor por esta mujer pueden hacerle abandonar una vida entera de racionalidad para convertirse...
¿Convertirse en qué?
En alguien distinto, en algo distinto.
Tirando del trineo junto a
Lady Silenciosa
, bajo un cielo lleno de colores violentos, recuerda que Francis Rawdon Moira Crozier no cree en nada.
O más bien, que si cree en algo, es en el
Leviatán,
de Hobbes.
«La vida es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta.»
Esto no lo puede negar ningún hombre racional. Francis Crozier, a pesar de sus sueños, sus dolores de cabeza y su extraña y nueva voluntad de creer, sigue siendo un hombre racional.
Si un hombre vestido con un batín en la biblioteca de su casa de Londres iluminada por un fuego de carbón puede comprender que la vida es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta, ¿cómo se lo puede negar un hombre tirando de un trineo repleto de carne congelada y pieles por una isla sin nombre, en plena noche ártica, bajo un cielo enloquecido, dirigiéndose hacia un mar helado a miles de kilómetros de cualquier fuego civilizado?
Y hacia un destino demasiado espantoso para imaginarlo siquiera.
El quinto día de arrastre por la costa llegan al final de la isla, y
Silenciosa
los conduce hacia el nordeste, hacia el hielo. El viaje es más lento allí, porque se encuentran con las inevitables crestas de presión y los témpanos flotantes, y tienen que trabajar mucho más duro. Usan la cocina de aceite para fundir nieve, y así poder beber agua, pero no se detienen a capturar carne fresca, aunque hay muchos agujeros de respiración que
Silenciosa
le indica en el hielo.
Ahora el sol brilla durante treinta minutos, aproximadamente, cada día. Crozier no está seguro del tiempo. Su reloj desapareció con toda su ropa cuando Hickey le disparó, y después de que le rescatara
Lady Silenciosa
..., no sabe por qué. Ella nunca se lo ha dicho.
«Esa fue la primera vez que morí», piensa.
Ahora se le pide que muera de nuevo, que muera tal y como era para poder convertirse en algo distinto.
Pero ¿cuántos hombres tienen una segunda oportunidad? ¿Cuántos capitanes que han visto morir o desaparecer a ciento veinticinco hombres de su expedición la querrían?
«Podría desaparecer.»
Crozier ha visto la masa de cicatrices que tiene en el brazo, el pecho, el vientre y la pierna cada noche, cuando se desnuda para meterse debajo de las mantas para dormir, y puede notar e imaginar lo terribles que deben de ser las cicatrices de bala y de postas de escopeta que tiene en la espalda. Podrían ser una explicación y una excusa para un silencio total acerca de su pasado.
Puede caminar hacia el este hacia Boothia, pescar y cazar en las ricas y cálidas aguas de la costa oriental que hay allí, esconderse de la Marina Real y de otros buques de rescate ingleses, y esperar a algún buque ballenero americano. Si le cuesta dos o tres años antes de que llegue alguno, puede sobrevivir. Ahora está seguro de ello.
Y entonces, en lugar de irse a casa, a Inglaterra (¿acaso Inglaterra ha sido alguna vez su casa?) podría decir a sus rescatadores americanos que no recuerda en absoluto lo que le ocurrió, ni el buque al que pertenecía, y enseñarles sus terribles heridas como prueba, e irse a América con ellos al final de la estación de las ballenas. Y allí empezar una nueva vida.
¿Cuántos hombres tienen la oportunidad, a su edad, de empezar una nueva vida? Muchos hombres lo desearían.
¿Se iría con él
Lady Silenciosa
? ¿Soportaría ella las miradas y las risas de los marineros, y las miradas mucho más duras y los susurros de los americanos «civilizados» en alguna ciudad de Nueva Inglaterra o incluso de Nueva York? ¿Cambiaría ella sus pieles por vestidos de percal y corsés de ballena, sabiendo que sería siempre una completa extraña en una tierra completamente extraña?
Sí, lo haría.
Crozier lo sabe con tanta seguridad como lo sabe todo.
Ella le seguiría hasta allí. Y moriría allí, incluso..., y moriría pronto. De pena por la extrañeza de todos esos pensamientos malvados, insignificantes, extraños y desenfrenados que entrarían en ella como el veneno de las latas Goldner penetró en Fitzjames: sin ser vistos, de una manera sigilosa, mortal.
El lo sabe muy bien.
Pero Crozier podría educar a su hijo en América y tener una nueva vida en ese país casi civilizado, quizá como capitán de algún buque allí. Había sido un fracaso total como capitán de la Marina Real y del Servicio de Descubrimientos, y como oficial y como caballero (aunque en realidad nunca fue un caballero), pero nadie en América tendría por qué saber nunca aquello.
No, no, un buque de vela podría llevarle a lugares y puertos donde podían conocerle. Si le reconocía algún oficial naval inglés, sería colgado como desertor. Pero un buque pequeño, de pesca..., en algún pueblecito pesquero de Nueva Inglaterra, quizá con una mujer americana esperándole en el puerto para educar a su hijo después de que muriera
Silenciosa
...
«¿Una mujer americana?»
Crozier contempla a
Lady Silenciosa
, que se esfuerza en el arnés del trineo a su derecha, tirando con él. La luz escarlata, roja, morada y blanca de la aurora por encima de ella pinta su capucha de piel y sus hombros. Ella no le mira. Pero él está seguro de que sabe lo que está pensando. O si no lo sabe, lo sabrá cuando se acurruquen juntos más tarde, por la noche, y sueñen.
El no puede irse a Inglaterra. No puede irse a América.
Pero la alternativa...
Tiembla y se sube la capucha hacia delante para que la piel de oso polar que hay a cada lado de su cara pueda capturar mejor la calidez de su aliento y de su cuerpo.
Francis Crozier no cree en nada. «La vida es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta.» No tiene plan alguno, ni objetivo ni misterios ocultos que compensen las obvias miserias y banalidades. Nada de lo que ha aprendido en los seis últimos meses le ha persuadido de lo contrario.
¿O sí?
Juntos, tiran del trineo y salen más aún hacia la banquisa.
Al octavo día, se detienen.
Aquel lugar no parece distinto de la mayoría de los demás lugares en la banquisa que han cruzado la semana anterior, un poco más plano quizá, unos pocos bloques de hielo y unas crestas de presión algo mayores, quizá; pero, en general, banquisa, nada más. Crozier cree ver unas pequeñas
polynyas
en la distancia, con su agua oscura como imperfecciones en el hielo blanco, y el hielo se ha roto aquí y allá en varios canales pequeños, efímeros, que no conducen a ninguna parte. Si la rotura de primavera no está sucediendo dos meses antes este año, la verdad es que lo parece bastante. Pero Crozier ha visto falsas primaveras como ésa muchas veces antes, en su experiencia del Ártico, y sabe que la rotura auténtica de la banquisa no empezará hasta finales de abril o más tarde.
Mientras tanto, tienen fragmentos de agua abierta y agujeros de respiración de focas en cantidad, quizás incluso la oportunidad de cazar alguna morsa o narval si aparecen, pero
Silenciosa
no está interesada en la caza.
Ambos salen de sus arneses y miran a su alrededor. Han dejado de tirar en el breve interludio de penumbra meridional hacia el sur que pasa por día.
Silenciosa
se coloca ante Crozier, le quita los guantes y ella se quita los suyos. El viento es muy frío y no deberían dejar las manos expuestas durante más de un minuto, pero en ese minuto ella le coge las manos con las suyas y le mira. Desplaza la mirada hacia el este, luego hacia el sur; luego le mira otra vez.
La pregunta está clara.
Crozier nota que su corazón late con fuerza. No recuerda ningún otro momento en su vida adulta (desde luego, no la noche de la emboscada de Hickey) en que se sintiera tan aterrorizado.
—Sí —dice.
Lady Silenciosa
le vuelve a poner los guantes y empieza a desempacar el trineo.
Mientras Crozier le ayuda a sacar las cosas al hielo y luego a desmontar partes del propio trineo, se pregunta de nuevo cómo habrá encontrado ella aquel sitio. El ha aprendido que mientras ella a veces usa las estrellas o la luna para orientarse, a menudo simplemente presta atención al paisaje. Incluso en un terreno nevado aparentemente árido, ella cuenta las crestas de presión matemáticamente precisas, y los montículos de nieve creados por el viento, observando también hacia dónde se desplazan. Como
Silenciosa
, Crozier ha empezado a medir el tiempo no tanto por días como por sueños: cuántas veces se han parado a dormir, fuera cual fuese el momento del día o de la noche.
Allá fuera en el hielo él es más consciente que nunca, es decir, que ha compartido parte de la conciencia de
Silenciosa
, de las sutilezas del hielo que forma montículos, del hielo antiguo invernal y de las crestas de presión nuevas, y de la banquisa más gruesa, y del hielo nuevo y peligroso. Ahora puede ver un canal a muchos kilómetros de distancia sólo por el ligero oscurecimiento de las nubes por encima de él. Ahora evita las fisuras peligrosas, pero casi invisibles, y el hielo podrido sin notar realmente que lo está haciendo.
Pero ¿por qué aquel sitio? ¿Cómo sabe ella venir aquí para hacer lo que están a punto de hacer?
«No, lo que estoy a punto de hacer yo», se dice él, y su corazón late con mucha más intensidad.
Pero todavía no.
A la luz que desfallece rápidamente, conectan algunos de los listones del trineo y los postes verticales desatados y forman un rudimentario armazón para una tienda pequeña. Estarán allí sólo unos pocos días (a menos que Crozier se quede para siempre), de modo que no intentan buscar un ventisquero para construir una casa de nieve, ni tampoco gastan energía alguna en hacer una tienda especial. Sólo servirá como cobijo.