Para detener las propias tormentas, los
angakkuit
encontraban y empuñaban un gancho especial que podía cortar la
silagiksaqtuq o
vena del viento.
Los chamanes también sabían volar y actuaban como mediadores entre la gente real y los espíritus, pero también podían traicionar (y con frecuencia lo hacían) la confianza de sus propios poderes y hacer daño a los seres humanos usando el
ilisiíqniq,
un hechizo poderoso que arrojaban para causar celos y rivalidad y que incluso podía provocar el odio suficiente para obligar a la gente real a matar a otros sin motivo alguno. Frecuentemente un chamán pierde el control de sus espíritus serviciales
tuurngait,
y cuando esto ocurre, si no se arregla enseguida, ese chamán incompetente es como una enorme roca metálica que llama a los rayos veraniegos, y la gente real no puede hacer gran cosa, salvo atar a ese chamán y abandonarlo o matarlo, cortarle la cabeza y separarla del cuerpo, de modo que el chamán no pueda volver a la vida y perseguirlos.
La mayoría de los chamanes con cierto poder saben volar, curar a las personas, a familias y a pueblos enteros (en realidad ayudando a la gente a curarse a sí mismos recuperando el equilibrio, después de confesar sus faltas); dejan que sus cuerpos viajen hacia la Luna o hasta el fondo del mar (donde podrían morar los espíritus
inuat
más poderosos) y, después de los encantamientos chamánicos
irinaliutit
adecuados, cánticos y redobles de tambores, pueden convertirse en animales como el oso blanco.
Mientras la mayoría de los espíritus no contenidos en alma alguna se contentan con morar en el mundo espiritual, hay criaturas que llevan los espíritus
inua
de monstruos.
Algunos de los monstruos más pequeños se llaman
tupilek
y los trajeron a la vida de forma efectiva unas personas llamadas
ilisituk,
hace cientos o miles de años. Esos
ilisituk
no eran chamanes, sino más bien ancianos y ancianas malvados que habían aprendido los poderes de los chamanes pero los usaban para jugar con la magia, en lugar de para la curación y para la fe.
Todos los humanos, especialmente la gente real, viven de comer almas, eso lo saben muy bien. ¿Qué es la caza sino un alma que busca a otra alma y la somete a la sumisión suprema de la muerte? Cuando una foca, por ejemplo, accede a dejarse matar por un cazador, ese cazador debe honrar el
inua
de la foca que ha accedido a morir, después de su muerte, pero antes de comerla, ya que es una criatura del agua, dándole a beber ceremonialmente un poco de agua. Algunos de los cazadores de la gente real llevan pequeños vasitos con un palo para ese propósito, pero algunos de los cazadores más ancianos y mejores pasan el agua de su propia boca a la boca de la foca muerta.
Todos somos comedores de almas.
Pero los ancianos y ancianas malvadas
ilisituk
eran ladrones de almas. Usaban sus conjuros para controlar a los cazadores, que a menudo se llevaban a sus familias a otros lugares y vivían y morían muy lejos en el hielo o en las montañas interiores. Los descendientes de estas víctimas del robo de almas eran conocidos como
qivitok,
y siempre eran mucho más salvajes que humanos.
Cuando las familias y los pueblos empezaban a sospechar de la maldad del viejo
ilisituk,
los hechiceros solían crear pequeños animales malignos, los
tupilek,
para que acecharan, hiriesen o incluso matasen a sus enemigos. Los
tupilek
empezaban como cosas inertes y sin vida, tan pequeñas como piedrecillas, pero después de ser animados por la magia de los
ilisituk,
crecían hasta alcanzar el tamaño que ellos querían y adoptaban formas terribles e innombrables. Pero como tales monstruos eran víctimas fáciles de localizar y de los que se podía huir a la luz del día, los furtivos
tupilek
solían elegir la forma aproximada de algún ser viviente, como una morsa o quizás un oso blanco. Entonces el cazador desprevenido, que había sido maldito por el
ilisituk
maligno, se convertía en presa. Los seres humanos raramente escapaban a los
tupilek
asesinos, una vez éstos eran enviados a cometer su crimen.
Pero hoy en día quedan muy pocos hechiceros ancianos y malignos
ilisituk.
Un motivo para este hecho es que si los
tupilek
no conseguían matar a su víctima asignada, si intervenía un chamán o si el cazador era tan astuto que conseguía escapar por sus propios medios, el
tupilek
invariablemente volvía a asesinar a su creador. Uno a uno, los viejos
ilisituk
cayeron víctimas de sus propias y terribles creaciones.
Luego llegó un tiempo, hacía muchos miles de años, en que Sedna, el espíritu del Mar, se puso furiosa con sus compañeros espíritus, el espíritu del Aire y el espíritu de la Luna.
Para matar a esas otras dos partes de la Trinidad que se habían convertido en fuerzas básicas del universo, Sedna creó su propio
tupilek.
Esa máquina de matar animada por el espíritu era tan terrible que tenía un nombre del alma propio, y se convirtió en una cosa llamada
Tuunbaq.
El
Tuunbaq
era capaz de moverse libremente entre el mundo espiritual y el mundo terrestre de los seres humanos, y podía tomar cualquier forma que eligiese. Cualquier forma que adoptase era tan terrible que ni siquiera un espíritu puro podía mirarlo directamente sin enloquecer. Su poder, concentrado por Sedna en el único objetivo de causar la destrucción y la muerte, era el puro terror. Además, Sedna había otorgado a su
Tuunbaq
el poder de dirigir a los
ixitqusiqjuk,
los innumerables espíritus malignos más pequeños que andaban por ahí.
Por sí mismo, uno a uno, el
Tuunbaq
podría haber matado al espíritu de la Luna o a Sila, el espíritu del Aire.
No obstante, el
Tuunbaq,
aunque era terrible en todos los aspectos, no era un ser tan furtivo como el
tupilek,
más pequeño.
Sila, el espíritu del Aire, cuya energía llena el universo, notó su presencia asesina cuando la perseguía a través del mundo de los espíritus. Sabiendo que podía ser destruida por el
Tuunbaq
y sabiendo también que si era destruida el universo quedaría de nuevo sumido en el caos, Sila llamó al espíritu de la Luna para que la ayudara a derrotar a la criatura.
El espíritu de la Luna no estaba interesado en ayudarla. Ni tampoco estaba preocupado por el destino del universo.
Entonces Sila rogó a Naarjuk, el espíritu de la Conciencia y uno de los espíritus profundos
inua
más antiguos (que, como Sila, había aparecido cuando el caos del cosmos fue separado del fino pero creciente y vivo junco verde del orden, hacía muchísimo tiempo), que la ayudara.
Naarjuk accedió.
Juntos, en una batalla que duró diez mil años y que dejó cráteres, rasgaduras y vacíos en la tela del mundo espiritual en sí mismo, Sila y Naarjuk derrotaron el terrible ataque del
Tuunbaq.
Como cualquier
tupilek
que hubiese fracasado en su intento de asesinato estaba destinado a hacer, el
Tuunbaq
entonces se volvió a destruir a su creadora..., Sedna.
Pero Sedna, que había aprendido la lección duramente ya antes incluso de que su propio padre la traicionara, hacía mucho tiempo, comprendió el peligro que suponía para ella el
Tuunbaq
antes de crearlo, de modo que activó en ese momento una debilidad secreta que había puesto en el
Tuunbaq,
pronunciando sus propios conjuros
irinaliutit
del mundo de los espíritus.
Al instante, el
Tuunbaq
quedó desterrado a la superficie de la Tierra, y no fue capaz de volver al mundo espiritual, ni tampoco al seno más profundo del mar ni tampoco de mantener su forma puramente espiritual en ninguno de los dos sitios. Sedna estaba a salvo.
La Tierra y sus moradores, por otra parte, ya no estaban a salvo.
Sedna había desterrado al
Tuunbaq
a la parte más fría y vacía de la atestada Tierra: la región perpetuamente helada junto al Polo Norte. Había elegido el norte lejano en lugar de otras zonas distantes y heladas porque sólo el norte, el centro de la Tierra de los muchos dioses
inuat,
tenía chamanes con cierto historial en el trato de espíritus malignos y furiosos.
El
Tuunbaq,
privado de su monstruosa forma espiritual pero todavía monstruoso en esencia, pronto cambió de forma, como hacen todos los
tupilek,
y se convirtió en la cosa viviente más terrible que se podía encontrar en toda la Tierra. Eligió la forma y la sustancia del depredador más astuto, furtivo y mortal de la Tierra, el oso polar blanco, pero era al oso en tamaño y astucia como el oso mismo a uno de los perros de la gente real. El
Tuunbaq
mataba y se comía a los feroces osos blancos, devorando sus almas, con la misma facilidad que la gente real caza una perdiz blanca.
Cuanto más complicada es el alma
inua
de un ser viviente, más deliciosa resulta para un depredador de almas. El
Tuunbaq
pronto aprendió que disfrutaba más comiendo hombres que comiendo
nanuq,
los osos, y que disfrutaba mucho más comiendo almas de hombres que comiendo almas de morsas, y que disfrutaba más comiendo hombres incluso que devorando la enorme, gentil e inteligente alma
inuat
de la orca.
Durante generaciones, el
Tuunbaq
se regodeó con los seres humanos. Gran parte de nevado norte que en tiempos estaba repleto de poblados, zonas del mar que antes veían flotas enteras de kayaks, y lugares abrigados que habían oído las risas de miles de personas de la gente real, pronto quedaron abandonados, y los seres humanos huyeron al sur.
Pero no se podía escapar al
Tuunbaq.
El supremo
tupilek
de Sedna podía nadar más rápido, correr más velozmente, pensar mejor, acechar mejor y luchar mejor que cualquier ser humano vivo. Dirigía a los malos espíritus
ixitqusiqjuk
para que moviesen los glaciares más al sur, haciendo que los propios glaciares siguieran a los seres humanos que habían huido hacia tierras más verdes, de modo que el
Tuunbaq
con su pellejo blanco estuviera cómodo y oculto en el frío mientras continuaba comiendo almas humanas.
Los pueblos de la gente real enviaron a centenares de cazadores para que mataran a aquel ser, y ninguno de los hombres volvió vivo. A veces, el
Tuunbaq
se burlaba de los familiares de los cazadores muertos devolviéndoles trozos de sus cadáveres, a veces dejando las cabezas y las piernas, los brazos y los torsos de varios cazadores todos mezclados, para que las familias ni siquiera pudieran llevar a cabo las ceremonias de enterramiento adecuadas.
El monstruo comedor de almas de Sedna parecía que se iba a comer el alma de todos los seres humanos de la Tierra.
Pero, como esperaba Sedna, los chamanes de los centenares de grupos de la gente real, reunidos en torno a la periferia del frío norte, enviaron mensajes verbales y luego se reunieron en los enclaves chamánicos
angakkuit
y hablaron, rezaron a sus espíritus amistosos, consultaron con sus espíritus serviciales y al final dieron con un plan para tratar con el
Tuunbaq.
No podían matar a aquel Dios Que Camina Como Un Hombre, porque ni siquiera Sila, espíritu del Aire, ni Sedna, espíritu del Mar, podían matar al
tulipek Tuunbaq.
Pero podían contenerlo. Podían evitar que llegase al sur y matase a todos los seres humanos y toda la gente real.
El mejor de los mejores chamanes (el
angakkuit
) eligió a los mejores hombres y mujeres entre ellos con habilidades chamánicas de clarividencia, que podían oír los pensamientos y enviar los pensamientos, y mezclaron a esos hombres con las mejores mujeres, de la misma forma que la gente real hoy en día mezcla a los perros de trineo para crear generaciones mejores aún, más fuertes e inteligentes.
Llamaron a esos niños clarividentes, más allá de lo chamánico,
sixam ieua,
o «espíritus-que-gobiernan-el-cielo», y los enviaron hacia el norte con sus familias para que evitaran que el
Tuunbaq
asesinara a la gente real.
Esos
sixam ieua
eran capaces de comunicarse directamente con el
Tuunbaq,
no mediante el lenguaje de los espíritus serviciales
tuurn
gait,
como habían intentado los simples chamanes, sino tocando directamente el alma vital y la mente del
Tuunbaq.
Los espíritus-que-gobiernan-el-cielo aprendieron a invocar al
Tuunbaq
con los cantos de su garganta. Dedicados por entero a comunicarse con el
Tuunbaq,
accedieron a permitir que la criatura celosa y monstruosa les privase de su capacidad de hablar con sus compañeros humanos. A cambio de que la criatura asesina
tupilek
no cazase más almas humanas, los espíritus-que-gobiernan-el-cielo prometieron al Dios Que Camina Como Un Hombre que ellos, los seres humanos y la gente real, no establecerían nunca más sus lugares de residencia en aquel dominio nevado al norte. Prometieron al Dios Que Camina Como un Hombre que le honrarían no volviendo a pescar o a cazar dentro de su reino sin el permiso de la criatura monstruosa.
Prometieron que todas las generaciones futuras ayudarían a alimentar el apetito voraz del Dios Que Camina Como un Hombre, y los
sixam ieua
y los otros de la gente real cazarían y le llevarían pescado, morsas, focas, caribúes, liebres, ballenas, lobos e incluso a los primos pequeños del
Tuunbaq,
los osos blancos, para que se diera un festín con ellos. Le prometieron que ningún bote ni kayak de ningún ser humano traspasaría los dominios marítimos del Dios Que Camina Como un Hombre, a menos que fuera para llevarle comida o para cantar los cantos de la garganta que aplacaban a la bestia o para rendir homenaje al ser asesino.
Los
sixam ieua
sabían por sus pensamientos adelantados que cuando el dominio del
Tuunbaq
fuera invadido al fin por la gente pálida, los
kabloona,
sería el principio del Fin de los Tiempos. Envenenado por las pálidas almas de los
kabloona,
el
Tuunbaq
enfermaría y moriría. La gente real olvidaría su aspecto y su lenguaje. Sus hogares se llenarían de embriaguez y desesperación. Los hombres olvidarían su amabilidad y golpearían a sus mujeres. Los
inua
de los niños se volverían confusos, y la gente real perdería sus buenos sueños.